A Erato, musa lírica y no[1] poema de Miriam Cairo
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I. Esos días en que el fruto es sorbido por una terrible mariposa negra, lanza alaridos mezclados de dolor y nacimientos en el interior de la noche. El ángel del consuelo baja a cubrirle la boca con las dos manos. La mariposa ciega busca en el fruto su morada. Huele y sorbe, sube y baja, ávidamente, arrullada por el jadeo que la guía. II. Dentro de tus ojos cierro mis ojos, abro mis sueños. Allí siempre está despierta y húmeda la lengua de la luna. No sé qué hago yo en vos, pero sí que dentro de tus sueños se abre la cáscara de la memoria y queda el corazón como un fruto sin piel, pelado a vivo. III. Erato, musa, contra la noche, contra la sed y contra la ausencia, blandimos el arma sexual del sueño. IV. Como un cóctel de frutas ebrias salen las mariquitas a encender la noche. Luciérnagas con plataforma y besos anchos que revolotean en la oscuridad oscura. Chillan y picotean con un fingimiento agudo de mujer que durante el día raspa y no cabe. A la vera de las avenidas dan saltitos de calandrias machas. Con los gruesos labios de gladiolo se alimentan de humores y prejuicios. A la izquierda del mundo nombran el suceso de la espuma. Agitan el remo solo con una hombría travestida de doncella. Músculo y peluca. Lucha libre y puntillas. Esas piernas de boxeadoras no conmueven pero inquietan. Sólo un hombre vestido de mujer puede hacer temblar a esos gorriones machos que se dan vuelta batiendo el ala. V. Blanca es esta noche en que la luna se recuesta sobre el árbol y apoya sobre su mano el mentón. Se quita los zapatos y sus blancos pies de blanca luna se deslizan sobre mis sábanas estampadas de flores y de peces. Camina por la casa en sombras. El recuerdo de una sed mortal desprevenida, le sujeta la garganta con firmeza, sin fatalidad. La luna recorre las sombras de mi casa y se obstina en señalar la radiante mordedura en mi costado. Se está sólo cuando el nombre propio resuena en el vacío. Cuando la noche es memoria de otra noche. Yo transito, con la luna, los pasos de esa entrañable imperfección. En el centro de la noche se desparrama una idea. En el centro de la idea reposa con alivio, mi fatiga. No hablo porque el vaho de la boca empañaría el aire. La luna viene sin ofrecer nada más que a sí misma. Sólo viene a la casa de alguien que le cede un lugar entre la luz y la sombra. También viene por otros detalles mucho más pequeños. VI. Ella, musa, ayuda a los pájaros a sostener las alas. Ella, musa, no es aquella decapitada boba que sueña con un collar de suspiros pero es hábil para morir al caer del segundo escalón de una escalera que no existe. Ella no resuelve ningún enigma, no documenta ninguna historia, simplemente va haciendo su propia desnudez y reina en un territorio de ideas remotísimas. VII. Aquí los labios, los grupos, las fisuras. Aquí las cabezas, el sueño prolongado. Los horizontes atados a la cintura, lo llano del mundo, enaltecido. Aquí arriba la espesura de allá abajo. Un zumo de estrellas corriendo por la cara. Aquí arde una gruta entre los dedos. Aquí la escritura pequeña, movediza, llena de patas. Aquí los ojos no repiten lo que copian. Aquí se escribe con un puñal y un remolino en cada mano. VIII. Existe, en la musa oscilante, un vaivén entre el yo y el no-yo que a veces la hace desaparecer en las mil y una páginas de la noche. Fermentada en sus ungüentos admite que no tiene falo, y por lo mismo se encoge y se recoge repetidas veces en cualquier recoveco de la luna, para temor de unos y esperanza de otras. IX. Por una pequeña hendidura en la parte inferior del vientre epinicio conozco el amor. Las flores de zapallo corren deliciosas, temblando, cansadas de la virginidad. Que surja la palabra reprimida, que aflore junto a las gallinas blancas la cuarta dimensión. X. Mis palabras pueden ser triviales o mal intencionadas. Por ahora me doy cuenta de que sólo son peligrosas para mí y para Erato, por eso no he tenido cuidado en divulgarlas. Así como brotan las lágrimas, brota la risa y brotan las palabras. Es mejor usar un libro que una almohada. En mis días hay muchas cosas incomprensibles. En mi libro preferido hay una palabra que se repite 3660 veces. Escribo lo que veo, aunque no sea lo que es. Y pienso: "no va a funcionar". Es imposible salvarme de ese miedo. Es más fácil despertarme en otro mundo. Por eso debo dormir en otro mundo porque en el miedo de que no funcione no se puede dormir. |
[1]
Erato
En el Museo del Prado se halla un conjunto escultórico de ocho Musas que fueron
adquiridas por Cristina de Suecia. Todas ellas fueron encontradas durante el
pontificado de Alejandro VI (1492-1503) en el "teatro griego" de la Villa de
Adriano en Tívoli, donde sirvieron para decorar el fondo de la escena; y
pasaron, sin restaurar, a la Villa Madama en Monte Mario. Un siglo después
fueron compradas por la Reina de Suecia, también restauradas y completadas por
discípulos de Bernini, a uno de los cuales (Nocchieri) se le encargó la
realización de un Apolo para que presidiera el gurpo. Todas las esculturas
fueron instaladas en una sala del Palacio Riario, residencia romana de la Reina
Cristina, y allí, según "leyendas urbanas", la Reina recibía a sus visitantes
entronizada como novena Musa. Una vez trasladadas a España, las obras fueron
reunidas en una sala principal del Palacio de la Granja, hasta que Carlos IV
envió al Apolo a los jardines de Aranjuez.
La presente figura es la musa Erato, copia romana (h. 130-140 n. e.), restaurada
en el s. XVII, de un original helenístico (h. 150-100 a. e.).
Erato es la musa protectora de la Poesía lírica coral y sus atributos son un
laúd (y también dos tórtolas y una corona de mirto y rosas).
poema de Miriam Cairo
cairo367@yahoo.com.ar
Originalmente en Página12 (Rosario)
Link: https://www.pagina12.com.ar/143760-a-erato-musa-lirica-y-no
22 de septiembre de 2018
Editado por el editor de Letras Uruguay echinope@gmail.com
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