¿Querés hacer el favor de callarte, por favor? - Sobre textos de Raymond Carver - Adaptación, dramaturgia y dirección: Lisandro Penelas. Actores: Lucila Garay, Nicolás Ortiz de Elguea, Lorena Barutta, Manuel Vignau, Cecile Caillon y Daniel Begino. Escenografía: Cecilia Figueredo. Realización de escenografía: Néstor Martignago. Diseño de vestuario: Ana Lidejover. Diseño de iluminación y fotografías: Soledad Ianni. Asistente de producción: Julio Rosenberg. Asistente de Dirección: Belén Sosa. Prensa: Flavia Salvatierra. Teatro Andamio 90-Paraná 660-Reservas: 4373-5670. Domingos a las 21.15 hs. por Germán Cáceres |
Raymond Carver (EE.UU., 1938-1988) es uno de los más grandes cuentistas del siglo XX, un fiel representante del realismo sucio, movimiento derivado del minimalismo cuya propuesta consiste en reducir el material narrativo a su más escueta expresión, de manera que el texto sea conciso y parco. Entre los miembros de esa corriente se encuentran John Fante, Charles Bukowski, Richard Ford, Tobias Wolff y Chuck Palahniuk. Sus máximos referentes y maestros son O. Henry y J.D. Salinger. La cuentística de Carver aprovecha esa precisión y sobriedad para sumergirse en los conflictos de sus personajes, desbordados por la frustración y la soledad. Resulta auspicioso que un joven director como Lisandro Penelas (además es actor y profesor de teatro) haya acometido la ardua empresa de adaptar a la escena tres cuentos del autor norteamericano (“Will You Be Quiet, Please” –que da título a la obra-, “Intimacy” y “Whoever Was Using This Bed”). Si bien ya había dado pruebas de su talento en las puestas de El otro día escuché esa canción que tanto te gustaba y En la mañana, de Daniel Veronese, en esta oportunidad ha debido enfrentar un desafío mayúsculo. |
Hay un incuestionable dominio del espacio escénico al desplegar tres historias distintas a la vez, sin necesidad de recurrir a apagones parciales para aislar la acción que se está desarrollando: Penelas las expone simultáneamente, y logra así una densidad dramática más profunda. En este recurso se advierte un sesgo cinematográfico, como si expusiera una suerte de montaje alterno de un cruce de historias. Pero en ¿Querés hacer el favor de callarte, por favor?, las mismas no llegan a unirse, aunque los intérpretes, a veces, casi se rozan mientras se desplazan en medio de idéntico decorado. El efecto es de una gran riqueza expresiva y un sugestivo lirismo. Las canciones melódicas que se escuchan a través de una radio aportan a la representación un acertado clima melancólico. |
Marian y Ralph forman un matrimonio que se ama, pero sin embargo están marcados por un desliz que la esposa tuvo en una fiesta. Ella se siente culpable y con torpeza saca a relucir el episodio y él demuestra con su reacción que no ha podido superar ese engaño. Es como si sus vidas se hubieran detenido en ese episodio y no pudieran avanzar aunque ambos trabajen y tengan hijos. Acertado Nicolás Ortiz de Elguea en su composición del acomplejado Ralph y convincente Lucila Garay en el papel de Marian, una mujer que no sabe cómo llevar adelante su pareja. Iris y Jack están durmiendo y una llamada telefónica equivocada los despierta. Enseguida sale a relucir su malhumor, pero sobre todo aflora en ellos una hipocondría desmedida que los atormenta., y se sumergen en un remolino de confrontaciones y cuestionamientos, como una forma neurótica de ocultar el miedo a la muerte, la finitud del paso por este mundo. Tampoco se sabe en qué va a terminar esta conflictiva relación. Lorena Barutta y Manuel Vignau aportan agilidad, destreza corporal y segura dicción en las contundentes disputas que sostienen. Él regresa inesperadamente a la casa de su ex mujer (Ella) -a la que ha abandonado hace cuatro años- con la excusa de hacerle una visita. Esta pareja -como las anteriores- tampoco sabe salir de sus situaciones traumáticas, porque, aunque ambos siguen amándose, son incapaces de reencontrarse. Un fuerte contrapunto sostiene sus conflictivos y filosos diálogos. Las brillantes actuaciones de Cecile Caillon y de Daniel Begino registran con convicción a dos personalidades diferentes a las que carcome tanto la tristeza como la desesperación. El director (sólidamente asistido por Belén Sosa) contó con valiosos aportes. La fascinante iluminación de Soledad Ianni traza una atmósfera crepuscular, reflejo de vidas que, pese a su juventud, ya transitan el ocaso. Sus luces tenues componen un claroscuro sensible, como evanescente, para recrear ese ámbito de dolor que desgarra a los protagonistas. Otro hallazgo es la escenografía de Cecilia Figueredo (magistralmente realizada por Néstor Martignago), con esos vaporosos ventanales que prolongan el escenario hacia el exterior permitiendo vislumbrar a los atormentados Él y Raph, que deambulan corroídos por sus indecisiones. Y, por último, cabe mencionar el inteligente vestuario de Ana Lidejover, que tanto contribuye a diseñar el perfil psicológico de los personajes. Una obra para no dejar de ver, pues el universo poético de Raymond Carver está presente en cuerpo y alma. |
Germán Cáceres
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