El buen lector por Italo Calvino traducción de Guillermo Piro
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El Buen Lector espera las vacaciones con impaciencia. Ha dejado para las semanas que pasará en una solitaria ciudad de la costa o la montaña un cierto número de lecturas que aprecia y ya degusta la alegría de las siestas a la sombra, el crujido de las páginas, el abandono al encanto de otros mundos transmitidos por las apretadas líneas de los capítulos. Con la llegada de las vacaciones el Buen Lector da vuelta por las librerías, hojea, olfatea, reflexiona, vuelve al día siguiente para comprar; en su casa baja del estante volúmenes todavía intonsos[1] y los alinea en su escritorio. Es la época en que el alpinista sueña con la montaña que se apresta a escalar; y también el Buen Lector elige una montaña a la que enfrentarse. Se trata, por ejemplo, de uno de las grandes novelistas del siglo XIX, del que no puede decir que haya leído todo, o cuya mole siempre ha inspirado al Buen Lector un poco de temor, o cuyas lecturas, hechas en épocas y edades desesperadas, le han dejado recuerdos demasiado inorgánicos. Este verano el Buen Lector ha tomado la decisión de leer verdadera, finalmente, a ese autor; es probable que no podrá leerlo todo durante las vacaciones, pero en esas semanas atesorará una primera base de lecturas fundamentales, y después, durante el año, podrá colmar cómodamente y sin apuro las lagunas. Se procura entonces las obras que pretende leer, en versiones originales si están en una lengua que conoce, y si no en la mejor traducción que exista; prefiere los gruesos volúmenes de las ediciones que contienen muchas obras pero no desdeña los volúmenes de bolsillo, más aptos para leer en la playa o bajo de los árboles o en los micros. Agrega algún buen ensayo sobre el autor elegido, o a lo mejor un epistolario: ahora tiene una compañía segura para sus vacaciones. Podrá llover y tronar todo el tiempo, los demás veraneantes podrán resultar odiosos, los mosquitos no darle tregua y la comida ser intragable: las vacaciones no estarán perdidas. El Buen Lector volverá enriquecido por un nuevo mundo fantástico. Este, naturalmente, es el plato principal, después hay que pensar en la guarnición. Están las últimas novedades con las que el Buen Lector quiere ponerse al día; están después las nuevas publicaciones en su ramo profesional, para leer las cuales es indispensable aprovechar esos días; y hay que elegir también algunos libros que sean de un carácter absolutamente distinto a los ya elegidos, para dar variedad y posibilidad de frecuentes interrupciones, descansos y cambios de registro. Ahora el Buen Lector puede disponer ante sí un plan de lecturas detalladísimas, para todas las ocasiones, para todas las horas del día, para todos los humores. Si para las vacaciones tiene una casa a su disposición, a lo mejor una casa llena de recuerdos de infancia, ¿qué hay más bello que predisponer un libro para cada habitación, uno para la terraza, uno para la mesa de luz y otro para la reposera? Estamos en la vigilia de la partida. Los libros elegidos son tantos que para llevarlos todos haría falta un baúl. Comienza entonces el trabajo de exclusión: “Este de todos modos no voy a leerlo, éste es demasiado pesado, éste no es urgente”, y la montaña de libros se erosiona, se reduce a la mitad, a un tercio. El Buen Lector ha llegado a una selección de lecturas esenciales que le darán un tono especial a sus vacaciones. Al hacer las valijas unos volúmenes más quedan afuera. El programa se restringe así a pocas lecturas, pero todas sustanciosas; estas vacaciones signarán una etapa importante en la evolución espiritual del Buen Lector. Los días de las vacaciones comienzan a transcurrir velozmente. El Buen Lector se encuentra en óptima forma para hacer deporte y acumula energías para encontrarse en la situación ideal para leer. Pero después de almorzar lo ataca una somnolencia tal que duerme toda la tarde. Hay que reaccionar, y con este propósito busca compañía, que este año es insólitamente simpática. El Buen Lector hace muchos amigos y pasa todo el día navegando, y por la noche está de juerga hasta tarde. Por cierto, para leer hace falta soledad; el Buen Lector medita un plano para aislarse. Cultivar su inclinación por una muchacha rubia puede ser la mejor vía. Pero con la muchacha juega al tenis toda la mañana, a la canasta toda la tarde y por la noche bailan sin parar. En los momentos de reposo ella no está ni un instante callada. Las vacaciones terminaron. El Buen Lector vuelve a disponer los libros intonsos en las valijas, piensa en el otoño, en el invierno, en los rápidos, concentrados quince minutos concedidos a la lectura antes de dormirse, antes de salir corriendo a la oficina, en el colectivo, en la sala de espera del dentista... Nota: [1] [libro] Que está encuadernado sin cortar los pliegos. |
por Italo Calvino (Cuba / Italia)
Traducción
de Guillermo Piro (Argentina)
Publicado, originalmente, en: Diario de poesía Año 18. Nº 68. Agosto a noviembre de 2004
Link del texto: https://www.ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-68/
Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas
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