El rey del reino de Pelafustán, llama al
capitán Marchant, y le dice sentado en su trono, que es todo de oro, y
tiene corona de piedras preciosas, de pronto se irrita y entonces le
grita.
Rey:
Quiero que vayas, con todas las armas, y muchos soldados, al valle
encantado.
Capitán Marchant:
Señor mi Rey, discúlpeme usted, de siempre y de antes ahí vive un
gigante, que tiene un dragón, también un león con grandes colmillos, que
es bien conocido de nombre Nabor.
Rey:
¿Que tiene que ver, le pregunto a usted?
Capitán:
Querido Señor, con todo mi honor le quiero decir, quién llega hasta ahí,
no puede volver, le agarra la sed y queda atrapado, tal vez devorado,
por monstruos horrendos que son del infierno.
Rey:
Usted capitán tendrá que marchar, sino quedará aquí encadenado y preso
por años, por no ir a luchar.
Yo quiero que vaya y lleve su espada, con veinte soldados, los más
arrojados, heroicos y osados que pueda encontrar.
Capitán:
Esta bien mi Señor, al valle yo voy y allí intentaré, el oro traer; si
no puedo volver, recuérdeme usted y a estos soldados que son mis
hermanos.
Rey:
No es oro, ni plata lo que hay que buscar, es solo una luz que da
juventud, con solo mirarla las penas amargas se vuelven de luz.
Capitán:
Está bien mi Señor, entonces yo voy con todo mi arrojo , al abismo y al
pozo con estos valientes, a buscar esa fuente, para usted mi Señor.
Rey:
Si usted trae esa fuente, las gracias por siempre le voy a brindar,
entonces haré que mi hija Belén, que gusta de usted; usted la despose y
Conde será de una gran ciudad, mi gran capitán.
Acción:
Allá van los soldados, marchando en el barro, entrando al pantano; de
pronto se escucha la voz de una bruja, en la noche oscura.
Bruja:
Quién pise mis tierras lo convertiré en arena, y a otros en sapos bien
gordos y ñatos, y así quedarán toda una eternidad.
Acción:
Las lechuzas chistaban con voz de fantasmas silbando en las ramas, su
canto agorero, azufre de infierno se olía en el aire y ya era muy tarde,
para volver atrás.
De pronto la bruja clavó sus agujas, en varios muñecos, y rayos y
truenos cayeron del cielo, tirando en el piso con hayes y gritos, a
varios soldados que entonces quedaron allí encadenados.
Capitán:
Valientes soldados preparen sus flechas, que la bruja perversa nos
quiere atrapar, y quiere evitar, llegar al tesoro, ni ella y sus ogros
nos podrán parar.
Sargento Rolando:
Señor capitán, logramos parar el avance loco de esa bruja del demonio,
que nos quiso agarrar.
Capitán:
Muy bien mi sargento, le haré un monumento por su valentía, usted da la
vida con esos muchachos, heroicos soldados de mi batallón que son puro
corazón.
Acción:
Aullidos de lobos con gritos de ogros, se hacían escuchar, la bruja reía
oculta en las sombras, tomando mil formas para poder asustar.
Capitán:
Sargento Rolando, a cuántos soldados se perdió en la batalla, y si aún
quedan ganas de seguir adelante, pues volverse ya es tarde y no hay
marcha atrás.
Sargento Rolando:
Perdimos a cinco y es largo el camino, es
nuestro destino y lo echamos a suerte, no importa la muerte, pues nada
podrá el volvernos atrás.
Capitán:
Querido sargento, la suerte está echada, saquemos espadas y marchemos
nomás que allá en algún lado, oculto y tapado, está ese tesoro que creo
que muy pocos lograron mirar.
Acción:
A la voz del sargento con gran movimiento comienzan a andar, con gran
esperanza tomando las lanzas, unidos se largan, sin mirar atrás.
Sargento Rolando:
Señor capitán, discúlpeme usted los hombres me piden, descansar un poco,
están medio locos y quieren probar un poco de pan.
Capitán:
Está bien mi sargento, disponga los guardias con todas las armas, que
aquí dormiremos, y al alba saldremos por ese camino, es nuestro destino
el tesoro encontrar.
Sargento:
Por que no me cuenta como es la leyenda del gran Macambu.
Capitán:
La leyenda cuenta que garras siniestras allá en el pantano, que hace
mucho, mucho años, allí han enterrado el oro secreto que cuidan los
muertos, que son mil fantasmas que asustan y matan, y guardan mil
trampas en la oscuridad.
Sargento:
¿Y alguno ha podido el oro alcanzar? ¿y
volver, para poderlo contar?.
Capitán:
Ninguno que sepa volvió de estas tierras;
los que aquí han entrado, ya no han regresado
perdidos están.
Sargento:
Entonces señor, aún con todo el valor, nosotros estamos aquí condenados.
Difícil será volver a encontrar la ansiada salida, y aún encontrando el
preciado tesoro, ni los santos milagrosos nos harán regresar.
Capitán:
Los que aquí entraron ya no regresaron, pero yo mi sargento aquí le
confieso, que no me resigno a este triste designio, pues juro ante el
cielo con todo mi anhelo, que regresaré.
Sargento:
Yo pienso lo mismo, que voy a volver, pues allá me esperan mi esposa y
mis hijos y también mi rey.
Acción:
Se escuchan chillidos, grotescos aullidos, terribles carcajadas que
nacen de la nada. Se acerca la niebla que nubla y que ciega, a todo el
pelotón sin tener compasión.
Sargento:
Yo creo capitán, que aquí nunca amanece, puesto parece la noche total,
es todo oscuridad y difícil será, con hondo dolor volver a ver el sol.
Capitán:
Así es mi sargento, yo creo que el infierno es este lugar, reúna a los
hombres que vamos a marchar.
Acción:
La columna marcha con miedo y con ansías, sin saber adonde pues no hay
horizontes, tampoco hay regreso, pues el mismo infierno los quiere
atrapar.
A poco de andar se escucha un gran grito, se abre un abismo que traga a
unos cuantos, con armas en mano, los pocos soldados comienzan a luchar.
Entonces de pronto, el grito de un ogro se hace escuchar; y trae la
niebla con voz de caverna. De pronto un dragón que siembra terror,
tirando y tirando sus lenguas de fuego que llenan de miedo, a todo el
pelotón.
En un acto de arrojo el gran valeroso capitán Marchant, le clava su
espada, en una de las patas al loco dragón, que pegando un grito se mete
al abismo de donde salió.
De pronto la calma, envuelve el lugar y otra vez el pelotón, comienza a
marchar.
Sargento:
Gracias capitán, usted nos salvó, si usted no actuaba ese dragón nos
quemaba con lenguas de fuego, y nos llevaba al infierno con toda su
crueldad.
Capitán:
Aquí vamos todos, jugados a todo y ningún tesoro, nos podrá detener.
Pues nuestra ambición no es la plata y el oro, nuestra ambición, es solo
el amor y no el vil metal.
Sargento:
De todas maneras, nosotros le damos las gracias señor, pues con su valor
salvó a los soldados.
Y sabe señor, a mi me parece lo intuyo y lo digo, que este es el camino
que lleva al tesoro, y creo que a muy poco lo vamos a encontrar.
Capitán:
Yo creo lo mismo, que estamos muy cerca que aquí a la vuelta se
encuentra el secreto, de oro y de luz del gran Macambu.
Acción:
Continúa la marcha con gran esperanza buscando el secreto, de siglos y
tiempos, que dicen que tiene guardado por siempre el gran Macambu.
Un cabo a los gritos alerta al sargento, le dice que el viento silbando
en las ramas, imita a las ranas, también a los grillos y con gran
chillido atrofian los oídos, de todo el pelotón.
Después al instante detrás de los árboles, aparece el gigante que les
corta el paso, y alzando su mano, le ordena a los soldados que paren la
marcha, si no conocerán su rabia.
Gigante:
Adonde vais vosotros sin pedir permiso, no veis que está prohibido el
entrar a estas tierras. Nunca salen los que entran y sus almas vagan,
como todos esos fantasmas que dejasteis atrás.
Sargento:
¿Y quien eres tú? ¿El gran Macambú?
Gigante:
No, no soy el que buscan, yo soy Apolonte el gigante de la noche, que
cuida estas tierras que son muy extensas, que junto al dragón y al león
Nabor, con gran valentía dejamos la vida como guardias eternos de este
gran infierno.
Así que les digo que no pasarán, perdidos están por toda la eternidad.
Sargento:
¿Por qué tu Apolonte guardián de la noche,
tienes cuatro ojos que observan el fondo, y miran profundo, más allá de
este mundo?
Gigante:
Cuatro ojos yo tengo, para mirar los
pensamientos de quienes quieren pasar.
Acción:
El Capitán Marchant, sacó de su cinto con astucia de felino, una pequeña
flauta que con toda el alma, comenzó a soplar.
Gigante:
¿Que es ese instrumento? Parece que el
viento viniese a cantar, yo nunca escuché esa dulce melodía, que mi
atención cautiva; así la quiero escuchar, antes de atraparlos y luego
encadenarlos. Me dejaré llevar por ese instrumento por donde canta el
viento.
Acción:
El Capitán Marchant, sopló y sopló, la
mágica flauta.
Al gigante lo invadió la calma, y el sueño lo atrapó y sus cuatro ojos
cerró y se durmió sin remedio con un ronquido inmenso, contra un árbol
se quedó, tirado y dormido.
Sargento:
Que buena esa melodía. ¿Dónde señor la aprendió? Que casi me duermo yo.
Capitán:
A esa gran melodía, me la cantaba mi tía, en lejanas noches de luna y se
llama canción de cuna.
Sargento:
Espero que no se despierte, que se duerma
para siempre.
Capitán:
Ese gigante dormirá, calculo, que cuatro días, espero por nuestras
vidas, roguemos que así será.
Sargento:
Solo nos falta el león, hay que armarse de valor para poder enfrentarlo,
será el más temible adversario que vayamos a enfrentar.
Dicen que tiene colmillos filosos como cuchillos y que las uñas de sus
garras, están echas de oro y plata, que se come de un bocado a
cuatrocientos soldados.
Capitán:
Pues no pensemos en eso, pensemos que
triunfaremos, que vamos a vencer que ni el hambre, ni la sed nos harán
volver atrás.
Sargento:
Así es mi Capitán, se que vamos a triunfar
y que vamos a volver, y volveremos a ver, nuestra patria y nuestro rey.
Capitán:
Ahora vamos a cantar la canción de los soldados, con empuje y
entusiasmo, no dejemos de marchar.
Acción:
Los soldados van marchando, con valor con
entusiasmo, van al paso redoblado, y con fuerza van cantando la canción
que dice así.
Marchan, marchan
los soldados
con empuje y con
valor,
van al paso
redoblado
al redoble del
tambor.
Marchan, marchan
sin quejarse
este noble
pelotón,
más allá del
horizonte
al compás del
corazón.
Marchan, marchan
los soldados
con honor y
decisión,
todos juntos
como hermanos
al redoble del
tambor.
Acción:
De pronto un rugido escalofriante, del horizonte distante se deja
escuchar, como si fuera un terremoto que se acerca poco a poco, hace la
tierra temblar.
En medio de aquella niebla, una figura siniestra comienza a aparecer,
tiene le melena larga, tiene afiladas sus garras y con voz de trueno se
hace escuchar.
León:
¿Quienes sois vosotros que buscáis ese tesoro? ¿Por qué lo quieren
robar? Pues no saben que no podrán, pues tendréis que luchar, a mí me
van a enfrentar, yo los voy a derrotar. ¿Y luego saben qué? Me los voy a
comer.
Capitán:
No venimos a robar, pues ninguno es un
ladrón y si usted señor Nabor con sus afilados colmillos, intenta
comernos vivos.; entonces usted sabrá, de que vamos a luchar. Pues
nosotros no luchamos por el hecho de luchar.
Nabor:
Yo soy el león salvaje, soy el ojo vigilante y del tesoro soy guardián y
les puedo asegurar que ninguno pasará. A menos que sepan mirar más allá
del horizonte, más allá de cada nombre, más allá de cada estrella, puede
entonces que la puerta sin temor se le abrirá.
Acción:
Mientras el león hablaba con el capitán Marchant, el sargento sigiloso
se acercó poquito a poco con una enorme cadena, atada a una enorme
piedra y después se la envolvió, a la cola del león, y le hizo un enorme
nudo al gigante melenudo.
Y después de haberlo atado con un enorme candado, despacito se bajó y al
capitán le avisó que ya estaba todo listo.
Capitán:
Lo siento señor Nabor, no nos deja otra
opción, pues lo vamos a dejar, así que vamos a pasar, aunque no nos de
permiso pues ya estamos decididos, ese tesoro encontrar.
León:
No me haga usted reír, con esa simple cadena, a mi no me hará mella,
pues usted no me hará nada, ni siquiera una cosquilla pues me duelen las
costillas de reírme nada más.
Capitán:
Tómelo como usted quiera, no habrá lucha, ni habrá guerra pues usted de
esa cadena muy difícil se saldrá.
León:
No hay cadenas que detengan a mi fuerza
desatada, yo trituro con mis garras a millones de enemigos, pues les
clavó mis colmillos sin llegarme a despeinar.
Capitán:
Hasta luego Don Nabor, preste usted mucha
atención de aquí como nos marchamos, y usted detenernos no podrá.
Acción:
Los soldados ya se marchan con espadas y con lanzas, y de pronto Don
Nabor con sus garras de león, se abalanza sobre ellos. No les toca ni un
cabello, pues se encuentra que su cola, anudada a la cadena no se rompe,
ni se quiebra, aunque intente con gran fuerza, prisionero allí se queda
sin poderlos agarrar.
El valeroso Capitán, lo salida y dice adiós, y allí queda aquel león a
la piedra encadenado. Ya se marchan los soldados con astucia y con
virtud a encontrar a Macambú.
Y marchando sin parar, por fin llegan al lugar, que en lo alto se
divisa, afinando bien la vista. Una enorme puerta abierta que los llama
a la caverna donde duerme Macambú.
Sargento:
Me parece Capitán, que tendremos que trepar pues al fin allá el tesoro,
lo podremos admirar.
Capitán:
Tiene razón Sargento de que este es el momento, de subir y nada más. No
sea cosa que un hechizo nos alcance en el camino, para no dejarnos
entrar.
Acción:
Van trepando los soldados con esfuerzo y sin descanso, hasta la cumbre
alcanzar.
Capitán:
Aquí tienen mis muchachos, es la puerta y es la entrada, con esfuerzo y
esperanza entre todos lo logramos, el tesoro está a unos pasos, no se
nos puede escapar.
Acción:
A la cueva, todos entran con sigilo y con paciencia, más de pronto allí
se encuentran y se dan con la sorpresa, de que solo hay una luz que
parece Macambú; pero no hay ningún tesoro, ni de plata, ni de oro.
Solo un niño que descansa tapadito con su manta, que al sentirlos se
despierta, que con tranquila inocencia los saluda nada más.
Capitán:
¿Dónde está el gran tesoro, donde está el gran Macambú, o todo eso eres
tú?
Niño:
Macambú es una leyenda que ilumina la conciencia, y te hace descubrir,
que el tesoro no está afuera, pues el corre por tus venas en perfecta
libertad.
Solo hay que saber escuchar el silencio de su voz, que palpita en tu
interior, que es la luz del corazón.
Capitán:
Pero entonces el pantano y las pruebas que pasamos. ¿Qué pasó con todas
ellas? Con el ruido de cadenas y de monstruos espantosos, de la bruja
con sus ogros, del gigante y del dragón, y de Nabor el gran león.
Niño:
Todo eso que pasaron, usted señor con sus soldados, son los miedos que
llevamos y que están tan arraigados en la mente y en el alma que
perturban nuestra calma.
Al vencerlos encontramos a ese niño de la luz que está lleno de virtud.
Así señor como le digo, no es real ese camino, de que a monstruos
enfrentaron, pues no hay brujas, ni hay malvados; son nuestros miedos,
solo miedos que llevamos aquí en el sentimiento.
Capitán:
¿Pues entonces el tesoro que contiene plata y oro, solo vive en el
interior, dónde late el corazón?
Niño:
Así es señor Capitán, ese niño que usted ve,, ese niño es usted y son
todos sus soldados.
Ese niño es el legado, es la luz del interior donde late el corazón.
Capitán:
Ahora entiendo esta campaña, encontramos el tesoro con la fe y con la
esperanza, que palpita en nuestras almas.
Niño:
Cuando salga usted de aquí, allí afuera encontrará que el pantano ya no
está, ni la bruja, ni los ogros, ni el gigante, ni los monstruos, ni
Nabor con el Dragón.
Usted verá que las tinieblas con el ruido de cadenas, ahí afuera ya no
están.
Capitán:
¿Y los soldados que he perdido, que fue de ellos su destino?
Niño:
Ahí afuera, ahí lo esperan con un sol de primavera, pues ustedes
encontraron que el tesoro está en sus manos, que ese niño está en
ustedes y estará allí por siempre.
Acción:
Y de pronto el ángel niño, se hizo luz en cada uno, en cada ser de todo
el mundo.
Ese es el gran tesoro, codiciado y tan precioso, que palpita entre
nosotros; ese es el Macambú, el tesoro de la luz. |