Diario erótico de Robinson Crusoe, de Alexis Díaz-Pimienta - Scripta Manet, Almería, 2016 - reseña de Caterina Camastra (Italia / México)
Desnuda hierves, oleaje. Robinson redimido por un poeta cubano
Galeotto fu il libro e chi lo scrisse: |
Leí el Robinson Crusoe de Daniel Defoe por primera vez
de adolescente. Recuerdo perfectamente, no obstante la
fascinación que siempre me causaban, y me causan, los relatos de
viajes y aventuras, la sensación de creciente irritación
conforme la trama se desarrollaba. Me empezó a molestar más y
más el cándido colonialismo del personaje, ese discurso peor que
apologético, normalizador. Me causó creciente fastidio el
tedioso y pedante perfeccionismo del náufrago, su casa perfecta
y maniáticamente organizada en cada estante, el hecho de que
tuviera hasta una casa de campo (¡en una isla desierta!), su
celebración encarnada del espíritu del capitalismo, las
metódicas lecturas de la Biblia que le garantizaban superioridad
moral sobre el entorno, su rutina auto-impuesta cuando hubiera
podido concederse la más despreocupada anarquía de horarios, o
bueno, casi. Cuando finalmente Robinson termina logrando salir
de la isla con Viernes y acaba por ¡vender! al mismo Viernes, el
desprecio que me venía mereciendo se volvió abismal (por suerte,
dicho sea de paso, luego llegó Moll Flanders a
reconciliarme con Defoe —pero esa es otra historia). |
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La literatura erótica, la poesía erótica en este caso, es un
género sumamente difícil. Es difícil lograr que se mantenga en
la cuerda floja de lo provocativo, sin decaer en algún punto
entre soez y aburrida. En el caso de este Diario erótico,
el peligro es conjurado por una sutil mezcla de elementos que,
al contrario, hacen del libro nada menos que una joya. La
maestría en el uso del lenguaje que siempre distingue al autor
es el primero, mas no el único.
De inmediato
se hace evidente el tinte onírico, alucinatorio, que permeará el
poemario. Además de los delirios propios de la soledad forzada,
el sol, la deshidratación y esa clase de menudencias, ese tinte
nace de la peculiar encarnación, si así se le puede llamar, de
las fantasías onanistas del náufrago: la mujer que se inventa es
nadie menos que el mar. Esta figura femenina líquida, a veces
desdibujada, a veces tremendamente concreta, siempre poderosa,
palpita entre los versos con fuerza de marea, como en esta
décima:
En esta última
décima sobresale otro de los elementos que contribuyen a hacer
del Diario un libro delicioso: la presencia entrañable
de la literatura. Es un libro que les guiña el ojo a los
lectores apasionados, de mil maneras: en la reedición del amado
artificio de Cide Hamete Benengeli en el prólogo, donde
sonrientes fingimos creernos la historia de un manuscrito
fragmentario hallado en una botella, llegado a manos del
editor-autor a través de un estudiante griego que luce el
ginecológico apellido de Papanicolau; en la conciencia
metaliteraria de Robinson como “su propio personaje”; en las
referencias intertextuales que a la menor provocación se asoman,
evocando desde Orfeo hasta Abelardo, de Eloísa a Ícaro. Lo
fragmentario del manuscrito abona a lo alucinatorio del tono,
haciéndonos creer sin parpadear tanto que Robinson escribía
espinelas en castellano, como que la mujer-mar pudiera de
repente tomar visos de yogui que, como Jassiba en Los
jardines secretos de Mogador de Alberto Ruy Sánchez, hace
el amor con el sol. Al poeta no le queda sino la admiración
jadeante, aderezada por la ligereza y el humor que también son
elementos fundamentales en la alquimia del Diario:
Sin embargo, y
sobre todo, los lectores apasionados nos identificamos con las
menciones constantes de la lectura como actividad de sobrecama
(también sobrehamaca o sobreplaya, sobresofá, etcétera). Ustedes
que me hacen el honor de leerme, damas y caballeros, seguro
conocen ese peculiar placer del descanso después del amor, con
las piernas entrelazadas o la cabeza en el regazo de quien nos
acompaña, un perezoso domingo en la mañana, entre almohadas
estrujadas y sábanas revueltas, leyendo cada quien su libro, o
bien, uno leyendo, el otro oyendo leer. Y díganme si las décimas
que siguen no son de esas que les hacen mover una rodilla, rozar
un cuello o lo que haga falta para llamar la atención de su
acompañante, “oye, mi amor, qué bonito es esto, somos nosotros”:
Tomen este libro, empiecen, ¿se puede saber qué esperan? Y después no habrá manera que al librero lo regresen. Veré que pronto confiesen que en el buró lo tenemos, lugar de los libros buenos. Cómprenlo, sé lo que digo. Y sí, el poeta es mi amigo, pero eso es lo de menos. |
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reseña de Caterina Camastra
(Italia / México)
Publicado, originalmente, en Periódico de Poesía Año 10 Número 109 / Mayo 2018
Periódico de Poesía es una publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/5245
Editado por el editor de Letras Uruguay
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