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Cátedra Morazánica



La cívica y eterna Batalla de La Trinidad
Por Lic.
Miguel Cálix Suazo

Vice Presidente del Instituto Morazánico

Secretario General Fundación Morazánica

Miembro del Directorio de la CASA DE MORAZÁN

Premio Nacional de Ciencia José Cecilio del Valle

miguel.calix.s@gmail.com

 

No es sólo a un hecho del pasado –ocurrido el domingo 11 de noviembre de 1827- al que quiero referirme, sino a un suceso permanente de nuestra Historia, por que hoy como en ese lejano día y aun en lo porvenir, se seguirán librando en Centroamérica muchas Batallas de La Trinidad, por el choque entre las ideas de los conservadores de la Colonia y del Imperio de Iturbide, que aun perduran, y los amantes de la libertad y del progreso de la Patria Grande, que con sólidos y altos principios quiso dejarnos Francisco Morazán Quesada.

 

Porque más que la descripción de hechos perceptibles para la generalidad, conviene resaltar los ideales de un verdadero patriota, el más grande de todos los tiempos, para construir los destinos de la República de Centroamérica e insertarla con honor en el concierto del mundo, hoy más que nunca necesario por las interrelaciones que impone la globalidad y la tecnología, que avanzan a pasos agigantados cada día y que amenazan dejarnos al margen del progreso y bienestar, si no vencemos las ideas provinciales de antaño, de querer erigirnos en cinco pobres Estados autónomos del Gobierno Federal. Porque seguir la escuela de Morazán en su lucha por las instituciones libres de Centroamérica es la única enseñanza que puede resguardarnos de la vorágine de los deprimentes niveles de corrupción que hoy nos corroen en todos los dilatados confines del Istmo. Porque por no tener una sólida y sentida nacionalidad centroamericana, se impone la necesidad de estudiar las ideas de este preclaro hombre, para que nos inspiren aliento y fe para mejorar por nosotros mismos la situación presente y nos alumbren el camino de un mejor porvenir para las generaciones venideras. Porque para superar los índices de pobreza en todos los órdenes –especialmente el moral- necesitamos cobijarnos en la bandera que tremoló Morazán en los campos de la Trinidad en donde también, se destacó con bravura otro de los más grandes e incorruptibles prohombres, José Trinidad Cabañas, que así se comprometió por todos los siglos en la eterna epopeya en pro de la Unidad de la Patria Grande y de sus instituciones republicanas.

 

Más que un sitio en que se encontraron dos bandos por obtener mejores posiciones militares, La Trinidad es el escenario en donde la libertad libró combate contra la iniquidad y los deseos por preservarnos en la más abyecta oscuridad, y en donde de un honrado y patriota ciudadano que era Morazán, nació el genio que hoy llena las páginas de la Historia aun más allá de nuestras fronteras centroamericanas. Porque hay que resaltar que cuando Morazán entró en ese combate no había recibido instrucción militar alguna, era un hombre de pensamiento netamente civil, con la incompleta formación escolar que aquel precario medio de Tegucigalpa pudo darle. Nada había estudiado de reglamentos de Táctica, ni de marchas por etapas, menos de estrategia, ni de Castrametación, pero precisamente por ello es que su genialidad resulta más sorprendente ahora que podemos estudiar objetivamente sus proezas.

 

No obstante todo lo anterior, los hechos del pasado no pueden estar relegados a los archivos para que sólo los estudien los que se dedican a estas actividades, sino que todos los centroamericanos debemos conocerlos, porque nos ayudarían a extraer enseñanzas valiosas y a partir de ellos forjar un porvenir más halagüeño para los pueblos. En ese sentido, es conveniente que antes de describir los pormenores de la hazaña de La Trinidad, señalemos las ideas e ideales que prevalecían durante los primeros años de la Independencia, porque sin duda así podemos entender mejor los antecedentes de los sucesos de la Batalla que hoy rememoramos.

 

Morazán fue gran civilista y defensor ferviente del Estado de Derecho de Centroamérica, a tal punto que en varias ocasiones ofreció su vida por la causa de las libertades públicas, lo que se cumplió plenamente, pues “murió por dar un Gobierno de Leyes a Costa Rica”, como lo expresó él mismo en su inmortal testamento. En tal conducta, el Ejército le servía únicamente para respaldar sus acciones democráticas y republicanas, lo que se puso de manifiesto muchas veces, por ejemplo, desde el momento mismo en que -el sábado 29 de setiembre de 1821- el Ayuntamiento de Tegucigalpa recibió los pliegos de la Independencia proclamada en Guatemala catorce días antes, en el Palacio de los Capitanes Generales; también cuando fue Ministro y Jefe de Estado de Honduras; Presidente de la República de Centroamérica; Jefe de Estado de El Salvador y, finalmente, Jefe de Estado de Costa Rica.

 

En la primera ocasión mencionada, Morazán abrazó ardorosamente la causa republicana, cuando frisaba veintinueve años de edad y había solidificado sus ideas de justicia y democracia en el desempeño de importantes cargos en la Municipalidad y Juzgado de Morocelí y en la Escribanía de León Vásquez y del Alcalde Mayor, en Tegucigalpa. El día anterior, por desgracia, Comayagua influida por el Intendente Brigadier don José Tinoco Contreras, que era español, se había pronunciado en favor de que la Provincia de Honduras se uniese a México. He aquí, pues, una situación de ideas contrapuestas, que de inmediato produjo grandes desavenencias entre ambas poblaciones, lo que degeneró en un conflicto armado que impactó negativamente en todos los órdenes. En ese incidente, por corresponder plenamente a las ideas independentistas, Morazán, que era Teniente de Milicias de Tegucigalpa, apareció formando en la Primera Compañía, como Ayudante del Primer Batallón. Por una ironía del destino, en estas mismas filas republicanas vino de Guatemala en diciembre de 1821 el que más tarde sería su contrincante en la Batalla de La Trinidad, José Justo Milla Arriaga, quien comandaba un contingente de 400 hombres en apoyo de la Emancipación ya proclamada.

 

Gran decepción sufrió sin duda Morazán, cuando apenas a cuatro meses de haberse proclamado la Independencia, el jueves 5 de enero de 1822 los conservadores de Guatemala anexaron el país al Imperio de Iturbide y recibimos en el Istmo la presencia del representante de éste, el Brigadier mexicano don Vicente Filísola con 600 soldados para ahogar las ideas libertarias. La división entre Tegucigalpa y Comayagua se agrandó y lo propio ocurrió en el resto de las más importantes ciudades de Centroamérica. Por fortuna, este mismo militar mexicano se vio obligado el sábado 29 de marzo de 1823 a convocar a la Diputación Provincial para que se actuara conforme lo prevenía el Acta de Independencia del sábado 15 de setiembre de 1821; y como resultado, tres meses después se instaló la Asamblea Nacional Constituyente, la que declaró el martes 1 de julio de 1823 que las Provincias eran libres e independientes de España, México y de cualquiera otra potencia, así del antiguo como del nuevo mundo.

 

Más tarde, el viernes 22 de noviembre de 1824, la Asamblea emitió la Constitución de la República Federal de Centroamérica, en virtud de la cual se crearon los Estados de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, independientes en su gobierno interior, lo que dejó a la Presidencia Federal muy débil, con limitadas atribuciones, y vino a ser el mayor error político y el origen nefasto de las disensiones de entonces y que aún hoy perduran. En tales Estados tomaron posesión en 1824 los diferentes Jefes y Vice Jefes, que en el caso de Honduras fueron don Dionisio de Herrera y don José Justo Milla Arriaga, como ya mencioné; y Herrera nombró a Morazán como su Ministro General, y en tal concepto éste refrendó la primera Constitución del Estado emitida por la Asamblea Constituyente el domingo 11 de diciembre de 1825. Luego, el miércoles 26 de abril de 1826, Morazán fue electo Consejero de Estado, y dejó de ser Ministro. En virtud de aquel cargo, en seguida fue nombrado Presidente del Consejo, y esta alta posición era la que desempeñaba cuando participó en la Batalla de La Trinidad, lo que le daba más jerarquía que a los demás militares.

 

Por otra parte, una vez efectuadas las elecciones que había ganado don José Cecilio del Valle, pero que le fueron burladas, desde el viernes 29 de abril de 1825 había tomado posesión como primer Presidente Federal de Centroamérica, el General Manuel José Arce, el que desafortunadamente bien pronto abandonó la causa de los liberales que lo encumbraron al poder y se entregó en manos de los conservadores, los Aycinena, sin prever que éstos andando el tiempo le arrebatarían el poder para convertirse en dueños absolutos de la suerte de Centroamérica. Arce entonces ordenó la prisión del Jefe de Estado de Guatemala el martes 10 de octubre de 1826, lo que produjo la muerte anticipada de la República, porque a partir de ahí se produjo una lucha de ideas sin cuartel en todo el ámbito centroamericano que nos condujo a una constante guerra, que impactó de tal suerte en todos los pueblos hasta el punto de mantenernos divididos aún hoy en día, al pretender cada uno vivir reducido a la pequeñez de un mundo sin horizontes que no nos permite ser respetados plenamente en el concierto de las naciones del mundo.

 

En dicho contexto, a la par de la enconada lucha entre Guatemala y El Salvador, se produjo entonces lo más desastroso para Honduras: la invasión desde Guatemala, en marzo de 1827, de las tropas de Arce, al mando del Coronel José Justo Milla Arriaga, que tras renunciar al elevado cargo de Vice Jefe de Estado de Honduras se había trasladado a Guatemala. Tras pasar por los Llanos de Santa Rosa, Intibucá y Yamaranguila, Justo Milla puso sitio a la Capital, Comayagua, a partir del miércoles 4 de abril, y estableció su cuartel general en la iglesia del barrio de San Sebastián. Herrera protestó ante Arce y también pidió auxilios a los Estados de El Salvador y Nicaragua; además hizo propuestas de paz a Milla, pero éste, lejos de acceder a ello, lo instó a la rendición. Ante esta situación, el Coronel don Remigio Díaz, Comandante General del Estado y Morazán, que en calidad de Presidente del Consejo Representativo y de patriota se encontraba acompañando a Herrera, burlaron la vigilancia de los sitiadores, en las sombras de la noche, para dirigirse a Tegucigalpa en busca de auxilios, en donde consiguieron unos 300 soldados y varios oficiales y patriotas, con los que se propusieron atacar a los sitiadores, y con la esperanza de recibir otros 200 hombres que les envió el Vice Jefe de Estado de El Salvador, don Mariano Prado, al mando del Coronel Cleto Ordoñez, quien lamentablemente en vez de dirigirse directamente a Comayagua, lo hizo a Tegucigalpa, en los momentos en que más necesario le era a Herrera tal apoyo, pues sin él se hallaba perdido.

 

El Coronel Díaz y Morazán con los hombres reclutados en Tegucigalpa llegaron a dos o tres millas de Comayagua, o sea a la Hacienda de La Maradiaga, y trabaron combate con tropas del Capitán Rosa Medina. Este último al ver que sufría muchas bajas propinadas por las falanges morazanistas ordenó la retirada, que se llevó a cabo en completo desorden, pero Díaz y Morazán, por habérseles acabado el parque que llevaban, no pudieron perseguirlos y mucho menos ayudar a la causa de Herrera. Por esta razón tuvieron que dispersarse, y regresaron a Tegucigalpa. Mientras tanto, el desaliento cundió en las filas de los sitiados, por lo que hubo dos jefes españoles traidores, Antonio Fernández y Ramón Tablada, que entraron en arreglo con Milla, y entregaron la plaza y al propio Jefe de Estado, el viernes 11 de mayo de 1827, después de 37 días de asedio.

 

Morazán y los Coroneles Remigio Díaz, José Antonio Márquez y José María Gutiérrez, para evitar ser capturados y vejados, abandonaron Tegucigalpa y se unieron a la fuerza auxiliar salvadoreña, que ahora se dirigía a Nicaragua, Estado que también se hallaba perturbado; pero los hondureños pronto se separaron en Choluteca por repudio a un asesinato cometido por el Jefe de los salvadoreños en contra del español Miguel Madueño con el propósito de robarle. Al hacer esto, Morazán y sus compañeros decidieron entonces pedir garantías al Coronel Milla para permanecer en Honduras, quien se las concedió, por lo que aquellos se dirigieron a Ojojona, con tan mala suerte para Morazán que a las diez horas de haber llegado fue apresado por el Teniente Salvador Landaverri, de orden del Mayor Ramón Angiano, Comandante local de Tegucigalpa. A pesar de que Morazán mostró el pasaporte que le había extendido Milla, fue llevado a la cárcel de Tegucigalpa, en donde se le vejó por veintitrés días, hasta que burlando la vigilancia de sus captores logró evadirse aprovechando la oscuridad de la noche. Morazán marchó entonces a San Miguel, El Salvador, para buscar auxilios para liberar Honduras. Luego se dirigió en compañía de los Coroneles Díaz y Márquez a la ciudad de León, en Nicaragua, a donde llegaron a mediados de setiembre. Aquí se dio a Morazán y sus compañeros 135 hombres y con dicha fuerza se dirigieron a Choluteca en los primeros días de octubre, en donde engrosó las filas con muchos hondureños y el auxilio que le mandó el Gobierno salvadoreño, al mando del Coronel Vicente Huezo.

 

El Coronel Milla dominaba la situación de Honduras: había triunfado en Comayagua, reducido a prisión al Jefe de Estado don Dionisio Herrera y nombrado nuevas autoridades. El sábado 8 de setiembre de 1827 se había trasladado a Tegucigalpa, de donde pretendía dirigirse a San Miguel, El Salvador, que era su objetivo, según las instrucciones recibidas de Arce. El jueves 27 de ese mes y año tuvo conocimiento de que fuerzas contrarias, procedentes de El Salvador, al mando del Teniente Coronel Gregorio Zepeda, avanzaban por el Sur e hizo salir a su encuentro al Sargento Mayor Gregorio Villaseñor, quien entró en contacto con ellas el viernes 28 en el altiplano y pueblo de Sabanagrande y las derrotó.

 

Entre tanto Morazán organizó los 500 hombres reclutados y emprendió su acción defensiva por etapas: Pavana, Pespire, San Antonio, La Venta y Sabanagrande, a donde llegó el sábado 10 de noviembre a medio día. En Pespire quedó enfermo el Coronel José Antonio Márquez. En esta marcha, como dice el Coronel don Pedro Rivas, ex Secretario de la Academia Militar de Tegucigalpa y autor de una Monografía sobre la Batalla de La Trinidad, Morazán se revela como el militar insospechado, el estratego maravilloso y sorprendente, el genio que más tarde había de fatigar a la victoria, ya que estableció servicios de exploración y patrullas a lo largo de la línea de operaciones que comprendía todos los caminos paralelos y divergentes de los cuales obtenía hombres, ganado y provisiones, más un cúmulo de datos que lo informaban del menor movimiento del enemigo. En Sabanagrande, dividió sus fuerzas en dos columnas, y tomó el mando de la vanguardia para ir a fijar el escenario de la batalla. La segunda falange, al mando de los Coroneles José María Gutiérrez y Jesús Osejo y del Capitán Francisco Ferrera, la dejó en este lugar en calidad de reserva, con órdenes de acudir al primer llamado que se le hiciera. Tras una jornada de 10 kilómetros acampó en los cerros del Guapinol y La Trinidad en el Valle de este último nombre. Por su parte, Milla, obligado por las circunstancias había salido de Tegucigalpa esa misma mañana y en la meseta del Cerro de Hula, bajo el azote del frío del lugar, esperó el amanecer.

 

De conformidad con el croquis de la Batalla elaborado por el Coronel don Pedro Rivas, y con la descripción del suceso que hizo en 1944 el hondureño don Héctor Medina Planas en la Revista de los Archivos Nacionales de Costa Rica, Nº 5-6 (páginas 305/325) puede saberse hoy el teatro de tales operaciones: “El Valle de La Trinidad, tiene 7 kilómetros Sur-Norte por 1.5 de latitud Este-Oeste, con marcadas entrantes y salientes a que dan lugar los contrafuertes y vaguadas de las colinas circundantes; terrenos arcillo-arenosos cubiertos de pinares y sabanetas de pancrama intertropical bellísimo. De Sur a Norte, costeándose al Este va el camino real de herradura de Sabanagrande a Tegucigalpa, y a un tercio de su entrada al valle se desarticula el camino de Ojojona en dirección N. O. N. por el talweg del valle, mientras el de Tegucigalpa atraviesa una quebrada y continúa N. N. E. empinando hacia las partes más altas del extremo N. E. cerca del cerro, que desde aquella época se llamó de Milla. Los cerros de La Trinidad y El Guapinol están situados al S. O., y el de Milla al N. E.: de modo que una recta imaginaria que los uniera, sería aproximadamente oblicua o diagonal al cuadrilátero del Valle. El cerro de Milla es como 125 pies más alto que los anteriores”.

 

Milla apareció entre ocho y nueve de la mañana del domingo 11 de noviembre, en la cumbre más alta de este teatro de operaciones, hacia el Noreste, después de un recorrido de 12 kilómetros y de los 24 que había transitado el día anterior. Este Jefe era militar de escuela experimentado, pero vacilante, de ideas poco fijas y algo lento. El enemigo ya parapetado desde temprano lo invitaba a la pelea; “no podía esperar que lo atacaran, ni regresar a su base de operaciones; tampoco avanzar sin combatir, porque aún cuando al pasar por el camino real en dirección a Sabanagrande a 550 metros del cerro de La Trinidad hubiera quedado fuera de la zona peligrosa, no es probable que no entrara en contacto en situación desventajosa”. Esto es así por lo que ya dije: que en Sabanagrande se toparía con la retaguardia morazanista y habría tenido que recibir los fuegos de frente y por la espalda. En estas condiciones “tomó posesión de todo el cerro conocido entonces con el nombre de Milla; emplazó su artillería para proteger el avance de la infantería y se decidió a desalojar al adversario de sus parapetos, que fueron sus objetivos”.

 

Agrega Medina Planas en su relato citado: “Milla tiene 600 combatientes; Morazán 250 en el frente y 250 de reserva a 10 kilómetros de distancia: el primero toma la iniciativa, hace descender sus fuerzas. Rivas dice que el orden de batalla fue el de tiradores; nosotros pensamos que, dado los contingentes, la época y los resultados de la acción, que Milla condujo su gente en columnas para tomar las posiciones contrarias, aun por asalto si fuere necesario; mientras, cañoneaba para proteger el avance. Morazán resiste el ataque a los dos cerros; la vaguada entre sus posiciones quedó libre porque el enemigo no podría exponerse a dos fuegos cruzados que le herirían por la espalda, y las tropas constitucionalistas se podían comunicar por las curvas de nivel completamente fuera del alcance de las armas contrarias. Cuando los atacantes llegaron al límite de resistencia sin lograr su objetivo, todas las tropas estaban empeñadas. Morazán desciende como un rayo, (el Coronel Rivas dice que lentamente) formó un martillo para envolver a Milla cortándole la posibilidad de regresar a sus posiciones primitivas, los arrojó al N. O. sobre el Jícaro del Burro y finalmente al descenso de Los Laureles, donde se declararon en completa derrota. Morazán sube al cerro de Milla que quedó abandonado, pudiendo así capturar la artillería y los dos baúles de correspondencia oficial. La batalla duró pocas horas, quizá seis…”

 

La Trinidad fue el resultado de un plan estratégico de Morazán, y no de un hombre que “no excedía las proporciones de un cabo de escuadra”, como lo calificó en 1887 don Julián Volio, el más furibundo antimorazanista costarricense (Revista de los Archivos Nacionales Nos 3 y 4, 1941, página 130) que fue hijo de don José María Volio, soldado este último que combatió al lado de Morazán y uno de los únicos dos que por conspirador el Caudillo no permitió desembarcar en Caldera, Costa Rica, en 1842, cuando Morazán depuso al dictador Braulio Carrillo Colina, a petición de los propios costarricenses.

 

El significado de dicha Batalla es la lección que puede dar el triunfo de la razón y la pureza de las nobles causas del pueblo a quienes pretenden hollar las libertades públicas. Ahí nació el genio militar del gran civilista que había venido al mundo en 1792 bajo los pinares de Honduras, y que ahora se había erigido en el árbitro de los destinos de Centroamérica, pues es precisamente la liberación de Honduras por parte de Morazán de las huestes de Arce, la que le abre las puertas de la Historia, ya que inmediatamente que este Estado quedó limpio de enemigos y de que su hazaña se expandió por los confines del istmo, fueron requeridos sus servicios, primero por El Salvador y luego por Guatemala, para llegar así a ser el Presidente de la República de Centroamérica, por dos períodos consecutivos con un total de ocho años. Ahora a los herederos de su ideales, toca cumplir su legado de reconstruir la Patria Grande, para lo cual ya los Presidentes de Centroamérica dieron el primer paso al suscribir el martes 2 de setiembre de este año de 1997 la Declaración de Nicaragua, por medio del cual se acordó la UNION POLITICA gradual y progresiva, como expresión superior de la asociación comunitaria estipulada en el Protocolo de Tegucigalpa de 1991. 

 

LA BATALLA DE LA TRINIDAD

 

(Extracto tomado de MORAZAN COMIO MILITAR, Ensayo de divulgación y crítica, por Héctor Medina Planas, San José Costa Rica, 1943[1])

 

 “…De cuanto conocemos, sólo hay estudios de dos de las batallas, la de La Trinidad y la de Perulapán, hechos por los señores coroneles Don Pedro Rivas y Don J. Ascencio Menéndez respectivamente…Nuestras apreciaciones sobre la Batalla de La Trinidad…se basan en su mayor parte en el estudio y planos del señor Rivas, aunque en algunos juicios, discrepamos de su opinión. La Trinidad fue el resultado de un plan estratégico del General Morazán, cuyo objetivo era Comayagua para situar allí su base de operaciones, limpiar todo el territorio de Honduras de enemigos y marchar a continuación sobre las tropas dictatoriales que sitiaban la ciudad de San Salvador.

 

Observemos que Morazán no había asistido a escuela militar, ni tampoco se entrenara en servicio de cuartel: era un hombre netamente civil, con la deficiente instrucción que podía adquirirse en aquel precario medio del Real de Minas de Tegucigalpa. No es posible que se hubiera preparado en Táctica, ni siquiera aprendido sus elementos, pues fue posterior a esa época la llegada de la famosa obra del Marqués de Duero, tan conocida por nuestros antepasados. Nada sabía de Reglamentos Tácticos, ni de Armas Portátiles; menos de estrategia, ni de Castrametación, ni de marchas por etapas; en fin nada de nada! Pero su genialidad se manifiesta precisamente ahí: una intuición peculiar, un instinto muy suyo, lo hizo adivinar todo y crear los recursos que le escatimó el medio.

 

En su primera campaña tiene por teatro de operaciones el sur, centro y occidente de Honduras: él no piensa en otra cosa, antes de resolver favorablemente el problema que tenía enfrente.

 

Hagamos algunas consideraciones. El Coronel Don José Justo Milla era dueño de Honduras: había triunfado en Comayagua, reducido a prisión al Jefe de Estado Don Dionisio Herrera y cambiado todas las autoridades. El 8 de septiembre de 1827 se traslada a Tegucigalpa, adelantando en la marcha los trenes de parque, artillería e infantería, y dejaba guarnecida la plaza con 50 hombres.

 

El objetivo del Coronel Milla era San Miguel, según las instrucciones recibidas del Comandante General de las tropas, Don Manuel José Arce. No pudo llenar ese cometido por una serie de circunstancias que a él le parecieron insuperables y que la historia hizo públicas después. El 27 tuvo conocimiento de que fuerzas enemigas, procedentes de El Salvador se aproximaban por el Sur e hizo salir a su encuentro al Sargento Mayor Gregorio Villaseñor, quien entró en contacto con ellas el 28 en el altiplano y pueblo de Sabanagrande, 50 Kms. Sur de Tegucigalpa. Las tropas enemigas en número de más de 400 infantes al mando del Teniente Coronel Gregorio Zepeda fueron derrotadas, dejando en el campo, según los partes de Villaseñor, 100 y pico de fusiles, 1 cañón, todo el parque de artillería e infantería, más de 50 caballos, 1 bandera, 4 cajas de guerra, la indumentaria, más de 20 muertos, muchos heridos y algunos prisioneros: aquello fue un desastre! Otro parte da el detalle de que las municiones eran 40 cartuchos de cañón, 8,000 de fusilería, 50 prisioneros y 7,000 pesos de plata. El Coronel Milla escribió el 30 al Cuartel General de Izalco diciendo, salía en aquellos momentos. 

 

En el ínterin Morazán había organizado 135 hombres en León y marchó con ellos sobre Honduras. Llegó a Choluteca donde estableció su base de operaciones. Cualquiera supondría que en tan difíciles momentos, este jefe hubiera optado por internarse al Salvador en busca del apoyo que allá pudieran haberle dado, quienes con mejores elementos luchaban contra las tropas dictatoriales de Arce: es lo más lógico. Milla estaba de triunfo y bien equipado, conocía perfectamente el terreno y rodeado era de esa aureola que da el Poder que en aquellos momentos tenía sobre las armas unos 6,000 soldados bajo la dirección de los más conspicuos jefes del país. No desistió de su propósito, sin embargo, y ello prueba una de dos cosas: que Morazán tenía un espléndido servicio de espionaje del que discernía lo exacto y justo, y conoció la precaria situación de Milla o que la intuyó en los destellos de sus especiales talentos: en realidad, el estado del jefe servil era más que flaco: Villaseñor después de su triunfo en Sabanagrande le pedía que lo salvara porque no podía moverse, y Milla escribía cartas plañideras al Comando General; los serviles de Tegucigalpa, presas del pánico pedían que el jefe victorioso no los abandonara a su suerte; pero todo esto es cosa que se ha conocido casi un siglo después.

 

Morazán organiza 500 hombres y emprende su línea de etapa como sigue: Pavana, Pespire, San Antonio, La Venta y Sabanagrande, a donde llegó el 10 de noviembre a medio día, de manera que debió iniciar la marcha el 4. A todo esto, Milla no se movía, y por lo tanto, en la inacción se reducía la moral de sus tropas, hasta que finalmente fue obligado a combatir en el teatro y hora que su contrario quiso.

 

El Coronel Rivas, ya citado, dice que en esta marcha se revela el militar insospechado, el estratego maravilloso y sorprendente, el genio que más tarde había de fatigar a la victoria; y ciertamente porque dio evidencia de sujetarse a la técnica de las marchas, estableció servicios de exploración y patrullas a lo largo de la línea de operaciones que comprendía todos los caminos paralelos y divergentes de los cuales obtenía hombres, ganado y provisiones, más un cúmulo de datos que lo informaban del menor movimiento del enemigo.

 

En Sabanagrande, después de tomar el rancho, dividió sus contingentes en dos columnas por mitad, tomando el mando de la primera con la que se adelantó a fijar el teatro de la batalla y tomar posiciones. La segunda quedó en calidad de reserva en el pueblo, con orden de pernoctar allí y concurrir según las indicaciones que recibiera. Nótese que Morazán supo desde entonces y no dejó de practicarlo en el curso ulterior de su vida que debía tener tropas de reserva, en descanso y que nunca comprometió de plano el total de sus combatientes. Más adelante veremos cómo el General Morazán siempre estuvo en el preciso lugar en que su presencia era necesaria para decidir el triunfo.

 

Solamente hizo una jornada de 10 Kms. y acampó en los cerros del Guapinol y La Trinidad en el Valle de este último nombre; se construyeron los abrigos del caso, y mientras él vivaqueaba a 3,650 pies de altura en el lugar apacible que goza en esa estación de una temperatura nocturna de 16º, sus reservas descansaban en el pueblo a una distancia de hora y media en caso de necesidad. ¿Y el Coronel Milla?...obligado por las circunstancias había salido de Tegucigalpa esa misma mañana y hacía noche en La Bodega, meseta inclemente del Cerro de Hula, donde no había más que una casa gubernamental para cubierta del viajero y sopla un cierzo lacerante que con frecuencia toma carácter de vendaval.

 

 

Por el conocimiento propio y con el auxilio del croquis que aparece en la obra del Coronel Rivas, podemos hacer una breve descripción del teatro donde se libró la batalla: El Valle de La Trinidad tiene 7 kilómetros Sur-Norte por 1.5 de latitud Este-Oeste, con marcadas entrantes y salientes a que dan lugar los contrafuertes y vaguadas de las colinas circundantes; terrenos arcillo-arenosos cubiertos de pinares y sabanetas de pancrama intertropical bellísimo. De Sur a Norte, costeándose al Este va el camino real de herradura de Sabanagrande a Tegucigalpa, y a un tercio de su entrada al valle se desarticula el camino de Ojojona en dirección N. O. N. por el talweg del valle, mientras el de Tegucigalpa atraviesa una quebrada y continúa N. N. E. empinando hacia las partes más altas del extremo N. E. cerca del cerro, que desde aquella época se llamó de Milla. Los cerros de La Trinidad y El Guapinol están situados al S. O., y el de Milla al N. E.: de modo que una recta imaginaria que los uniera, sería aproximadamente oblicua o diagonal al cuadrilátero del Valle. El cerro de Milla es como 125 pies más alto que los anteriores. Pobre caserío, donde al menos, se podía contar con agua caliente al amparo de cocinas muy aseadas”.

 

Nótese que las tropas de Morazán, aparte de considerar la moral, que tuvieran, comparada con las de Milla., habían pasado una noche tranquila, estaban desayunadas, descansadas y parapetadas: las de Milla hicieron el día anterior una marcha de 24 Kms., conducían toda la impedimenta y los equipajes, incluyendo en ellos hasta dos baúles de correspondencia oficial: este último dato pone de relieve que el Coronel Milla tenía absoluta confianza en el triunfo y no pensaba volver a Tegucigalpa, sino continuar su viaje  a San Miguel para cumplir el objetivo estratégico y su consiguiente político, de favorecer un pronunciamiento de aquella plaza a favor de los serviles.

 

Aparece  el Coronel Milla entre ocho y nueve de la mañana del 11 de noviembre, en la cumbre más alta del teatro, hacia el Noreste, después de un recorrido de 12 Kms.: para esto, hubo de haber levantado su campamento a las dos de la madrugada. Repetimos que este Jefe era militar de escuela experimentado; que no se tiene dato que fuese un cobarde y si harto prudente; no era hombre de limitada inteligencia: fruto de su paternidad fue el ilustre literato Don José Milla y Vidaure. Sólo puede decirse en su contra, que era un vacilante, de ideas poco fijas y un modorro.

 

El enemigo con su actitud lo invitaba a la pelea; no podía esperar que lo atacaran, ni regresar a su base de operaciones; tampoco avanzar sin combatir, porque aún cuando al pasar por el camino real en dirección a Sabanagrande a 550 metros del cerro de La Trinidad hubiera quedado fuera de la zona peligrosa, no es probable que no entrara en contacto en situación desventajosa; mas, en Sabanagrande estaba la retaguardia enemiga y para vencerla habría tenido que recibir los fuegos de frente y por la espalda; de manera que optó por el único camino que le quedaba: tomó posesión de todo el cerro conocido entonces con el nombre de Milla; emplazó su artillería para proteger el avance de la infantería y se decidió a desalojar al adversario de sus parapetos, que fueron sus objetivos.

 

El orden táctico usado en Europa era el cerrado; Napoleón había introducido los principios de celeridad, masas y el ataque en columnas de gran densidad; en España dio resultados nugatorios al pelear contra el orden de batalla inglés de doble profundidad; pero antes venció siempre, porque los combatientes formados, que eran como el preludio de las actuales tropas de choque, infundían el pánico a las tropas continentales, y muchas veces el enemigo huía antes de recibir el choque. Los españoles conocían muy bien todas estas maniobras: casi así se libraron todas las batallas de la Independencia americana. Los militares guatemaltecos o sea centroamericanos estaban bien entrenados. El General Morazán por lo limitado de sus contingentes y lo accidentado del terreno usó siempre el orden disperso con líneas de tiradores; otras características de su táctica fueron: cautela y completo servicio en las marchas; rapidez en la decisión y en la acción; dejar siempre tropas de reserva que se utilizaban al necesitarse; invitar al combate, y llegado el enemigo al límite de resistencia, cosa que él conocía a la maravilla, lanzarse como un rayo a desbaratarlo; el uso de estratagemas y sorpresas; pelear en el lugar que quería; y finalmente, presentarse en persona en el sitio y tiempo en que habría de decidir la suerte de las armas a su favor. En sus planes estratégicos, tuvo siempre su base de operaciones fija y las accidentales que fuesen menester; sus vías de marcha y líneas de operaciones limpias y bien estudiadas; sus objetivos estratégicos y políticos bien definidos. No perdía el enlace de sus tropas, mantenía hasta donde era posible el contacto con el enemigo; perseguía a los derrotados hasta capturarlos o desbandarlos. Nunca tuvo bajo sus banderas, gente forzada; conservaba la disciplina y era clemente con los vencidos. Como el General Morazán evidenció a lo largo de su carrera militar todas estas condiciones sin haber tenido escuela de ello más que su misma vida azarosa, es que se le califica de figura continental…

   

Milla tiene 600 combatientes; Morazán 250 en el frente y 250 de reserva a 10 Kms. de distancia: el primero toma la iniciativa, hace descender sus fuerzas. Rivas dice que el orden de batalla fue el de tiradores; nosotros pensamos que, dado los contingentes, la época y los resultados de la acción, Milla condujo su gente en columnas para tomar las posiciones contrarias, aun por asalto si fuere necesario; mientras, cañoneaba para proteger el avance. Morazán resiste el ataque a los dos cerros; la vaguada entre sus posiciones quedó libre porque el enemigo no podría exponerse a dos fuegos cruzados que le herirían por la espalda, y las tropas constitucionalistas se podían comunicar por las curvas de nivel completamente fuera del alcance de las armas contrarias. Cuando los atacantes llegaron al límite de resistencia sin lograr su objetivo, todas las tropas estaban empeñadas. Morazán desciende como un rayo (el Coronel Rivas dice que lentamente), formó un martillo para envolver a Milla cortándole la posibilidad de regresar a sus posiciones primitivas, los arrojó al N. O. sobre el Jícaro del Burro y finalmente al descenso de Los Laureles, donde se declararon en completa derrota. Morazán sube al cerro de Milla que quedó abandonado, pudiendo así capturar la artillería y los dos baúles de correspondencia oficial. La batalla duró pocas horas, quizá seis. Morazán se ocupa de reconocer el campo, entierra los muertos, en número de 40, da descanso a los soldados, arregla su marcha y al día siguiente entra en triunfo a Tegucigalpa. Milla ya no paró, pues el vencedor no encontró ni su rastro; tampoco se detuvo en Comayagua, sino que a marchas forzadas se dirigió a Guatemala. Si el Coronel Milla bajó el cerro personalmente para alentar a sus soldados, tuvo que tomar la vía de Ojojona para regresar a Tegucigalpa, a menos que por haber empeñado toda su fuerza en el combate se quedara casi solo, hasta el grado de de que al ver el desastre no tuviera gente con la cual levantar sus efectos, resolviendo entonces, huir para no caer prisionero.

 

Otra cosa habría resultado si el Coronel Milla anticipa su marcha y va a esperar a Morazán en los desfiladeros de La Venta, 42 Kms. más al Sur; o en Sabangarnde, o siquiera en la parte Sur del mismo Valle de La Trinidad. Asimismo, la suerte de las armas habría variado si Morazán continúa su marcha y topa inesperadamente en la meseta de Hula con las fuerzas de la dictadura. El Coronel Rivas en su importante trabajo dice que todo define, según los principios del arte de la guerra, que efectivamente, la acción librada fue una batalla en la relatividad del medio, en aquella época. Con certeza, ya que tomaron parte dos armas: la caballería no podía hacerlo porque las condiciones del terreno no se prestaban; muertos 6%; duración: en aquellos tiempos, aún en Europa con grandes contingentes, una batalla se decidía en un día; y finalmente, hubo abandono completo del campo con todo el tren, equipajes y heridos.”


 

SUGERENCIA PARA LA REPRESENTACION TEATRAL DE LA BATALLA DE LA TRINIDAD

 

Por Lic. Miguel Cálix Suazo

Presidente Instituto Morazánico.

 

Al concluir la Batalla, Morazán montado aún en su brioso caballo, en el cerro de Milla se dirige a sus soldados:

 

- ¡Soldados valerosos! ¡Este es un día de gloria para la Patria! ¡Los enemigos, que pretendían mantenernos en la más abyecta oscuridad huyen desesperados, al estrellarse contra vuestra decisión de ser libres y sacudir varios siglos de esclavitud impuestos por la Colonia Española y que pretendía perpetuar el Imperio de Iturbide!

 

- ¡La bravura con que habéis combatido en estos campos de La Trinidad será recordada por siempre, por que aquí más que el querer alcanzar una posición militar se ha librado una lucha de ideas: entre los que quieren conservar odiosos privilegios en contra de la mayoría y los que desean y ambicionan mejores amaneceres para sus hijos y sus esposas! 

 

- ¡Habéis inflingido una gran derrota a un enemigo más numeroso y más pertrechado bélicamente, porque vuestra coraza de sólidos principios  cívicos y patrióticos con que luchaste es superior! ¡En este escenario, en que juntos hemos tremolado el estandarte de la lucha contra la iniquidad, quedará plantada la semilla para la redención de nuestra Patria!

 

¡Loor a vuestra valerosa estatura, soldados de mi Patria! ¡Hasta la victoria siempre!

 

Notas:

 

[1] Revista de los Archivos Nacionales de Costa Rica, Nº 5-6 (páginas 305/325), año 1944.

Lic. Miguel Cálix Suazo
miguel.calix.s@gmail.com

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