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La Feria de Juan José Arreola: la picaresca como manifestación colectiva Ensayo por Rosa M. Cabrera State University College of New York at New Paltz |
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La tónica general de la novela picaresca, desde sus inicios con El Lazarillo de Tormes, El Buscón, Kinconete y Cortadillo y otras, es que concentra las características de la picardía en el personaje protagónicoy la acción se desarrolla alrededor de sus actividades y la comunidad le sirve de escenario a sus andanzas. Los viajes que realiza revelan sus inquietos anhelos de cambio y aventura. Siguiendo la tradición española, en la América hispana se aprecia la continuidad estructural del género: ambiente hostil o poco propicio, circunstancias más o menos infortunadas y un personaje principal que lleva el peso de la acción. Buenos ejemplos son: El Casamiento de Laucha, de Roberto Payró; El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández Lizardi; La vida inútil de Pito Pérez, de José Rubén Romero y otros. En la novela picaresca hispanoamericana se presentan dos tipos de picaro: el vocadonal y el circunstancial. El primero toma un camino de andanzas y travesuras porque su temperamento así se lo demanda. Su situación familiar y económica pueden ser afortunadas, pero él desprecia el bienestar de su posición para emprender dudosos derroteros. En este grupo pueden incluirse El Periquillo Sarniento y La vida inútil de Pito Pérez. El picaro circunstancial no actúa de ese modo por impulso de su propia volición. La vida le coloca en situaciones en que tiene que actuar de manera tortuosa o ilícita para sobrevivir. Este pícaro lo es a pesar suyo y si hubiera tenido la posibilidad de tomar otros rumbos, su conducta hubiera sido diferente. Podrían ubicarse en esta clasificación de picaro circunstancial El Chulla Romero y Plores, de Jorge Icaza e Hijo de ladrón, de Ricardo Rojas. Al iniciar la lectura de la novela La Feria, de Juan José Arreóla, resulta interesante adivinar las intenciones de su autor, que sin crear un tipo novelesco que centralice las peripecias de la trama, ha preferido diluir el acontecer narrativo en una comunidad semi-rural, en la cual resaltan una diversidad de estratos sociales que van desde los indígenas hasta las autoridades eclesiásticas y caciques locales, notándose la separación de clases y los prejuicios que las dividen. El libro está organizado en viñetas que aparentemente no tienen continuidad o relación entre sí. Personajes y situaciones desaparecen y reaparecen, hilvanándose en forma tal, que se tiene la impresión vivida de movimiento dentro del pueblo, donde se presentan episodios y conflictos sueltos que forman un todo comunitario. La importancia de la acción colectiva tiene gran impacto psicológico sobre el lector, pues el estilo abierto y episódico en que la novela está escrita, ofrece como un "stacatto" narrativo de gran dinamismo. Recorremos las calles, la plaza y los campos colindantes; entramos en la iglesia y nos paseamos por la discutida "zona de tolerancia'' y participamos en las tertulias del Ateneo. Pero la lectura nos revela que la intención de Arreóla no ha sido la de crear una diversión de los acontecimientos de Zapotlán para entretener al público. Su propósito conlleva una idea de mayor profundidad e intención: ofrecer una crítica social al retratar con descarnado humorismo el ambiente en que los problemas nacen y se perpetúan. En las viñetas del período colonial y en las de la era republicana, hay una marcada semejanza en las situaciones de abuso y explotación en que las clases pobres se encuentran. La posición del indio tlayacanque en relación al blanco es de servidumbre, tanto en la época de la metrópoli española como en el momento actual. La trama se integra originalmente por medio de ágiles episodios que parecen reflejarse en espejos movibles de acción interdependiente y la problemática del presente es un resultado de la conflictiva pretérita. La sociedad aparece claramente dividida en su momento actual y en su pasado. El primer grupo que introduce Arreóla es el de los indios, vinculados a su tierra por lazos ancestrales. La disputa por la posesión de sus tierras está unida a una larga serie de reclamaciones, cuyos encabezamientos empiezan así: al Señor Oidor, al Gobernador del Estado, al Señor Obispo, al Señor Capitán General, al Virrey de la Nueva España, al Señor Presidente de la República. Es evidente que estos papeles recorren el largo camino que va desde los inicios de la Colonia hasta los días republicanos y que la situación del indígena sufre del abandono y el abuso oficiales. La agricultura domina las actividades de la mayoría de los pobres y sus faenas se mezclan con los recuerdos de la Revolución de 1910. Los caciques locales controlan la producción agrícola y dirigen la economía del pueblo. Los artesanos ocupan un lugar secundario en las viñetas, y en algunos casos, su oficio tiene ribetes de fútil comicidad, como en el caso del fabricante de velas que confecciona un cirio monstruoso para la fiesta patronal. La clase media tiene participación efectiva en la acción, pues se relaciona estrechamente con los caciques y sus turbios manejos. Muchos de los burgueses son, en cierto modo, caciques también por su control o influencia. Solamente en tan variada composición social hubiera podido Arreóla desarrollar un panorama picaresco, de intención crítica agudísima, ni hubiera logrado tan intensa vibración humana con resultados de efectivo impacto en un grupo social más homogéneo. La posición de la mujer varía, según el estrato social a que pertenece. Aparecen las prostitutas, supersticiosas e ignorantes, situadas en la escandalosa zona de tolerancia; la dueña de las casas en que se practica el lenocinio, Doña María la Matraca, que es una picara circunstancial, pues las ordenanzas municipales la han favorecido al crear un distrito de luz roja. El personaje femenino que muestra caracteres de refinada y sabia picardía vocacional es Alejandrina, la poetisa trashumante, que con sus versos eróticos encandila a los asistentes a las tertulias del Ateneo y crea problemas conyugales en el pacífico Zapotlán. Desfilan por el libro las mujeres del pueblo, sacrificadas esposas, maltratadas por los maridos y refugiadas en el consuelo de la religión. Hay muchas víctimas del cacique Odilón, especie de Don Juan primitivo que seduce a innumerables jóvenes del lugar. Estas mujeres burladas asombran por su sumisión y, tanto las casadas como las solteras, reconocen la supremacía indiscutible del varón. No faltan en el libro los personajes juveniles, llenos de malicia algunos y de candidez otros. Los amores tempranos, con sus peripecias y desengaños, se revelan por medio de un diario o de las repetidas confesiones. Dos acontecimientos sirven de foco a las actividades del pueblo y hacia ellos convergen pensamientos y acciones de las gentes de Zapotlán: son la celebración de la fiesta patronal -de San José y el inesperado terremoto que sacude las conciencias con angustias de condenación y muerte. Por primera vez la responsabilidad de los gastos y organización de la fiesta estará a cargo ’de los indígenas y los prejuicios contra ellos se exacerban. Esa fiesta patronal es el eje socio-religioso del pueblo y las actividades que la preceden absorben gran parte del pensamiento popular. Hay superstición por parte de los pueblerinos ignorante y explotación por parte del clero. La fiesta de San José resulta de ridicula y desproporcionada categoría para la humilde pequeñez del pueblecito. El lujo que se despliega, la participación de un delegado del Papa y la pomposa ostentación de los festejos, resultan desmesurados. Los fuegos artificiales, las elaboradas procesiones y los juegos florales, crean una atmósfera de proporciones barrocas y absurdas. El terremoto da ocasión a una fervorosa explosión de confesiones multitudinarias, casi "in extremis." Los confesionarios son insuficientes para el desbordamiento de arrepentimientos, terrores y remordimientos. Es precisamente a través de la exaltación religiosa que logra Arreóla sus más notables efectos en la utilización del lenguaje como instrumento de la picaresca. En las confesiones conocemos las canalladas de muchos, reputados como ciudadanos honorables. Los atropellos, abusos y crímenes se conocen én todos sus detalles de labios de sus propios autores. Hay, por otra parte, las confesiones de los ingenuos, que llenos de traviesa malicia adolescente, dan cuenta de sus pretendidos pecados que no tienen otro carácter que el de anécdotas picarescas y divertidas. Debe observarse que la mayor parte de las confesiones giran alrededor de los pecados del sexo, exacerbados por la imaginación y llevados en algunos casos a interpretaciones versificadas en coplas o refranes. En la religión se observa la estratificación social en el tratamiento de los hombres, pero en el confesionario las almas aparecen en su prístina desnudez, igualadas por la amenaza destructora del terremoto, al que consideran como un ensayo del juicio final. Las coplas populares y los cantares maliciosos traen desazones y trastornos al pueblo. La comicidad picaresca de algunas ofende y agravia a punto tal, que son objeto de una prohibición del municipio. Las palabras, hirientes y ofensivas, no necesitan ser cantadas y pueden insinuarse con el movimiento de los pies o con la sonrisa y la mirada. Arreóla organiza los elementos más disímiles y los mueve con soltura y gracia a través de las viñetas del libro. La psicología popular, con sus reacciones individuales y colectivas ante determinadas situaciones, son vivos ejemplos de penetración y agudeza. El efectivo dinamismo de los episodios cortos mueve el interés y mantiene la atención. El uso de la viñeta sirve para muchos propósitos: para retratar a un personaje o hacer su caricatura, para presentar crónica histórica o social, registrando acontecimientos recientes o lejanos. El uso del "ílash back" en las viñetas de acción retrospectiva abre el subconsciente y los recuerdos de los habitantes de Zapotlán. Estos cuadritos son episodios graciosos que muestran un carácter o un acontecimiento y constituyen, en muchos casos, unidades de mini-acción, imbricadas en un núcleo narrativo mayor, no visible o aparente, pero que se mueve en círculos concéntricos alrededor de los acontecimientos claves, como la fiesta patronal, los conflictos de la posesión de la tierra o el temido terremoto, Zapotlán es un pueblo como otros muchos y lo que lo singulariza en este relato de Arreóla es el dinamismo efectivo de los episodios cortos que mueven la acción. La problemática local, real o imaginaria, está siempre presente y la censura que hace el autor de la explotación, los abusos, el machismo y la discriminación, tiene tal matiz humorístico que suaviza las aristas de su intencionada crítica. Arreóla no toma muy en serio las situaciones que describe y su actitud le lleva a una posición de compromiso con el pueblo de Zapotlán. Es posible afirmar que La Feria ha sido escrita con el propósito de hacer crítica social de algunos aspectos de la sociedad mexicana y que la protesta por las condiciones reinantes es un pretexto para presentar una vivisección del pueblo y sus habitantes. El lenguaje es utilizado en una serie de posibilidades bien logradas. Los fragmentos de diálogo son vividos y rápidos. Las descripciones, en su brevedad, expresivas y precisas. Las versificaciones populares son chistosas y ágiles. Las confesiones sirven para descubrir la conciencia colectiva del pueblo y revelar la ingenuidad de pocos, la criminalidad de algunos y las trampas de muchos. Las leyendas de los indígenas y sus tradiciones sirven para recordar el carácter mestizo de la comunidad y la vigencia de su pasado. El acierto de Arreóla reside, precisamente, en su habilidad para combinar hechos disímiles, sin conexión aparente y que forman un cuadro local de costumbres, que dejan en el lector una impresión de haber estado en Zapotlán y haber sido testigo de sus aconteceres. . Estructuralmente, La Feria puede considerarse como una organización de círculos concéntricos que se mueven interdependientemente hacía la culminación de la fiesta patronal. Esos círculos, que corresponden a las distintas esferas sociales, se relacionan entre sí y sus movimientos coinciden y se superponen. Aunque la acción tiene un carácter colectivo, hay personajes que sobresalen por su persistencia en la trama o por la importancia de su intervención, como la aprovechada María la Matraca, la cautivadora Alejandrina, el difunto Don Cuco, Odilón, el seductor de doncellas, el anónimo joven enamorado que vierte sus angustias en un diario. La Feria pertenece al género de la novela picaresca y su novedad consiste en su fragmentación narrativa, que recoge, además' de los elementos apuntados, temas de Isaías, de los Apócrifos, de los documentos coloniales y de toda esa tradición vivida que forma parte de la indudable experiencia del autor. Todo se hilvana gracias al tono que Arreóla le imparte y su habilidad para mezclar giros populares con episodios del más puro realismo mágico y leyendas de la mitología indígena. El resultado final es una obra, que en su aparente desorden, crea en su multiplicidad, un mundo de dimensiones organizadas y propósitos definidos: como en la fiesta patronal de San José, todos y cada uno de los habitantes de Zapotlán, tienen una participación activa en la dinámica de la comunidad y una función imprescindible en el desarrollo de la narración. Puede considerarse La Feria como un aporte renovador a la estilística de la narrativa picaresca y, aunque el desarrollo de la acción esté diluido en una variedad de personajes y grupos, los objetivos de ía intención de picardía no se debilitan y, por el contrario, cobran un intenso relieve humano a través de la participación colectiva. |
Ensayo por Rosa M. Cabrera
Publicado, originalmente, en: Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas Toronto, 22-26 de agosto de 1977
Link: https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/06/aih_06_1_033.pdf
Ver, además:
Juan José Arreola en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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