Un cuento erótico de Boccaccio

El paradisíaco infierno corporal de Alibech

 Daniel A. Capano

UCA, UBA, USAL, CEN

El Decamerón, como la mayoría de las obras de arte, ha sufrido en su relación con el público y la censura distintas suertes desde su aparición hasta nuestros días. Atestiguan su éxito entre los siglos XIV y XV la presencia de numerosos manuscritos. Sus poseedores, al igual que los primeros copistas, fueron preferentemente mercaderes, cuya epopeya el libro narra. Revela esto una caligrafía rápida, pareja, legible, que contrasta con la letra gótica, escrita sobre papel en tamaño pequeño, propio del uso mercantil.

La producción erudita de Boccaccio fue celebrada por la cultura oficial, mientras que el Decamerón tuvo éxito inmediato entre los sectores burgueses. Durante la Reforma y la Contrarreforma su contenido fue censurado porque el libro se burlaba de los beatos y criticaba a través del humor la corrupción de los hombres de la Iglesia. Los moralistas, jugando con el subtítulo: “Príncipe Galeotto”, el mediador en amores, lo llamaron “príncipe alcahuete”, aludiendo a las costumbres pecaminosas de curas y  monjas que el libro pone en descubierto. Girolano Savonarola, un año antes de ser ejecutado, lo quemó en la Piazza della Signoria junto con otros libros hoy consagrados y algunos objetos que consideraba vanos.

En el siglo XVI, el Papa Pío V autorizó su publicación siempre que se excluyeran de ella los cuentos en los que se hacía mofa de los eclesiásticos o se reemplazaran sus personajes por otros, laicos. Más tarde el Decamerón ocupó uno de los primeros lugares en el Índice de los libros prohibidos, donde fue incluido en 1599.

Los cuentos censurados fueron doce, entre ellos el décimo, que narra la historia de Alibech y del monje Rústico, de la jornada tercera. Ésta, junto con la séptima, ha dado a la obra fama de libro erótico y licencioso -tal es la lectura que del texto realizó, entre otros, Pier Paolo Pasolini para su versión cinematográfica, aun cuando haya ponderado la ambientación y la estética de las imágenes-; pero es necesario precisar que en los relatos que integran dichas jornadas no hay una inclinación hacia la brutalidad sensual por sí misma, sino un interés humano por captar con intención realista el juego de los instintos y de los sentimientos. Boccaccio se centra en el empleo que el hombre hace de su inteligencia y en la astucia desarrollada para lograr la concreción de su fogoso deseo sexual. Para el escritor certaldés, lo obsceno es un medio para crear clima y caracterizar psicológicamente a los personajes.

En el Decamerón el amor carnal es una manifestación más de la vigorosa naturaleza. El autor señala en la introducción a la jornada IV que “todos los que aman obran con arreglo a la naturaleza” y se defiende de quienes lo acusan de ocuparse demasiado de la mujeres y hacer de ellas el eje de sus narraciones. Relata allí una historia – la del hijo de Filippo Balducci y las gansas- a través de la cual explica jocosamente que el hombre no puede sustraerse de la atracción femenina y demuestra cómo el amor hacia el sexo opuesto es dictado por una ley natural, imposible de violar.

El cuento que posee más alto contenido erótico de los presentados en la obra es, a mi parecer, el de Alibech. Su narrador es Dioneo, que representa una de las facetas de la personalidad de Boccaccio: la más agresiva y sensual. Las novelle por él contadas se caracterizan, en general, por una comicidad lasciva; el mismo nombre se asocia con Dione, madre de Afrodita. Dentro de la dinámica de la narración, y desde una perspectiva funcional, relata el último cuento de cada jornada -a excepción de la primera- y en ocasiones tiene el privilegio de no sujetarse a la unidad temática impuesta por el rey elegido cada día.

Dioneo narra la historia de la bella Alibech, hija de un hombre rico que vivía en la ciudad de Gafsa, en Túnez. Ella no era cristiana, pero al ver la fe de los cristianos, le entraron deseos de servir a Dios. Se le dijo que una de las maneras de hacerlo era alejarse de lo mundano y peregrinar por el desierto. Alibech, que sólo tenía catorce años y era muy incauta, partió al desierto de Tebas, región famosa por los santos ermitaños que en ella hacían penitencia. Una vez allí encontró a un joven monje, muy devoto, llamado Rústico. Éste, por poner a prueba su entereza, la recibió en su refugio. Al llegar la noche el ermitaño fue acometido por la tentación a la que no pudo vencer. Entonces, para poseerla, ayudado por la ingenuidad de la muchacha y por su astucia, ideó un ardid: le dijo que el enemigo de Dios era el diablo y que el mejor servicio que podía hacérsele era ponerlo en el infierno, donde el Señor lo había condenado. Ella que era muy cándida y no había conocido hombre alguno, preguntó cómo era aquello. Fue entonces cuando Rústico, uniendo el relato a la acción, “se desnudó completamente y lo mismo hizo la muchacha; se puso de rodillas como quien reza y contra él la hizo poner a ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca inflamado en su deseo al verla tan hermosa, “venne la resurrezion della carne” (sucedió la resurrección de la carne), metáfora erótica  cuyo origen fue identificado por la crítica con una expresión similar del libro II  de la Metamorfosis de Apuleyo.

Rústico utiliza en su discurso una semiosis cuyos signos aluden a lo bajo corporal –en el nivel expresivo se apunta a significantes como diablo e infierno, que en el plano referencial, el del contenido, corresponden a falo y a vagina-, pues. asocia su sexo con el diablo y el de la joven con el infierno, donde debía colocarlo. Así, continúa Dineo, le enseñó a meter el diablo en el infierno para que no molestara más.

Después de la primera unión, Alibech que encontraba deleite en “aquel servicio hecho a Dios”, exigió cada vez con mayor frecuencia la realización del acto. El joven ermitaño, que sólo se alimentaba de hierbas y agua, comenzó a rechazarla y a decirle “que el diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza”. A lo que Alibech respondió: “Rústico, si tu diablo está castigado y no te molesta, a mí mi infierno no me deja tranquila”. Finalmente, después de haber heredado los bienes de su padre, tras la muerte de sus familiares, la joven regresó a su casa -con gran placer de Rústico- y se casó con un joven llamado Neerbale; de modo pues, que pudo continuar metiendo el diablo en el infierno.

A modo de conclusión “didáctica”, el narrador, Dioneo-Boccaccio, realiza, como es frecuente en otras novelle del Decamerón, un guiño cómplice al lector a través del cual surge la comicidad. Aconseja: “Por eso vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la gracia de Dios, aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello es cosa muy grata a Él y agradable para las partes, y mucho bien puede nacer de ello y seguirse”.

El cuento representa en síntesis el deseo de vivir y de gozar del incontenible impulso amoroso, expresado con humor. Boccaccio ha trabajo para su composición con elementos antropológicos y religiosos propios del imaginario folclórico de la Edad Media. La idea del infierno aterrorizó al hombre medieval que lo concibió como un espacio incandescente donde el diablo infligía horribles tormentos a los condenados. Un fraile franciscano de la segunda mitad del siglo XIII, Giacomino da Verona, representa en su Babilonia civitate infernali a Belcebú, príncipe de los diablos, asando a los pecadores y condimentándolos con hiel y veneno.

Por otra parte, la devoción popular tenía necesidad de signos concretos, de una materialización de las prédicas sacerdotales. Lo sobrenatural y lo físico eran percibidos de manera inseparable por el hombre del medioevo.

En la novella de Alibech se advierte ya una especie de ruptura entre una concepción punitiva y una idea vital y festiva del mundo. Los elementos religiosos están vistos “al revés”, se los ha permutado. El terrible infierno se ha transformado en un placentero paraíso vaginal. Las cosas terrenas y las necesidades fisiológicas parodian los credos espirituales. Como reacción al ascetismo de la Edad Media, la carne se ha rehabilitado (“sucedió la resurrección de la carne”, dice burlonamente Dioneo). El elegíaco ubi sunt va dando paso al gozoso carpe diem renacentista. Para algunos críticos este cambio es una manifestación de la vida burguesa y del interés material del homus economicus, en pleno desarrollo.

El infierno y el diablo de la historia de Alibech no son utilizados como elementos “ejemplarizadores” o de castigo, sino, por el contrario, como medios para lograr el placer corporal. Sus valores se han trastrocado: lo “alto” (creencias religiosas) se ha permutado por lo “bajo” (órganos sexuales; el diablo se asocia siempre con lo “bajo corporal”, con el falo), se ha producido una degradación de la materia sacra. Para el crítico ruso Mijail Bakhtine (1987) “degradar” es entrar en comunión con las partes inferiores del cuerpo, con el coito, con orinar y con defecar.

Así planteado el relato toma las características del llamado -siempre sigo a Bakhtine- “realismo grotesco”, es decir el principio corporal y material que aparece en forma exagerada con intención de desacralizar lo elevado, espiritual y abstracto, y proyectarlo sobre un plano puramente tangible.

También el cuento, por la burla que realiza de lo religioso, se aproxima a la “parodia sacra”, cuyo mayor exponente fue, en la Edad Media, la Coena Cyprianis, que invierte con espíritu carnavalesco las Sagradas Escrituras. Se trata de un banquete en que se escarnecen todos los personajes bíblicos, desde Adán y Eva hasta Jesucristo.

La composición, además de los aspectos señalados, resulta interesante como muestra de un mundo en crisis. Boccaccio ha dotado al personaje masculino de una gran astucia que le permite usar una creencia religiosa en su propio beneficio. Esto está señalando una variación de mentalidad. El autor del Decamerón es ya un humanista en cierne y su cuento puede entenderse como un texto de ruptura de ciertos valores medievales que comienzan a ser reemplazados por otros. La carga espiritual se aligera y una visión pragmática de la vida se adueña de la escena. La risa, como elemento transgresor, expresa una sociedad en cambio.

BIBLIOGRAFÍA

BAKHTINE, M. Esthétique et théorie du roman. Paris: Gallimard, 1982.

_____________La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto                                              de François Rabelais. Madrid: Alianza, 1987.

BARBERI SQUAROTTI, G. Il potere della parola. Studi sul Decameron. Napoli:                                                   Federico & Ardia, 1983.

BOCCACCIO, G. Decameron ( a cura di Vittore Branca). Milano: Einaudi, 1992.

______________ Decamerón (traducción, introducción y notas de Pilar Gómez Bedate). Barcelona: Bruguera, 1983.

BRANCA, V. Boccaccio medievale.  Firenze: Sansoni, 1981.

MARCHI, C. Boccaccio. Milano: Rizzoli, 1975.

TARTARO, A. “L’esperienza narrativa di Boccaccio”.Letteratura Italiana. Le forme del texto.(V.III). II La Prosa. Torino: Einaudi, 1984.

Daniel Alejandro Capano

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