Hernández y Marechal, o el magisterio del poeta 
Ángel Gregorio Cabello

“La Tierra se alimenta con la sangre del justo   y con la del injusto se purga sabiamente. “ Leopoldo Marechal. “Heptamerón”

No son para nada casuales, obviamente, los alejandrinos que hemos elegido como inicio de la colaboración solicitada por los compañeros de la Biblioteca Popular “Leopoldo Marechal” y el Centro de Estudios de Nivel Terciario Nº 19, dedicados con fervor envidiable (¡en estos momentos!) a la difusión - entre otras actividades - de la obra marechaliana.  

 

¿ Por qué Hernández y Marechal ? Porque nos encontramos ante dos personalidades en las que muchos aspectos de su visión de la Patria (la “Tierra”) y de su Gente denotan una óptica propia y similar. Lo cual motiva una estrecha relación de vida - en cuanto acción - y de pensamiento - en tanto obra - en la que confluyen motivos definitorios de la problemática cultural y de la realidad nacional.

Ambos formulan - como otros argentinos - el rescate del Pueblo como camino para aclarar en su integridad nuestra cultura, precisando decididamente una vía fecunda del pensamiento nacional.

Refulge en ellos una labor taxativa: un incuestionable profesar en su quehacer que, trasladado a su literatura, manifiesta un reencuentro - nítido y privativo - con nuestra legítima prosapia y peculiar idiosincrasia.

 

En su magisterio se destaca la analogía de juicio - nacional y redentor - dirigido de manera pe­renne a la apropiación y al planteamiento de las enormes dificultades del hombre de su tiempo. Planteamiento que proviene del profundo conocimiento de la verdadera sensibilidad popular, y que nos muestra al escritor inmerso en las necesidades de su pueblo.

 

Cuando asumieron que su tarea les trazaba un destino personal y literario por sobre toda parcialidad, resaltaron su visión del país - en tanto nación y no en cuanto geografía - y de su época. Con simpatía y agudeza, que no era en ellos pose sino comprensión, deber e inclusive riesgo, caminaron con sus compatriotas - por vocación destinal - la huella y la historia en conocimiento de que una trayectoria sin contacto con la realidad y sin arraigo existencial verdadero queda “reducida a una simple acrobacia”.  

 

Fueron beligerantes, vivieron apasionados por el acontecer político e institucional y tomaron, ante el mismo, posiciones transparentes y precisas.

Amaron a su pueblo y aceptaron a su tiempo. Sirvieron a su tierra y a los desposeídos. Esto les acarreó injuria y rechazo, no sólo personal sino también literario.

Así, hechos concretos de sus biografías, como la emigración a Santa Ana do Livramento (luego de Ñaembé) o el exilio espiritual en el barrio del Once (tras la derrota de septiembre), no se deben, ni más ni menos, que a la firmeza de sus convicciones.

 Hernández, Marechal y “el pueblo” :

Por ahora comparemos un aspecto - sólo para citar uno entre tantos - singular e importantísimo, que se repite constantemente en ambas producciones.

De este modo expresa Hernández:

“El Pueblo es siempre guiado por la conciencia del bien, y la tarea del escritor es hacer que esos gérmenes fecundicen, es cooperar por la propaganda de las buenas ideas, por la generalización de los sanos principios, a arraigar en su seno, esos mismos sentimientos, ilustrándolos en las cuestiones teóricas, e ilustrándose en las cuestiones prácticas.”[1]  

 

“El Pueblo... conoce mejor que nadie sus propias necesidades, valora con fidelidad los acontecimientos, prevé los resultados, compulsa los sucesos de ayer, para deducir de ellos los que vendrán mañana; y el escritor que va a recibir de ellas inspiraciones, lleva consigo cuando menos la ventaja de estar en posesión de sus necesidades, de tener un conocimiento perfecto de la opinión dominante, y en aptitud por consiguiente, de formar una conciencia plena, por el estudio, de la materia sobre que debe ocuparse...”. [2]

“La tarea del escritor consiste en dar a las concepciones y sentimientos del Pueblo, Las formas de que carecen...”.[3]

Consecuentemente, Marechal sostiene:

 

“Creo que un poeta lo es verdaderamente cuando se hace la voz de su pueblo, es decir, cuando lo expresa en su esencialidad, cuando dice por los que no saben decir y canta por los que no saben cantar. Todo ello lo hace el poeta en una función unitiva...”.[4]

“El hombre de letras es un manifestador de su pueblo y de las virtualidades de su raza […] El escritor es un ser expresivo por vocación, que tiene la virtud de comunicar a los otros lo que hay en el mismo de comunicable”.[5]

“A decir verdad el pueblo se manifiesta como creador mediante las vocaciones individuales que se patentizan en su seno [...] Todo creador manifiesta no sólo sus propias virtudes, sino también las virtualidades creadoras de su pueblo, del cual el sabio y el artista son la expresión concreta, paradigmática...”.[6]

“Desde hace algunos años, oigo hablar de los escritores comprometidos y no comprometidos. A mi entender, es una clasificación falsa. Todo escritor, por el hecho de serlo, ya está comprometido: 0 comprometido en una religión, 0 comprometido en una ideología política 0 social 0 comprometido en una traición a su pueblo, 0 comprometido en una indiferencia 0 sonambulismo individual, culpable 0 no culpable…”.[7]

“La mayoría de los hombres que integran el pueblo entran en el panorama de su cultura sólo como asimiladores, cada uno en la medida de su receptividad. Entre la minoría creadora y la mayoría asimiladora debe existir, pues, un contacto efectivo y permanente, una relación que llamaríamos amorosa, gracias a la cual el creador sale de su mundo para trascender a los otros y lograr un objetivo humano, y gracias al cual el asimilador participa de iluminaciones que no está en su naturaleza producir”.[8]

Notamos claramente que ambos eran contestes de lo que tenían que hacer, de lo que reclamaban con sus escritos. Los que debían concretar toda una ideología nacional expuesta a macha martillo a lo largo de su vida; acusando un contexto social, una situación política y una realidad eco­nómica que juzgaban inicua, disforme e inmoral.

Veamos lo que dice Fierro:  

 

                                   “Que he relatao a mi modo,

                                   males que conocen todos

                                   pero que naides contó”.

Igualmente, Hernández expone con claridad:

“...Para mí, la cuestión de mejorar la condición social de nuestros gauchos, no es sólo una cuestión de detalles de buena administración, sino que penetra algo más profundamente en la organización definitiva y en los destinos futuros de la sociedad, y con ellos enlazan íntimamente, estableciéndose entre sí una dependencia mutua, cuestiones de política, de moralidad administrativa, de régi­men gubernamental, de economía, de progreso y civilización...”[9]

“...Pero ese gaucho debe ser ciudadano y no paria; debe tener deberes y también derechos, y su cultura debe mejorar su condici6n..”[10]

 

...Para abogar por el alivio de los males que pesan sobre esa clase de la sociedad, que la agobian y la abaten por consecuencia de un régimen defectuoso, existe la tribuna parlamentaria, la prensa periódica, los clubes, el libro, y por último el folleto […] Me he servido de este último elemento, y en cuanto a la forma empleada, el juicio sólo podría pertenecer a los dominios de la literatura…” [11]

Y Fierro manifiesta que existe en el gaucho -en tanto y en cuanto le permitan trabajar pacíficamente - una clara voluntad de sumar su vigor al desarrollo y mejoramiento que el nuevo espectáculo del país le ofrece. Escuchémoslo:  

 

                                   “Al fin de tanto rodar,

                                   me he decidido a venir,

                                   a ver si puedo vivir

                                   y me dejan trabajar.

                                   Se dirigir la mansera

                                   y también echar un pial;

                                   se correr en un rodeo,

                                   trabajar en un corral...”.  

 

Por su parte, cien años después en consonancia, Marechal nos dice: 

 

“Ante nuestra mirada tenemos el escenario (una geografía), los actores listos (un pueblo) y la noción del drama o la comedia que ha de representarse allí (el suceder nacional). ¡De pronto una gran flojera, un olvido total de las consignas, un abandono del escenario, los actores y el drama! ¿Qué sucedió aquí? ¿Un aborto del suceder?” [12]

Luego coincide con Hernández al sostener que la esperanza del rescate de los méritos esenciales de la nacionalidad se encuentra ínsita en los hombres que con su sencillez y sufrimiento - es­fuerzo y más esfuerzo - han hecho y hacen los bases cotidianas del país: los trabajadores.

 

“Conozco estas frutas y conozco el ademán y la cara de los hombres que las cosecharon. Necesito agarrarme a estas frutas y aquellos hombres para saber que todavía estamos en un país real”[13]  

Por su parte, cien años después en consonancia, Marechal nos dice:  

 

“Ante nuestra mirada tenemos el escenario (una geografía), los actores listos (un pueblo) y la noción del drama 0 la comedia que ha de representarse allí (el suceder nacional). ¡De pronto una gran flojera, un olvido total de las consignas, un abandono del escenario, los actores y el drama! ¿Qué sucedió aquí? ¿Un aborto del suceder?”[12]

Luego coincide con Hernández al sostener que la esperanza del rescate de los méritos esenciales de la nacionalidad se encuentra ínsita en los hombres que con su sencillez y sufrimiento - esfuerzo y más esfuerzo - han hecho y hacen los bases cotidianas del país: los trabajadores.

 

“Conozco estas frutas y conozco el ademán y la cara de los hombres que las cosecharon. Necesito agarrarme a estas frutas y aquellos hombres para saber que todavía estamos en un país real” [13]  

En síntesis: dos épocas (¿ distintas ?).   Dos hombres (avisados). Dos poetas cuyas verdaderas convicciones patentizan una conciencia doctrinaria insoslayable en el quehacer de la temática nacional, en la raigambre histórica del país y, por ende, en  nuestra literatura. Los años ha pasado pero sigue siendo “privilegio de los poetas el advertir desde la partida el fi­nal del viaje”[14]

Por eso, aún hoy, escuchamos a Leopoldo:  

 

“Padecer la Argentina de hoy, llevarla como una espina en el costado, tal es tu historia y tal vez la de muchos argentinos. Porque sé, como tú, que hay actualmente dos clases de argentinos: los que asisten al país como un banquete monstruo y los que lo sufren en sí mismos con dolores de parto [..] Tu historia es la historia de un alma y por lo tanto es la historia de un despertar, como la mía […] Lo que podemos afirmar en lenguaje directo es que nuestra Argentina irá levantándose a medida que crezca el número de los despiertos” [15]

 

Notas:

 

[1][2][3]: “ El Nacional Argentino “. Paraná.  4 / X / 1860.

[4] [5] [6] [7] [8]: Rosbaco, Elbia. “ Mi  vida  con  Leopoldo Marechal “. Bs. As. Ed. Paidós. 1973.   

[9] -  [10][11]: Hernández, José. “ Martín Fierro “.  Introducción, notas y vocabulario de Horacio Jorge Becco. Bs.  As.  Ed.  Huemul. 1967.

[12][13][14]: Marechal,  Leopoldo.  Megafón, o la Guerra “.  Bs. As. Ed. Sudamericana. 1970.

[15]: Marechal, Leopoldo.  “ Carta a Eduardo Mallea “.  Revista “ Sol y Luna “ N°  1. Bs. As.  1938. 

Ángel Gregorio Cabello

 

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