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Cuentos de crimen y misterio,
selección, traducción, introducción y notas: Miguel Vedda. - (UNSAM/Editorial
Biblos, Buenos Aires, 2009, 208 páginas) por Germán Cáceres |
Estos cuentos, escritos entre los siglos XVIII y principios del XIX, se encuentran en una línea casi desconocida para el lector argentino del género policial: es la llamada por los alemanes narración criminal (Kriminalgeschichte). Una de sus facetas intenta profundizar en las causas que llevan al ser humano al delito. Por ejemplo, en “Narración criminal” —que lleva el nombre de esa corriente—, de August Gottlieb Meiβner (Bautzen, 1753-Fulda, 1807), el narrador expresa: “Pero la avaricia y la ambición, una vez que han ganado terreno suficiente, exceden aun al mejor propósito, e incluso a la conciencia”. Por eso el personaje del conserje, pese a sus remordimientos, no puede dominar sus actos y se precipita finalmente hacia su perdición (“fue, quizá, una determinación del destino”). El cuento está bien construido y su prosa es concisa, pero se trata más bien de un informe que de una narración. Ese intento de verosimilitud y de acoplamiento con la realidad es otra de las características de la Kriminalgeschichte. Esos mismos rasgos se repiten en “Marianne L. Una historia verídica de 1788”, de Christian Heinrich Spieβ (Helbigsdorf, en Friberg/Sachsen, 1755-Bezdekow/Klatovy, 1799), aunque su anécdota es más rica y no desdeña datos truculentos: “se lo encontró traspasado (el cuerpo) por diecisiete puñaladas”. Uno de los puntos más altos de la antología se halla en “El duelo”, de Heinrich von Kleist (Fráncfort del Oder, 1777-entre Berlín y Postdam, 1811), que, de acuerdo a Vedda, “es una de las narraciones criminales más importantes y complejas de la literatura alemana”. Ante todo brillan sus frases extensas e indirectas con períodos sinuosos, que cincelan una escritura barroca pletórica de imágenes y símiles. La trama es ingeniosa y la estructura del cuento deja atrás el informe para ser netamente narrativa. Como en el cuento de Meiβner, surge un deus ex machina para castigar al malvado (“si es voluntad de Dios”), y hay una historia de amor que se nutre del espíritu del romanticismo. “Un duelo”, de Jodocus Donatus Hubertus Temme (Lette, condado de Rheda, 1798-Zúrich, 1881), también participa del espíritu de las anteriores obras. “La avaricia no cree en ningún ser humano”, se sentencia en el texto. Temme desarrolló una importante carrera como jurista y político y el tiempo reclamado por estas actividades se observa en su prosa apresurada no exenta de calidad. Una curiosidad del cuento —que más bien puede considerarse una novela corta— es que el malvado (“¿verdugo o asesino?”) tiene condiciones para realizar inteligentes deducciones a partir de la escena del crimen, que se describe con precisión de detalles, especialmente los pequeños y reveladores. El relato zigzaguea por varios sucesos y logra que el lector se apasione por su lectura. |
En “Liese Mazapán”, de Fiedrich Halm (seudónimo de Eligius Franz Joseph Freiherr von Münch-Bellingshausen (Cracovia, 1806-Viena, 1871), además de la inexorabilidad del destino (“la salvación del alma del asesino ajusticiado, al que los hombres no habían atrapado, pero al que había encontrado Dios”), está presente el sentimiento de culpa, así como la denuncia del desmedido afán de riquezas de la incipiente sociedad burguesa. Es un cuento con mucho suspenso y abundantes desenlaces trágicos, y la aparición de un fantasma lo entronca con la narrativa maravillosa. Merece destacarse la introducción de Miguel Vedda por su versación y solidez crítica. Hace un profundo análisis del género desde sus orígenes (Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, sin omitir “Un asunto tenebroso” de Balzac), y recurre a diversas fuentes bibliográficas que sostienen que la novela de enigma sólo era posible en los países democráticos. Después se encarga de probar que ello se trataba de una falacia (resulta insoslayable la cita de Dashiell Hammett y Raymond Chandler) que daba como resultado historias muy alejadas de las sociedades violentas e injustas que por esencia generaba el capitalismo. En su investigación le da suma importancia al policial francés (Émile Gaboriau, Maurice Leblanc y, más tarde, Georges Simenon) por proveer de psicología a los personajes y por su mayor elaboración estética. Respecto a la tendencia alemana de aquella época, subraya que era propia de una sociedad atrasada que no había superado del todo el absolutismo feudal. Vedda opina que “una peculiaridad específica del policial alemán es el interés puesto, no en el detective que certifica y protege la armonía, sino en el criminal que delata la arbitrariedad y el caos de un orden social inicuo (…) la toma de conciencia acerca de la afinidad entre capitalismo y crimen”. Por último, una extensa bibliografía sobre el género redondea esta importante contribución al conocimiento y goce de la literatura policial. La traducción de Vedda es impecable. |
Germán Cáceres
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