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Tía Vicenta, la joya de la familia
Se divertía como loca pese a todo, con los merengues y rumbas de Landrú

Por Hugo Caligaris
LA NACIÓN

Si hubiese sido por quienes pusieron la plata para hacerla, Tía Vicenta no hubiera existido. Ellos querían un nombre más apto para una revista de humor. Algo como Cara y ceca, De la ceca a la meca o, llegando al límite, La vida en solfa.Pero Landrú, Juan Carlos Colombres, encontró un argumento providencial para convencerlos. Les dijo que lo que proponía tenía muchos usos posibles. Si aumentaba la cantidad de páginas, se podía poner como título: Tía Vicenta engordó; si salía en colores, Tía Vicenta se pinta, y si tenía líos con la censura, A Tía Vicenta la encarcelaron.

La verdad es que Landrú usó ese recurso de forma increíblemente creativa. Cada tapa de su revista era una sorpresa. Durante una crisis económica, cambió el nombre por el de Carestía Vicenta (3 de abril de 1966). Cuando se rumoreaba por enésima vez que Perón volvería al país, le puso Tía Vicenta en el exilio, y agregó una banda en la que se leía: Edición clandestina (29 de abril de 1963). El día que se le ocurrió dedicar la edición a travestis de todo tipo, tituló: Tío Vicente, con una fuerte línea de bajada: ¡Hemos cambiado de sexo! En ese número (23 de julio de 1962), además de trucar todas las fotografías para presentar en sociedad a los políticos de la hora como damas (Artura Frondizi de Poggi, Alfreda Lorenza Palacios, Oscarina Alende y Alvara Carlota Alsogaray), invirtió a sus célebres personajes. Mirna Delma, la señorita cursi, se llamó Mirno Delmo, y el inefable señor Porcel se transformó en señora.

El propio Landrú se transformó en Landrunelle, y un hipotético secretario de redacción editorializó en contra de la idea, en la página 3: "¡Ustedes son una manga de degenerados! Desde Landrunelle hasta el cadete, que ahora pretende llamarse Sofía. Prefiero desfallecer en mi gélida buhardilla antes que compartir los últimos años de mi azarosa vida con tan siniestros infraseres. Si hasta nuestro administrador, un hombre al que por su avanzada edad consideraba yo persona sensata y afín con mis inclinaciones juiciosas y respetables, se ha trocado en la señorita Ferdinanda Rampolda y anda por ahí haciéndole caídas de ojos al ascensorista y a los peones de limpieza!" A veces, la Tía llegaba disfrazada de otras revistas. De La Chacra, con una jirafa parecida al ex presidente Arturo Frondizi en la tapa. O de Pravda, o de un clásico norteamericano: Tía Vicenta del Reader´s Digest.

Era la época en que podían pasar cosas. Y pasaban. Buenas, como esa alegría irreverente que permitía inventar noticias ("Se venderá el Congreso en propiedad horizontal", 4 de junio de 1962). Y malas, como la clausura dispuesta por el general Onganía, las idas y vueltas, las presiones. å Tía Vicenta fue la revista de humor más importante que tuvo la Argentina. Tal vez no en términos de venta, pero seguramente sí como usina de talentos y por su repercusión, aquí y afuera.

"La única restricción que existía en Tía Vicenta era no insultar. Fue una redacción abierta. Muchos comenzaron a publicar allí y hacían notas escritores que no eran humoristas. Quino, Miguel Brascó, Fontanarrosa, Sábat y Bróccoli se iniciaron en Tía Vicenta. Copi me trajo su primer dibujo a los 16 años. Hasta Frondizi me envió un texto, que firmó Juan Domingo Cangallo", cuenta hoy día Landrú.

Cada personaje de Landrú tiene un espejo en la vida real. "El señor Porcel era mi padre, gran discutidor de mala fe. Una vez sacó un crédito para comprar un traje en Casa Muñoz, y cuando el vendedor le pidió que firmara el formulario, él empezó a exigirle que firmara él también. Como el empleado se negaba, le dio un trompazo y se fue indignado, despotricando contra ese negocio en el que no había seriedad", dice Landrú.

El domingo 6 de mayo de 1962, The New York Times le dedicó un artículo tan extenso que hoy sería la envidia de Menem. "Una revista argentina se ríe de la crisis política", decía el título, y comentaba: "Tía Vicenta usa su libertad hasta el máximo. Sus embestidas más profundas son para los militares. Al informar sobre el fabuloso ataque a la Casa de Gobierno, la revista dijo que las tropas habían sido valientemente conducidas por su general, desde la retaguardia..."

Sola o como suplemento del diario El Mundo, Tía Vicenta salió desde el 20 de agosto de 1957 hasta el 17 de julio de 1966. No hay que contar el fugaz retorno en época de Videla, tal vez la menos propicia para gracias en toda nuestra historia. Por la revista pasaron, entre muchísimos otros: Oski, César Bruto, Alberto Breccia, Caloi, Quino, Blanca Cotta, Siulnas, Jaime Potenze, Conrado Nalé Roxlo, Copi, Miguel Brascó, Gerardo Sofovich y María Elena Walsh. Toda una mezcla.

Además de los dibujos y las fotos con trampa, estaban los campeonatos (como el de mersas, ganado en alguna ocasión por el hoy candidato a vicepresidente de la Nación Ramón Ortega), las falsas biografías y los premios de 300.000 pesos a quien lograra resolver crucigramas que pedían, por ejemplo, en la 14 horizontal la definición para "contraer matrimonio con una señora gorda, Matilde".

Tía Vicenta es una fuente inagotable. Acá mostramos sólo algunas gotas, más un par de dibujos originales que con enorme gentileza nos hizo Landrú para este número especial. Quienes quieran más deberán darse a la caza de ejemplares en librerías de viejo o conseguir la magnífica historia realizada por Edgardo Russo para Espasa. Otra cosa no tenemos, de momento. Ni nada parecido, aunque parezca mentira. En mañanas especialmente tristes, los sobrinos extrañamos mucho.

A veces nos sorprendemos hablando solos, mientras un hilo de baba cae por nuestras mejillas como si fueran las de Jacinto W., el Reblán: Volvé, Tía Vicenta, la familia se ha quedado sin joyas .Texto: Hugo Caligaris

Un poema de María Elena Walsh

Leyendo las revistas de Landrú se puede encontrar de todo. Por ejemplo, esta canción infantil no tan ingenua de María Elena, fuerte sátira de los temblores y terrores políticos de los años 60.

Los cocofantes eran habitantes
de la ciudad de Curuzú Cuatiá.
Allí vivían todos muy tranquilos
acompañados por los eledrilos y el papá y la mamá.

Los eledrilos eran muy astutos.
Los cocofantes no, ni fu ni fa.
A veces iban todos de paseo
al cine o a la plaza o al correo,
pero no más allá.

Había un cocofante, nadie supo
ni cómo se llamaba ni la edad.
La cuestión es que en tal monotonía
el pobre cocofante se aburría
una barbaridad.

Por lo tanto, una noche de tormenta
guardó su cédula de identidad
y se escapó en silencio y de costado
hasta bajar -naturalmente a nado-
el río Paraná.

Parece que tenía muchas ganas
de ser un diputado nacional,
porque compró un tratado de bostezo
y lo estudió en el subte hasta Congreso
con gran curiosidad.

Pero cuando llegó, vio con asombro
que pasaba un desfile militar.
¡¡Eran los eledrilos!! Muy temprano
salieron y ganándole de mano
habían triunfado ya.

Los eledrilos lo llevaron preso
y el cocofante se dejó llevar.
En el zoológico, detrás de un pozo,
estaba el horroroso calabozo,
más chico que un dedal.

Pero entonces los otros cocofantes
furiosos lo vinieron a salvar.
Lucharon en Palermo una semana,
tirándose zapallos y bananas,
repollos y ananás.

Como la guerra les salía cara
encendieron la pipa de la paz.
Los eledrilos, de muy mal talante,
fueron a liberar al cocofante,
que ya no estaba más.

Se había levantado tempranito
y aprovechando tal berenjenal
se metió, con un lápiz y un cuaderno,
adentro de la casa de gobierno
con mucha autoridad.

Los eledrilos, al leer el diario
supieron la espantosa novedad.
Y todos, con rencor y con inquina,
a la confitería de la esquina
fueron a conspirar.

Entonces, muchos puntos suspensivos
llegaron, disfrazados de final...
Porque sucede que este cuento de antes,
con eledrilos y con cocofantes,
no se termina más.

(1968, en Tío Landrú)

El señor Porcel

El señor Porcel se dirigió a la Casa Rosada y solicitó una audiencia para hacerle una interviú al ministro del Interior. Le notificaron que el doctor Borda podría recibirlo dentro de quince días. Transcurrido ese lapso, el señor Porcel volvió a la Casa de Gobierno, y luego de una espera de tres horas fue atendido por el ministro.

-Buenas tardes, señor ministro -saludó el señor Porcel-. Quería hacerle una interviú y voy a ser breve: ¿podría decirme qué día cae el gobierno?

-¿Qué día cae qué? -preguntó sorprendido el doctor Borda.

-¿Qué día cae el gobierno? -volvió a interrogar el señor Porcel.

-Pero... ¿de dónde ha sacado eso? -balbuceó el ministro.

-Yo no lo he sacado de ningún lado, pero el otro día en el diario... -explicó el señor Porcel.

-Perdón -interrumpió el señor ministro-, ¿a qué diario representa usted?

-Yo no represento a ningún diario -aclaró el señor Porcel.

-No entiendo -dijo cada vez más sorprendido el ministro-. ¿Usted no es periodista?

-No, por Dios. Yo no soy periodista. Soy jubilado bancario.

-Pero, ¿no dijo usted que iba a hacerme un reportaje? -murmuró estupefacto el ministro.

-No, yo dije que quería una interviú con usted -explicó el señor Porcel-. Y ésta es una entrevista. ¿Podría decirme qué día va a caer el gobierno?

-Francamente es una insolencia -dijo muy serio el ministro-. De haber sabido, no lo recibía.

-Perdón -se disculpó el señor Porcel-. Pero tal vez yo esté confundido. ¿Podría decirme quién es usted?

-Yo soy el doctor Borda, ministro del Interior.

-¡Y si es ministro del Interior, a usted tengo que preguntarle qué día va a caer el gobierno! -gritó el señor Porcel-. ¿O quiere que se lo pregunte al barrendero de la esquina?

-No, al barrendero de la esquina no -tartamudeó el doctor Borda, que ya no sabía lo que decía.

-¡Al barrendero de la esquina no! ¡Al barrendero de la esquina no! -chilló el señor Porcel-. ¡Entonces dígamelo usted! ¿Qué día cae: el lunes, el martes, el jueves...?

-Pero es que yo... -dijo transpirando el ministro.

-¡Pero es que un cuerno! -rugió el señor Porcel-. Si el ministro del Interior no está enterado de la estabilidad del gobierno, no sé quién lo podrá saber. ¡Pobre país, pobre país! A esto ya no lo arregla nadie.

Y el señor Porcel, dando un portazo, se alejó furioso del despacho ministerial, entró en un bar y le pidió al mozo: -Tráigame una cerveza con mucha espuma, porque esta mañana no tuve tiempo de afeitarme.

(12 de junio de 1968)

por Hugo Caligaris
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
Domingo 30 de mayo de 1999

Autorizado por el autor

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