Un hacedor del ochenta: Tristán Achával Rodríguez
Ángel Gregorio Cabello

Achával forma parte de esa generación escogida de hombres públicos que actúa de lleno entre los años 1870 y 1900, aproximadamente.

Aquellos varones del ochenta, intemperados y virulentos, formados en las corrientes ideológicas de la época -tomadas y adaptadas apresuradamente, con envidiable singularidad - diseñaron un país que, visto a la distancia, admira y sorprende.

En medio de esa pléyade era ardua empresa conquistar un sitio honroso y destacarse con personalidad propia dado que el nivel “se media por una sucesión de altas cumbres”.

Y bien: Achával se perfila con rasgos propios en medio de ellos, se mide de igual a igual y, sin embargo, no se parece a ninguno pues tiene una fisonomía diferente de todos.

En cada una de las cuestiones en las que interviene - muy graves algunas, en momentos muy ríspidos de la agitación nacional y, por ende, de la pasión política - sus juicios sirven de norma y de base a la sanción de leyes y al tratamiento de asuntos trascendentales.

No poseyó una extensa erudición libresca ­ rarísimo entre sus coetáneos - pero sí fue dueño de una relevante oratoria; probablemente nacida de sus hondas convicciones y de su profunda sinceridad tanto privada como pública ( también muy escasas entre los de su época),  virtudes que fueron concluyentes para sus logros - y sus yerros - en las difíciles esferas por las cuales transitó.

“ He vivido la época histórica en que actuó Tristán Achával Rodríguez; en la intimidad de los grandes hombres de todos los partidos, y sólo por rarísima excepción he oído señalar a alguno que él se hubiera apartado de aquellos principios tutelares de la democracia y del patriotismo” (TESSI, 1927,97-99).

Importante juicio no sólo por provenir de quien proviene - Estanislao S. Zeballos - sino, además, por tratarse de un acendrado adversario político. 

Era la acción misma. Su escenario fue amplio: educador, diplomático, periodista, parlamentario. Y en él cultiva (rara avis) la difícil trilogía de pensar, sentir y prever.

Nació en Córdoba (capital) el 8 de diciembre de 1843, en el seno de una familia de tradición federal; de hombres eminentes que cumplieron con honor y acabadamente la labor constructiva de nuestra fundación nacional, prestando todo el apoyo de su influencia a los ideales de Mayo, actuando políticamente - hasta Pavón - en las luchas que, con posterioridad, nos asolaron.

Su inclinación manifiesta por los estudios sociales no fue óbice para que profesara, siendo estudiante, física y matemática en el Seminario de Loreto. 

Ya abogado, por la Universidad Mayor de San Carlos, es designado Consultor de la misma. Viaja, luego, por Europa, Asia y África y asiste como Observador al Congreso Ecuménico de Roma, en 1870.

Tenía tan arraigado el culto de la enseñanza (y de la educación), se daba tan exacta cuenta del verdadero significado del Magisterio y del ideal que él encarna que los años de su ejercicio docente fueron los más importantes tanto para su formación cuanto para su posterior desempeño.

Su provincia lo elige diputado nacional para el período 1873-1876. En el parlamento hace sus primeras armas políticas.

Contribuye al estudio en comisión y al debate en el recinto de leyes decisorias para el proyecto de país que ya se perfilaba en el espíritu de nuestros hacedores.

Avellaneda, que poseyó siempre el difícil tino de rodearse de verdaderas personalidades, lo eligió para que colaborase en su gestión, llevando al Paraguay los sentimientos de cordialidad del gobierno y del pueblo argentino; en circunstancias en que nuestras relaciones con esa República se desarrollaban dentro de un ambiente - lógicamente - dificultoso por los problemas que aún predominaban, en ambos países, a causa del tremendo y muy lamentable hecho de armas producido escasos años antes.

EI tiempo que Achával transcurre en Asunción a cargo de la embajada (1877-­1880) constituye uno de los mejores galard­ones de su breve y fecunda actuación pública.

Así lo entiende Ramón J. Cárcano:

“... Era, aquella, una situación delicada para un hombre joven y sin suficiente experiencia diplomática. Sobre todo porque debía reemplazar a Carlos Tejedor a cargo, hasta su llegada, de la Legación Argentina [ ...] La correspondencia de Achával Rodríguez durante el difícil período en que desempeñó funciones, es de suma trascendencia para el entendimiento de la lucha de partidos que finaliza con la elección de Roca. Achával era antagonista a la tendencia y al partido que dirigía el general Mitre; y su carta contiene la expresión franca y valiente de sus ideas, en oposición a la política del “Acuerdo” y de las transacciones que él consideraba perjudiciales para la República.

Pensaba que dicho partido estaba en disolución y buscaba en el “Acuerdo” una tabla salvadora”. (ASTENGO 1944,177-­180).

Efectivamente, la carta al “Zorro” (confidencial, no oficial), a la sazón Ministro de Guerra de Avellaneda, está fechada en Asunción el 17 de agosto de 1878 y es uno de los más Iúcidos análisis políticos dados en esta conflictiva etapa. Debido a su extensión, me limitaré a transcribir los párrafos que considero más relevantes para un mejor entendimiento de lo tratado:

 “...Vuelve para nuestro país una situación difícil. Los que nos hemos alejado un tanto del murmullo de los partidos y nos encontramos en condiciones de escuchar con más claridad la voz de la opinión pública, podemos en este momento, asegurar que Ud. tiene, en su mano, los medios de dar a la Patria muchos años de tranquilidad y progreso o de lanzarla nuevamente a la guerra civil. La escuela mitrista no puede triunfar, ha hecho su camino, su época; ha crecido, decrecido y debe desaparecer […] Separar de la escena al elemento mitrista, es afirmar un orden de cosas y de ideas que significan progreso para el país, afianzar sus instituciones políticas y asegurar la solución sin complicaciones de problemas que el país quiere y necesita ver resueltos.  Ud. que ocupa en el gabinete una posición especial, puede cortar el nudo gordiano, como se cree en Buenos Aires, que para mí es un nudo podrido del cual debe Ud. prescindir. Yo le doy mis opiniones sin que me las pida; pero no le extrañen. En la situación de Ud. y en los momentos actuales, todos tenemos el derecho de hablarle y Ud. el derecho de escucharnos...” (de Vedia, 1928, 89- 96).

 Luego, Córdoba lo designa su representante en la Cámara de Diputados, por segunda vez, para el período 1880-1884. Ocupa la  vicepresidencia segunda (1880) y luego la primera (1881). Alcanza la presidencia de la mesa en 1882. Se encuentra con que flotaba en el ambiente el interminable problema de dotar al país de una localidad exclusiva para el asiento de las autoridades federales, que aún no se había resuelto definitivamente. Así, la eterna cuestión Capital de la República (la “cuestión de las cuestiones” ), lo tiene como fiel y destacado intérprete del anhelo de solucionar el problema más serio que faltaba para completar la tarea emprendida. Aunque, entre otros, era ferviente partidario de llevar la capital al interior (más específicamente a Villa María), finalmente modifica su punto de vista, luego de dar ardua batalla (batalla que comenzó, en 1813, Artigas); y vota en silencio, con profundo pesar, la propuesta del Senado, con el objeto de resolver con prontitud el enorme vacío que aparecía en nuestra organización político-administrativa. Fue su última contribución al “Régimen”. Civilista, constitucionalista, internacionalista; continúa su mandato con tradicional eficacia. Coadyuva al estudio y sanción de leyes fundacionales propulsoras del desarrollo general de la Nación. Por ejemplo, entre otras: Papel Sellado, Acuñación de Moneda, Constitutiva de la Municipalidad Federal, Tratados Internacionales, Nacionalización de Territorios y de Educación Primaria. Es en el debate de esta última donde alcanza su “cumbre más alta”. En su carácter de miembro conspicuo de un partido doctrinario, creado por los perseverantes de la “ gran causa ” con el objetivo de: “intervenir en la vida electoral de la República, dado el estado actual de la cuestión religiosa y política ”, funda ­ con José Manuel Estrada, Emilio Lamarca y Pedro Goyena - Ia “Asamblea Católica ” y edita un diario: “La Unión ”, que contribuyó a enriquecer los anales de la prensa de la época.

Recuérdese que los católicos se habían retirado del Congreso Pedagógico, inaugurado por Eduardo Wilde, en abril de 1882, y presidido por Onésimo Leguizamón.

Aquella tribuna fue el órgano oficial del partido confesional y logró, por la altura intelectual que dimanaba de su cuerpo de redactores - además de los nombrados escribían Miguel Navarro Viola, Manuel Dídimo Pizarro, Santiago de Estrada, Alejo de Nevares, etc. - una enorme difusión e importancia en la disputa de la ley de Educación, entre otras, confrontando con altura y energía con los diarios más o menos adictos al “Régimen” o, mejor, no adictos a la oposición católica: “La Prensa” (los Paz), “La Nación” (Mitre), “EI Nacional” (Sarmiento), “La Tribuna” (los Varela) y “Sud-América” (Groussac).

Además, aunque su propósito fue participar de las grandes controversias, sus secciones de letras y teatro fueron no­tables.

Con tales antecedentes y en medio del alboroto se abre el debate en Diputados el 4 de julio de 1883.

Y no sólo en el recinto sino también en la prensa los capitostes de la política nacional hacen oír su voz contra los legisladores doctrinarios; los que a su vez se desgañitan en la Cámara y se entintan en “La Unión”, sabedores de que su postura naufragará dada la situación reinante en el ámbito del Ejecutivo y en las bancas, donde eran minoría.

Los confesionales - educadores y ora­dores prestigiosos - brillan en el perdurable torneo parlamentario que originó el tratamiento de la ley; en el cual intervino, casi enteramente lo más granado de la intelectualidad del momento.

En este clima Diputados analiza el proyecto aprobado por el Senado (mayoritariamente conservador). Y, en este cli­ma, el 14 de julio de 1883, Achával pronuncia su memorable discurso donde examina el problema educativo y profundiza las condiciones que ha de reunir la escuela primaria pública y privada, el perfil del docente y el estudio psicológico del niño y del hogar.

Sin embargo, la suerte estaba echada. La mayoría asiente y vota, a pedido del  Presidente, la propuesta de Onésimo Leguizamón, que a su vez es rechazada por la Cámara Alta, la que persiste con su primera sanción. Vuelta a Diputados no es tratada ese año.

Finalmente, el 22 de junio de 1884, la Cámara Baja insiste por amplia mayoría con el proyecto del roquismo.

A su vez el Senado - de fuerte presencia católica no partidista - no alcanza número para sostener su idea, debido a negociaciones y cambios de último momento piloteados, casi con total certeza, desde la Casa de Gobierno.

Queda, entonces, sancionada la ley 1420 promulgada por Roca y Wilde por decreto 13732 del 8 de julio de 1884.

Ese día Achával debió rememorar la no­che del 14 de julio del año anterior cuando entre felicitaciones y abrazos de tirios y troyanos, camino de su casa, manifestó tener “el ánimo contristado por lo que acababa de producirse”- y seguramente decidió, interiormente, apartarse de la vida pública y afrontar sin vacilaciones una de las situaciones más difíciles que podía presentársele a un político: rechazar las empeñosas gestiones que los hombres más egregios del gobierno le ofrecieron: encumbradas posiciones, una actuación señala­da o un descanso personal relevante a la sombra del “Régimen ”.

Demostró con su proceder un raro ejem­plo de civismo y dignidad. Tenía cuarenta años.

Falleció en Buenos Aires el 5 de enero de 1887. Al despedir sus restos dijo Miguel Navarro Viola:

 “…Evocar la trayectoria de los hombres en la plenitud de sus méritos es obra de carácter y de dignidad, alta función de la inteligencia humana, en acción de justicia reparadora...“ (MARCÓ del PONT, 1931, 172-175).

BIBLIOGRAFÍA

1) Obras citadas en el texto:

de Vedia, Mariano: “Roca”. Bs.As. Ed. Cabaut y Cía. , 1928.

Marcó del Pont, Augusto: “Roca y su tiempo”. Bs. As. Rosso, 1931.

Rivero Astengo, Agustín: “Juárez Celman”. Bs. As. Ed. Kraft, 1944.

Tessi, Francisco S: “ Tres ilustres argentinos: Félix Frías - Pedro Goyena - Tristán Achával -

Rodríguez”. Roma. Ed. Montecatini, 1927.

2) De referencia:

a)  Sobre el Ochenta:

AA.VV.: “ Historia Integral Argentina ”. Bs. As. Cedal,1971. T.5. Parte Especial. Galasso, Norberto: “Roquismo o mitrismo”.

Palacio, Ernesto: “Historia de la Argen­tina 1515-1943”. Bs. As., Peña Lillo, 1975. T.II, Libro VI, Cap. III.

Ramos, Jorge Abelardo: “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”. Bs. As. , Distal, 1999.

Rosa, José María: “Historia Argentina”. Bs.As. Ed. Oriente, 1974.  T. 8, capítulos I a IV.

b) Sobre la ley 1420: 

Consejo Nacional de Educación: “Cincuentenario de la ley 1420”. Bs. As. , 1934. Pp. 468-469 y 517 y siguientes.

H.C. de Diputados: “Diarios de Sesiones”.  1883 y 1884.

H.C. de Senadores: “Diarios de Sesiones”.  1883 y 1884.

Navarro Viola, Miguel: “La ley de educación primaria ante el Senado argentino” Bs. As. , Imprenta Nacional, 1883. pp. 80 Y 84-85.

Weinberg,Gregorio: “ Debate parlamentario sobre la ley 1420 “- Bs. As. Raigal, 1956.pp 17 y Siguientes.

c) Diarios de Buenos Aires: Citados en el texto, años 1883 y 1884

Ángel Gregorio Cabello
Rev. Gráfica "Servicio Educativo" N° 32 
República Argentina, abril del 2001

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