¿Quién es esa criatura?
Surubí.
Oigo una voz corriendo a ras de suelo como si un viento la doblase con
sus propias manos. Acaso algo distinto a las lloviznas o al pez que
vuela olvidado del agua.
Su suavidad es propicia a los instantes felices y a la expansión del
destino que sale de cualquier parte.
Singular estrella
o criatura ignorante de todos los pactos con las cosas infinitas.
Te doy un lugar no suficiente,
pero metáfora que te complace,
luz rastreadora,
vapor a su vez de otra metáfora,
investida de romance en el fin de la Tierra.
Sé que tengo un nombre entre los sueños y que una linda muchacha llora
lágrima negras, y que dentro de su cuerpo es tan humana como un libro y
que al contemplar las estrellas encuentra en el firmamento deslumbrante
un reflejo,
un vehículo metafórico
que no llega a la raíz, donde un eco de lo exterior dice "tu nave
espacial se dirige a las nubes en epicentros dorados".
No es nada más que ese todo, por el que pude acabar bajo un platillo
volador en busca de un espectáculo grandioso,
una especie de caja de pandora
llena de perlas y gramática.
La garganta llamando a Aristóteles y a Chatrán con el mismo respeto.
Ambos se zambullen en lo más íntimo de mi corazón de surubí para dar
color moreno a las citas mortales escritas en una lengua y en una forma
encontradas en una tienda de antigüedades.
Es el oficio de las remolachas
y los pichones de avión a chorro
despertando las pompas del habla y desplegando la obstinación de los
decidores con flecos.
El surubí,
para alguien que meramente quiere decir la literalidad visible, proviene
de la aciaga inspiración originaria de una oscuridad consecutiva que se
va deslizando por debajo de su propia piel de cachorro.
Por las noches,
los surubíes se echan a volar,
intentan huir y se quedan en todas partes,
en ninguna parte.
Surubí es apenas el nombre,
el espacio fuera y dentro de mí,
una especie de meteorito fulgurante en su auténtico ser.
Tan pronto el río ha quedado en manos de Dios, se le puede dar a esa
ilusión una oscuridad poética que renueve la forma
siendo él, ellos, surubíes,
de un origen más hondo.
Por el hecho de ser tu nave espacial, en las distancias del sueño, que
es el continente de nuestras palabras, o por causa de mis escándalos en
el caldero humano, coronado de perlas y sílabas, nosotros nos hemos
alcanzado en un temblor verdadero.
Sentado a la mesa de comandos y gramáticas,
va el viento bizco,
no ve bien el sexo desdichado,
peso muerto,
haciéndolo girar en elipses dorados,
de una boca hacia todas las bocas,
como un espejo en el que tenemos que mirarnos.
Oscuramente primero.
Y después claramente.
El paso de un comportamiento a otro no consiste en crudas
interpretaciones. Es así como me paso horas interminables precedidas de
muy aprobado silencio, por supuesto, al revés del pensamiento de todos
los demás. Después de todo, la lentitud insensiblemente obtiene su
dignidad de la metafísica encerrada en un verso.
Pensaba, sin embargo, que un primer suceso ya ocurre excesivamente, con
sospechosa fluidez. Dos tareas que en el fondo son una sola, succión
redonda, en su posible.
Reconoce, todo surubí,
la voz amortiguada
del que no avanza ni un milímetro.
Los fenómenos metafísicos invocan raros fenómenos del lenguaje con
sospechosa fluidez por la ínfima combustión del tiempo, como si los
versos necesitaran ser inflados a cada instante
a pesar de la timidez que no siempre baja
por el oscuro tubo de lentitud meditativa.
El silencio es total.
Va muy lejos.
Va muy lejos porque parece un agua no limpia,
además tengo la sensación de que el universo tiene su temible azul vivo
de un espacio para enloquecer.
¿Algunas huellas? nada, nada y todo,
todo a merced de Mallarmé que no suspira,
espantoso, demasiado espantoso,
pero de todos modos cuando un poeta cree haber prescindido de los verbos
como números, quizás aparece devuelto a las fuerzas imaginarias que
estamos acostumbrados a arrancar del oído y la pulverización a más no
poder.
Las gruesas bostas de esplendor desdoblamiento suscitan la apariencia
rechazada, y en el medio, el canturreo refunfuñado, rugoso y visceral de
la palabra imprimiendo una forma de abejorros y araña interrumpiéndose a
tiempo.
Que todo el surubí, siendo aún muy joven, en su auténtico ser de muy
lejos, es un solo vocablo de nombrar quien uuiijjjaaa se ande por la
luna.
Y a no perder su forma hasta el último momento entre las esferas.
Va el viento de un mar a otro buscando ángeles que con igual fundamento
puedan decir: no he comprendido nada, nada.
Pero soy
piel de orilla,
la voz alienígena,
el autor sideral
que lega y toca
la noche hasta hacerla parecer fraudulenta.
Minuto a minuto,
este colosal resto del cuerpo, bruscamente atenuado y dramatizado,
ha nacido sin las sílabas del tiempo
lo cual debe temblor cerrado para claridad
pero no embriagado
no estado somático
sino entrado en vuelos.
La batalla es hermosa
cuando prolonga victorias inverosímiles. |