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Capitán de un círculo remoto |
I. Cómo resbala el corazón en las puertas vagabundas del destino. Corazón, que has sufrido dolores crueles, ¿quién ha quebrado tus huesos? ¿quién ha mordido los pedazos de tu carne? No creas que tu boca cosida te traerá el olvido. Ni que tu oído roto dejará de escuchar el plato que vuelca los manjares. Con los dientes y las uñas a la vez, deberías retorcer la guirnalda perfumada de tu cuerpo sobre el ágil esfínter de la esperanza. |
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II. Cómo deshabita espacios el corazón que ha crecido. Deberías internar tu latido en una sala de hospital, donde no puedan entrar las grullas viejas a darte el consejo del tedio. Podrías elegir una sala rodeada de ciénagas, donde vayan cayendo uno a uno los errores corregidos. Hacia atrás y hacia delante, de igual manera que una gacela persigue con la vista a su hijo, deberías cuidarte más del miedo que del peligro. III. Qué auténtico es el capricho de no escarbar otro pozo en la memoria. Corazón, que te has envuelto en una capa de carbón constelado, como una persona razonable para no tiritar de frío, podrías haber mirado numerosas veces a todos lados, moviendo el cuello de lechuza, abriendo grietas en la oscuridad y lanzando un grito de melancólico centinela. Pero volviste a anudar con frescos ligamentos, tus pequeños huesos y saliste corriendo por los corredores revoleando una milagrosa bombacha de lamé. IV. Qué ejemplar es la vida embalsamada y cómo huye el corazón de esa quietud madrina. Cómo te volviste loco al arrojarte desde un tren en marcha. Con qué golpe dejaste de ser un órgano obediente, inanimado. Maniobrando la caída con la habilidad de un capitán, dejaste un enorme agujero por donde salvar la vida de los peces. No hay nada más esperanzador que tu ilusión insistida. Que el acuario untuoso de tus misteriosos delfines. Tu olor de macho perdura en la memoria de las ostras y en cada suspiro vuelve a renacer. V. Cómo lo arropa la noche en su soledad baldía. Durante un gran número de años escondiste la cabeza irrigada con tu irracionalidad cardiaca. Besaste las manos del verdugo impotente. Afilaste el hacha. Desnudaste el cuello. Anticipaste perdones a mansalva. Pero la oportuna celebración de tu muerte no se produjo. Los espectadores cabizbajos abandonaron la plaza. El cadalso anulado, tembló abstemio de sangre y la justicia se abstuvo de mirarte a los ojos. Fue grande tu desatino: los corazones matan o mueren, no hay para ellos más destino entre nosotros. VI. Con qué arrogancia los condenados engalanan el prestigio de sus jueces. Así andan los corazones, asintiendo con la cabeza el veredicto. Congelando en sus venas la sentencia. Esto se debe, aquello se prohíbe. Esto se acepta, aquello se rechaza. ¿Por eso tuviste que abrirle los dedos a la noche? ¿Para encontrar otra clase de cobijo? Habrá una historia. Quede claro que alguien intentará contar una historia, aunque todo lo dicho te parezca demasiado viejo. Pero no levitará el historiador mientras escriba sobre el ganglio bilioso de los jueces. VII. Con qué temor jadean los corazones viejos. Ya no se sienten como en su propia casa. Y vos, tan tranquilo con tu idea de prescindir de una casa. ¿Quién te ha enseñado todo esto? ¿Qué libros te han hecho obrar como un reverso? Cuando otros nacían, vos morías, ahora que todos están por morir, vas construyendo tu principio. Cuando todos tienen problemas de próstata, vos estás en pleno júbilo sensitivo. Está claro que tu cuello ya no puede girar en el mismo sentido de los otros. Se interrumpe dulcemente y gira en un sentido que se rehace siempre. VIII. Cómo se inflama el corazón hasta alcanzar la estirpe del viento. Los dioses mueren por propia voluntad. Los hombres mueren por voluntad de los dioses. Los corazones mueren por voluntad de los hombres. ¿Acaso vivís excitado por algún proverbio extraordinario?¿Qué veleidad te gobierna? ¿Puede un órgano no parecerse a su propia especie? ¿En qué bar vas a beber el vino de tu naturaleza? Al exhibir la estría de tu gozo, se inmola la culpa con ojos de carnero. Nadie se atreverá a conocerte. Ningún otro corazón levantará la mano para saludarte. El estuario de los caimanes te cerrará las puertas. No celebrarán tu desproporción, no comprenderán tu simpleza, no apreciarán tu catástrofe. Allá ellos. Seguirán echados sobre sus cómodas tristezas y no sentirán jamás la jubilosa tersura de tu lengua. |
por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
Originalmente en Página12 (Rosario)
Sábado, 12 de julio de 2008
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-14305-2008-07-12.html
Autorizado por la autora
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