Totalmente distinto |
Hay que comenzar por admitir esto: nunca las películas de Bergman y Fellini tuvieron recaudaciones millonarias. Ni ayer ni siquiera anteayer fueron los frutos más sutiles del así llamado séptimo arte los que más espectadores llevaron a las salas. No es eso lo que cambió, no es eso lo que hace que el panorama sea hoy totalmente distinto del que hubo entre las décadas del 50 y el 70, cuando el sueco genial y el gran soñador italiano daban al mundo sus mejores obras. Tal vez tampoco influya una cuestión de calidad. Aunque los que tenemos más años de los que sería prudente tendamos por lo general a pensar que lo mejor ya pasó, no es seguro ni puede ser científicamente demostrado que La fuente de la doncella sea superior a, por ejemplo, La nube errante , de Tsai Ming-liang. Lo que cambió es la resonancia cultural del cine. Cada estreno de Bergman o de Fellini modificaba, de algún modo, la realidad. En la Argentina, país que se jacta de cinéfilo y que, para justificar esa jactancia, esgrime el hecho de haber descubierto a Bergman antes que ninguna nación europea, el golpe emocional e intelectual que causaron El silencio , Ocho y medio , Detrás de un vidrio oscuro o Amarcord fueron (y esto sí pienso que se podría medir) muy superiores al provocado por lo que tal vez haya sido la cúspide creativa de Tsai. Cada película de cualquiera de estos dos maestros duraba mucho, seguía proyectándose dentro del que la había visto durante semanas, años, décadas. Sobre ellas se discutía con pasión, porque no involucraban nociones abstractas sobre el arte moderno o posmoderno, sino la propia vida de los polemistas, además de los ingredientes estéticos. Alguien puede pensar que la gente se tomaba tan a pecho esas películas porque eran obras de grandes creadores -así como se toman muy en serio, en otros órdenes, La pasión según san Mateo o el Ulises- y puede concluir que ahora eso no ocurre porque no quedan grandes creadores. Los que creen lo contrario deberían explicar por qué los nuevos films de elite tienden a permanecer más bien dentro de su módica malla, sin trasudar su clima y su perfume al mundo sordo y ciego que los circunda. Otra diferencia de fondo es la personalidad fuerte de aquella generación de directores. Porque, como lo dice Néstor Tirri en su estupenda nota de tapa, aunque Fellini y Bergman hubieran bastado, no estaban solos. Al lado de sus producciones estaban las de Kurosawa, las de Tarkovski, las que seguía haciendo Buñuel, las de Karel Kachyna y las de muchos otros. Ellos eran autores. Igual que muchos de los realizadores independientes de la actualidad, habían logrado independizarse en considerable medida de la tiranía de los estudios y hacían, poco más o menos, lo que querían. Y lo que hacían se imponía por su sello personal, por su fuerza. Expresaban su época. Después de todo, tal vez haga lo mismo el nuevo cine: expresar otra época, en la que el sello personal, la fuerza de una voz particular y todo lo que implica diferencia son cosas que se miran con recelo. |
por
Hugo Caligaris
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
Sábado 4 de setiembre de 2010
Autorizado por el autor
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