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Por Hilda Cabrera Seres en apariencia comprometidos sólo con sus trivialidades, los nueve personajes femeninos de Almas ardientes necesitarán de un ángel que descienda a estas tierras para atreverse a tomar contacto con otras realidades. Un ángel que en las imágenes proyectadas en la escena de la Sala Casacuberta no posee el vuelo ni alienta el propósito del ángel filósofo, protagonista de El cielo sobre Berlín, del realizador Wim Wenders. La naturaleza integradora de la creación de Santiago Loza (dramaturgo, director y guionista), fortalecida por la puesta de Alejandro Tantanian (autor, |
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director y cantante), permite esas atractivas inserciones, sean éstas las del video o la música interpretada en vivo. Elementos que otorgan vivacidad a un texto conformado a la manera de capítulos, de instantes de vida robados a unos personajes, a veces catárticos, reflejados por actrices de enorme plasticidad escénica. Son ellas las que, en el inicio de la obra, parecen surgir de un único ser o arquetipo. Esa es la impresión que produce una primera coreografía, a la que se suman las coincidencias de sus personajes sobre determinados temas. Integrantes de un taller literario, las mujeres abandonan su espacio personal para ganar otro en el arte de la palabra y opinar y confesar deseos y temores. Escenas en las que cuentan verdades y pesadillas, como Leila, protagonista, en sueños, de una masacre perpetrada con una cuchilla eléctrica que compró en Miami. Una secuencia que va del chiste al horror, y que ella disfruta a pleno. El pavo, primera víctima de la cuchilla, viene a cuento por la cercanía de la Navidad, pues el trasfondo político y social de la obra es la protesta y brutal represión del 19 y 20 de diciembre de 2001. Un estallido social que, se supone, incide en el ánimo y el imaginario de estas señoras apremiadas, al menos mentalmente, por una realidad en la que se torna imperioso guardar registro de una última iniciativa personal o de lo que nunca podrá volver a ser. El rescate escénico de estas mujeres que parecen no estar preparadas para entender surge de la ganada complicidad con el espectador, de la destreza de las actrices para transmitir lo irrisorio con sentido poético. El recuerdo erótico toma la figura de un masajista, la incertidumbre se convierte en reflexión, la necedad mueve a risa y la toma de conciencia requiere aceptar el fracaso y equiparar el taller con una ceremonia sin sentido, un “simulacro de la compañía” en un clima dominado por la violencia y el “vacío de poder”. La fantasía religiosa no se detiene en el descenso del ángel. En la obra se hace alusión a Teresa de Jesús (o Teresa de Avila). El aporte proviene de una de las asustadas integrantes del taller, a las que no les basta con tener una casa “bendecida”. Ellas se sienten amenazadas y descalifican, pero también reparan en que “no podemos vivir por vivir y dedicarnos a la pavada”. La inesperada autocrítica abre camino y lo ensancha cuando unas y otras advierten la propia fragilidad, aquellas otras heridas que “traen a la memoria cuerpos y agonías”, y presienten el silencio, identificado con la muerte y el vacío. Perdida la noción del tiempo, se produce en ellas un vuelco insólito hacia la figura de la monja poeta Teresa de Jesús, creadora de un lenguaje propio, acusada por la Inquisición y censurada en sus libros. Una inserción extraña en esta historia de mujeres de rasgos nada generosos que acaso sea un recurso para un final de obra o una vía de escape ante situaciones que evidencian injusticia y corrupción. |
Por Hilda Cabrera
Diario Página12 (Argentina)
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-33347-2014-09-14.html
Domingo, 14
de septiembre de 2014
Autorizado
por la autora
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