Su papel público

Una voz contra viento y marea
Hugo Caligaris
LA NACION

Tal vez sí, pero es posible que no haya otro escritor argentino en condiciones de presentar sus obras en un teatro de grandes dimensiones. Lo que en cambio es seguro es que no hay otra, u otro, cuya popularidad fuerce a los organizadores del acto a pedir que, por favor, no lo difundan con demasiada anticipación, que no le den demasiado peso al anuncio, porque de lo contrario quedarán miles de personas afuera.

El cambio de editorial -de Planeta a Alfaguara- y la reedición de las obras completas de su vertiente de literatura infantil (una docena de libros) sirven para comprobar que el carisma de María Elena Walsh no ha perdido energía. Pasa con ella lo mismo que con algunos familiares muy queridos: estamos tan atravesados por sus formas y modos que no imaginamos una vida en la que eso no estuviera. Tanto dio ella a nuestra maltratada cultura popular que el amor vuelve solo, sin ayuda y sin pedir más recompensas.

Pero de vez en cuando -lo volverá a hacer en esta entrevista, casi a pesar de ella- la Walsh muestra otra cara, distinta de la de Dailan Kifky, la Reina Batata, la Cigarra o Dame la mano y vamos ya, se vuelve, diríamos, polémica, y arriesga en apariencia parte de ese capital de afecto. Generalmente, cuando eso ocurre muchas figuras del mundo intelectual se agarran la cabeza y exclaman: "¿Cómo es posible que haya dicho eso?" Mientras tanto, la gente, lejos de escandalizarse, sigue cantando Manuelita.

La última vez, declaró a la revista Trespuntos algo así como que era menos riesgosa la corrupción menemista que la inoperancia radical, lo que levantó una batahola mediática, sumada a la que provocó con una irrupción en la que opinaba que era hora de levantar una carpa blanca que, de todas maneras, levantaron los docentes al cabo de poco tiempo.

"Si los jóvenes quieren emigrar, deben intentarlo. Ya volverán: tenemos que ser optimistas"  

"No es que yo sea la única en pensar de tal modo. Dentro del propio gobierno hay gente que piensa de modo semejante", dice sobre su último cañonazo periodístico.

Y cree que, en efecto, hay motivos de sobra para la decepción, pero también que dejarse ganar por la queja y la amargura es más o menos como caer en una trampa. La salida, piensa, consiste en seguir haciendo cosas, a pesar del peso de las circunstancias. Con optimismo, que al fin de cuentas se consigue al mismo precio que el bajón y que rinde resultados muchísimo mejores.

-¿Cómo vive esta reedición de sus libros?

-Como algo buenísimo. Por mi avanzada edad (N. del R.: exagerada alusión a unos 70 años casi recién cumplidos), tengo la impresión de que este cambio de editorial es definitivo. Es la primera vez que estoy en una editorial -sin desmerecer a las otras- que encuentro un equipo formado, muy fuerte, en materia de literatura infantil y juvenil. Otras, en cambio, inauguraban la línea infantil conmigo.

-Se lanzan simultáneamente unos cuantos ahora...

-Sí, han decidido editar mis libros por docena. Una docena de libros para niños. Así que eso me tiene muy contenta, las ediciones son muy cuidadas, con distintos ilustradores, y además algo que a mí me importa tanto como la ilustración, que es la tipografía. Que sea linda, que sea muy clara. Nos hemos puesto de acuerdo en todos estos temas con mucha facilidad. Yo no quiero invadir, tampoco. Salvo a algún ilustrador que dibuja una lira cuando en el texto yo escribí arpa. Entonces le digo: bueno, vamos a ponernos de acuerdo. O lo cambio yo o lo cambiás vos...

-Por razones de rima, a veces conviene que cambie el dibujante.

-No, por suerte esto era en prosa.

-¿También salen textos no publicados antes como libros?

-No, lo que pasa es que sale en un tomo el cancionero, todas las canciones para niños, y algunas no tan infantiles, pero que yo considero aptas para los chicos. Creo que todas lo son, pero hay que hacer una separación.

-¿Se siente cómoda en el contacto directo con sus lectores?

-Es más difícil en la medida en que el público se hace más numeroso. Me ha pasado, tanto aquí, en la Feria del Libro, como en algunos lugares del interior, de hacer una charla y siempre me da un poco de nerviosismo. Estoy acostumbrada, pero mirar cara a cara a los lectores siempre tiene sus aristas. Pero esto que va a pasar en el Gran Rex es nuevo, es inédito.

-Un escritor a teatro lleno...

-Claro, lo que pasa es que mi vida está también mezclada con el espec-táculo. Yo soy de la farándula, aunque me haya retirado. Pero pertenezco a ese mundo.

-¿Va a dar la sorpresa de cantar alguno de sus temas?

-No, no creo. De verdad sería una sorpresa. Pero el otro día canté por radio, y lo hice cantar a Néstor Ibarra. Y eso que Ibarra es un tipo serio. Bueno, cantamos a dúo una vieja canción de iglesia, y salió muy bien.

-¿Usted se definiría como una persona de la farándula?

-Sí, porque esa palabra está de moda. También podría decir del espectáculo, porque he trabajado mucho en ese ambiente.

-¿Tiene afinidad afectiva con las personas que pertenecen a ese mundo?

-Sí, por supuesto.

-Alguna vez usted dijo que era más fácil encontrar allí gente con menor cantidad de dobleces.

-Por ejemplo, son mucho más solidarios. Todos los días usted va a ver algún acto solidario de los artistas. Sea entre ellos, sea con fines benéficos. Me parece que son más solidarios que los intelectuales, que por lógica siempre están viendo las dos caras de la realidad, están especulando de algún modo. O les cuesta más reunirse.

-¿Quiénes son sus amigos entre los actores?

-Por lo menos, los de la generación clásica. Creo que tengo una relación amistosa con muchos de ellos. Hace poco estuvo aquí, en casa, Norma Aleandro. No es que la vea tanto, pero la veo ahora en función de escritora. Ella escribe muy bien. Leí un original de su último libro, y me pareció muy bueno.

-¿Ella escribe ficción, no teatro?

-Ficción, sí. Me dijo que teatro también, pero no estoy al tanto. Pero, digamos, de esa generación yo conozco a muchos. Además, no hace falta verse tan asiduamente para quererse.

-¿Alguna vez le ha pasado que alguien le haya pedido permiso para hacer algún espectáculo basado en sus textos y canciones y que luego no le haya gustado el resultado?

-Para evitar eso, en general no los veo.

-Y así se pierde los buenos...

(Se ríe.) -No, sé que vamos a tener diferencias de criterio en cuanto a lo que es un espectáculo. Entonces me da como pudor, y no los veo.

-¿Tampoco a Susana Rinaldi cuando presentó sus canciones?

-No, a Susana la vi. Más de una vez. Yo salía de la enfermedad (N. del R.: marcó un antes y un después en su vida y la obligó a un largo período de recuperación durante el cual caminaba con la ayuda de muletas, que ya no usa) y me llevaron al teatro. Eso fue en 1982.

-Caramba, han pasado los años.

-Sí. Fue en el Odeón. Imagínese, existía el Odeón. Estaba lleno y fue un espectáculo bellísimo...

-¿Sigue tan descontenta con la marcha de la realidad como cuando salió el artículo de la revista Tres puntos?

-¿Sabe qué pasa? Estamos en horario de protección al menor... Yo preferiría no insistir...

-A veces cuesta imaginar a alguien como usted, que podría vivir muy cómodamente, sin opinar sobre determinadas áreas.

-Yo creo que la opinión es lo de menos. Lo de más es el sufrimiento que las cosas que pasan nos ocasionan. Porque no estoy sola en este estado de decepción. Entonces, más grave es lo que sentimos muy profundamente. Podríamos no interesarnos, pero, no sé, es una característica mía estar pendiente de todo cuanto sucede, como es lógico, y más cuando está encaminado a perjudicarnos masivamente.

-¿Ese estado de decepción usted lo mantiene?

-Sí, pero lo que quiero cerrar es la opinión sobre el tema...

-No le pido nuevas opiniones, sino que trate de explicar por qué a veces sale a jugar una opinión sorpresiva, distinta de las de la corriente. Llama la atención que se exponga a crear un sector anti-María Elena en un país obviamente marielenístico.

-Sé que hay un riesgo, y a veces me da un poco de miedo. Pero es un riesgo que uno tiene que correr. Y además el hecho de decir que son opiniones contra la corriente es relativo. Resulta que hay una corriente bastante grande que piensa de manera parecida.

-¿Qué ocurre? ¿Es una corriente que se ve menos?

-Claro. En el momento en que se hizo ese reportaje, en distintos ambientes, incluso dentro del propio gobierno, se estaban diciendo cosas muy parecidas, pero no tuvieron esa resonancia que tuvo lo que yo dije.

-¿Será que por su capacidad de síntesis poética usted da con la frase hiriente más perfecta?

-¡Ah!, puede ser. Ocurre que para llegar a esa concisión uno necesita haber vivido y trabajado muchos años. No es fácil ser conciso. Lleva media hora y toda la vida, como dijo Picasso, con perdón de la comparancia. Entonces uno llega a esa síntesis, porque se puede decir lo mismo dando muchas vueltas, con un discurso más prudente, más político...

-... más de ocultar lo que se piensa...

-Sí, a veces las vueltas suavizan el contenido, y otras veces lo hacen incomprensible, que es por ejemplo lo que pasa en el mundo de la Justicia. Lo judicial, que nos irrita tanto. A mí lo primero que me irrita es la cantidad de papel, y la jerga. Cuando yo veo un dictamen judicial tengo que hacérmelo explicar. Y eso que he leído cosas bastante difíciles, hasta capítulos enteros del Ulises, de Joyce, que más o menos he entendido. Pero el dictamen de un juez... Muchas veces pregunto: ¿esto es bueno o es malo para nosotros?

-¿Debo ir preso o soy una persona libre?

(Se ríe.) -El otro día en una reunión estaba una escritora que dijo una frase tan graciosa... Nombramos a un funcionario, no importa quién. Y ella dijo: "A Fulano, ¿lo tenemos que querer o no?" Y se hizo un gran silencio. Nos quedamos todos con una duda terrible... Creo que en general se le dijo que ya no...

-Sí, se está dando esa rápida pérdida de cariño respecto de algunos personajes políticos.

-Sí, dura poco ese amor. Pero, si tomamos otro aspecto, aparte de lo que puede perjudicarnos nuestra situación económica, social, financiera -y no quiero volver a hablar de eso-, nos estamos dejando invadir demasiado por estas circunstancias. Entonces, ¿en qué momento hablamos de literatura, de cultura? No en función de si hay una política cultural, de lo que el Gobierno haga o no haga. Qué pensamos nosotros.

-Nos atrapa todo ese bajón...

-Estamos muy invadidos, muy invadidos, permanentemente, por un pesimismo, una mufa, que tiene bastante raíz en la situación sociopolítica, pero que no nos ayuda.

-Si no nos deprimimos profundamente, si nos dedicamos a hablar de libros en medio de la tormenta, pareceríamos frívolos.

-Bueno, si es así, si pensamos eso, estamos locos, porque me parece que frívola es la política y que es más serio que hablemos no sólo de libros, sino de la cultura. Finalmente, las naciones y los pueblos se organizan por esa cultura. Hasta económicamente rinde la cultura. Si no, ¿de qué vive Europa, básicamente? De su producto cultural.

-Atraen turistas con eso.

-¡Y cómo! Claro que sí.

-Bueno, acá hay también ahora un plan de turismo cultural que incluye recitales de tangos en Londres.

-Está bien. ¿Por qué no? Yo de lo que se haga no me quejo. Pero yo digo que hablemos entre nosotros, como solíamos hablar antes. Decirnos: ¿por qué no me leés esta obra de teatro, a ver qué te parece? O lo que hace Norma Aleandro, que viene y me dice: a ver si te parece bien el libro, el orden de los cuentos. Ese es el tema. O Jorge Asís. (se ríe, disfrutando tal vez de la sorpresa causada en el cronista por la mención del ex secretario de Cultura de la Nación.) El pobre va por todos los canales esperando hablar de su libro (Lesca, el fascista irreductible), y no que le tiren con ladrillos por la cabeza por lo que hizo o dijo o dejó de decir antes. A eso voy: él escribió un libro. Bueno, hablemos de ese libro, independientemente de la historia personal de cada uno.

-¿Todavía queremos consumir, y producir, cultura?

-Yo creo que a la gente de la cultura no la para nadie. Todos seguimos haciendo cosas. De manera más dificultosa, perdiendo muchas energías. Pero no nos para nadie, como no nos paró tampoco la censura, que impidió el contacto con el público, pero no la producción.

-¿Es peor la censura o la chatura? -Y, son formas de censura. Yo hace mucho tiempo y a propósito del cine decía que la censura comercial era gravísima. Hay una censura de un gobierno autoritario que prohíbe un libro, y hay otra del editor que considera que ese libro no se vende lo suficiente y no lo distribuye. Es lo mismo que pasaba en la época en que yo me metí en el cine, y había una censura moral, política, y había otra que era de los dueños de sala y los distribuidores, que decían: esta película no va más que a la sala de Villa Ortúzar, una sola. Por lo tanto, te fundías. Es una forma de decirnos: cállense, no ha-gan más nada, terminemos con esto...

-Yo creo que ésa es la única forma de censura que existe ahora, porque por otro lado hay una gran desinhibición en cuanto a lo que se ve por televisión, por ejemplo.

-Por decirlo finamente, sí. Muy finamente, ¿no? (Se ríe otra vez.)

-¿Piensa que es nocivo lo que estamos viendo?

-Me parece que toca fondo en obscenidad. Es una televisión procaz. Nos venden todo a los gritos. Creo que hay un desenfreno y un mal uso de la libertad. La libertad no está para que vivamos a los sopapos, supongo, sino para que nos tratemos como gente, y no lo veo...

-¿Le parece que específicamente lo sexual en televisión es lo nocivo?

-No es que me parezca nocivo, me sorprende un poco a esta altura del partido y del mundo una obsesión sexual como soez. No es erótico, es una sexualidad de estudiantina pesada.

-Tal vez si fuera erótico sería más creativo.

-Sería maravilloso, sería como es el arte, que es erótico. Pero esto es lo contrario: es otra forma de violencia. Es muy, muy violento lo que se muestra como sexo en la televisión.

-Dos muertes muy distintas se nos cruzaron: la del cantante Rodrigo y la del doctor Favaloro.

-Después de mucho pensar, he llegado a una conclusión, que era lo que se decía antes y ya no se dice más: que en paz descansen. No sólo esos finados famosísimos a los que hemos querido, de alguna manera u otra, por su imagen pública, sino la cantidad enorme de pobres víctimas que hay diariamente. Desde accidentes de tránsito hasta inseguridad urbana.

-¿Y qué quiere decir con ese en paz descansen?

-Que no utilicemos de esta manera tan obscena a nuestros muertos. No podemos estar desenroscando explicaciones sobre el suicidio de un señor. Me parece inútil. No en el caso de Favaloro, pero sí en el de Rodrigo, toda esa orgía en los medios está unida a un mercado. A mí me satura mucho, y me hace afligirme por todos esos otros muertos anónimos, de los que nos olvidamos inmediatamente.

-¿Tiene muchos amigos?

-No, no. Así, de un círculo íntimo tengo muy pocos, pero hay gente a la que no veo, pero a la que quiero mucho y sé que me quiere. Los sentimientos siguen, aun sin la presencia. Lo que envidio es esa gente que se reúne una vez por semana o por mes.

-Metódicamente. Todos los jueves.

-Sí, yo tengo una amiga que semanalmente toma un té abundante con sus amigas. Y chusmean de todo. Eso lo envidio mucho.

-Hay un disco del pianista Adrián Iaies que incluye su tema Serenata para la tierra de uno, en una versión deliciosa. Hablando de esa canción, que decía: Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, ¿sigue sintiendo lo mismo?

-Esa canción fue escrita en un momento de bajón, y siempre me parece justo lo que dice.

-Otro de los temas periodísticos de estos días es el de la cantidad de jóvenes que emigran.

-Y periódicamente la gente se va y vuelve. A veces exigimos de este país lo que no exigimos de afuera. Pero si quieren intentarlo, me parece bien que lo intenten. Ya volverán, tenemos que ser optimistas.

-¿Vale más la pena ser optimista?

-Sí, por supuesto. La gente joven (no sé hasta cuándo dura ahora la juventud, creo que hasta los 80) tiene que hacer su experiencia. Y así como ahora se quieren ir, ya van a querer volver. No se puede vivir sin el dulce de leche toda la vida.

Texto: Hugo Caligaris
Fotos: Daniel Merle
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
11 de enero de 2011

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