La encantadora de Florencia,
de Salman Rushdie - (Buenos Aires, Mondadori, 325 páginas, 2009) por Germán Cáceres |
Esta novela testimonia la vuelta de tuerca que está dando la literatura de ficción al acercarse cada vez más al ensayo. Una prueba de ello es que el autor incluye una bibliografía de siete páginas, entre libros y páginas web por él consultados. En este caso el resultado es maravilloso, y se basa en hechos transcurridos en Fatehpur Sikri (capital del imperio mogol de 1571 a 1585), a cuyo frente estaba Akbar, el más importante de sus jefes supremos, el “rey de reyes”. En un vuelo imaginativo tan audaz como inspirado, Salman Rushdie cuenta una seductora fábula en la cual el citado emperador crea una amante imaginaria de singular belleza, la invisible Jodha (“Era inmortal, porque había sido creada por el amor”). Sin embargo, Jodha posee una carnalidad que invita a la concupiscencia más desaforada. La obra, que desborda sensualidad, invita a fantasear (“en este mundo sin amor puede que sea más sensato soñar que despertar”), dado que lo visible y el espejismo se yuxtaponen en un laberinto lábil, y propone un universo poblado por brujas, hadas, fantasmas que cobran vida, magos, demonios, expertas y pródigas rameras, astrólogos, quirománticos, y en el cual tanto el tiempo (“estaba totalmente fuera de control”) como el espacio (“era capaz de expandirse violentamente un día y encogerse al día siguiente”) son maleables y antojadizos. Además, Timur el Cojo (o sea Tamerlán) “había intentado subir a las estrellas y conquistar también el firmamento”. Porque aunque los centros de la acción sean la India del imperio mogol y la Florencia de los Médicis, la suntuosa y magistral prosa de Rushdie se pasea por vastas zonas de Asia —que menciona con exóticos nombres antiguos como Taprobane, Cipangu, Cathay— y también de América, de la que “Se hablaba de monos voladores y serpientes largas como ríos”. Pero aparece una nueva mujer tangible que se convierte en la princesa oculta, la señora Ojos Negros, la Angelica de los florentinos y la Qara Kóz de los mogoles, que puede viajar por el tiempo como una diosa, y no hay hombre que no se enamore perdidamente de ella. Muchos verán en esta increíble belleza —la encantadora de Florencia— el rastro de la ex esposa del escritor, la hermosa y sugestiva modelo y actriz Padma Lakshmi. De Florencia emergen tres amigos que se repartirán tramos importantes de esta singular narración: uno de ellos se transformará en Argalia el Turco, un temible guerrero; otro será un opaco Nicolás Maquiavelo que escribirá un opúsculo considerado desdeñable por sus contemporáneos (“El Príncipe”), y el tercer personaje, un intrigante viajero amante de la nigromancia y descendiente del navegante Amerigo Vespucci, se acercará a Akbar para contarle un secreto desmesurado. Esta soberbia y fascinante fabulación está acompañada por profundas reflexiones sobre el hombre (“La maldición de la raza humana no es que seamos tan distintos unos de otros, sino que seamos tan parecidos”) y su paso por este convulsionado planeta, en el que “la veneración del oro había engendrado una clase especial de esta histeria extrema, que se había convertido en la fuerza impulsora de su historia”. A la vez, el escritor acude a un vasto y erudito vocabulario y a innumerables datos históricos, que obligan al lector a esforzarse para comprender la trama ya que necesita acudir continuamente a diccionarios, enciclopedias y páginas de internet, es decir que debe investigar. La encantadora de Florencia es pues tanto una ficción como un ensayo, y se alinea en la imbricación de géneros que apasiona asimismo al cine y al teatro contemporáneos. Su lectura deleita y cautiva, y es portadora de una fulgurante pirotecnia verbal y de un refinamiento poético superior. Vale la pena leer este original capítulo de Las mil y una noches, concebido a través de la óptica de un gran escritor de este siglo. |
Germán Cáceres
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