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Bares y ríos
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Bebías serenamente en el Urban o en El Cairo. Apoyabas los codos sobre la barra o sobre la luna, y aceptaste una copa de una desconocida. Recorrías las aguas del Paraná o del Manzanares hablando serenamente o respirando el aire. Cruzabas las piernas o las ansias. La desconocida entraba por la ranura abierta de tus ojos o de tus labios. Como un sueño. Como una palabra. Al mismo tiempo otros navegantes iban por otros ríos y aceptaban tragos o besos de desconocidas que entraban por las ranuras de la memoria o de la noche. Los ojos abiertos. Los cuerpos dormidos. Apenas ardían las lámparas o los dedos en el bar, cuando te sentaste con la desconocida en un hondo sillón o lentejuela. Con tan resignada tristeza apoyaste la cabeza en su hombro, que no se atrevió a mirar tus ojos o tus brumas. El bar. El río. Los otros marinos o trashumantes contemplaban cosas invisibles en otros bares o en otros ríos. Algo parecía ligarlos a la contemplación o la astronomía. Algo también al pez de oro o al crepúsculo. Las voces de las desconocidas se alzaban sobre el silbido del viento o sobre el rumor del agua. La nave. El faro. Entraba por debajo de las puertas del bar o por arriba de las estrellas tu propia voz que aliviaba el pesar de no ser una ventisca o una sombra. La desconocida quería saber algo de tu vida o de ese mundo allende los mares. Habría querido que le hablaras sobre imágenes o desemejanzas. El camino. El cosmos. Los otros marinos o amantes no sabían dónde tomar lo que no era suyo. Dónde encontrar otros perros abandonados. Dónde vaciar la rutina de las redes. Demasiados corazones deambulando por el bar o por el río. Demasiadas sombras turbulentas. Los tiempos provisorios. Las ciudades provisorias. La desconocida a tu lado ondeaba un chal de seda atormentado. Cada oleaje del Paraná o del Manzanares traía consigo un recuerdo o un incendio. Respirabas agitadamente, cansado de subir la escalera de los mil escalones o de empujar el aire con las manos. La memoria. El presentimiento. Las desconocidas de otros ríos y otros bares, con las manos a modo de visera, examinaban la costa o los pájaros. Algo podría convertirse en tempestad, algo podría caer como dos largas lágrimas o como dos senos dorados. Lo indecible. Lo imborrable. Escuchabas el agua o el vacío tenue que no besa. Llevaste a la desconocida a tu cuarto. La acostaste encima del somier o las gaviotas. Hablabas bajito para que no te escuchara. La idea de no hablar era terrible. La idea de no amar era terrible. Apoyaste su cabeza sobre caracoles blancos o almohadas. Un pez redondo entró volando por la puerta o por tus ojos. La desconocida soltó sus pájaros. Pez y pájaros picotearon las bombitas de luz y se quedaron a oscuras. El amor. El naufragio. En otros ríos y otros bares los marinos o amantes no sabían por qué calle habían llegado hasta esa puerta con cortinas rojas. Las desconocidas cuchicheaban secretos o ebriedades. Por fin entraron en una habitación cubierta de espejos. Cada mujer desconocida tomó un hombre desconocido y se fue corriendo o cabalgando con los brazos abiertos en formas de grito. El abismo. La noche. Cargabas la luna sin saberlo. La desconocida alcanzó a ver, con la luz de la noche, el fruto brillante o carnívoro. El fruto cárdeno. El fruto vivo. El fruto aterciopelado. La luna era pequeña como un ombligo. La desconocida, blanca como una camelia. El fruto carnívoro. La flor carnívora. El hambre feroz. Los dientes. El alimento. De un lado de la pared, un mundo. Del otro lado, otro mundo. Has nacido desnudo. La desconocida nació desnuda. Los demás nacieron cargados de estribillos. Algo hacía que vos te sintieras único o que la sintieras única. Evocabas glicinas o azucenas. La desconocida existía o no existía. Los otros hombres en los otros bares o ríos, existían y no existían cargados de estribillos. Comenzaste a asfixiarte otra vez en tu propia asfixia. Agitaste el fruto carnívoro para librarte de la pared o del mundo. Los pensamientos, como un estuario de soles. El Urban como una nuez en el océano. El Cairo como una desembocadura de insomnios. |
por Miriam Cairo
cairo367@hotmail.com
Originalmente en Página12 (Rosario)
Sábado, 6 de octubre de 2012
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-35872-2012-10-06.html
Autorizado por la autora
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