Al pie del mar que se mueve |
I Esa luz rojiza terriblemente calcinada, un pozo en los profundos deseos y volver a tocar ese mar azul, movedizo, de cofres petrificados; ese mar infinito de los ojos con que miré y todavía recuerdo los muelles. II Esa luz para profanar los litorales, donde he flotado con estrella de los vientos en los dedos y misterio con cielo: un viejo pirata esclerótico aún acecha con periscopio atómico, con rocas como cíclopes sin llegar a la última isla para quedar ciegos con vino, carnero, y paso de dioses borrachos; un picotazo de viento seco, errantes cangrejos, navíos azules desplazados desde el fondo infinito de un cielo implacable que devoró anclas, y cimentó leyendas con murmullo de muertos y barcos bajo aguas; III el hueso del mal con bandera negra y guerra del enfermo lord Bush derrotado por la vida, con puntas de aguas rebeldes y un siglo paradójico en Oriente Medio, en el territorio extraño de alfombras, mezquitas y cobras de la vida, sumido en fierezas naturales, como lanza en la carne removida hasta romper el esqueleto del caos; esa extraña luz que rebalsa los vasos de la memoria con naufragios de íntimos milagros y ojos que buscan otra playa en que el mundo llegará a restaurar la memoria; IV entonces el mar, el reflujo, sacar un corazón para dejarlo sobre la sal pura, y el soliloquio de albas, con nombre de ciudades bajo la arena, en noches borrascosas y velas; entonces, el poeta del mar siente que se mueve, va o vuelve y lo reencuentra con furias inusitadas. |
Carlos Calero
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