El relator de actos obscenos conoce bien su propio egotismo. La pajarita
conoce su propio egotismo. El malabarista afectivo, la oculista
neblinosa, el farmacéutico belicoso, conocen su propio egotismo. Lo que
cada uno de ellos dice, es cosa de los otros también. "Aunque haya
personas que nada tengan que ver con las personas", agrega el creador de
ambigüedades como si manejara cierta información privada, al alcance de
algunos pocos privilegiados. Un creador de este tipo (o de cualquier
otro) es persona peligrosa pues toda realidad que lo roce es pasible de
transformaciones no consentidas.
Por su parte, la oculista neblinosa quisiera seguir hablando un poco más
acerca de la pequeña oscuridad reflejada en la luz pero carece de medios
para expresarlo porque todavía la luz le sigue provocando una inmensa
ceguera.
A su vez, para el malabarista afectivo, un pensamiento no existe así
como así. "A su alrededor se necesita tiempo, historia, gente". Todo eso
lo hace muy peligroso, y por lo mismo, "hay que imponer por la fuerza
una idea muy serena", se apura a decir el farmacéutico belicoso, que
aunque se esmere en escribir poemas de receta, no puede sacarse las
botas del discurso. Pero como la poesía no necesita sus versos para ser
ella misma, no se preocupa por vomitarle la verdad en la inmaculada
chaqueta.
Unas y otras percepciones forcejean en el pensamiento de todos, a
excepción de la olvidadiza, que se afirma en el no saber de sí porque ha
tenido una crianza silenciosa y poco reconocida.
Un desborde esotérico, vecino de la esperanza, los extravía por caminos
que son y no son de este mundo. La respiración de las piedras a orillas
del río, el quejido de una copa al momento de caer, el llanto sucio de
un zapato que se rompe poco a poco, son para ellos tan nítidos como el
tañer de una campana. Y aunque sea bello el rostro dormido, que se
levanta de la desdicha, la pajarita afirma que cuando nos mire, sus
pupilas nos harán cerrar los ojos.
"Sobre todo, no olvidemos que el discurso no gira alrededor del lector
modelo sino alrededor del lector desconvertido", dice el relator de
actos obscenos, que no quiere relegar su presencia sólo a las primeras
líneas de esta página. Añade, además, que el desconvertido no vive en
otro mundo sino aquí, en medio de gente vulgar y luminosa. Disconforme y
comprensiva. Revuelta y especiada.
Dueña de un heroico pragmatismo de inutilidades, la olvidadiza de sí
misma apunta que el desconvertido está próximo a los que temblequean por
sí mismos. (Ella siempre busca el costado individual del sujeto social,
porque ve en todo acto humano un ayudamemoria que la evoque.)
Ellos perciben la vida sin contraerla a una modalidad especial y la
escrutan con sus facultades sensibles. A su vez, estas facultades tienen
un carácter mutable, producto de su modo de ser imperfecto, deficiente,
cuestionable. Todo cuanto ellos piensan y ellos son, puede cambiar,
puede dejar de ser. Pero no sería correcto pensar que son un puro
noser, porque (ya lo han dicho otros) lo que no es no puede cambiar.
Las cifras del enigma no se dividen ni se restan: se presienten. Se
reconocen sin advocación. Se transforman en presencias difíciles,
extrañas, amadas. Transmutan en fiebres, en combates librados entre
cuatro paredes. En universos nadando sobre una cuchara. No alcanza una
multiplicación para resolver su rayo secreto. No es suficiente el viejo
saber, porque su resolución nos exige ir más allá de la ley marcial, de
la ley de Dios, de la ley de gravedad, de la ley sálica, de la ley de
tránsito. El enigma que constituye a cada uno de estos desemejantes,
traspasa la obstinada línea del horizonte.
También se incurriría en un error si los consideráramos como individuos
afectados de irrealidad porque lo que ellos buscan en cada vuelta de
tuerca, es un nuevo engendrarse, un nuevo llegar a ser. Cada uno de
ellos hace un bien a los otros. El relator de actos obscenos promueve la
masturbación colectiva, y esto redunda en gran felicidad, sobre todo en
las huestes femeninas. El malabarista afectivo hace acrobacias sobre el
mundo girador en las ideas fijas, y así conmociona a los que escriben
con las botas puestas. La pajarita tiene como misión deslizarse por el
filo de las ingles y los temblores. Demás está decir, lo dichoso que se
siente el relator obsceno, porque suma argumentos a sus narraciones. Por
su parte, la olvidadiza de sí misma devuelve a cada uno, sonido por
sonido, el eco profundo de la propia soledad. El farmacéutico belicoso
hace explotar los pensamientos menos humanos y de este modo se convierte
en espejo de lo que menos se quiere reflejar. El creador de ambig_edades
siempre saca al mundo de sus casillas: el caballo ladra y el perro
relincha, para que la oculista neblinosa, entre otros, no pierda el
registro de la posibilidad.
Finalmente, y por primera vez, es necesario hablar de la narradora
narrada que se mata creando personajes que la personifiquen,
fornificadores que la forniquen, padres que la filien. Ella se esmera
por hallar al lector desconvertido, porque es el único capaz de ayudarla
a improvisar una balsa para navegar por los mares de la luna. Todo
cuanto él diga en sus mails y haga en su conciencia, la involucrará
siempre. Por el desconvertido, ella nunca será narradora o pajarita
testigo, sino la médula y el producto de las más reales y libres
disoluciones. Y demás está decir, cuánto hace la esmerada por acercarse
también a su propio egotismo. |