En Las piadosas , que aparecerá próximamente y que adelantamos aquí, vuelve a los temas históricos que lo transformaron en boom de ventas con El anatomista. Esta vez también encontró una perla: las Legrand en el siglo XVIII.Para el autor, éste es un detalle secundario. La novela, dice, tiene a la literatura como protagonista.
Federico Andahazi se especializa en coincidencias. Para el libro que lo hizo famoso, El anatomista, encontró un Colón -Mateo- que no descubrió América, sino el órgano del placer sexual femenino. En el que presentará Sudamericana la semana próxima, Las piadosas, a unas mellizas Legrand también actrices como las nuestras, pero que nacieron en París en 1744 y que -señal de alarma para Mirtha y Silvia- ocultaban una trilliza. El cronista no podía esperar otra respuesta que la que tuvo cuando le preguntó cómo se había tropezado con el tema de esta última novela:"La primera pista me la dio Caligaris. Contardo Caligaris, un psicoanalista y hombre de letras brasileño".
Andahazi habla con tanta naturalidad de estos hallazgos imposibles que uno se queda preguntándose si son ciertos. El dice que sí, que existen documentos, pero el hombre es un constructor de ficciones, nadie podría exigirle el rigor que se demanda a un historiador y, además, por más que se lo trate como a un prestidigitador a quien se le quieren descubrir los trucos, él restará importancia a los conejos que saca de su galera y dirá que la literatura está en otra parte, es otra cosa.
El mismo es otra cosa. Dentro del Andahazi que vemos, como si fuera una muñeca rusa, hay otro Andahazi que escribe otros textos, textos que tal vez nadie verá, porque no está dispuesto a difundirlos. También hay un escritor que se sigue sintiendo inédito, pese a haber vendido cien mil ejemplares de su primer trabajo publicado y, créase o no, también hay un escritor que no se avergüenza de declararse resentido.
La trama de la novela que la Revista anticipa aquí de modo exclusivo ocurre, como El anatomista, en el pasado: en 1816, en Villa Diodati, la casa de verano que había alquilado Lord Byron a orillas del lago Leman, en Suiza. Allí estuvieron Percy Shelley y Mary Shelley, y allí ella ganó, con su Frankenstein, esa famosa apuesta para ver quién escribía un relato más terrorífico. También circulaba por el lugar otro personaje novelesco: John William Polidori, médico y secretario de Byron, y autor -movido por la envidia que le tenía a su jefe- de un solo libro, aunque importante porque fundó un género: El vampiro .
En medio de la gestación de esta obra aparecen las Legrand, cuya existencia está debidamente comprobada: nacieron en París el 24 de febrero de 1744, y se llamaban Colette y Babette. Se dedicaron a la comedia picaresca, fueron censuradas por su osadía, olvidadas durante mucho tiempo y más tarde reconocidas como las pioneras del vodevil. Las chicas eran de verdad audaces: en 1762, fueron procesadas por escándalo público y pornografía con motivo del estreno de una obra gráficamente titulada La tentación .
Menos pruebas hay de la existencia de la trilliza Legrand, Anette, que tanto pesa en la nueva novela de Andahazi, pero no es del todo increíble que haya existido.
Volvamos a las piezas del rompecabezas Andahazi. El cuenta que mientras buscaba documentación sobre Mateo Colón, su personaje real de El anatomista , encontró en la biblioteca de Nueva York un ejemplar histórico del libro De res anatomica en cuyos márgenes había acotaciones manuscritas firmadas por un tal doctor Frankenstein. Cuando le dijo a Caligaris lo que había hallado, él le hizo ver que ese libro debía haber llegado a las manos de Mary Shelley, y que de allí ésta pudo haber tomado el nombre que da título a su novela. El intermediario -le sugirió Caligaris a Andahazi- no pudo ser otro que el único médico que Mary tenía dando vueltas: el enfermizo doctor Polidori.
Después, en Copenhague, un hombre de cuyo nombre poblado de consonantes jura sospechosamente haberse olvidado Andahazi le habló de las Legrand y de su probable vínculo con Polidori y su relato El vampiro . Y ya estaba todo el escenario plantado para que ocurriera Las piadosas .
Ahora bien, ¿es Andahazi un escritor tocado por la vara mágica? ¿Ha hecho un pacto con el diablo: el alma a cambio de perlitas con las cuales construir best-séllers?¿Trabaja con un equipo de investigadores? ¿Crece a fuerza de provocar escándalos?
El que se desató con El anatomista , según los observadores, ayudó de modo extraordinario a su venta fuera de lo común para el mercado argentino. Sin embargo, Andahazi narra aún hoy sus pormenores entre sorprendido y rabioso.
El anatomista ganó el Premio Fortabat, pero la señora Amalia, indignada por el tema de la novela, decidió quitarle los honores. "Yo tenía un montón de entrevistas pautadas con diversos medios a través de la Fundación. A lo largo de una semana, cada día se iba cancelando una entrevista, pero no me explicaban el motivo. Sólo a último momento me enteré del conflicto", recuerda.
Además, rechaza que ese escándalo le haya servido de algo. Dice que el interés que despertó El anatomista en el exterior no podría vincularse jamás con Amalita. Este mismo mes, la novela será presentada en Nueva York, en su edición norteamericana, y hay por lo menos tres grandes figuras del cine mundial interesadas en llevarla a la pantalla grande: el actor Antonio Banderas y los realizadores Héctor Babenco y -nada menos que- Milos Forman.
"Mi representante está gestionando esto, y yo no puedo adelantar aún quién se quedará con El anatomista ", explica Andahazi. Pero alguien se quedará pronto, sin duda.
-¿Pensás que se levantará una polémica semejante con la aparición de las Legrand en tu nueva obra?
-¡Pero si no tiene absolutamente nada que ver! ¡Esto es literatura!
-Pero mientras escribías, ¿no se te cruzaba la imagen de las mellizas argentinas?
-Bueno, uno, que vive acá, en la Argentina, puede hacer alguna asociación... pero nada más. Yo espero que no se haga esa asociación. Es más: los derechos por la novela se compraron antes en Brasil, donde el nombre Legrand tiene menos significado. Pienso que Las piadosas puede ser escandalosa, pero por otros motivos.
-¿Por las escenas de sexo?
-No pensaba en eso. Creo que el libro es una reflexión sobre la literatura. En última instancia, la protagonista de esta novela no es Anette Legrand, sino la propia literatura. ¿Qué es ser el padre de una obra, esto que se dice con cierta cursilería?
-¿Por qué siempre usas historias que escapan al aquí y al ahora?
-Porque el pasado otorga, si se quiere, alguna impunidad. Polidori no puede desmentir nada. Pero en el fondo siempre se escribe sobre el presente, aunque las historias que uno construye transcurran en el pasado.
-¿Trabajás con un equipo de investigadores?
-No, pero me encantaría. Me conformaría con una secretaria. Pero la verdad es que uno puede tener muy buenas ideas, pero de allí a que haya una novela existe una gran distancia. Incluso tener un borrador completo de la novela no es garantía. Hace poco encontré el borrador completo de El anatomista y descubrí que el resultado final tenía poco que ver con lo que yo había planeado.
Andahazi es un bicho raro en el ambiente. No es que sea tan joven: tiene 36. Lo extraño es que haya vendido tanto. Por lo menos, tanto para nuestro medio. "Si una persona quiere hacer dinero con la literatura en este país está loca. Que se dedique a otra cosa", dice. ¿Los derechos de cien mil copias de El anatomista no suman una pequeña fortuna? "Bueno, sí, en términos relativos. Eso te da cierta ganancia, podés comprarte una casa, esas cosas. Pero nunca estarás al nivel de un mercado en el que se venden millones. El argentino es un mercado pequeño. En los Estados Unidos, un best-séller vende seis millones de ejemplares por novela. En España, un millón..."
Soporta más o menos mal que se lo critique. "Eso no es cierto -replica-; acepto las críticas, pero muchas veces me dan con un palo por asuntos completamente extraliterarios. Que si vendí tanto o cuánto. Hace poco, sufrí una crítica en una revista de reciente lanzamiento (N. de la R.: XXI, dirigida por Jorge Lanata), donde fui puesto en la misma bolsa que todos los best-séllers, junto con Sidney Sheldon, por ejemplo. Se me criticaba por vender, cuando esa revista hacía de su fulminante éxito de circulación el punto central de su publicidad."
Sus suspicacias respecto de los críticos literarios llegan al punto de sugerir que muchos de ellos están sponsorizados. Sin nombrarlo, recuerda a uno que "en un programa tenía el auspicio de la editorial Planeta. Allí hablaba muy bien de El anatomista. En el otro, tenía el auspicio de la Fundación Fortabat, y hablaba muy mal. No puedo creer que alguien haga críticas por dinero. Pero, ¿qué otra cosa se puede deducir?" ¿Y qué hay de los colegas? Andahazi ejercita su poder de síntesis: "Ni entré en el club, ni pienso entrar, ni me dejarían entrar".
Cierto: si se le busca la lengua, es capaz de ampliar el concepto: "La producción literaria -dice- tiene que ver con la intimidad. Claro que es bueno reunirse con los pares de tanto en tanto. En un encuentro en Gijón me hice un muy buen grupo de amigos, entre ellos el chileno Hernán Rivera Letelier, el autor de La reina Isabel cantaba rancheras. Me he encontrado con gente muy generosa en el medio, cosa que quizá no sucede tanto aquí, en la Argentina. Otro chileno, Luis Sepúlveda, que en Europa es Gardel y Le Pera. Son tipos que te abren las puertas, que no te escatiman nada. Y tampoco tiene que ver con esta cuestión del clan, porque yo no era amigo de Sepúlveda antes de conocernos por la literatura. No tienen ningún problema en abrirte espacios, en presentarte gente. Acá, eso es muy poco común. Hay algo que tiene que ver con las capillas, con las amistades previas".
"Hay mucho de mito. ¿Por qué un escritor no puede ir al pool o andar en moto?"
Admira y agradece a unos cuantos (Juan José Saer; Juan Jacobo Bajarlía, especialista en el género gótico, de horror, que roza en Las piadosas y a quien nombra en el libro). Pero lo de las capillas le remueve la bilis.
"Creo que progresivamente van perdiendo poder, van perdiendo lectores, pero ni siquiera son conscientes de eso. La ceguera que produce la soberbia es tan fuerte que ni siquiera ven que están perdiendo lectores. Es una soberbia impresionante. Parecería que ciertos autores se creen realmente arriba de un pedestal. Como si ser escritor implicara algo del orden de lo metafísico. Ser escritor es ser escritor, nada más. No es más ni menos que otra cosa."
Pero el lugar del escritor en nuestro país -cree- está devaluado, sobrevaluado o simplemente desfasado. El otro día -dice- una chica se sorprendió al verlo jugar al pool en un bar. "Me preguntó qué hacía ahí, como si un escritor no pudiera jugar al pool."
Insinúa que Sabato contribuyó a alimentar ese concepto del escritor como monje laico. "Parecería que está mal que un escritor ande en moto", dice, aludiendo a uno de sus hobbies que ha trascendido al conocimiento público desde que apareció, hace un tiempo, en una entrevista de la revista Viva: el de coleccionar motocicletas.
Un extraño pájaro porteño, de quien enseguida conoceremos más rarezas. Vean lo que dice, comentando un hermoso capítulo de Las piadosas en el que presenta al empleado de una editorial que condena al olvido, con el sello Impublicable, a legiones de extraordinarios autores noveles.
"Sigo sintiéndome un autor inédito. Ese capítulo que tanto te gustó tiene que ver con el resentimiento de un inédito. Creo que en la Argentina es muy fácil ser un autor resentido. Y yo me considero un autor resentido. No tengo un mal concepto del resentimiento."
Con el original de El anatomista tuvo que deambular por varias editoriales -"una de ellas, muy importante"-. En ésa, la muy importante, se la devolvieron sin siquiera haberla leído. Estarán arrepentidos ahora, uno supone. ¿Disfrutará Andahazi, el autor resentido, de ese arrepentimiento?
Hace unos años, Andahazi quiso ocupar una vacante en una cátedra universitaria, y tuvo una entrevista con "cierta autoridad" de la Facultad de Psicología. Le preguntaron a qué se dedicaba, además del psicoanálisis. Contestó que era escritor. "Claro, yo no había publicado nada, pero tenía tres novelas escritas, una colección de cuentos, poemas... Inmediatamente, yo noto que esa persona, psicoanalista por otra parte, me mira con cara desencajada y da por terminada la charla. Después me llegó la versión de que lo que dije había caído muy mal porque, ¿cómo podía ser que sin tener obra publicada yo me llamase escritor?" Por eso se convierte, a lo Superman, en abanderado de los inéditos. "Se maltrata mucho al autor inédito, y yo creo que el soporte enorme de la literatura jamás se publicó. Por sencilla matemática. A lo mejor, hubo un libro tan importante como el Quijote del que no quedó absolutamente nada. Puede influir a veces el azar, pero no soy tan ingenuo como para suponer que el azar no está gobernado por nada. Hay muchas excepciones a la regla, pero siempre se publica lo que conviene, en determinado momento cultural, social o político. Pienso que lo más sabroso de la literatura jamás se ha publicado."
-Entonces, ¿cómo fue que llegamos a conocer las obras del marqués de Sade?
-Claro que hay excepciones, pero no hay que olvidar que él comenzó escribiendo unas fábulas inocentes, que condenan la lascivia y los excesos. Se dio a conocer con textos, si se quiere, políticamente correctos. No fue directamente con su literatura en serio. Después, vivió toda su vida en la cárcel, a raíz de sus escritos. Ni la Revolución Francesa lo sacó de la cárcel, y su obra no se publicó sino hasta fines del siglo pasado...
-¿Algún paralelo con Sade?
-La desventaja que tengo respecto de Sade es que yo no soy sádico. No es que sea una persona normal, pero me parece que pertenezco a otro género patológico. Sade no tenía pudor consigo mismo y yo soy un gran pudoroso. En este sentido, me parece que Sade fue muy valiente, por permitirse revelarse ciertos deseos, cosa que yo no me permito.
Dijimos que Andahazi es psicoanalista y escritor. Bien: allá va otra de sus curiosas simetrías. Su padre, Bela Andahazi, es exactamente lo mismo. "En realidad, es al revés. Yo soy lo mismo", se apura el hijo respetuoso y atento.
Bela escribe poesía y teatro. Publicó sólo "un pequeño librito, financiado por él, como es corriente entre los poetas, que se llama Edades y temporadas". Pero tiene terminados tres más, además de obras teatrales. Mamá Andahazi tampoco queda afuera del círculo mágico. Se llama Juana Merlín, es jubilada bancaria, pero también estudió psicología y todas las noches -claro, cuando Federico era un niño- le inventaba cuentos sin los cuales nadie dormía.
Bela y Juana Merlín se separaron cuando Federico tenía algo más de un año, pero geográficamente siempre quedaron cerca. "Mientras mis padres vivieron juntos, estábamos en Charcas y Callao. Después, yo viví en Ayacucho y Corrientes, Uriburu y Corrientes y, ahora, en Callao y Corrientes." Tiene un departamento en el tercer piso, todavía en vías de decorar, que comparte con su novia, Vanessa. Ella es estudiante de Bellas Artes.
Andahazi dice que las infancias de los chicos que crecen en el Centro son extrañas, pero no por falta de calle, sino por exceso, y recuerda que el único modo de jugar a la pelota era "tomar baldíos por asaltos". Para lograrlo, había que estar dispuesto a librar salvajes "luchas entre facciones".
Ese chico que admiraba a su padre y se embobaba con los cuentos maternos jugaba en los baldíos del Centro en los años 60, mientras alrededor bullían los intelectuales de la época, los cines de la letra ele y las librerías con autores noveles, como García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar.
Pronto comenzó a escribir todos los días, y lo sigue haciendo, de modo que el espejismo de que es un autor aún escasamente productivo es sólo eso.
Pero no todo lo que escribe Andahazi es como El anatomista y Las piadosas. El puede ser, en ocasiones, bastante menos cerebral y bastante más alocado, como veremos en el siguiente párrafo de su cuento La gobernanta y sus culos sardos.
"Agora que ya non me pesa la perentoira & agobiosa lux sobre las pupilas ni la insoportable vox del oficial Xavier Beltrán, quiém, tras innúmeras xornadas me interrogó como si no tuviese otra coisa que facer de su vida más que atormentarme con sus preguntas, agora que las aqcuas parecen faber vuelto a sus cauces, agora sí, pues, puedo nenarrar posta & a mi antojo los abscuros pisodios acaecidos nel sórdido caserón de la calle Riobamba."
Este relato apareció en el número 27 de la revista V de Vian, dirigida por Sergio S. Olguín, una publicación cultural alternativa que Andahazi aprecia muchísimo.
"Esta otra literatura, un poco más descabellada, me permite trabajar libremente, en tanto yo no me propongo que sea publicada. Hay mucho de descarga poética, de descarga automática. Yo creo que podría escribir una novela de 400 páginas en este tono en más o menos dos meses", especula.
Así, Andahazi divide su obra. Una parte está destinada a los lectores ("aunque sea, a mis cinco lectores de siempre", amigos y familia). La otra, está destinada a él mismo, y por lo tanto, ¿qué sentido tendría publicarla?
De todos modos, siempre es útil. Hay una primera novela inédita, El oficio de los santos, que actúa como arcón del que salen ideas para sus libros masivos. A fin de este año, reunirá algunos de sus cuentos ocultos y los publicará, aunque en una editorial pequeña, Temas.
-¿El Andahazi verdadero está en sus escritos secretos?
-No, al menos no de modo deliberado.
-Pero tanto unos como otros están llenos de personajes tortuosos, sombríos, atemporales. ¿Por qué?
-Es la pregunta que no puedo contestar nunca. Las razones que me llevaron a cautivarme con personajes de este tipo son realmente muy oscuras. Yo creo que uno escribe para no saberlas.
Texto: Hugo Caligaris
Fotos: Ruben Digilio
Adelanto: Polidori y las Legrand
Desde el piso inferior llegaban en sordina las carcajadas de Mary Shelley y Claire Clairmont, y el dulce perfume del ajenjo, el tabaco y los aromatizantes turcos, combinación a la que Polidori jamás se había terminado de acostumbrar y que le provocaba unas náuseas incontenibles. Irreflexivamente abrió la ventana, pero un miedo supersticioso lo obligó a cerrarla de inmediato. De pronto, todo el paisaje que se ofrecía al otro lado de la ventana -cuya majestuosidad quedaba coronada por el imponente nevado del Mont Blanc-, todo aquel esplendoroso panorama velado por una traslúcida mortaja de lluvia, quedó reducido a aquella minúscula luz acechante que, como un lejano ojo ciclópeo, lo observaba desde la cima de la montaña. Como movido por una voluntad contraria a la suya, retomó la lectura.
Os hablaré de mí. Debo anticiparme a decir que habré de revelaros un secreto para el cual, quizá, aún no estéis preparado. Pero confío en que, durante el curso de la lectura de esta carta, el temple de médico se impondrá a vuestra envidiable juventud. No imagináis lo que para mí significa que estéis leyendo estas líneas. Ni sospecháis, tan siquiera, el peso -antiguo como mi larga vida- del que me estáis librando. Aunque pueda pareceros increíble, sois el primero y el único -fuera de mi familia, si es que así mereciera llamarse- que sabe de mi, hasta ahora, anónima existencia. Pero todavía no me he presentado. Mi nombre es AnnetteLegrand. Sois muy joven, pero aun así tal vez no me equivoque si afirmo que alguna vez habéis oído hablar de mis hermanas, Bebette y Clarette Legrand.
En efecto, John Polidori no solamente había escuchado hablar de las mellizas Legrand, sino que, según recordaba, había tenido oportunidad de conocerlas en casa de Miss Mardyn o -no estaba seguro- quizá en una de las escandalosas fiestas que diera cierta amiga de su Lord (Byron), una actriz del Drury Lane. Pero, sí, recordaba con absoluta claridad a las hermanas Legrand. John Polidori se había quedado vivamente sorprendido de la singularidad de las ya -por entonces- retiradas actrices. Además de ser exactamente iguales, era motivo de comentarios la increíble unicidad que parecía gobernar sus movimientos: caminaban a la par y nunca se alejaban entre sí a más de un paso de distancia; reían de las mismas cosas o bien se mostraban idénticamente aburridas ante tal o cual conversación; tenían una natural inclinación a interrumpir los más interesantes comentarios justo en el ansiado momento del desenlace de la eventual anécdota y parecían estar animadas por un mismo y único espíritu. Pero lo que más lo había sorprendido era la desinhibida lascivia con que examinaban a cuanto hombre se cruzara frente a sus narices. No mostraban el menor pudor en clavar la mirada en las más prominentes entrepiernas. Sin el menor reparo, seguían con los ojos -o, llegado el caso, girando impúdicamente las cabezas- la trayectoria del eventual galán. En esas circunstancias, murmuraban una en el oído de la otra y se reían acaloradamente, sin disimular la alegre excitación que las asaltaba. Según parecía, no mostraban la menor preocupación por desmentir los turbios rumores que sobre ellas corrían.
Rumores que iban desde las habladurías susurradas al oído hasta la injuria materialmente grabada en las puertas de los retretes públicos. Incluso recordaba haber leído en cierto artículo periodístico el neologismo legrandesco, aplicado a cierta dama cuya reputación se estaba poniendo en duda. Al menos su Lord conservaba una altiva dignidad frente, los rumores que sobre él corrían y, en público, se cuidaba de guardar las apariencias. "Las calumnias son demasiado infames para contestarlas sólo con desdén", le había escuchado decir recientemente, cuando un indignado caballero lo enfrentara en los pasillos del Hotel d´Angleterre increpándolo porque él y sus "pestilentes amigos" constituían una "sociedad incestuosa que ofendía a la Corona". En cambio, las hermanas Legrand no parecían prestarle ninguna importancia a las formas.