The box - Creación colectiva a partir de una idea original de Natalia Géci y Will Pease Crónica de Germán Cáceres |
Creación colectiva a partir de una idea original de Natalia Géci y Will Pease Esta obra tan original y sutil puede ubicarse entre las propuestas de las nuevas poéticas, que en lugar de acudir a un texto dramático y representarlo, prefieren la creación colectiva de los participantes del hecho teatral. Por eso cuando comienza la acción y una actriz sube al escenario desde la platea, da la sensación de estar invitando al propio espectador a integrarse. Y éste se verá obligado a hacerlo puesto que The Box no ofrece una historia lineal con principio y fin, sino una sucesión de cuadros cargados de símbolos. Para comenzar, la pieza carece de diálogos, lo cual la enlaza con la tradición del mimo, aunque sin adoptar su estética. La citada actriz, antes de entrar en una casa de estructura metálica, abre un paraguas porque el sonido y las luces están indicando que llueve. Hay que destacar que los procedimientos lumínicos componen el clima y aluden a los lugares o zonas en que transcurre la acción. Además, se perciben ruidos (pasos que ascienden una escalera, puertas que se cierran, trinos de pájaros), como si se tratara de una banda sonora de un filme, recurso que adquiere —junto a la cautivante y expresiva música de Lautaro Cottet— un protagonismo fundamental, tanto como lo tiene en el cine, incluso en el mudo, ya que entonces estaba la orquesta o el piano para acompañar la pantalla silenciosa. El diseño de luces de Soledad Ianni y los efectos sonoros de Miguel Altamirano constituyen soportes esenciales en este encantador espectáculo. Esa pequeña casa, prácticamente liliputiense, se convierte luego en una caja flexible que es una verdadera fuente de sorpresas por las formas que la imaginación del grupo le proporciona. La escenografía de Natalia Géci despliega una inventiva y una funcionalidad sorprendentes, como también su dirección. Así, se sugieren flores, aves, el fondo del mar con temibles tiburones, objetos irreconocibles, en tanto las dos excelentes actrices (Natacha Cordoba y Romina Michelizzi) realizan hazañas acrobáticas dentro de la caja y aparecen como cabezas de muñecos, o nadando, o mostrando sólo sus piernas o brazos. Aquí se podría encontrar un primoroso registro plástico, en donde el entusiasta de las bellas artes podrá establecer asociaciones con las vanguardias que se expresan a través de las instalaciones y de las intervenciones. Una lectura de la obra podría llevarnos a la conclusión de que se trata de un registro onírico, en el cual el inconsciente recorre recovecos secretos —en donde anidan la angustia, la soledad y la certeza de nuestra efímera existencia—, pero también transita paisajes conectados con la plenitud y la alegría. Hay también una madre que literalmente se traga a su hija para luego volver a engendrarla. Por último, y tal vez lo más importante, es el buceo interior que se ve obligado a realizar el espectador ante este torrente de imágenes y de ideas que lo sumergen en sus propios temores y dudas. Pero más allá de cualquier interpretación, The Box encandila por la belleza visual que propone y por su envolvente poesía. Y de este logro se hace acreedor todo el equipo que figura en la ficha técnica. |
Germán Cáceres
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