A propósito de realismo en los años cuarenta en Argentina
por Arnaldo Calveyra

Quiero pedirles disculpas por tener que leer estas notas a propósito de realismo en la Argentina de los años 40: me sería, en verdad, imposible poder darlas de memoria: demasiadas mudanzas en el espacio y en el tiempo para que, entre el año 45 para ser más precisos, y éste de 1993, no haya pasado una cantidad ciertamente infinita de años y que, como resultado, esta noción de realismo que tanto nos agitó durante esos años de postguerra, no figure también entre las pertenencias del más allá.

Por lo tanto, año 1945, año clave en la instalación del gobierno populista del general Perón, yo no tema veinte años y quería ser escritor, mi buena voluntad era sin fallas, toda idea, a priori, era mi aliada, oía hablar a mi alrededor a propósito de teorías literarias, leía libros, diarios, escuchaba la radio, iba al cine.

Primera constatación: el realismo era vivido entre nosotros como un verdadero problema ya que casi no pasaba día sin que alguien no condenara la irrealidad en la cual parecía complacerse nuestra literatura, tributaria desde sus orígenes de la literatura europea, y para intimarnos el deber de realismo, de una descripción lo más rigurosa posible de nuestra realidad.

Según esas mismas voces, el artista en general y el escritor en particular se debía íntegramente a su país, su página debía reflejarlo en forma explícita. El escritor debía, pues, trabajar con todas sus fuerzas para que nuestra literatura pudiera salir del atolladero colonial, para que rompiera con el destino ancestral que nos tenía maniatados de pies y manos a los modelos europeos.

Esas voces procedían la mayoría de las veces de personas que por realismo entendían una versión explícita y hasta voluntaria de la realidad, una manera más de esquematizar las operaciones a menudo tan arduas del espíritu.

Para complicar un poco más las cosas, a esta petición de realismo “a la argentina” se añadía la noción de realismo socialista seguida de cerca por su armónico o primo hermano, en todo caso su corolario: el arte optimista, ambos directamente llegados de Moscú, nociones por lo tanto “bolcheviques” como despectivamente las llamaban nuestros teóricos o celadores literarios nacionalistas.

Con esta serie de normas preestablecidas, resultaba difícil que un cierto realismo encontrara su camino, diría “normal” para desarrollarse y para que un día pudiera fructificar.

Porque, ¿cómo decidir de antemano cuáles fragmentos de nuestra realidad era preciso privilegiar y cuáles rechazar de la página en busca de realismo?, y en el hipotético caso de haberlos podido detectar, ¿cómo dosificarlos?

¿Y cuáles eran esos elementos estrictamente nacionales que debíamos tener en cuenta para honrar, en suma, el color local y cesar de incurrir en una literatura de colonizados?

Y henos aquí, futuros escritores, prontos, una vez más, a derribar puertas abiertas. Todo ello no en nombre de una idea errada de realismo sino, y simplemente, en nombre de una imagen errónea del oficio de escritor.

¿Cómo ponerse a escribir en medio de tales mandamientos colocados siempre aguas arriba de nuestro posible trabajo?, esto exigía de nosotros la cuadratura del círculo ya que entre nuestros legisladores literarios y nuestro deseo de escribir no había prácticamente nada en común.

Sí, era preciso ser inconscientes o presa de ganas urgentes de expresión para ponemos a la tarea pese a la serie de emboscadas y de prohibiciones que se abatían diariamente sobre nuestras cabezas. Sí, ¿qué hacer para llegar a ser escritores made in Argentina?

Condenados desde un comienzo a ser escritores de segundo orden, condenados a escribir una subliteratura emparentada en sus mejores momentos a ciertas formas de periodismo, poniéndonos a la tarea según un programa establecido de antemano con el pretexto de irrealismo, como si la condición humana no fuera la misma -su fragilidad por lo menos- en Buenos Aires que en París.

Es curioso pero Roma, en la cúspide de su gloria imperial no trata sino de copiar el cielo griego, no trata sino de tener su propio Homero...

Es curioso pero esta incesante petición de realismo nos llegaba siempre mezclada de autoritarismo. Cito una frase entre tantas otras de esa misma época: “Lo nacional debe surgir de las obras como signo inconfundible que no tolere, por la fuerza de la evidencia, la discusión” (citado por Carlos Mastronardi en “Formas de la realidad nacional”, editorial Ser, Buenos Aires, 1964).

En ese contexto atravesado de intimaciones y consignas, el trabajo de un escritor como Borges, sus “elucubraciones” como algunos decían con beneplácito de su literatura hecha de literatura (la parte visible del iceberg), estaba llamada al fracaso.

Un caso, en efecto, desesperado, una verdadera enfermedad del alma. Pero ese mismo Borges se levantaba de su lecho de condena, el irreal Borges -personalmente, a menudo se quejaba de irrealidad-, el Borges que había firmado manifiestos contra el nazismo, se levantaba de esa cama para fustigar con humor ejemplar a esos médicos por haber introducido en el país ideas foráneas como el fascismo o el nazismo.

La palabra foráneo -ideas foráneas al decir de nuestros políticos y teóricos del momento-esa palabra llegaba con cada mañana, nos la servían con el desayuno.

Ese mismo año de 1954, recuerdo haber escrito un breve texto donde se trataba de Selma Lagerlof, célebre escritora sueca. Selma Lagerlof desembarca en el puerto de Buenos Aires, alquila un departamento, se rodea de libros y decide comenzar una carrera literaria.

¡Qué pude haber hecho en una vida anterior, no ya para escribir esa página sino para haber podido solamente imaginar una situación semejante! Pude oír reflexiones como ésta: “¿por qué haberse servido de un escritor extranjero y que, para colmo, no habría pensado nunca en poner los pies en Buenos Aires, cosa que de tan inverosímil puede asimilarse a una casi mentira...?”

Según lo que con tanta certeza se me aseguraba, Selma era una extranjera. Esta noción de extranjero, siempre enturbiada, se agitaba en muchas personas y no sólo entre los teóricos nacionalistas de la literatura. Por qué esa palabra podía incomodar a tal punto, sólo años más tarde pude comprender la causa: en la palabra extranjero tan desacreditada era preciso leer en filigrana la palabra inmigrante; ahora bien, inmigrantes todos lo éramos en grados diversos. Yo tan sólo había apreciado la imagen de esa mujer llegando al puerto de Buenos Aires acaso con montones de manuscritos en sus valijas (todavía hoy, por poco que me pongo a reflexionar en ella, creo que volvería a amar esa imagen). Lejos de mi, en todo caso, la idea preconcebida de hacerla “trabajar” en una página de color local.

¿Resultaba tan inverosímil que alguien procedente de un lejano país hubiera podido un día desembarcar en el puerto de Buenos Aires?

Una vez más, nuestro propio fantasma volvía vestido esta vez de inmigrante. Una vez más, se olvidaba que también nosotros, un día u otro, como Selma, habíamos desembarcado en el puerto de Buenos Aires. Lo sabíamos todos en el fondo de cada uno de nosotros pero había quienes se esforzaban por hacerse los desentendidos. En esto, creo yo, consistía toda la diferencia.

‘Y ya que yo había necesitado un escritor del sexo femenino -la palabra necesitar, tener necesidad de, a esta altura de las cosas, me parecía ya carecer de objeto-, porqué diablos no haber recurrido, por ejemplo, a una figura nacional como la de Eduarda Mansilla, primera escritora argentina y, además, descendiente directa de Juan Manuel de Rosas?”

Como se podrá observar, en ninguna de esas interrogaciones se hacía referencia al hecho literario, así como tampoco a la calidad de mi texto. De este modo, nos reencontrábamos en pleno arrabal de la literatura.

En cuanto a la epopeya populista anunciada al comienzo de estas notas, esa epopeya se hallaba en lo mejor, volvía nuestra irrealidad de más en más cierta, de más en más real, proseguía su tarea de oscurecer aún más el panorama con sus verdades de más en más aproxi-mativas, de más en más acá de cualquier verdadero examen, todo ello en medio de encuentros multitudinarios en plaza de Mayo y gracias a una secretaría de información puesta a funcionar a tiempo completo. País vuelto cristal inmenso preso en la niebla.

Realismo es una palabra que después perdí de vista. Muchos años más tarde, la encontré en un diccionario donde se afirmaba que Flaubert era un escritor realista. Pero ese diccionario omitía decir si Flaubert es un autor de genio gracias al realismo: esta manera que es la suya de alinear frases más o menos banales, aplicarlas a cualquier nivel de conciencia haciéndolas acompañar (¿o preceder?) de una melodía siempre como a punto de callarse. O inversamente.

Una vez dicho esto, no creo que en las operaciones del espíritu puedan existir definiciones únicas, por lo tanto me permito aventurar una definición de la palabra realismo que procede de la pintura (acabo de ver una exposición que muestra a Cézanne en todo su esplendor). Realismo sería un centímetro de Cézanne en sus mejores momentos, esta impregnación extrema de cada instante de tela desembocando en una forma de minimalismo ya sin relación directa con el tema tratado. Lo que estoy viendo, lo que veo, a lo que me invita, es a una victoria de cada centímetro*cuadrado de tela pintada y, sin quererlo, a la victoria del arte en su totalidad.

¿Verdad poética del centímetro cuadrado de Cézanne?: no sabría decir... las palabras, en ciertas ocasiones, como la realidad, pueden ser perfectamente evasivas...

¿Nacionalizar una literatura, por qué no?... no tengo nada en contra, pero no antes de la página. Se diría que un día (pero por suerte no sabemos qué día), el espacio, un espacio que le sería de algún modo adicto, propio a ella, a esa página escrita, comienza a inmiscuirse y como a dialogar con ella.

Estoy de acuerdo con nacionalizar una literatura. De existir de veras personas que lo deseen. .. Pero que antes se le deje el tiempo de florecer fuera de consignas y decálogos, de crecer en libertad.

Pero después, mucho después, lo más tarde posible. Y después de todo, eso ya tiene poca importancia.

 

por Arnaldo Calveyra

(1993 - leído en el Festival International de Biarritz -Cinéma et cultures de L’ Amerique Latine- inédito)

 

Originalmente en Diario de Poesía Nº 69. Año 18 Diciembre de 2004 a Marzo de 2005

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n-69/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

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