La venganza del tigre azul, de Eduardo González (loqueleo/Ediciones Santillana, Buenos Aires, 2018, 128 páginas) - reseña de Germán Cáceres germanc4@yahoo.com.ar |
Valentín, que recibió un trasplante de corazón, dibuja y acompaña sus trabajos con aforismos tan bellos como inspirados: “En otoño, las estatuas de Parque Lezama sufren porque no pueden evitar que los árboles lloren sus hojas”. El autor construye una prosa plena de imágenes y emplea tanto las frases largas como las cortas, algunas con una sola palabra. Ha logrado plasmar un estilo literario propio y poblado de oraciones hermosas: “Todo había tomado una velocidad incontrolable y no tenía más remedio que pilotear su vida en medio de un río tormentoso que lo empujaba al abismo.” Es muy sutil para sugerir las relaciones íntimas entre Valentín y Vera: “…ese pelo que él tanto amaba cuando se derramaba sobre las sábanas.” Y con sagacidad narrativa va creando una trama que atrapa, a la vez que en el texto va incorporando audazmente onomatopeyas propias del lenguaje historietístico. La Vengaza del Tigre Azul no se puede dejar leer, como si Eduardo González hubiera captado el método de El conde de Montecristo, del cual un personaje afirma: “Lo que admiro de Dumas es que te agarra de los pelos en la primera frase y no te suelta hasta el final…” No es nada convencional cuando hace afirmar al adolescente Valentín que sus padres se llevan bastante mal, que ambos forman una mala pareja y que él no quiere repetir esa historia por nada del mundo. De allí su desorientación y dudas cuando tiene que optar entre sus dos amores: Vera o Irupé. Valentín avanza con sus dibujos y comienza a concretarlos en viñetas. A veces las hace en el Bar Roma, donde un mozo se le acerca y charlando le comenta que allí concurría el maestro Solano, en clara referencia al dibujante de El Eternauta, Francisco Solano López. Y así, poco a poco, el libro se transforma por tramos en una historieta compleja e imaginativa, que se combina fluidamente con la narración escrita. Hasta que hacia el final concluye asumiéndose como novela gráfica. González demuestra que tiene oficio como guionista y como escritor. Y está acompañado por la notable labor de la artista Erica Villar, muy diestra en la elección de planos, en la composición de página, en los encuadres y en sacar partido de los blancos y grises que imperan en los cuadritos, los cuales se despliegan con innumerables variables de marcos. La dibujante no opta por el realismo gráfico, sino que estiliza su figuración en una fórmula atractiva y muy moderna. Eduardo González nació en Buenos Aires. Es escritor, guionista, docente y psicólogo de niños y de adolescentes. En 2002 recibió el Premio de la Asociación de Escritores Policiales de Bulgaria, en 2003 el Accésit del Concurso de Relatos de la Semana Negra de Gijón, en 2004 el Primer Premio “Indio Martín” de Cuba, en 2014 el Konex de Literatura Juvenil y en 2017 el Premio Barco de Vapor. Fue el encargado de organizar el Festival Buenos Aires Negra Joven de 2013. Entre sus libros pueden mencionarse: Cementerio clandestino, El fantasma de Gardel ataca el Abasto, Barrio de Tango, Misterioso campamento en Maschwitz, Los casos de Muki, El secreto de Leonardo da Vinci, La maldición de Moctezuma, Origami, En busca del cielo perdido, Al rescate del Eurídice, Por el camino del cóndor y Muerte súbita (publicado en 2018). |
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