I.
Sube y baja, la musa, del universo estrellado. Calíope, que ha sabido
guiar los dedos épicos de Homero y Hesíodo, apaga la luz y me sirve una
copa. Bebemos en honor de los hombres barbados que habitan los libros.
Sus huesos de musa no hacen ruido. El viento de agosto golpea el fémur y
la clavícula de mi magnolia. El tiempo, como siempre, se va haciendo a
sí mismo.
II.
Sirvo la segunda copa. Escribir es un proceso místico. Soy un manojo de
músculos separados del cuerpo y alojados en el centro del pecho. Podemos
oír los latidos, ¿suyos o míos? Calíope cae en el fondo de la garganta
de la memoria. Las almas de otro mundo hacen un barullo semejante al
pensamiento al momento de reencarnarse en el poema. Carmina Calliope
libris heroica mandat.
III.
Primera guerra mundial
Segundo Sombra
Tres tristes tigres
Cuatro jinetes del apocalipsis
Quinta dimensión
Sexto sentido
Septimia, la hechicera
Anís Ocho hermanos
Avenida 9 de julio
10, la mujer perfecta
Apolo 11
12 monos
Martes 13
Un franco, 14 pesetas
Un capitán de 15 años, de Julio Verne.
IV.
Los dioses nos llaman y nos sentamos en dos sillas iguales, como dos
muñecas, suspendidas en el universo de los números imaginarios. En qué
pensás, Calíope, mientras recorro con el dedo las calles laterales de tu
razón épica.
V.
Pienso en los héroes de los libros. Ellos y yo estamos cansados de ese
chorro incontenible de palabras a medio amasar que domina y somete a la
literatura. Vine a pedirte que vos y todos tus amigos locos, salven a
mis héroes de la novela y los lleven a la poesía, a la minificción, para
que no caigan en el arte fósil de la literatura. Quiero que los lectores
puedan ver a Aquiles con una malla y una canastita, cazando mariposas en
los campos troyanos, y a Patroclo, regenteando un boliche gay en la
octava avenida. Tenemos que liberarlos de los viejos grandes relatos,
Miriam, me dice estirando una vez más la copa.
VI.
La noche está en pañales. A cuatro manos escribimos: “Torquemada lidera
una manifestación llamada Salvemos las dos vidas.” Y volvemos a brindar
con el hada verde.
VII.
Ahora estiro yo la mano y esta vez Calíope llena mi copa con tinta de
musa descarriada.
Hacia la poesía la miraba muy nunca mis ojos como bala y huía de las
literaturas en general magenta. Antes había no nunca mmmm salto hacia el
lugar de las mansas gaviotas devotas del nombre que ignorábamos,
curiosidad de quitarnos las gafas del deseo, el vértigo iniciático de la
poesía.
VIII.
Seguí, seguí, así, así, no te detengas. Así me gusta. Así. Estribillo de
una canción que andar no cuesta aunque no lo sé, no puedo abrir la
garganta de los poetas para oírlos cantar o respirar despacio sobre la
sepia. Ábrala, ábrala, ábrala, vamos…
IX.
Te confieso, dice, digo, decimos, que
asocio la luna al ron,
el ron a las antologías bilingües,
las antologías bilingües a la condición humana,
la condición humana a las luciérnagas,
las luciérnagas a las bandas de jazz,
las bandas de jazz al impulso viburno,
el impulso viburno a las brevas de higo,
las brevas de higo al ano de las estrellas,
el ano de las estrellas a las llagas de Cristo,
las llagas de Cristo al arcoíris,
el arcoíris al prepucio de Dios,
el prepucio de Dios al aullido de Ginsberg,
el aullido de Ginsberg a la arena mojada,
la arena mojada a los ronquidos aqueos,
los ronquidos aqueos a la tentación del salto,
la tentación del salto a las revelaciones del futuro,
las revelaciones del futuro a los pechos caídos de la novela,
los pechos caídos de la novela a las 120 jornadas de Sodoma,
las 120 jornadas de Sodoma a los quinotos en almíbar.
X.
Calíope, sentenciadas aquí y ahora, no desesperemos. Ni la justicia ni
la virtud son condición para el poema. Ardamos como laureles. Ardamos
como laureles. Absurdas las dos, navegando góndolas de los
supermercados, usemos el impulso dionisíaco hacia adelante. Invoquemos
lo ausente en su materialidad de canto, colguemos de un pie el verbo
abandonado, hagámoslo hijo de otros infinitivos pero no evitemos que
mate a su padre y se case con su madre para que de ese desastre nazca la
flor de los honores fúnebres. |