En menos de un segundo
Germán Cáceres

Antes de emprender algo preveo todas las circunstancias adversas posibles, incluso las más improbables, aquéllas que ni con la mayor mala suerte del mundo pueden ocurrir. Si encuentro soluciones para esas situaciones casi descabelladas, entonces sigo adelante con el proyecto buscando la resolución de eventuales y decrecientes escenarios negativos hasta arribar por fin al utópico ideal de que no se presente ningún problema. Recién entonces, confiado en mí mismo, actúo, y hasta ahora (toco madera) con sumo éxito: nunca fallé.

Al mediodía me tomé un taxi hasta la juguetería, y le dije al conductor que me esperara: haría una compra que ya tenía elegida y volvía enseguida.

Entré con naturalidad y me di el gusto: me encantaban esos avioncitos que colgaban bailoteando del techo con resortes y que estaban destinados a decorar habitaciones de adolescentes (hace años que he dejado de serlo). Me atendió la dueña, una cincuentona muy bien conservada –sabía que era viuda y que el hijo que la ayudaba con el negocio a esa hora estaba almorzando–, le pagué en efectivo, y cuando abrió la caja para darme el vuelto, le encañoné la sien con mi pistola.

Todo sucedió en menos de un segundo. La cabrona cerró la caja de un manotazo y se desmayó con tan mala suerte que se golpeó la nuca contra la estantería.

La receta en estos casos consiste en conservar la calma y proceder con celeridad. Pasé detrás del mostrador e intenté abrir la caja. Apreté varios botones pero no hubo caso. Después realicé combinaciones tocándolos todos a la vez o cambiando secuencias, pero no dio resultado. Decidí darme por vencido y retirarme del lugar, la tipa había empalidecido demasiado: si me agarraban y ella estaba muerta, iba a tener un lío de primera. ¡El trabajo había fracasado por culpa de esa estúpida!

Salí, y el taxi, por suerte, me estaba esperando. Y otra vez todo ocurrió en menos de un segundo. Primero fue el típico sonido que hasta entonces sólo había escuchado en el cine. Luego la calle se convirtió en un festival de carrocerías azules y celestes. Y los patrulleros con las sirenas aullando al máximo vomitaron policías que lo primero que hicieron fue apuntarme con sus ametralladoras.

Seguro que al apretar los botones de la caja había accionado la alarma que conectaba directamente con la comisaría.    

Germán Cáceres
De "Por amor al crimen" - Súbitamente

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