El hombre de la dinamita, de Henning Mankell (Tusquets editores, Buenos Aires, 2018, 240 páginas) - reseña de Germán Cáceres germanc4@yahoo.com.ar |
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En este, su primer libro, que escribió en 1972, Mankell emplea un estilo directo, de frases cortas y carentes de ornatos. Narra como si se tratara de apuntes y notas para una novela. Y aunque se está lejos del autor que creó la famosa saga del inspector Kurt Wallander, igualmente se trata de un texto notable. Parte de un hecho real: en 1911, en Norrköping, Suecia, inesperadamente estalló una partida de dinamita que se utilizaba para perforar túneles y construir un ferrocarril. El obrero Oskar Johansson fue la única víctima del accidente, y los diarios lo dieron por muerto, pero milagrosamente logró salvarse y vivir hasta 1969, cuando tenía ochenta años. También se casó y pudo tener hijos. Padeció una tremenda minusvalía: perdió un ojo, el pelo, medio pene y una mano (de la otra le quedó apenas el pulgar y el índice). Igualmente siguió trabajando de dinamitero hasta que se jubiló, pero en tareas que no tenían contacto con el explosivo. Oskar no recuerda el momento de la detonación. Lo único que evoca son las pesadillas posteriores que lo asediaron. En una mezcla de sus propias reflexiones y de las observaciones de testigos, se va revelando que las condiciones en que vivió desde su infancia fueron lamentables: su padre trabajaba duramente como vaciador de letrinas y no podía deshacerse del mal olor. La novela también va refiriendo las penurias, limitaciones e injusticias que aquejaban a la clase obrera sueca en 1911, cuando Oskar contaba con veintitrés años. La historia se vuelve muy interesante a partir de que fue echado del hogar paterno por ser socialista y se va a vivir a la modestísima casa de madera de su compañero de trabajo Magnus Nilsson. El hombre de la dinamita es tierna y humana, y enseguida se produce una empatía del lector hacia Oskar por las penurias que sufre tanto él como sus compañeros dinamiteros. Pese a su carencia de estudios, opina igual que el personaje central de El Gatopardo, la novela (sin conocerla, por supuesto) de Giuseppe di Lampedusa, llevada al cine por Luchino Visconti: las cosas cambian para que todo siga igual (“…los que están arriba siguen arriba”/”…no ganan menos porque nosotros ganemos un poco más. Y tampoco mandan menos aunque nosotros tengamos cierta capacidad de decidir, si es que la tenemos.”) Pese a su desgracia y a su condición humilde, Oskar fue feliz junto a su esposa Elvira por el solo hecho de vivir, o sea gozó de la maravilla de haber nacido. Como la mayoría de los seres humanos teme a la vejez, a esa decadencia de la persona en todos los aspectos: “La vejez no es agradable. Uno tiene que vivir en otro tipo de situación de inferioridad. Tiene uno que pasar muchas cosas. Pero, con todo, se puede, claro.” |
En el prólogo de 1997 Mankell comenta: “Y Suecia ha pasado de un intento decente de construir una sociedad a un saqueo social. (…) En las afueras de las grandes ciudades suecas existen hoy guetos, que no existían hace veinticinco años. “ La excelente traducción es de Carmen Montes. Henning Mankell (Estocolmo, 1948-2015) es famoso por sus novelas policiales protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, que renovaron el género y fueron traducidas a cuarenta y dos idiomas. Su obra fue adaptada al cine y a la televisión y mereció, entre otros, el II Premio Pepe Carvalho. Últimamente residía entre Suecia y Mozambique, en donde dirigió el Teatro Nacional de Avenida de Maputo. |
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