(-La vida-)
No es de extrañar que Lucio Sutilo sea un desconocido. Permanecer
siempre en la sombra, resultar imperceptible, incluso en medio de una
plaza vacía, fue la intención de todas sus andanzas, y a la larga el
fundamento de su filosofía. Y desde luego nada sabemos con absoluta
certeza y nada puede probarse de su existencia.
Dice Montaigne que si Sutilo no llegó a existir nunca, alguien tuvo
que componer el Arte escapatoria y que, en tal caso, el autor pudo
salvar su engaño y preservar su anonimato con una elegancia y una
entereza tan admirables que, a la par que creaba una leyenda, cumplía
sobradamente sus preceptos. De tal manera, bien merecía ser llamado
"sutil" aquél a quien tantos supo burlar. Pero también esto es
conjetura.
Un historiador latino, Clodio Vario, data la fecha de su muerte en
las Calendas de Diciembre del año 354 de la Era Cristiana, en tiempos
del último Constantino, a lo que añade, como queriendo rubricar el mito,
que "sus restos fueron inhumados en el límite de las Esquilas, cerca de
la tumba de Mecenas, y luego abandonados en el altar del aire para que
el viento hiciera su merced con las cenizas del hijo que tanto llegó a
parecérsele".
De todas formas, si admitimos que murió, admitamos también, al menos
por la ley de la costumbre, que en algún momento tuvo que nacer. Su
vida, si es que el tránsito errático de Lucio puede llamarse así, fue
una combinación de enigmas, silencios y fabulaciones. Todo lo que hizo
estuvo siempre iluminado por el imperioso afán de no ser descubierto. Se
dice que aprovechaba cualquier percance para desaparecer, y aunque la
esencia de su arte consistiera en no dejar huella alguna de sus
movimientos, nunca dudaba en abandonar sin antes apurar su copa cuando
el olor del aire se mudaba. Porque sin duda alguna de un arte se
trataba, y esta sucesión de copas vacías que a nadie se le ocurrió
catalogar pudiese haber constituido el más elocuente ejemplo de arte
efímero que la antigüedad nos legara.
Sabedor de que hay veces en que no puede hallarse mejor refugio que
el de mostrarse impunemente, y a plena luz del día actuar con absoluta
insolencia, cuenta Vario que, viéndose Sutilo en cierta ocasión
amenazado por la cólera de unos perseguidores obstinados, a los que
había ayudado a comprender los riesgos de vivir demasiado confiadamente,
no urdió mejor remedio que el de entrar deslizándose en la casa de un
rico mercader en telas orientales y robar gran parte de ellas para, una
vez ocultas, presentarse ante su propia víctima ofreciéndose a recuperar
lo que él mismo había escamoteado. Lucio volvió con los caros tejidos,
lamentándose de haber fracasado en su empeño de atrapar al ladrón, pero
el comerciante, al ver sanas sus prendas, se dio por satisfecho y le
hospedó en su hacienda, donde permaneció algunos días protegido a su
antojo mientras otros lo buscaban en vano.
Sutilo cometió, no obstante, un error. La inteligencia
habitualmente se complace a sí misma, y ésta es una debilidad que nadie
llega a conocer a tiempo. No es que su virtuosismo llegara a envanecerle
de tal manera que gozara –como ocurrió con otros fugitivos famosos-
abandonando indicios a su paso con el fin de enfrentar su ingenio al de
eventuales perseguidores. La equivocación de Sutilo fue, en todo caso,
menos fatua. Llegó a ser tan perfecto en su infinita huída, tan
infalibles sus desapariciones, que acabó dejando huecos que incluso el
aire tardaba en ocupar, huellas por su ausencia de huellas; y tanto
escapó al fin de todos los lugares que sucedió que todos lo extrañaban.
Lucio Sutilo nació esclavo en el Lacio, hijo y nieto de esclavos de
diversas estirpes y naciones. Muy grande debió ser la humillación que
sus antepasados hubieron de sufrir para legar al último una herencia tan
pródiga en malicias y silencios. En su infancia le fue impuesto el
nombre de Lucio por su amor a los sitios oscuros y a la noche. Se dice
de él que siendo todavía un muchacho, imitaba con tanta gracia los
modales y usos femeninos que se servía de ellos para salir de su casa
disfrazado y asistir de incógnito a lugares de recreo nocturno, aunque
siempre he creído que sería más atinado pensar, teniendo en cuenta su
ligereza, que no eran solo las sombras de las altas horas las que lo
incitaban a camuflarse de tal manera para visitar tales lugares.
Además de Saturio y Clodio Vario, otros autores encomiaron su
ética, compusieron panegíricos y odas en su honor, a veces con un
entusiasmo exagerado. Como Cayo Filonaso, el teórico, que entre las
destrezas de Sutilo incluye "una habilidad para mudar a voluntad los
rasgos de su cara y asumir, según las circunstancias, la apariencia que
más le convenía". De tal suerte que su fisonomía fuera tránsfuga, a
semejanza de sí mismo, para que bien pudiera decirse que a cada instante
Lucio era otro, y su propio rostro todos los rostros bajo los que
encubrió una mirada cargada de cuidados. O como Valerio Pronto, que
puesto a inventar milagros le atribuye el don de la levitación, y
asegura que era capaz de dormir suspendido en el aire o caminar sobre
las aguas. No deja de ser sorprendente que tantos elogios recibiera
aquél que tanto despreció a los hombres y con tanto trabajo desertó de
ellos. Pero ¿no es cierto que sólo amamos lo recóndito, y que cuando más
un objeto se nos niega más se aviva nuestro deseo de poseerlo? Que Lucio
muriera es solo una presunción de Clodio Vario. Que hubiera vivido, nada
más presentimiento y soplo. Y que naciera, en fin, acaso una
confabulación de charlatanes, una necesidad histórica o una ironía
encerrada en sí misma. En todo caso, como ya argüía Montaigne, alguien
tuvo que escribir el Arte escapatoria, y eso es definitivo, y pesa sobre
el mundo, y cualquiera puede sostenerlo entre sus manos.
(-la obra-)
"Llega siempre de improviso y cultiva el estupor de los otros. Y
antes que en sus copas se aquiete el vino, huye" (AE, IV).
El Arte escapatoria es un libro hecho a imagen de su autor. Un libro
sin principio ni final, y cuyo centro no está en ninguna parte. Tal vez
la historia y el demonio sean culpables de ello, y ante tales censores
no hay recursos: la historia, como bien es sabido, en el transcurso de
los siglos expone sus extremos, y así no es de extrañar que este
manuscrito perdiera sus primeros y últimos capítulos y sufriera los
estragos de los depredadores del ingenio. Y el diablo también debió
haber hecho de las suyas, porque también falta el texto del capítulo
central, acaso el más osado; y aunque de él solo podamos asegurar su
título y el asunto que trata -"Estrategias para huir de los demonios y
sus muchos ingenios"- es suficiente para considerarlo, por lo menos,
delicado y audaz. "Mucho debieron importunar al diablo las enseñanzas de
este insolente recetario de fugas, y muy gravemente amenazada debió
sentir la prosperidad de su señorío –comenta Jonathan Swift- cuando no
halló mejor remedio contra él que el de eliminarlo por las bravas. Como
si más temiera, en el fondo, la eficacia de sus lecciones que todas las
inventivas de los Antiguos Padres y su coro de dieciséis mil
escolásticos famosos".
Pero el Arte escapatorio no es solamente un mero "recetario de
fugas". Bajo la aparente ironía de sus comentarios acerca de las
costumbres de la época, subyace una filosofía de "carpe diem" impregnada
en muchos casos de amargura y cinismo, aunque también con serias
consideraciones morales al estilo de Marco Aurelio y Séneca.
Viene a decir Sutilo que todas las cosas niegan su origen y que
alejándose de él cumplen con su fin universal. Que no hay mayor rectitud
que la de pasar inadvertido, ni mayor felicidad que la de ser inasible.
Y en definitiva, que aquél que más olvido haya soportado sobre sí y más
silencio haya añadido al silencio del mundo, mejor habrá obedecido su
mandato exterior. Párrafos como los siguientes exponen y definen con
toda claridad los rigores de su ética: "No recrees en los placeres que
mucho se prolongan, pues todo a tu alrededor se empeña en atraparte con
la promesa de un placer mayor. Has de hallar el consuelo en lo que
pronto se cumple y agotar cada momento sin confiar en vanas esperanzas
(…) No mientas mientras te sea bueno permanecer callado; y si has de
salvar algún peligro y defender tu causa, adula y miente entonces, mas
nunca esperes de los otros favor distinto a verte libre de ellos ni
mayor recompensa que la de su inconsciencia o su omisión".
Por lo que se refiere a su teoría del amor, no dista mucho de lo
anteriormente expuesto: "El amor se deleita en los disfraces y las
dulces imposturas, gusta de afeites y casi siempre anda enredado en
infortunios (…) Entrégate al oficio del amor cuando el amor requiera sus
atributos, más complácete y goza con afectos efímeros. Nunca prestes tu
celo a aquél que mucho tarda en claudicar ni juzgues verdaderas las
pasiones que tratan de aplazarse". Chordelos de Laclos, autor del XVIII,
militar, irreverente y libertino y un poco más conocido en nuestros días
por la magia del cine, compuso a la edad de sesenta años, poco antes de
morir, un polémico opúsculo cuya edición fue póstuma y anónima,
intitulado Modos para entrar sin ser visto en el corazón de una mujer y
salir sin ser oído de su alcoba, donde se cita y elogia en repetidas
ocasiones fragmentos de este libro de fugas de las cárceles del amor, y
no duda en conceder al que llama maestro de todos y partidario de nadie,
la condición de Hombre absoluto y Dios de la libertad.
También Maquiavelo hace gala de conocer el Arte escapatoria,
recomendando a príncipes y tiranos su estudio, "porque siempre parece
más rentable adelantarse a las trampas de los súbditos y mostrarse
avisado en la clase de artificios de que suelen servirse, a fin de que
aquellos que en su interés alberguen propósitos fraudulentos
reconsideren su ánimo, que confiar en la bondad de todos y carecer de
elementos de juicio". Y entre los enciclopedistas, el gran Diderot
manifiesta su admiración por este "libro insólito" y llega incluso a
confesar, aunque su revelación no carece de cierto sarcasmo, que en
varias ocasiones las advertencias de Sutilo le fueron decisivas contra
las impertinencias de la muerte.
No obstante, tal grado de reconocimiento no ha dado celebridad al
libro. Como su vida, la obra de Sutilo ha aparecido esporádicamente en
diversos momentos históricos y, por si fuera poco, analizada siempre
desde ángulos distintos. Todavía hoy en día resulta prácticamente
imposible dar con el texto completo.
Un inglés, Arnold Canned Heat, publicó en 1914 un artículo titulado "After
Sutilus traces", a través del cual pretendía haber descubierto a tan
ilustre prófugo. Pero también esta vez Lucio Sutilo supo aprovechar en
su favor la niebla de las circunstancias. Dice Canned que los
sentimientos que movieron a Sutilo fueron sobre todo de orgullo y de
venganza: "Precisamente el hecho de escribir, de develar en un libro
toda una ética cuya doctrina consistía en ocultarse, la única frivolidad
que Sutilo llegó a permitirse, el único acto verdaderamente contrario a
sí mismo, fue aquél que lo enalteció, aquél que acabó convirtiendo su
vida en paradigma. Nada de frivolidad senil, sino más bien el orgullo
del viejo jugador que al final de sus años saborea el instante de
descubrir a plena luz las armas en las que fundó su predominio".
El tono descreído y pesimista que
impregna la obra, así como algunos fragmentos de sospechosa intención
didáctica ("Escucha, jovenzuelo, y atiende este recado…") y otros de
elogio de la senectud ("Mejor llegar ligero al encuentro con la
muerte…") invitan a creer que Sutilo compuso este Arte escapatoria hacia
finales de su vida y a la luz de algunos textos estoicos. Considerando
su genio, cuesta trabajo imaginarse a Sutilo anciano, tratando de
despistar a la parca con torpes aspavientos y paso vacilante. Nada más
lejos de la verdad, a mi parecer, que esta estampa dolorosa y ridícula.
Su arte propugna tanto la prontitud como la inmovilidad. "Hay ocasiones
en la que más velozmente se huye cuanto mayor seas la quietud en que
logremos tenernos. No dejes que la prisa te acompañe, pues bueno es
saber que tanto conviene cuidarse del futuro como del pasado, y que al
cabo no hay lugar donde llegar que no sea la muerte". En realidad Lucio
Sutilo no huía de la muerte. Huía acaso de una muerte estúpida y
gratuita, huía de lo contingente y lo casual, del azar y sus celadas.
Basta, para ilustrar esta hipótesis y concluir esta reflexión, añadir
nada más una cita del último capítulo: una cita cargada de sentido, tan
hermética como sugerente, pero que en su aparente paradoja realza toda
la profundidad y toda la firmeza de su filosofía: "Mucho tiene un
fugitivo que aprender a detenerse para morir sin ser visto". He aquí el
sentido de esta vida.
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