El positivismo argentino de raíz idealista: Agustín Álvarez |
Fue,
Agustín Álvarez, entre los hombres de su época, un auténtico maestro
tanto por su obra de pensador, sociólogo y ensayista cuanto por su
conducta. No hay entre lo que dijo y lo que hizo separación posible pues
ajustó su pensamiento a normas que acreditó en el curso de una
existencia fecunda y nutrida de experiencias que avaló con una ética
intachable en lo privado y en lo público. En un medio en el que se destacaban tantas mentes brillantes - y de orientación progresista pero en el fondo un poco escépticas; fuertes en la defensa dialéctica de sus ideas aunque a veces débiles en la sujeción a los principios que les deben servir de base - Álvarez constituyó una de las pocas excepciones, mostrándose sincero y firme al hablar, al escribir y al actuar. Perteneció - tanto por su edad como por su formación a la “prolongación” de la generación del 80 en la que brillaron, entre tantos, Juan A. García, Joaquín V. González, José Ingenieros, Alejandro Korn, Ezequiel y José M. Ramos Mejía, Luis M. Drago, Ernesto Quesada, Eduardo Holmberg, etc.[1] |
Recogió
y supo interpretar el legado de los fundadores sin alardes ni
complacencias. Fue el prototipo de los ciudadanos que organizaron
civilmente la República - organización, luego vigente durante varios
lustros - luchando por el perfeccionamiento jurídico, la labor educativa
y, en su caso, la dignificación social y política. En efecto, se dio
cuenta de que la construcción superior del país sería la consecuencia
de una labor totalizadora y aglutinante, sin exclusiones dado que, de
lo contrario, la estructura del estado político pasa a ser
meramente conceptual (y hasta eventual) mientras que la Nación refleja -o
debería reflejar- con exactitud a las mayorías que la constituyen. Ingenieros,
que tanto contribuyó con sus ediciones de “La
Cultura Argentina” a difundir la obra de ilustres
compatriotas, en su estudio “La
ética social de Agustín Álvarez” (1918), destaca la
magistral personalidad del ensayista. Véase: “Álvarez
fue un raro ejemplar de hombre sincero, en quien se igualaban la firmeza y
la virtud. Sociólogo, moralista y educador, pensó siempre en voz alta,
seguro de sí mismo, generoso de su saber, fiel a sus doctrinas, sencillo,
agudo, penetrante y estoico (…) En las ciencias sociales desenvolvió
originalmente premisas filosóficas que fueron punto de partida de la obra
de Ameghino y Ramos Mejía, sus contemporáneos conspicuos. Menos técnico
que el primero y más humanista que el segundo, transfundió en toda su
obra un sentimiento idealista que siempre induce a compararlo con Emerson,
aunque pudiera acercársele, con mayor exactitud, al venerable educador
español don Francisco Giner”.[2]
Nació
en Mendoza, capital, el15 de julio de 1857. EI fatídico terremoto que
asoló a la ciudad en 1861 deja a él - y a su gemelo Jacinto - como únicos
sobrevivientes de la familia. Criado por un amigo del padre en un
establecimiento rural (primer aspecto a tener en cuenta), cursa
estudios secundarios en el Colegio Nacional de su ciudad natal. En 1876
solicita y obtiene del Ministro de Guerra y Marina (Adolfo Alsina) una
beca en el Colegio Militar. Inicia, entonces, una brillante carrera (segundo
aspecto tener en cuenta) cuyo desenvolvimiento será utilísimo para
su formación.
Participa
en las expediciones de reconocimiento de los ríos Negro y Neuquén y,
posteriormente, en las “otras
expediciones” contra el
indio en Azul y Guaminí, primero, y en el Chaco y Formosa, luego.
Capitán
en 1884, se inscribe en la Facultad de Derecho de Buenos Aires y cuatro años
después obtiene su doctorado.
La
experiencia recogida en las filas del ejército, el conocimiento de gran
parte del Interior y, sobre todo, de sus pobladores cuya realidad llega a
palpar y entender como pocos, junto a su infatigable contacto con los
libros perfilan en él una personalidad recia y una inteligencia
penetrante.
Pasa
por Mendoza, entre 1888 y 1890, donde actúa como Jefe de Policía y
posteriormente como Juez del Fuero Civil y profesor de Filosofía, Derecho
y Economía Política del Colegio Nacional de la capital. Ya
en las lides judiciales y docentes solicita la baja de las filas, la que
se le acuerda con “goce
y uso del uniforme atendiendo a su brillante actuación y a la buena
conducta que siempre ha observado”.[3]
Poco
tiempo transitó los claustros profesorales. Su amistad con Alem y su
simpatía con la Revolución del 90 provocan su cesantía dado que
el jefe único de P.A.N. no tolera la oposición. Sin
embargo, Álvarez queda “reconocido
del servicio” de Juárez Celman porque:
“Cuando tantos hombres torturan su conciencia y sacrifican su dignidad
para alcanzar un empleo, luchando en competencia de servilismo para agradar
al poderoso, es ciertamente un gran consuelo y la más legítima de las
satisfacciones poder ostentar una destitución honrosa, conquistada por
independencia de carácter (…) Esto es cuestión de gustos; entre ser
detestado por el pueblo o por los juariztas, carcanistas y demás
gobierno, opto porque me hostilice el ilustre patriota que tan dignamente
dirige los destinos del país” (Carta al Rector del C.N. de Mendoza). EI
juez y profesor se entrega, entonces, de lleno a su labor de ensayista,
ahora de manera más orgánica. Su labor de escritor comienza a reflejarse
en varias publicaciones, en forma de folletín. En especial en el diario
porteño “Tribuna”.
Es importante tener en cuenta este tercer aspecto: su obra está formada en su casi totalidad por escritos periodísticos. Escritos que luego serán editados en libros.[4]
Sus
ideas claras le dictan un estilo claro y personal. Y si a veces sus párrafos
aparecen sobrecargados, insistentes, se debe a su faena de periodista, a
su pasión docente, a su impulso civilizador (recuérdese el caso de D. F.
Sarmiento). Álvarez
era un criollo a quien le constaba - porque lo había mamado - que los
soldados, las peonadas del Interior, los obreros de la ciudad, la gente
del común no penetraban (ni podían penetrar) en las disquisiciones
sistematizadas. De ahí su estilo sencillo, poco académico pero expresivo
y migoso.
Así,
ligaba en jugoso maridaje graves citas y solemnes máximas de jurisprudencia
con metáforas gauchescas y proverbios rurales.
Con
esta preocupación de ser simple y claro ejerció las misiones, las cátedras,
los cargos que la vida le fue deparando.
Electo
diputado nacional por Mendoza para el período 1892-1896 (presidencias de
Luis Sáenz Peña y José Evaristo Uriburu), sus aportes parlamentarios
pueden recabarse en una excelente obra acerca de la época tratada.[5]
El
ejército, necesitado de hombres para su modernización administrativa y
logística, lo convoca de nuevo a sus filas (1893). Álvarez acude como
Vocal Letrado del Consejo Superior de Guerra y Marina, desempeñándose en
dicho Tribunal hasta 1906, año en que se retira con el grado de general
de brigada, luego de más de tres décadas de servicio.
En
ese tiempo se editaron “Manual de patología política” (1899), “Ensayo
sobre educación” (1900) y “¿Adónde
vamos?” (1902).
Los
mismos son trabajos inspirados en observaciones directas, frutos de una
sana intención crítica. Hoy olvidados, no pasaron inadvertidos en su
momento: “Eduardo
Wilde, desde Washington, escribe al general Roca, recomendándole
“la lectura atenta de los últimos libros de Álvarez pues me ha hecho
acordar a Sarmiento por el coraje y la novedad de la forma”.
No
es poco decir, conociendo la aguda percepción de ambos.[6]
Son textos que prueban no sólo su preocupación docente sino también la jerarquía y sencillez de su magisterio.
Véase:
“Quiero
sólo brindar a otros los andamios que me van sirviendo para reeducarme,
por si quieren aprovecharlos. Y ninguna conspiración de silencio me
impone silencio porque no busco ni el ruido ni escribo para el aplauso,
pues quien lo hace no escribe por la verdad” (“Ensayo sobre educación”).
Su
actividad no reconoce tregua ni militar ni civil: profesor de la Escuela
de Aplicación para Oficiales y de Derecho Institucional en la Escuela
Superior de Guerra. Vocal del Consejo Nacional de Educación; presidente
de la Asociación Nacional del Profesorado y de múltiples organismos y
congresos nacionales e internacionales; colaborador de varias
publicaciones nativas y extranjeras”.[7]
Es
en 1906 cuando encuentra la gran ocasión para trabajar e influir en una
gran obra educacional. En efecto, al fundarse la Universidad de La Plata
es convocado por Joaquín V. González para dedicarse a la enseñanza y a
la investigación y desarrollar así, en un ámbito propicio, su acción
intelectual.
Su
labor fue intensa y orientadora: profesor de Historia de las
Instituciones, Derecho Constitucional e Historia Crítica de la Nación en
la Facultad de Derecho; Consejero Académico de la misma, delegado ante el
Consejo Superior de la Universidad, primer Vicepresidente y luego
Presidente de la Casa.
Su
trabajo - destacado e intenso - fue un orgullo para la recién creada
Universidad, rectora en América Latina durante décadas.[8]
Fue
en Londres - presidiendo la delegación de la Universidad al Congreso de
Historia, efectuado en 1913, donde acudía con la ponencia de la misma
sobre “Antecedentes de la incapacidad
política de la América Española” - donde enfermó gravemente falleciendo en Mar del Plata el 15 de
febrero de 1914.
Acababa
de aparecer su libro más orgánico y maduro: “La creación del mundo moral”. Posteriormente, un lustro más tarde se publicó “La herencia moral de los pueblos HispanoAmericanos”. Como
se dijo, había vivido largos años en contacto directo con las
poblaciones de gran parte del país como militar en campaña; conocía a
los hombres que dirigían la vida política y social; se había adentrado
en la compleja urdimbre de sus intereses y ambiciones, legítimas o no;
era difícil que se engañara respecto de programas y promesas agitadas hábilmente
para mejor usufructuar situaciones en pugna con el progreso general y el
perfeccionamiento de nuestras instituciones, sistemas y costumbres. El
verdadero panorama de la República y la entraña de sus problemas
esenciales le eran familiares; no sólo en los libros había aprendido a
conocerlos, sino -lo que es más importante- en la frecuentación con sus
pares y, en general, con la gente.
Su
anhelo de estudiarlos y profundizarlos -trabajando sobre la realidad de la
época, con criterio analítico, sin convencionalismos y en función de la
verdad sin tapujos- fue irrefrenable.
Nutria
su espíritu una noble inquietud de pensador, de reformador, de maestro. El
tono de su discurso no fue tremebundo ni espectacular. Inspirado en propósitos
reeducativos de fondo, sabía que “nuestra enfermedad es la
ignorancia y su causa el fanatismo” y señaló como
solución “el remedio de la
escuela y el maestro como médico”. Entendía
que “lo que los padres querrán dejar a sus hijos será la aptitud
para conducirse y operar por sí mismos, la capacidad intelectual, moral y
física para la felicidad por el trabajo y la solidaridad (...) Lo
importante es tener siempre algo que hacer, alguien a quien
amar, alguna cosa que esperar”.
Respecto de nuestro pasado apuntó hechos aún vigentes. Efectivamente, la dura experiencia en el accidentado proceso político, social, económico y, sobre todo moral del país, nos obliga a tener en cuenta sus palabras:
“Cuando
se estudia la historia argentina del año 20 en adelante, lo que más
choca la atención es la diferencia que media entre las palabras y los
hechos. El patriotismo, la libertad, la justicia, etc., constituyen el
relleno de todos los documentos de la época. Desgraciadamente, los
resultados prácticos son de todo punto contrarios al ideal y al propósito
del que procedieron. De que manera el amor a la patria, a la libertad, a
la justicia vinieron a parar casi siempre en un despotismo personal”.
(“La teoría de los sacrificios patrióticos en la historia interna”).[9]
Además:
“Una ética singular nos ha llevado a confundir la pillería con la
ingeniosidad, la delincuencia con la desgracia y el mal carácter con el
valor personal; de allí ha nacido el culto de la viveza y el culto del
coraje, que hacen admirar a los desvergonzados y a los bellacos (...) No
es necesario ser honesto; no es necesario ser activo y útil, y, en rigor,
ni el talento y la ilustración son necesarios; pero es absolutamente
necesario ser guapo o siquiera deslenguado” (“Leche de clemencia”).
En “¿Adónde vamos?” sintetiza su pensamiento: “Es necesario para nuestro progreso excluir las ideas, las costumbres heredadas; el ambiente ético debe ser renovado en consonancia con el espíritu moderno, sustituyendo la fe en los milagros por la fe en el trabajo, la fe en el privilegio por la fe en la justicia”. Fue
un positivista de raíz idealista.
Crítico de su tiempo (y,
sin saberlo, del nuestro), su prédica se encaminó a destruir la creencia
en el milagro: el milagro de la ley, el milagro de la instrucción; y a
mostrar la ineficiencia de una ley con ciudadanos que la obedezcan sin
libre voluntad; de una instrucción que nutre el entendimiento sin educar
el carácter.
Vivió
57 años. Nos ha dejado en sus libros y en su vida un importante mensaje.
Mensaje no improvisado sino elaborado con ciencia y conciencia, fruto de
dura experiencia y largo estudio. Al entregarlo no lo movía sino el
anhelo de recoger y actualizar el legajo de los fundadores y organizadores
de la República. NOTAS
[1]
- AA. VV. : “Historia de la Argentina”, (“EI triunfo del
positivismo”). Ed. Sarmiento, Buenos Aires, 1992. [2]
- Ingenieros, José: “Sociología Argentina”. Ed. Losada,
Buenos Aires, 1946. [3]
- Cnel. Walther, Juan Carlos: “La conquista del desierto”. Ediciones
Circulo Militar, Buenos Aires, 1964. [4]
- Cf. el
interesante estudio sobre la producción de Álvarez: “La crítica al
eclecticismo y al positivismo hedonista en los escritos de Agustín
Álvarez” del Prof. Arturo Andrés Roig, Ed. Afirmación, Buenos
Aires, 1957. [5]
- de Vedia, Mariano: “Roca”, Ed. Cabaut
y Cía.
, París, 1928. [6]
- Gerchunoff, Alberto: “Recordación de Agustín Álvarez”. Junta
de Estudios Históricos de Mendoza, Mendoza, 1938. [7]
- Roig, Arturo Andrés: obra citada. [8]
- Cf. “EI Diario”, Buenos Aires, 25-4-1913. [9]
- En “Tribuna”, Buenos Aires, 22-8-1893.
BIBLIOGRAFÍA
DE REFERENCIA Biagini,
Hugo Edgardo: “Como fue la Generación del '80”. Plus Ultra,
Buenos Aires, 1980.
Cutolo,
Vicente Osvaldo: “Nuevo Diccionario Biográfico Argentino”. Ed.
Elche, Buenos Aires, 1968-83. Jitrik,
Noé: “EI mundo del '80”. CEDAL, Buenos Aires, 1982.
Ramos,
Jorge Abelardo: “EI ocaso del Roquismo” en “Revolución y
contrarrevolución en la Argentina”, V.I. Seg. Parte, Distal,
Buenos Aires, 1999.
Rivarola,
Rodolfo: “Revista Argentina de Ciencias Políticas”. Buenos
Aires, 1910.
Romero,
José Luis: “Las ideas argentinas del siglo XX”. Ediciones
Nuevo Pals, Buenos Aires, 1987. Rosa,
José María: “La Argentina del Centenario” en “Historia
Argentina”, T.9, C.lV. Ed. Oriente, Buenos Aires, 1977. Udaondo, Enrique: “Diccionario Biográfico Argentino”. Imprenta Coni; Buenos Aires, 1938. |
Ángel
Gregorio Cabello
Centro de Estudios Históricos y Literarios Ángel
Mazzei"
"CEHYLAM", Nº 2 de noviembre - diciembre, 2008
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