Dinero fácil,
de Jens Lapidus (SUMA, Buenos Aires, 2009, 604 páginas) por Germán Cáceres |
La novela policial tiene en Henning Mankell y Stieg Larsson dos exponentes suecos que han conmocionado a los lectores argentinos. Ahora se les suma Jens Lapidus (Estocolmo, 1974), quien aporta una temática y un estilo de gran actualidad (no en vano inicia su libro con citas de Dennis Lehane y James Ellroy). Pero no debe olvidarse que ya el género había producido en ese país una obra maestra como Roseanna (1965), de Maj Sjöwall y Per Wahlöö. En Dinero fácil los tres personajes principales no son detectives o policías sino delincuentes: Jorge (un inmigrante chileno), Johan Westlund (un joven arribista sueco) y Mrado (un mafioso de origen serbio). O sea, sería una típica crook story, en la que los representantes de la ley ceden su protagonismo a los malhechores, a la manera de A quemarropa, de Richard Stark. En este caso se percibe que un halo de fatalidad amenaza a estos individuos hipnotizados por sus sueños de poder y grandeza, quienes, pese a pertenecer a ámbitos distantes, entrelazan sus vidas a través del talento narrativo de Lapidus, que emplea un procedimiento similar al utilizado por Vargas Llosa en La ciudad y los perros y La casa verde. La escritura de Lapidus es ágil, moderna, a tramos cinematográfica, de frases cortas, como notas tomadas en una agenda. Exhibe precisión y minuciosidad tanto en la descripción de interiores como de espacios urbanos. Esta prosa breve adquiere una suerte de golpeteo rítmico y logra un suspenso digno de Hitchcock en una escena que refiere un seguimiento y en otra que detalla un operativo de introducción de cocaína desde Brasil. Si Mankell y Larsson nos presentaron un país en el que la violencia y el fascismo ya formaban parte de la vida cotidiana, esta novela en su primer capítulo realiza un relato escalofriante de la crueldad de las bandas que se mueven en las cárceles y a las que las autoridades no pueden controlar. Además, tal vez la mayoría de sus ciudadanos ha caído en la absoluta frivolidad y en un consumismo que se puede tildar de patológico (“Estaba en casa en la habitación navegando. Babeando por objetos que comprar”). A eso se agrega el excesivo cultivo de la imagen física que los lleva a fanatizarse por el gimnasio y recurrir al uso desmedido de anabólicos y esteroides. Y, por si no fuera suficiente, la sociedad es xenófoba, se ha vuelto adicta al juego, y en los boliches nocturnos un matonismo feroz se encarga de hacer circular el alcohol: “Noche de sábado en Estocolmo: colas, tarjetas de crédito, minifaldas. Los de diecisiete años, borrachos. Los de veinticinco años, borrachos. Los de cuarenta y tres años, borrachos. Todos borrachos.” |
Jens Lapidus es abogado penalista y ha representado en juicio a importantes criminales, circunstancia que le ha permitido conocer el submundo del hampa de Estocolmo, en el cual domina la mafia yugoslava, cuyo poder parece imbatible (“Repasaron todas las actividades y proyectos…: el tráfico de cigarrillos y alcohol, los cobradores, la droga, las copias de Jack Vegas, los burdeles en departamentos, las putas a domicilio”). Por ello también transcribe actas e informes policiales que enriquecen la novela. La visión del gangsterismo de Jens Lapidus es propia de un sociólogo: “Porque el crimen no es más que justo eso: la esencia de la economía de mercado”. |
Germán Cáceres
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