Todavía no dije mi última palabra. Hace un momento
era mi aliada y ahora he dejado de serlo. Las
insignias de falible adornan el canesú de mis
vestidos. Fui yo quien me las otorgué y soy yo quien
las quita porque no son las que corresponden ahora
que soy tan bilingüe y estoy tan bien vestida. Si
quise una satisfacción ya la tuve: usé mis
insignias. Pero las cosas cambiaron. Ahora tengo que
acordarme de leer mi agenda. Ahora puedo comprar a
crédito la felicidad con seis sillas, en cuatro
cuotas.
No me di a la bebida, como suele hacerse, lo hice
con cordura, por más que mi propósito haya sido
excéntrico. El alcohol me ha equilibrado, me ha
hecho ver el paso bueno de la vida. Voy a tener que
perdonarme, porque me veo así, estabilizada por los
bríos del ron y no digo que este uniforme es el
oropel de la mortaja. No desespero. No voy a dejarme
desnuda en medio de la historia. Cierro todas las
puertas porque estoy en plena corriente de aire. Yo
podría morir a fuerza de análisis pero
afortunadamente tengo a mi aliada. Yo sé cuál es mi
posición aliada. No comparto mi postura y creo que
mi obligación es advertírmelo. Esto no me salva de
una idea de choque. Conmigo o con mi aliada, las
cosas empiezan estar cada vez más claras. El alcohol
se me va a la cabeza. Me acoge en el último páramo.
Baja. Sigue bajando hasta los reinos de la espuma.
Alguien empieza a hablar. Qué olor a carne en el
mundo. Mi aliada es encarnación de la sabiduría
colectiva. Colecto y colecto sabiduría. La sabiduría
que sabe y que enseña.
Con timidez me permito decirme algo. No sé, me noto
rara cuando saco las cosas que están adentro. Me
comporto con corrección, por lo menos. Yo, en mi
lugar, me pondría de pie inmediatamente si estuviera
sentada. ¿Quién soy, mi aliada? En fin, qué
pregunta. Me parece que no me expreso del todo bien.
Creo que me duele la cabeza y tengo los dedos
marcados en el cuello. No es nada grave. Es que casi
me estrangulo por necesidad. Me gusta ser mi aliada.
Siempre supe que iba a entenderme. Incluso aquella
vez en que me cerré el paso. O cuando me desconocí a
propósito, para no reconocerme. No sé de dónde me
venían esas inclinaciones. Siempre quise coronar mis
sueños y terminar mi búsqueda para no dejar la
cabeza descoronada.
Cuando llega la tarde me preparo para un viaje. Está
claro que una no se va, pero de todas maneras hay un
momento para abandonarlo todo. Alguien que también
soy yo empieza a despedirme, sin hacerme sufrir,
sólo para ayudarme, y yo me encariño hasta necesitar
un abrazo largo y rosado como la cola de un dragón.
Mi aliada se contenta con que no ocurra más que eso.
Estamos solas mi aliada y yo. Nos sentamos en una
sola silla y esperamos que pase una cosa
irreparable.
El sorbo necesita el ron. El ron necesita el sorbo.
Tengo que estarme agradecida porque satisfago mis
ansias juveniles. Lo hago como si fuera mi aliada.
Puedo encarnarme y desencarnarme. Recurrirme
incansablemente. Mirarme azorada. No voy a tomarme a
mal cuando mi aliada me exalte. Estamos ligadas por
lazos de sangre pero nada más. ¿Qué puedo hacerme?
Saltar y caerme inmediatamente. Yo misma me enseñé
eso. Una enseñanza simple. Saltar y caer
inmediatamente sobre mi destino. O sobre mi aliada.
Me estoy asustando otra vez. Qué pálida estoy. Qué
tenebrosa artesana de la falla. ¿Qué voy a hacer?
Demostrarme el error. Explicar mi sistema. Confiar
en mi atropello. Esta a quien llamo yo es el brazo
temporal de mi aliada. Es mi carne hecha palabra.
Soy pura, pura, oscuridad. ¿Qué dije? Pensé que no
me importaría. Para mí no tiene ninguna importancia.
Para mí tampoco. Espero, espero. ¿Ya no hice esto?
Lo hice. Estuve muy ocupada esperando. Estuve
brillante aquella vez que esperaba. Si no hubiera
tenido que esperar no habría tenido oportunidad de
hacerlo. Verdaderamente me sorprendo. De nada hago
algo menos.
Digamos que tengo mis motivos para hacerlo. Yo no
puedo decírmelo. Yo no me conozco todavía pero voy a
demostrarme quién soy. Qué ceguera. ¿Dónde está el
revólver? Ahora que estoy en orden no encuentro mi
cabeza. Tengo el revolver y no encuentro la cabeza.
Al menos me puedo dar un culatazo en la nuca. Yo me
caigo y mi aliada escribe. Tengo buenas intenciones
pero estoy muy nerviosa. Me pego fuerte pero no soy
mala. Ya voy a ver. Me gustan las bromas y me gusta
la charla. ¿Por qué desesperar? A lo mejor no me va
tan mal. |