La mención de dos textos publicados a comienzos de los ’80, la novela saga Nada que perder y la ascética e intensa En esta dulce tierra, provoca en el escritor Andrés Rivera una respuesta inmediata: “Ninguno de nosotros es el mismo de hace veinte años”. Es cierto, pero esas y otras novelas y relatos de este autor se fijan en la memoria. De varios de sus escritos se desprenden imágenes y sonidos, y es posible oír disparos, carcajadas o gritos. Esta peculiaridad fascina a quienes se dedican al teatro. De ahí tal vez la tentación de llevar a escena –como se lo ha hecho– La revolución es un sueño eterno y El farmer, o fragmentos de esta última novela corta y de El amigo de Baudelaire (en el Sportivo Teatral, de Ricardo Bartís), y ahora, La sierva, en el Teatro Payró, en adaptación de Andrés Bazzalo, con dirección de éste y de Mónica Scandizzo. La “anécdota” enlaza al juez Saúl Bedoya con la bella y ambiciosa Lucrecia, una sirvienta que aspira a ser patrona. Se sospecha que la joven instigó el crimen de su patrón, un estanciero italiano que había recibido sus tierras de Juan Manuel de Rosas. La opinión del escritor sobre las traslaciones es terminante: “Tengo para mí que el director se convierte en una suerte de déspota: él debe reelaborar lo escrito y serle fiel. Digo, reelaborarlo para ponerlo en escena y no para que el actor, por más bueno que sea, declame un texto que, entre cien espectadores, sesenta no hayan leído”.
–¿Eso quiere decir que acepta la versión libre?
–He visto los ensayos de La sierva, dirigida por Andrés Bazzalo, he puesto algún reparo, pero encontré que su versión habla de nuestro tiempo.
–Pero la acción transcurre a mediados del siglo XIX...
–¿No cree que, en algunos aspectos, este país es el mismo? Mi último libro de cuentos se llama Cría de asesinos, ¿y por qué no? Empecemos por el desembarco de Pedro de Mendoza... Preguntemos quién mató a Monteagudo, a Moreno... Y además de criar asesinos, este país empuja al exilio: ¿dónde murieron Sarmiento, San Martín, Alberdi...?
–¿Acaso aquellos asesinatos se parecen al crimen ideológico, que sirve a una teoría y es justificado por ella? Cometerlo es casi un “deber moral”...
–¿Un deber moral? Probablemente sí, cuando peligran determinados intereses...
–Eliminar al “dañino” no genera culpa...
–Claro, y si no, ¿qué pasó con los treinta mil desaparecidos? ¿No pretendían los Galtieri y Videla justificar la masacre con la palabra “guerra”? ¿Cuántos de esos treinta mil desaparecidos eran combatientes?
–¿Sucede algo así cuando se quiere justificar la censura?
–Ante la censura, uno tiene que preguntarse quién censura. Si es alguien dispuesto a discutir y pelear por lo que sinceramente cree o si es alguien que está en el poder o trabaja para el poder. El poderoso no discute: compra y manda. La política es así en este país “generoso”, como lo expresa el preámbulo de la Constitución.
–A usted no le gusta que se califiquen sus textos de recreaciones sobre la historia, pero ésta aparece siempre a través de un dato, un personaje, una atmósfera...
–No me gusta, claro, porque no pienso que novelas como La revolución es un sueño eterno, El farmer o Ese manco Paz sean novelas históricas. Simplemente hay nombres que recorren buena parte de la historia argentina. Si el libro está medianamente logrado, el lector se identifica con lo que allí ocurre y no con la historia, que desconoce o no. ¿Acaso llamamos a Shakespeare dramaturgo histórico? ¿Nos preguntamos si La guerra y la paz, de Tolstoi, escrita cincuenta años después de la invasión de Napoleón a la Rusia zarista, es un texto que se lee por sí mismo o porque sabemos historia?
–¿Esa sería la autonomía de un texto de Bertolt Brecht, por ejemplo?
–Sí, como La ópera de dos centavos y sus textos sobre el hitlerismo, derrotado en el ’45. Han transcurrido sesenta años y de aquello quizá tengan memoria los que nacieron un poco antes de esa fecha. Pero a los que hoy tienen veinte años, ¿cómo se les transmite ese clima? Creo que las obras de ficción pueden hacerlo, sea teatro, cine o literatura.
–¿Coincide en que La sierva es una de sus novelas más eróticas?
–Alguien escribió que poseía un erotismo sombrío. Es que el sexo es misterioso...
–¿Gobierna?
–Así es. Creo que manda incluso en la vejez: cuando deja de reclamarle al cuerpo, se instala en el recuerdo.
–¿Quizá por deseo de vitalidad o de dominio? En La sierva, el sexo domina...
–Como en El amigo de Baudelaire... En La sierva retomo aquella relación entre la sirvienta y su amo, el juez Saúl Bedoya.
–Un burgués ilustrado y capaz de matar...
–En eso de la ilustración, me gusta comparar a los burgueses de fines del siglo XIX con este vasto campo de burgueses que tenemos ahora.
–¿Es válido utilizar hoy las clasificaciones de otra época sobre burgueses y proletarios? ¿Dónde ubica a la burguesía patricia, por ejemplo?
–Ahora hay apellidos nada más, gente acumuladora de riqueza.
–En su novela (y en la versión teatral), el enriquecimiento es otro dato. Se menciona, por ejemplo, a la Baring Brothers...
–Sí, que otorgó un fuerte empréstito al presidente Rivadavia y que después no se pagó. ¡Es bueno endeudarse! Es una práctica habitual del establishment, que convierte a los presidentes en meros administradores. Pensemos en lo que sucedió cuando el presidente chileno Salvador Allende se enfrentó a esos poderosos: se quedó solo, con un grupo de fieles.
–¿Sería una muestra de la imposibilidad de cambiar estructuras?
–El establishment no cede sus privilegios aunque el pueblo vote a candidatos que se dicen progresistas. Me pregunto qué pasó con François Mitterrand en Francia. ¿Y en Inglaterra? Los laboristas ganaron, pero Tony Blair apoyó la invasión a Irak, y con él la mayoría del Partido Laborista. En el poder no hay quien se aparte de las reglas de juego de los poderosos. La Argentina debe cumplir, por ejemplo, porque se supone que si paga, incentiva las inversiones. Ese es el cebo.
–Retomando La sierva, ¿prefiere el final abierto?
–Pienso en La revolución es un sueño eterno, que termina con una pregunta: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres? Recuerdo una charla mía en una biblioteca acerca de El amigo de Baudelaire y del fragmento en el que Bedoya desliza la boca del revólver por los pechos de Lucrecia. Cuando llegó el momento del debate, una señora dio su propia versión del final: Bedoya mata a Lucrecia y se suicida. Soy respetuoso de la opinión del lector, y la acepté. Ahí supe que, para esa mujer, la nouvelle era verosímil.
–¿Le importa que a usted, como lector, le ofrezcan una oportunidad semejante?
–Así es, aunque ahora no estoy leyendo novelas sino Recuerdos de la muerte, de Miguel Bonasso, un documento sobre un genocidio que muchos argentinos aceptaron.
–Esta afirmación se asemeja a una frase que, en otra novela, usted pone en boca del personaje Juan Manuel de Rosas...
–“Quien gobierna podrá contar siempre con la cobardía de los argentinos.”
–¿Cuánto contribuye a esa cobardía el terror? En La sierva está presente, por lo menos como amenaza...
–Lo dije antes, éste es un país degradado: cría asesinos, desde señores poderosos hasta chiquillos que matan por casi nada.