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El poema interroga día y noche a las sombras |
José Luis Díaz-Granados me enseñó que “Mucha gente, so pretexto de que sólo le interesa la literatura, oculta que le interesan muchas cosas que bordean la propia literatura: la fama, la figuración, el éxito, el prestigio, las baldositas de poder y todo lo demás. Bueno, eso no es la literatura” –me ha dicho. Encuentro en José Luis a un hombre sabio y un maestro certero. Con esto quiero decir que generalmente está en lo cierto con respecto a la poesía. Francamente, yo suelo bajar la cabeza ante cada una de sus afirmaciones, y me enseña mucho más de lo que me hubiera podido enseñar toda un banda de académicos.
José Luis me ayudó a desconfiar de la frase musical fácil y a buscar la franqueza del habla común. No me enseñó qué poner en un poema, sino qué sacar, qué podar. Me enseñó a ser diferente. Pocos poetas en Colombia tiene la movilidad estilística de José Luis Díaz-Granados. Su capacidad para mudar impresiona. Su registro va de la novela al poema, del poema al mito, de un soneto modernista a un aforismo de vanguardia, hasta un experimento verbal como Algarabiónica, largo poema elogiado por los maestros cubanos Fina García-Marruz y Cintio Vitier.
José Luis está en la palabra que lo oculta. Recuerdo como un sello indeleble en mi memoria su poema “Voyeur” que incluí sin dudarlo en Ultrantología:
Desde este poema deseante -ojo de la cerradura- mi ojo te está mirando y tú siempre estás desnuda.
La materia en donde el poeta imprime su mirada es el lenguaje. ¿Quién está siempre desnuda? La poesía. Visión verbal: dar a ver. El poema es el desarrollo de ese deseo de imposible cumplimiento. La voz nítida e inconfundible que se instala apenas el lector recorrió las cuatro líneas es, a su vez, el sostén de un pensamiento que, a su vez, narra la épica de una mirada –ojo de la cerradura- y se sostiene en ella. Instrumento de sabiduría es este bello poema en el que José Luis inscribe su gnosis personal. “La lengua es un ojo”, escribió certeramente Wallace Stevens. Pero en el inmortal poema de José Luis “el ojo ve menos que lo que dice la lengua”. La lengua dice menos que lo que piensa la mente. Lo que vemos mentalmente es tan real fenomenológicamente hablando para nosotros como lo que vemos con los ojos, a través de la cerradura.
(El poema es el pájaro asustado en la hoja asustada por el trémulo aleteo).
Una “presencia no presente” de imposible definición está condensada en este otro impecable poema. Poema esencial que va al centro de las cosas, esas que no se podrían ni nombrar, ni ver ni poseer teóricamente. Poema de la mente donde el vate se atreve a presionar la realidad: “un pájaro asustado/ en un hábitat extrañado/ por el trémulo aleteo”. La realidad del poema es una realidad de la des-creación (trasnominación), en la que nuestras revelaciones no son las de la creencia común, sino los preciosos portentos de nuestros propios poderes.
Antes el decorado del pájaro estaba preparado, el poema repetía lo que había en el guión. Ahora el poeta ha de construir un escenario propio. Desconocimiento de lo conocido, este pájaro asustado por su propio aleteo. Según reza el aforismo: “A falta de creencias en Dios, la mente recurre a sus propias creaciones”. La obra de arte moderna cobra autonomía conforme a una lógica imaginativa, el poeta repite: Non servian (no te serviré Natura). La realidad es un vacío. José Luis deja reducido a palabras esenciales, a astillas secas la realidad. Esta reducción, este despojamiento, permite advertir la nítida forma de lo que aletea o revolotea. Pienso en este punto en la formidable metáfora de Kant: esa paloma que quiere volar sin aire es esa angustia de encontrar que el aire la frena, y sin embargo, sin aire no podría volar. La imaginación, nos demuestra José Luis hasta la saciedad, es la facultad mediante la cual importamos lo irreal a lo real. Mientras Descartes sostenía la eficacia de la razón, Pascal habla de sus límites; mientras Descartes prueba con ella la existencia de Dios, Pascal la considera indemostrable. Descartes construye una certeza sin fisuras. Pascal dirá: “Anhelamos la verdad y no hallamos en nosotros más que incertidumbre”. Por ello el poema para José Luis es un continuo levantamiento de los sentidos. No hay certidumbre alguna en el mundo. Esta pequeña “meditación lírica” que transcribo a continuación del poeta samario parece constatarlo:
Todo lo que yo miro, toco y palpo es eterno, si quiero.
El tema es el conocimiento. El misterio no es “cómo representar” sino “cómo conocer”. La tarea del contemplador es cómo dar fundamento ontológico a través de la claridad de la mirada. La eternidad está donde seamos capaces de nominar, es decir, de engendrar una forma. Para José Luis, lo que vale es la felicidad que uno siente al escribir La fiesta perpetua. Lo que ocurre después con el poema es aleatorio.
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Jorge Cadavid
Pontificia Universidad Javeriana
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