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Los radares no nos detectan
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Es un tornado en vivo y en directo. Es el bar. Es el confabulario del alba. ¿Qué pasa con el clima? ¿Y con la escritura? A ver, pongamos el pensamiento sobre la mesa. He venido para quedarme. Esa es una decisión. Pongamos, pues, las decisiones sobre la mesa. La lluvia es torrencial. El bar, un mundo. Sí. Hay un fondo, pero es ahí donde empieza el otro lado. Las páginas de los diarios necesitan plantíos de repollos, hombres desnudos en los mares de la luna, escaleras de caracol, tres peregrinas pálidas de jóvenes tentáculos que se enreden entre sí y tarden horas en desenredarse, sin que se pueda saber si es por placer o por torpeza. Ese es un punto de vista. Pongamos los puntos de vista sobre la mesa. Tengo deseos de un Beaujolais. Pongamos el deseo sobre la mesa. La tempestad, sobre la mesa. El ritmo de lo escrito, sobre la mesa. ¿Te das cuenta de que no nos detecta el radar? Obviamente. ¿Te asusta? Mucho. ¿Te gusta? Más. Es un tifón. Es un susurro. Es la uva gamay. Alguna página de diario estará predestinada a la posible felicidad. Pongamos la buena nueva sobre la mesa. Esto es axiomático: suponer que vendrán futuros placeres se fundamentaría en la evidencia de que hasta ahora no los ha habido. Un placer de estas dimensiones no existe en la agricultura, ni en la elaboración de joyas, ni en el aquagym, ni en las sacristías. La sadoescritura se volverá epifanía de la escritura. Se volverá sadolectura. Se volverá sadomancia. Pongamos el corazón sobre la mesa. Los lingüistas podrán decir, que en el prefijo está la flagrante operación de sentido, puesto que está cargado de una criminalidad emocional que pondrá patas arriba la moral de las palabras. Pongamos la moral sobre la mesa. Y a la retórica no le parece bien que los verbos se conjuguen con las manos y se escriban con los pies. Pongamos los paradigmas sobre la mesa. Ni que los acentos se usen como remos en el canotaje de las reglas ortográficas. Pongamos los acentos sobre la mesa. Ni que las q se vuelvan b, y que las b se vuelvan q. Pongamos la gramática sobre la mesa. Es el bar. Es la uva gamay. Es el huracán dentro de la botella. Sos vos. Sos vos. Soy yo. Soy yo. Pongamos el vos y yo sobre la mesa. Examen exhaustivo. Boca, dedos, mucosa, prepucio, ano, cabello, calvicie, labios, calvicie, labios. Sadopoesía envuelta en papel de diario. Los radares no nos detectan. La escritura horizontal no nos detecta. La escritura vertical no nos detecta. Sos vos. Soy yo. ¿Quién es vos y quién, yo? Pongamos la consonancia sobre la mesa. Es la noche mojada que anda de gota en gota dejándose brillar. Es el temporal. Es una moneda de diez centavos que entra por la ranura del poema. Es el tamaño tabloide. Es el poema que envuelve media docena de huevos. Los radares no lo detectan. El mozo del bar no nos detecta. Los dedos entran y salen por todos lados. Es el desplazamiento del objeto que no detecta el radar. Continúa lloviendo. Pobres muertos. Es la sadoescritura que anda en puntas de pie por los bordes del más acá. El mozo no la detecta. Es el corazón que se hace palabra y los radares no lo detectan. Es la poesía que no detecta al radar. |
por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
Originalmente en Página12 (Rosario)
Sábado, 30 de enero de 2016
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/13-53059-2016-01-30.html
Autorizado por la autora
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