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1. LOS LIMITES A veces, veo morir tu segunda persona y lloro. A veces la veo salir de escena de manera brillante y aplaudo. Yo sueño con tu segunda persona siempre sorprendente con su veta humorística, ligada naturalmente a los elementos del día y de la oscuridad. No es simple, lo sé. Las segundas personas tienen sus limitaciones. Sobre todo porque viven al límite de ser terceras. Y las terceras personas son proclives a desaparecer en la multitud como el agua que se pierde en el agua. 2. LAS METÁFORAS Puedo confesarte algo. Cada vez me preocupo más por reconocer a mi primera persona para no confundirla con la tuya. Me preocupo en aceptar que, de todas las metáforas que la conforman, la que más disfruto es la del relámpago. No sé cuánto pueda testificar ella de vos, con sus imperceptibles huellas de araña, pero te aseguro que entro y salgo de los remilgos de la realidad que atañen a tu segunda persona con una prodigiosa destreza. |
3. LOS REMILGOS Brazos, alas, élitros, tentáculos, la fama voladora de tu segunda persona llega hasta donde los humanos magnifican los pájaros e imaginan murciélagos. En un inmenso caldero de sueños, tu voz secundaria se mantiene en un agua sin fondo. Sobre tus alas de segunda persona he visto un toro y sobre el toro un ángel, y sobre el ángel una montaña removida por un feroz latir de corazones. A los remilgos de la realidad esto le parece una cosa fantástica. A mi primera persona también le parece una cosa fantástica. Por eso siempre pienso en tu segunda persona como algo extraordinario. 4. EL HUECO La frontera entre un "vos" y un "él" no se mide en kilómetros ni en millas sino en cielos e infiernos. Cuando la segunda persona va perdiendo sus formas singulares, es decir, cuando las alas del pájaro no pueden sostener al toro, y el ángel se tambalea con una montaña en los brazos, la segunda persona crea una evasiva llamada tercera que no ve más allá del toro. La base de la neblina se ignora. Tan inmenso y tan resplandeciente es el hueco que queda por el paso de lo personal a lo impersonal, que la primera persona asume cierta voluntad de anticuaria, cierto empeño de conservación hasta que el lenguaje le enseña que ninguna persona es lo que cree ser, y mucho menos la segunda. 5. LA OTREDAD En ocasiones, mi primera persona se despierta de algo que pudiera ser una pesadilla, desorientada y confundida piensa que tal vez sea una tercera persona que no sabe dónde está, que no asume su compromiso ni su voluntad, y se mueve a merced de una primera que la narra, dibujándola a su antojo. Entonces, tarda un poco en reconocer su propia piel. Quizás por eso, porque esencialmente mi primera persona apenas se ocupa en habitar su yo con plenitud, no se desplaza hacia la tercera, no se instala en una otredad para evocarse, porque mi primera persona no podría escribir jamás una prosa de turista. 6. LO INTIMO Cuando mi primera persona se introduce en la tercera, asume lo otro como íntimo y personal. Habla con su voz desde lo ajeno y lo ajeno se vuelve propio. La tercera persona no le resulta un escondite sino un territorio por asimilar. Pero tampoco esto implica una conquista, un arrebato, sino una fusión de peñasco sobre toro, de toro sobre ángel, de ángel sobre pájaro y de pájaro sobre cualquier prueba de que hay un yo como causa anterior para no proceder en infinito. 7. ANARANJADOS Y AZULES Muchas cosas son posibles antes de que tu segunda persona naufrague en la monotonía de los grises. Sabrás que a mi primera persona nada le cuesta evocarla. Sabrás que desde ella te construyo. Si tu segunda persona es reconocible, sugestiva, existente, es porque la erijo en un juego rítmico y complementario de ímpetu y pasividad, de anaranjados y azules. Poco sabrías vos de ella si yo no la nombrara. Si yo no la edificara palabra por palabra, creerías que tu segunda persona es apenas aquello que la tercera persona, inerte en los remilgos de la realidad, dice de vos. 8. EL HIJO VARÓN Lo que vale para la segunda persona, vale para un melón o una rosa: una se engolosina, se enamora. Una llega a creer que la segunda persona tiene adentro un ángel con el corazón en llamas. Jamás de los jamases a la primera persona se le ocurre pensar que la segunda persona tenga por corazón, un sapo. Toda vez que una la nombra, la segunda persona se vuelve única como un dragón, como un poeta, como el hijo varón de una cereza. 9. LOS LIMITES Yo sé bien que mi primera persona es la que ha hecho que tu segunda persona se pavonee oronda, como si todo lo que mi yo dice de ella fuera propio de ella y no propio de mi yo. Pero ese es el meollo, el desliz, el riesgo. No quedan claros los límites. No se sabe dónde empieza una y termina la otra. Ambas son recónditas y análogas como una cópula de mujeres. No se distingue bien cuál es el rayo y cuál el resplandor que corresponden a una o a otra. Como sea, quede claro que mi primera persona siempre evoca a la segunda persona de un hombre en tamaño natural, aunque tenga alas. Aunque luego alguien se las arranque con una pinza y lo obligue sentarse en una silla cualquiera, con el corazón frío y estéril, y le exija comportarse como una tercera persona insuficiente, impersonal, innecesaria. |
por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
Originalmente en Página12 (Rosario)
Sábado, 5 de junio de 2010
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-23870-2010-06-05.html
Autorizado por la autora
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