Nuevas Aventuras de Subiela |
Dentro de poco se estrena Despabílate, amor, la última película de Subiela, y ya comienza a montarse el escenario de quienes aman incondicionalmente a este director y de quienes poco a poco han comenzado a ponerse mordaces con sus ideas. Esa efervescencia se da en contadísimos casos con los realizadores argentinos. Hoy por hoy, Subiela monopoliza ese espacio de polémica entre críticos y enorme éxito con el público. Su cine es diferente al del resto, inconfundible. Basta ver una escena de cualquiera de sus obras para afirmar sin riesgo de confusión: ésta es de él... |
"He ganado muchos premios internacionales, pero todavía quiero alguno de los gordos, como el de Cannes. Y, sobre todo, el Oscar. Me gustaría mucho ganar el Oscar", dijo a la Revista este fabricante de sueños y coincidencias, ex aspirante a ingeniero aeronáutico devenido buscador de un estadio superior de la conciencia, poeta sin libros y director que intenta desentrañar las preguntas contenidas en sus propios films. Refiriéndose a Despabílate, amor, con Darío Grandinetti, utilizó por primera vez en la entrevista la palabra parto: "Fue un parto que vino bien, un relojito", dijo. Después la aplicó a su reciente intervención cardíaca: "Mientras iba al quirófano, me sentía como de parto", reveló. Se pueden vivir muchas vidas, parece insinuar, y cada película es un renacimiento. -¿A cuál de las otras se parece Despabílate, amor? -Yo creo que a ninguna. Tiene cosas que vas a reconocer como mías, pero es lo más parecido a una comedia que haya hecho. Después, en cuanto a cosas más profundas, es la primera en la cual la muerte no aparece. Es una película con mucho humor, con mucha ternura. A mí me gusta mucho. Al principio me desconcertaba un poco: era como tener un hijo pelirrojo. Ahora me di cuenta de que es una película mía, pero extraña, porque es la menos melancólica. -Y ya tenés otra película en planes, Las aventuras de Dios. -Sí, me gusta mucho, pero desaceleré un poco. Me quiero dar un tiempo; pero sí, la idea es acortar los plazos entre película y película y estar filmando una por año. -¿Creés que tu cine es una mezcla de lo intelectual y lo popular? -Sí, ésa es la idea. De pocas cosas me siento tan orgulloso como de haber contribuido a aumentar la venta de libros de poesía con El lado oscuro del corazón. Teóricamente, nunca podía ser una película comercial. Y lo fue. -¿Cómo empezaste a leer poesía? -Yo leí menos de lo que muchos suponen. No soy exactamente un intelectual. Hasta los 13 años quería ser ingeniero aeronáutico. Tenía pasión por los aviones. Yo soy, un poco, el inventor de No te mueras sin decirme adónde vas. Tengo un tallercito en mi casa, y hago cosas. -No me digas que fabricás robots con la sonrisa de Gardel. -No, y recolectores de sueños tampoco. Pero era lector de la revista Mecánica popular, más que de las literarias. Y un día me dejó una novia, mi primer o mi segundo amor, y desde ese momento me volqué más al arte, a la literatura. Empecé a escribir cartas de amor y, a partir de ahí, no paré nunca. -Y con la novia aquella, no te volviste a ver nunca... -Sí. Me volví a ver hace unos cuatro o cinco años, por una de esas casualidades fantásticas del gran libretista que está arriba. Una amiga de mi actual mujer contó que se había encontrado con una vieja compañera del colegio. La nombra, y era la misma. Armamos una comida juntos, los tres matrimonios. Se llama Susana, y sigue siendo hermosa. Le dije: "Me alegra y me tranquiliza mucho que te pueda contar lo importante que fuiste en mi vida". Y me dijo: "Nunca lo sospeché, nunca me enteré". Con lo cual me di cuenta de que la enorme pena de amor había sido en gran parte inventada, fabulada por mí. "Yo me acuerdo que me mandaste un par de cartas, pero nada más", me dijo. No podía creer que había cambiado mi vocación. -¿Qué otras cosas hay de autobiográfico en tus películas? -Muchas veces están adelantadas a mí mismo. Son autobiográficas, pero te diría que en términos de futuro. -¿Qué, por ejemplo? -Esos planteos sobre la evolución de la conciencia humana. Yo en ese momento no lo tenía claro. Era una cosa que sospechaba, pero no era mi preocupación fundamental, como fue después. El modificar el nivel de conciencia, trabajo en el cual estoy. -¿Estás acercándote progresivamente a una actitud más religiosa? -¿Vos creés? -Ya desde Ultimas imágenes del naufragio, donde Cristo bajaba de la cruz... -Sí. En todas las películas hay una presencia. Es muy curioso. Yo no soy católico ni lo fui nunca. Sí soy un tipo que siempre tuvo admiración y mucho amor por Cristo. -¿Las aventuras de Dios describirá alguna experiencia mística? -No sé. Yo todo el tiempo estoy juntando anécdotas, imágenes, que me voy guardando. Antes, las anotaba en un cuaderno. Ahora trabajo con la computadora y tengo un archivo fantástico. Cuando se produce la chispa, me lleva un mes o dos escribir un guión. Nunca más. Salvo éste, de Las aventuras de Dios, que hace dos años que lo estuve escribiendo. Siempre llegué hasta un punto en el que dije: este guión es imposible, no se puede escribir. Entonces lo dejaba, y como a los dos o tres meses volvía. Ahora lo terminé y me gusta mucho, pero es un guión imposible de filmar. Y ese desafío me entusiasma mucho. -¿Dios es el protagonista, realmente? -No, pero tiene vinculación. No te lo quiero contar, porque es casi imposible. Yo vengo coqueteando con el surrealismo, pero aquí la idea es conectarme con el surrealismo de El perro andaluz. (N. de la R.: célebre cortometraje de Luis Buñuel, de clima absolutamente onírico.) Lo que me llama la atención es que para mí es un guión muy extraño, pero se lo di a leer a mi hija de 19 años, que es una de mis críticas más duras, y me dijo que es el guión que más le gustaba de los míos. A lo mejor tiene algo que me conecta más con los jóvenes. -Una cosa que llama la atención es que digas tan a menudo que no entendés partes enteras de tus películas. -Al principio me costaba. En las mesas redondas, en las entrevistas, tenía que tener mucho cuidado en no quedar ni como un estúpido ni como un pedante, porque sorprendía mucho que dijera "no sé". -Me acuerdo de que una vez te preguntaron por qué la Muerte (Nacha Guevara, en El lado oscuro...) entraba en una cabina telefónica, y dijiste que no tenías ni idea. -Dije algo que me pareció inteligente y elegante, y que es cierto. No mentí. Yo siento que filmo preguntas, no respuestas. -¿Escribiste poesía alguna vez? -No, no. Me hubiera gustado. Soy un escritor y un músico frustrado. Lo que más me hubiera gustado es ser músico. Coqueteo un poco. Estuve algunos meses estudiando composición con Luis Gianneo. Intenté estudiar saxo. Y ahora me produce mucha emoción ver a mi hijo de 15 años, que integra la banda del colegio y está tocando jazz. -¿Cuántos hijos tenés? -Tres. Una niña de 19, un varón de 15 y otra de 14. La mayor fue meritoria de dirección en mi última película y está haciendo sus primeros cortometrajes. -¿Estás casado por única vez? -Sí, mi mujer es mi primera mujer. Es un caso raro. -¿De fidelidad? -Sí. Yo creo que lo peor ya pasó... De verdad. Creo que no es fácil convivir y mucho menos convivir veintipico de años con alguien. Pero creo que ya estamos en la etapa donde hemos crecido mucho juntos. El mejor amigo de mi mujer soy yo y ella es la mejor amiga que tengo. Ella comenzó en publicidad y es una muy talentosa pintora. -Tuviste hace un año y medio, en Barcelona, un ataque cardíaco. ¿Cómo cambió eso tu vida? -Mirá, en esos casos o cambiás o perdiste. Fue un infarto cuya existencia ya presentía, porque antes de sufrirlo, cuando llegué a Barcelona, me hice una revisión médica. En la clínica me dijeron que no me podía ir. Me reí y les dije que estaban locos. Me fui, volví al hotel, encendí un cigarrillo, me tomé un whisky. Llamé a mi médico argentino y le dije: "Mirá, me parece que caí en la clínica del doctor Cureta". Me preguntó cómo se llamaba el lugar y cuando se lo dije me contestó que era la mejor de Europa, que no me asustara, pero que juntara mis cosas, que volviera y me internara. Es una experiencia muy fuerte y todavía estoy superando el shock y el miedo. -¿Dejaste de fumar? -Sí, claro. Hubo dos cosas que me llamaron la atención. Una es que cuando me iban a operar en ningún momento tuve miedo. Y era una operación de corazón. Yo me asusté sólo cuando volví acá. Pero allá no. Allá tenía una sensación extraña: la de que iba a un parto. Que iba a nacer de nuevo. La otra cosa que pensé en ese momento fue: va a llegar un día en el que voy a agradecer esto que me pasa. Porque mi vida ahora es mejor. Como más liviano. Hago deportes, cosa que antes no hacía, hago una vida más sana. Esta es la primera vez que filmo sin fumar, y sin ningún problema. -¿No te hizo más religioso la enfermedad? -No. Me abrió la cabeza para el mismo lado para donde ya venía, para el de la expansión de la conciencia. Es posible que yo esté mencionando a Dios más de lo que lo hacía hace un tiempo. Tengo una sospecha más fuerte de que hay planes, de que nadie muere en la víspera, como dice el Presidente. Tengo que aprender a confiar más. La otra cosa que tengo que aprender es que soy muy fuerte, porque he sobrevivido a situaciones muy difíciles. También fui militante a los veintipico durante la dictadura... -¿Dónde militabas? -Y, estaba cerca del peronismo de izquierda. Siempre en lo cultural, claro. También a los 22 años estuve precirrótico, porque tomaba mucho. Y también me zafé, y dejé la bebida. Es decir, no fue una vida fá-cil. Ahora me doy cuenta de que de todo eso se puede aprender. -¿Sentís que los críticos te apoyaban más cuando hiciste tus primeras películas que con las últimas, más exitosas? -Es un tema difícil. Trato de entender y tolerar el disenso. La primera reacción cuando a uno lo critican es enojarse y ofenderse. Yo creo que en la Argentina es peligroso tener éxito. Construir una película lleva años y mucha guita, pero destruirla lleva apenas minutos, y cualquier crítico que no es crítico puede hacerlo, con un micrófono en la mano. También me pasaron cosas muy soeces con No te mueras sin decirme adónde vas. Me criticaron por haber utilizado a una modelo exitosa, Mariana Arias. Después, fue un pecado que la película me la produjera Artear-Canal 13. Yo sé, y esto no lo puedo probar pero lo sé, que periodistas de algunos medios tuvieron la misión de boicotearla por esto. Lo cual me parece terrible, pero son esas cosas chiquititas de la aldea... -¿No se perdona el éxito? -Te lo permiten hasta un punto. Después te dicen: bueno, pará. Pero no me importa. Soy auténtico y hago lo que quiero. -¿Cuál es el cine que más te gusta? -Bueno, si me preguntás de qué origen es la mayoría de las películas que estoy viendo últimamente, te diría que norteamericanas. Decirlo es un rasgo de valentía mío, porque es muy poco prestigioso. El cine que más me interesa y me moviliza es el norteamericano. -¿Por ejemplo? -Forrest Gump. -A mí también me gustó, pero la mayoría de los críticos la demolió. -También vi el otro día una que no es nueva, una de Peter Weir, Sin miedo a la vida, con Jeff Bridges. Son obras en las que se habla de temas profundos e importantes, pero lo hacen de una manera no aburrida. -Esa película tenía algunos toques de Subiela... -El tipo que más toques de Subiela tiene en el mundo es Emir Kusturica. (N. de la R.: director yugoslavo. Principales films: Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de gitanos, Sueños de Arizona, con Jerry Lewis.) Desde que comencé a ver películas de él me empezó a pasar, más allá de la admiración que me despertaba, que me daba cuenta de que yo hubiera puesto la cámara en el mismo lugar. Yo hubiera hecho lo mismo. Es un tipo muy cercano a mí. Los dos hacemos un cine de gente que vuela, de desafío a la ley de gravedad. -Un cine audaz... -Y, sí. Hacer que un tipo se arranque el corazón, lo ponga en un plato y se lo mande a la mina es jugado. Hay que animarse. Pero la gente lo entiende. Claro que no con la cabeza. Hugo Caligaris |
por Hugo Caligaris
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
28 de julio de 1996
Autorizado por el autor
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