I. LECTORES, AMANTES Y HIERBAS AFINES
Al considerar el origen de las especies se concibe perfectamente que un
desnaturalizado, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres,
llega a la conclusión de que las especies de amantes, lectores y hierbas
afines, pueden haber descendido de otras especies, pero están
voluntariamente independizadas.
Puedo aventurarme a manifestar mi convicción sobre el gran valor de
estos estudios, aunque han sido muy comúnmente descuidados, como lo han
sido también los desnaturalizados.
Nadie debe sentirse sorprendido por lo mucho que queda todavía sin
explicar respecto al origen de las especies y variedades de estas
hierbas afines, sin embargo, estoy completamente convencida de que su
voluntad desnaturalizadora ha sido el medio más importante, sino el
único, de la radiante evolución cromática que van experimentado las
mustias especies humanas.
II. EL AUTOR QUE ME PRECEDE
Para no desviarme del método y del autor que me precede en estas
investigaciones, hago la salvedad de que, antes de aplicar a los seres
raros en estado recóndito, los principios desnaturalizadores, podemos
discutir brevemente si estos seres están sujetos a alguna variación.
Para tratar bien el asunto se debería dar un largo catálogo de áridos
hechos, pero yo, como el mismísimo autor que me precede, reservaré éstos
para una obra futura de un autor futuro. Tampoco discutiré aquí las
varias definiciones que se han dado de la palabra especie. Ninguna
definición ha satisfecho a naturalistas ni a desnaturalizadores; sin
embargo, todo desnaturalizado y todo naturalista sabe vagamente lo que
él quiere decir cuando habla de una especie.
Tenemos además lo que se llama monstruosidades; pero éstas pasan
gradualmente a las variedades. Por monstruosidad supongo que se entiende
aquel amante que al final de su cuerpo tiene una púa de tocadiscos desde
la cual chupa y da de chupar todos los cielos. Los catorce cielos. Que
son infinitos, por supuesto.
III. NANISMO, VIGILIA Y PURO GUSTO
Algunos autores suponen que las variaciones no son hereditarias; pero
¿quién puede decir que el nanismo de las conchas de las aguas salobres
del Báltico, o las plantas enanas de las cumbres alpinas, no hayan de
ser en algunos casos hereditarios, así como la vigilia es una sed
heredada de aquellos que llevaron la costumbre de despertar hasta la
ignominia diurna?
Los desnaturalizados podríamos demostrar, mediante un largo catálogo de
hechos, que la variedad de lectores que abrillantan la tela tienen el
aspecto de un color invisible. Y ésta no es una estrategia para pasar
inadvertidos sino para incomodar la tranquilizadora monotonía de los
discursos grises. Estoy convencida de que el más experimentado
naturalista se sorprendería de lo indescriptibles que pueden ser los
lectores desnaturalizados. De lo imposible que es atraparlos con las
redes de algún método. Pero si ellos hacen todo por volar, no es para
entrar en el catálogo de los fenómenos circenses sino por el solo gusto
de desplegar las alas.
IV. LA LUCHA POR LA EXISTENCIA
Debo advertir ante todo que uso esta expresión en un sentido amplio y
metafórico, que incluye la dependencia de un ser respecto de otro y lo
que es más importante incluye no sólo la vida del individuo, sino
también el éxito de sobrevivir en un ambiente que no admite la
desnaturaleza. El muérdago depende del manzano y de algunos otros
árboles; mas sólo en un sentido muy amplio puede decirse que lucha con
estos árboles, pues si sobre un mismo árbol crecen demasiados parásitos
de éstos, se extenúa y muere. Otro tanto pasa con el amante que vive en
el bosque de los humanos, y que sólo en un sentido muy aparente puede
decirse que se lía con éstos, pues si entre ellos crecen demasiados
pensamientos parasitarios, el amante se extenúa y muere. Y así como el
muérdago es diseminado por los pájaros (su existencia depende de ellos)
la dicha amante es promovida por otra dicha amante (nada puede hacer el
bosque humano plagado de pensamientos parasitarios).
V. VIDA Y EXTRAÑAMIENTO
Muchos instintos son tan maravillosos, que su desarrollo parecerá
probablemente una dificultad suficiente para echar abajo toda mi teoría.
Federico Cuvier y algunos de los metafísicos antiguos han comparado el
instinto con la costumbre. Esta comparación da, creo yo, una noción
exacta de la condición mental bajo la cual se realiza un acto
instintivo, pero no explica su desnaturaleza. Permítaseme repetir
literalmente todo cuanto repito literalmente, de lo contrario, esta
desnaturalización carecería de sinsentido. ¡Qué inconscientemente se
realizan muchos actos habituales, incluso, a veces, en oposición directa
de nuestra voluntad consciente!, y sin embargo, pueden ser modificados
por la voluntad de desleer el canon editorial, por el atrevimiento de
amar desde el placer, por la razón de ser un sueño que vive con la
cabeza en la mano, deshojando la margarita de sus pensamientos
extraviados.
Las costumbres fácilmente llegan a asociarse con otras costumbres, con
ciertos períodos de tiempo y con ciertos estados del cuerpo. Un amante
que se acostumbra a ser amado y trata a su amante como a su esposa, deja
de ser amante. He aquí el meollo de las desnaturalizaciones. P. Huber
observó cosas similares en las orugas. Yo, por mi parte, he dejado de
mirar orugas, para contemplar amantes. He dejado de mirar hormigas
esclavistas, para descubrir lectores. He dejado de comprar semillas,
para darles de comer mi corazón a los pájaros. A veces, los pájaros, o
lectores amantes se me agolpan en el pecho con tanta fuerza que uno solo
de ellos tiene el peso de dos.
Finalmente, esa ley general (descubierta por el autor que me precede)
que conduce al proceso natural por el cual se deja vivir a los más
fuertes y se deja morir a los más débiles, ha caducado. Las especies
débiles, de las que aquí me he ocupado, son inyectoras de vida y
extrañamiento para las mustias especies dominantes. Y sólo eso las hace
una minoría imprescindible. |