Nieve,
de Orhan Pamuk (Punto de lectura, Madrid, 2008, 672 páginas) por Germán Cáceres |
Aunque esta novela no es de reciente edición, merece analizarse porque trata con gran solvencia y seriedad el tema del islamismo, sobre el cual nuestro país obtiene información principalmente a través de los medios. La historia se desarrolla en Kars, una ciudad fronteriza de Turquía venida a menos y asolada por la indigencia, el desempleo y el maltrato de las mujeres por parte de sus padres y maridos. Esta es la razón aparente de que se produzca una fuerte racha de suicidios de jovencitas, quienes invocan que su decisión se debe a sentimientos religiosos, ya que no se les permite usar velo en las universidades. Sin embargo, como el suicidio está prohibido por el Corán, terminan siendo moralmente condenadas por los islamitas, que las consideran ateas y proclives a la misma prostitución que —según ellos— caracteriza a la mujer occidental. De alguna manera esta oleada de muertes evoca la novela 2666, de Roberto Bolaño, en la que denuncia los asesinatos de mujeres en México. La República de Turquía fue proclamada por su líder máximo Mustafá Kemal Atatürk en 1923, y su constitución laica instauró una sociedad democrática, el alfabeto latino, el derecho a voto de la mujer y la prohibición del uso del velo. Su objetivo era modernizar el país con el propósito de alejarlo del atraso y de ciertas tradiciones retrógradas. Pero estas sanas ideas progresistas fueron impuestas por la fuerza y la represión sangrienta emprendida por un militarismo autoritario, y no pudieron ensamblarse las ideas renovadoras occidentales con los aspectos valiosos del islamismo, una religión monoteísta abrahamánica que reconoce como profetas —además de a Mahoma— a Moisés y a Jesús, entre otros, y toma en cuenta el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque su guía espiritual sea el Corán. Este dilema no resuelto ha provocado terribles contradicciones como el surgimiento de un fundamentalismo islámico aberrante y patético. A ello se suma el integrismo (pretende que el dogma religioso se extienda a todos los aspectos de la vida social), el nacionalismo kurdo y la rivalidad entre las distintas etnias que conforman la sociedad civil de Kars: turcos, armenios, azerbaijanos, turcomanos. Todo ello ha transformado la vida política en una pesadilla, en la cual el espionaje obsesivo es moneda común. Es palmario que Orhan Pamuk (1952, Estambul, Premio Nobel 2006, traducido a más de cuarenta idiomas) usa la pequeña ciudad fronteriza como símbolo de lo que ocurre en toda Turquía, cuyos habitantes sufren un profundo complejo de inferioridad por su pobreza y a la vez sienten un odio visceral hacia los europeos, dado que entienden que para éstos “¿…lo importante no son la democracia, la libertad y los derechos humanos sino que el resto del mundo imite a Occidente como monos?”. |
Aunque esta novela no es de reciente edición, merece analizarse porque trata con gran solvencia y seriedad el tema del islamismo, sobre el cual nuestro país obtiene información principalmente a través de los medios. La historia se desarrolla en Kars, una ciudad fronteriza de Turquía venida a menos y asolada por la indigencia, el desempleo y el maltrato de las mujeres por parte de sus padres y maridos. Esta es la razón aparente de que se produzca una fuerte racha de suicidios de jovencitas, quienes invocan que su decisión se debe a sentimientos religiosos, ya que no se les permite usar velo en las universidades. Sin embargo, como el suicidio está prohibido por el Corán, terminan siendo moralmente condenadas por los islamitas, que las consideran ateas y proclives a la misma prostitución que —según ellos— caracteriza a la mujer occidental. De alguna manera esta oleada de muertes evoca la novela 2666, de Roberto Bolaño, en la que denuncia los asesinatos de mujeres en México. La República de Turquía fue proclamada por su líder máximo Mustafá Kemal Atatürk en 1923, y su constitución laica instauró una sociedad democrática, el alfabeto latino, el derecho a voto de la mujer y la prohibición del uso del velo. Su objetivo era modernizar el país con el propósito de alejarlo del atraso y de ciertas tradiciones retrógradas. Pero estas sanas ideas progresistas fueron impuestas por la fuerza y la represión sangrienta emprendida por un militarismo autoritario, y no pudieron ensamblarse las ideas renovadoras occidentales con los aspectos valiosos del islamismo, una religión monoteísta abrahamánica que reconoce como profetas —además de a Mahoma— a Moisés y a Jesús, entre otros, y toma en cuenta el Antiguo y el Nuevo Testamento, aunque su guía espiritual sea el Corán. Este dilema no resuelto ha provocado terribles contradicciones como el surgimiento de un fundamentalismo islámico aberrante y patético. A ello se suma el integrismo (pretende que el dogma religioso se extienda a todos los aspectos de la vida social), el nacionalismo kurdo y la rivalidad entre las distintas etnias que conforman la sociedad civil de Kars: turcos, armenios, azerbaijanos, turcomanos. Todo ello ha transformado la vida política en una pesadilla, en la cual el espionaje obsesivo es moneda común. Es palmario que Orhan Pamuk (1952, Estambul, Premio Nobel 2006, traducido a más de cuarenta idiomas) usa la pequeña ciudad fronteriza como símbolo de lo que ocurre en toda Turquía, cuyos habitantes sufren un profundo complejo de inferioridad por su pobreza y a la vez sienten un odio visceral hacia los europeos, dado que entienden que para éstos “¿…lo importante no son la democracia, la libertad y los derechos humanos sino que el resto del mundo imite a Occidente como monos?”. Pero este es sólo el entorno de las fuertes pasiones humanas que movilizan a los personajes. Así, las mujeres están muy perturbadas en cuanto a su comportamiento sexual (“Cada vez que pruebo a concentrarme, me convierto en mi imaginación en una extraña malvada… o en una mujer lujuriosa”), pero a su vez el hombre también se desorienta hasta la patología, y llega a exaltarse y querer morir de amor por una joven que sólo conoce de vista y cubierta con velo. El protagonista es Ka, un poeta turco exiliado en Frankfurt, que regresa a Kars, su lugar de nacimiento, para realizar una investigación periodística sobre las jóvenes suicidas y las elecciones municipales. Es sumamente inseguro y neurótico, lo abruman dudas de todo tipo, y su conducta es ciclotímica, ya que a ratos lo asaltan imágenes de fugaz dicha para sumergirse luego en los abismos del pesimismo (“… era de esas personas que temen la felicidad porque luego puede hacerles sufrir”/”Sentía en su interior, junto a una sensación de pérdida, la paz espiritual de los que han decidido que nunca serán felices”). Sorprendentemente, en esta sociedad puritana y prejuiciosa, Ka se enamora de la bella İpek, quien está separada y que, antes, de casada, compartió conjuntamente con su hermana —una ferviente luchadora que no quiere desprenderse del velo— a un amante fundamentalista. Orhan Pamuk se reconoce como el relator de la historia y adopta una actitud omnisciente. Asimismo, utiliza el flashforward como recurso, es decir adelanta a veces el desarrollo de un suceso futuro y rompe de esta manera la linealidad de la narración. Hay una curiosa representación teatral, retransmitida por televisión a toda la población, desde la cual se implementa un golpe de estado para reprimir a los partidarios del Islam (“el ´golpe´ militar se había hecho contra los ´integristas´ que estaban a punto de ganar las elecciones municipales y contra los nacionalistas kurdos”). A partir de esto hecho la violencia política y la traición se apoderan de la ciudad. Un personaje proclama: “Si el pueblo no teme a los fanáticos y no se refugia en el Estado, en el ejército, ocurre como en algunos estados tribales de Oriente Medio y Asia y cae en brazos de la reacción y la anarquía”. Pamuk también emplea su prosa, de una nitidez cristalina (maravillosa la traducción de Rafael Carpintero), para imprimir un tono triste y melancólico a la novela a través de la lírica descripción de la nieve implacable y omnipresente que castiga a Kars (“¡Qué bonita caía la nieve! ¡Con qué copos tan grandes! ¡Con cuánta decisión, silenciosa y como si no fuera a cesar nunca!”). Esa nevada cegadora hace evocar la ominosa y mística ballena blanca del Moby Dick, de Herman Melville. Precisamente, el protagonista está escribiendo un poemario que titulará Nieve, como el mismo libro que se comenta. Se está ante una obra estupenda, de múltiples facetas, y en la cual aparece el ser humano en todo su misterio y en su escasa capacidad para interpretarse a sí mismo y a los demás: “¿Hasta qué punto es posible comprender el dolor y el amor de otra persona? (…) “¿Hasta qué punto puede ver Orhan el novelista la oscuridad de la vida difícil y dolorosa de su amigo el poeta?”. |
por Germán Cáceres
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