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Hombres y sabuesos
por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com 

 
 

Reino

¿Es posible, es verdaderamente posible que nos sobrevolemos? Muchas veces, en tu cuerpo duro me examino y me compruebo. Se diría que reino sobre esos territorios, desde la orilla hasta el fuego central, donde nunca antes alguien ha reinado.

Abanico

Mi gozo depende de tu forma y tamaño. Tu rasgo flabelo me sirve para espantar el espíritu de los muertos. Tu rasgo plegable tiene la habilidad de conectarme con las fases de la luna: no ser, aparecer, crecer, ser plenamente, disminuir. Pero sobre todo, tu rasgo plegable me remite al alegorismo erótico del abanico en una figura fantasmagórica de un cuadro de Max Ernst.

Mandamiento

Mi portentoso método de existencia se resume en un solo mandamiento, una regla áurea que gobierna cada uno de los besos que prodigo, de los desmoronamientos en que caigo, de los gritos que ahogo, de los temblores que reservo, de los textos que escribo: lo imposible es lo que vale la pena intentar.

Única

En mi caso, el rigor del raciocinio es inseparable de la energía de la emoción. En efecto: creo que la pasión no es una gracia caída desde lo alto, ni que un dócil doblegamiento pueda tener algo que ver con el gozo del amor. Creo que abrazarse a la inocencia de los latidos es la única decisión posible. Y cuando digo única me refiero a la que comporta menos carga de muerte.

Huesos

Lo mismo que en un cuerpo último queda por examinar lo que hubo antes de su muerte, el mandamiento, aunque sea portentoso y arriesgado, es humanizante. Sobre todo, más humanizante que todas las imposibilidades humanas acumuladas para justificar los hechos que, disfrazados de prudencia, guardan sendos huesos cobardes.

Cuerpo

Tras su apariencia quizás paradójica o cruel, el sendero menos transitado de tu cuerpo es expresión viva de tu auténtica soledad en marcha y de la moral más escéptica. En los casos de mis besos allí enterrados, cuya crónica hicieron pública viejos y amados poetas, no se alejan ni un céntimo de la religiosidad más extrema del mandamiento que me gobierna, tanto en su faceta erótica, como en su faceta anímica.

Sabueso

Gracias a mis lecturas puedo saber cómo un sabueso de carne y sangre puede dejar huellas imperceptibles en los corazones sombríos. También sé que una mente menos débil, menos inclinada, habría terminado por comprender que los sabuesos espectrales entran y salen del mundo como si fuera su propio ombligo. Pero mi método de confianza en los sabuesos es universal e irrestricta. Cualquier can de lodo tiene derecho a intentar ser un sabueso de la luna.

Exquisiteces

Quedarme quieta sobre el recuerdo de tu cuerpo es una forma de movilidad interna reñida con la rutinaria forma del amor. Esa movilidad emprendedora me lleva a capturar el sabueso que anhela ser amado y salvarlo de su mortal inanición. Lo imposible es lo único que vale la pena intentarse. Ahora bien, en el mundo corriente, es cierto que el mandamiento es de ejecución aventurada y requiere ciertas exquisiteces del alma.

Garañón

Mi auténtica fuerza consiste en que poseo el poder de crear otra noche dichosa hasta la indecencia. Puedo abrazar con igual frenesí el cuerpo o el recuerdo del garañón rosarino de mis ardores venecianos. ¿Por qué los hombres tendrán que tener aquello que no tenemos nosotras? ¿Por qué algunos olvidarán que tienen aquello que no tenemos nosotras? ¿Por qué algunos harán tanta fuerza por mantener muerto aquello que tanta vida podríamos dar nosotras?

Mi garañón rosarino, por suerte, no es de aquellos que se conforman con inocuos ramalazos de placer ni soporta vivir como un cadáver. En mis noches dichosas, lo bebo enteramente y él, como un hombre entero, no queda aterrado de felicidad.

Vos

Para vivir, mi cuerpo necesita olvidar la mayor parte del día en que apenas ha vivido. Necesita exponerse, tembloroso a la espera del garañón corazonado, verlo llegar con su ojos de fuego y la agresiva blancura se su primera sonrisa. Nadie conoce como nosotros la alegría de la noche.

El día es un espejismos, una perturbación anímica. Pero de noche, paladeamos hasta el fondo el estremecido límite. Con nuestros encarnados destellos desmentimos las tinieblas.

La noche y mi cuerpo sólo saben de vos, de tus resplandores.

 

por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com 
Originalmente en Página12 (Rosario) 

Sábado, 3 de enero de 2009
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-16693-2009-01-03.html

Autorizado por la autora

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