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El libro gordo de la televisión
Hugo Caligaris 

Desde aquellos primeros quince días de 1951, transcurridos casi en la indiferencia, hasta hoy, los 50 años de la TV argentina tienen ya historia escrita por tres especialistas: Ulanovsky, Itkin y Sirvén

Parece mentira, pero la televisión -que hoy es la gran noticia de todos los días- comenzó en la Argentina casi como Cenicienta. Parece mentira, también, que sólo ahora, con 50 años de protagonismo de la caja boba, comiencen a aparecer intentos de contar sistemáticamente una historia que, pese a las críticas más justas de sus detractores, es poco menos que la historia del país en la segunda mitad del siglo.

En estos días, Planeta presenta lo que -aunque se llama Estamos en el aire- merecería llamarse el libro gordo de la tele, no sólo por sus 695 páginas ni porque compite con el de Petete en profusión de ilustraciones (más de mil fotografías), sino porque avanza paso por paso desde el principio hasta el falso final. Cada capítulo es un año, lo que permite calcular que en cincuenta años más podrían añadírsele cincuenta nuevos capítulos.

 

Mirtha, almorzando con Alcón y la Tana Rinaldi

Los periodistas Carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirvén se dividieron el mundo en décadas y fracciones de décadas. La primera llegó hasta 1966; la segunda, hasta 1982, y la tercera, hasta 1999. Títulos de las secciones: Fundación, estilos y costumbres, Años de oro y años de barro y Del fin de la inocencia a la globalización.

Bucear en los archivos de la televisión fue -confiesan los autores- una tarea ímproba, sobre todo por esa manía de no guardar nada que suele aquejarnos y que nos ha llevado a la pérdida de joyas como los míticos ciclos de David Stivel, que en la década del 60 fueron plataforma de lanzamiento para una camada de actores noveles: Alfredo Alcón, Norma Aleandro y la entrañable y no olvidada Bárbara Mujica, entre otros.

Ulanovsky, Itkin y Sirvén reconstruyeron el rompecabezas incompleto con 195 entrevistas a protagonistas y testigos de viejas hazañas, y eso solo ya es un aporte de peso.

Pero lo más fascinante está en la anécdota, en esas pequeñas pinceladas de los recuadros y las acotaciones al margen que valen más que cualquier ensayo sociológico. Y que también son considerablemente más entretenidas. Todo comienza el 17 de octubre de 1951, en la Plaza de Mayo. Perón y una Evita que ya hablaba desde el más allá protagonizaron un acto inolvidable, y en ese momento pasional, casi lo menos interesante es casi lo más interesante hoy: unas cámaras estaban registrando y transmitiendo, por primera vez en el país, el acontecimiento.

"La repercusión que tuvo el estreno televisivo en los diarios de aquella época fue mínima -escribe Ulanovsky-. El Mundo, en pequeño recuadro, menciona racimos humanos manifiestamente sorprendidos por la perfección del invento... El comentario de La Nacion es igualmente parco: Con el registro de los actos de ayer fue inaugurado en nuestro país el servicio de televisión. Según se informó oficialmente, el programa pudo ser captado con absoluta nitidez hasta a 150 kilómetros de la Capital."

Es decir, el nacimiento jamás tuvo un título de tapa a todo lo ancho que dijera algo como: Tuvo lugar ayer el nacimiento de la televisión. El día después del 17 de octubre de 1951 fue un día más. Los vecinos, a la noche, sacaron a pasear al perro, los abuelos jugaron a la escoba con sus nietos y nadie sospechó que acabaría aferrado a un control remoto como un náufrago a su balsa.

"Durante las primeras semanas, la televisión pudo verse más en las calles, detrás de las vidrieras, que en las casas. En el negocio de radiofonía que el padre de Tato Bores tenía en Córdoba y Cerrito habían instalado un aparato. En 1975, el actor recordaba el hecho: Por el frente del comercio pasaba, apurado, ensimismado, un típico porteño. Al ver las imágenes se detuvo y, entre desorientado y enojado, dictaminó: ¿Y esto es la televisión, señor? Pero, por favor: ¿por qué no se va a la puta que lo parió?"

 

El inolvidable Pepe Biondi

Nélida Lobato en El show de Andy Russell

Narciso Ibáñez Menta terrorífico en 

Es usted el asesino

Sólo el 4 de noviembre Canal 7 inauguró una programación que podría llamarse regular. En los primeros días imperó la confusión. "En esa semana y pico todo fueron preparativos, ensayos, errores y temor a lo desconocido." Pero ya asomaban las primeras estrellas: los locutores Guillermo Cervantes Luro y Guillermo Brizuela Méndez, el recitador gauchesco Fernando Ochoa, los chicos de la Pandilla Marilyn. Curiosidad: esos primeros tiempos servían también para divulgar el arte de nuestros intérpretes clásicos. El nombre de la gran pianista Pía Sebastiani se hizo muy popular por esos días gracias a la tele. Después la TV abandonaría esas fantasías juveniles y apostaría a lo seguro: en ningún talk show de los de hoy en día ha aparecido jamás, digamos, un ejecutante de violonchelo.

En cambio, todavía perdura el fútbol, invitado de la pantalla chica prácticamente desde el principio: el primer partido se televisó a un mes del estreno, el 18 de noviembre de 1951, y fue un San Lorenzo-River.

Estamos en el aire abunda en perlas de este tipo, y cada una vale para tejer recuerdos y reflexiones módicamente filosóficas como las que se esbozan en esta nota. Las fotos que mostramos aquí son algunas de las incluidas en el libro, y documentan la aparición de los ídolos: Sandrini, Marrone, Mirtha, Susana, Tinelli, adorados ayer y hoy por millones de espectadores que no han sentido similar afecto por las reseñas críticas.

Como explica Itkin en el capítulo intitulado 1970, por ese año "casi el cien por ciento de los hogares de clase alta tiene un aparato, y el 97 por ciento de la clase media ya está equipada. Es en la clase baja donde todavía queda una brecha de quince por ciento sin televisor. Jorge Ignacio Vaillant, subgerente general a cargo de la producción en Proartel, lo dice con todas las letras: Saturadas ya la burguesía y las clases altas, la ampliación del mercado por vía de las clases populares significa una apertura hacia niveles de menor poder adquisitivo y más baja cultura".

El pie ya apretaba el acelerador. La lógica de la televisión ya estaba definida. En 1997 - Se acabó lo que se daba, Sirvén escribe, en el tramo final del libro: "La televisión tiene cada vez menos paciencia con los programas que no andan bien. No hay semana en que los canales no se deshagan de algún ciclo. Incluso se da el caso insólito de Señoras y señores, que es levantado dos veces durante la misma temporada, primero de la pantalla de Canal 13; después de la de América, donde había ido a parar. Es tal la aceleración de la programación que, por primera vez, algunos ciclos no esperan siquiera el fin de la temporada para mudarse de canal, sino que lo hacen a la mitad, sin complejos".

Nada extraño, por cierto, si se toma en cuenta que la misma velocidad ha tomado la vida de todos nosotros. En la sociedad, en el trabajo, hasta quizás en la familia, un paso en falso puede significar un cambio inmediato de canal. La televisión no es un monstruo de probeta en un laboratorio de ángeles. Tampoco lo contrario. Cuenta, vista desde cierta perspectiva, una historia que merece la pena ser leída. No es la de Grosso ni la de Ibáñez, no es un texto escolar. Es historia real, inmediata, de la que gusta y duele.

por Hugo Caligaris
LA NACIÓN, Bs. As. (Arg.)
17 de octubre de 1999

Autorizado por el autor

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