El síndrome "Penélope"

Para algunas mujeres existe una sola versión del amor, el imposible.
Gritan a los cuatro vientos que solo las "entibian" esos tipos "abandónicos" que
en cuanto las conocen las conquistan, pero luego las llaman poco o nada, o les dejan mensajes inesperados en el contestador telefónico cuando ya ellas piensan que todo se cortó, o las citan a lugares y luego les avisan que no pueden ir. Y estas mismas minas aseguran que, por el contrario, el varón previsible, siempre puntual y disponible, el que les lleva un té  a la cama cuando les duele la panza, el que las acompaña al proctólogo y se acuerda siempre del aniversario del primer beso con una rosa, se vuelve aburrido y terminan adoptándolo como madre sustituta, o peor, como marido.

Ellas eróticamente sólo se enganchan con aquello que no pueden tener, porque portan el estigma que afirma que lo que cuesta conseguir vale más. Entonces aquel que las deja prendida al teléfono que no suena durante semanas les hace subir la tensión, la fantasía que mueve todo su aparato psíquico. En síntesis, el tipo que sirve el amor en cuenta gotas se convierte en el más deseado.

El hombre no es de carne, es de debilidades, las tiene todas. Las mujeres solo una: el narcisismo terrible que las condena. Por eso no hay vidriera en la que no traten de reflejarse, ni silicona que no anhelen ponerse, o remera provocativa que no usen. Requieren urgentemente de la mirada del varón (no importa cuál ni cuántos, si son muchos o todos mejor) para configurarse, sostenerse, ser. Su lema interno pareciera exclamar, renovando a Descartes: "deséame y existiré".

Y lo logran, consiguen con su paso cadencioso, sin importarles el calvario de su novio o marido cuando va acompañada, que hasta el más distraído e indiferente las mire como Alien 4 con incontinencia de baba.

Pero de pronto aparece "ése", el Ulises que desafía el canto de sirenas, el que la deja y se va de viaje por el mundo. Y muchas no pueden desprenderse de su imagen.

Yo sospecho que estas mujeres sufren de lo que bautizaría como la "enfermedad" de Penélope, aludiendo al goce secreto que tal vez le produjo a esa solitaria mujer la permanente e infructuosa espera de su amado y esquivo héroe griego.

En la 0disea, Homero nos relata que Ulises parte hacia la guerra de Troya, dejando en Itaca a su joven esposa Penélope y a su hijo Telémaco, y antes de salir, en su saludo de despedida le dice: "Cuando veas que mi hijo ya tiene barba, cásate con quien quieras y abandona tu casa".

La deja libre, cumple el sueño moderno de toda mujer, pero ella queda presa de ese no lugar al que no esta acostumbrada y que tanto reclama. El tiempo pasa, el texto narra por un lado que el hogar de Penélope se ve asediado por 108 pretendientes, que ella ni quiere ver, y por otro lado que Ulises inicia una travesía en la que enfrentará con muchos peligros (el ciclope Polifemo, Circe, las vacas de Helios, la ninfa Calipso, etc.) revelándose la dimensión del placer de este hombre dentro de esa realidad, porque si tardó tanto tiempo en volver es porque no estar con Penélope es lo que anhelaba más profundamente.

Y ella, Penélope, perdida en un callejón histérico, oscuro y sin salida, va tejiendo la satisfacción inconsciente que siente por lo no realizado. Lo otro, romper ese hechizo, sería vivir, pero lo cotidiano tiene un demasiado de obvio y muy poco imaginario. La pareja, el trabajo, los sueños, se sostienen con esfuerzo. La vida es tracción a sangre. 

Y para peor, el combustible de la llama en estas damas es el sentimiento de un fulano que siempre se queda en el umbral, en el signo de interrogación, encarnado en el varón resbaloso que está por venir pero no llega, y no en lel amor de os otros hombres que rechaza porque se vuelven conseguibles.

Compañeras de Penélope en dar lo que no tienen a alguien que no vendrá, es el camino permanente de muchas mujeres que no pueden entender que la pasión puede existir en la cotidianeidad, en el amor que se cumple, consuma y florece. Más atractivo es el abandónico, el insuficiente, el difícil, el lejano y ajeno, el que nunca será del todo mío, el que le dice "¿qué hacés mi chiquita?" desde el teléfono celular el día en que casualmente logra pescarlo y la deja angustiada comentándole que está en el consultorio de su cardiólogo y que después la llama.

¿Después cuándo? No sé, nunca, quizás.

Por eso, los demás hombres nos sentimos sorprendidos al ver con qué pasividad esa señora sigue amándolo aunque él no regrese, no reconozca legalmente sus hijos, no le pase cuota alimentaria, no la toque nunca jamás.

0 por el contrario se banca ser la otra, la segunda, la que se esconde, la que viaja con él pero van en aviones separados y jamás se ven en domingo, en navidades, en restaurantes conocidos.

¿Qué tendrá el petiso que la tiene en un puño? se preguntaría un bailantero, ya lejos de los laberintos de la Ilíada. Muy sencillo: el espectro de Ulises que anida en la mente femenina tiene reflejos que no le dió el mar Egeo, pero encandilan.  Porque para ella la felicidad no es algo que se experimenta en el aqui y ahora, si no sólo un estado que se recuerda. Una anécdota eterna como ese abrazo maravilloso y seguro que le dio su primer hombre imposible cuando la sostuvo por primera vez, mientras mamá atendía las visitas.

Pero llega un día en que algunas chicas evolucionan, crecen y salen de esa adolescencia helénica. Empiezan a buscar una pareja en serio para encontrar el complemento posible que les permita formar un vínculo estable, su media naranja. Y ese caminar trae aparejado el deseo de ser finalmente encontradas también por el otro, por un nuevo Ulises, más real, tangible, perfectible. Un navehante con valentías y miserias pero la decisión firme de ser su compañero. Alguien para transitar juntos de la mano, y a dúo, una esperanza que se construye día a día, y que una vez hecha, no puede destejerse.

Luis Buero

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