(Ensayo para publicar en la Revista Digitalizada “Letras Uruguay”. Cortesía de la autora en homenaje al 8vo. aniversario de la Revista)
La filosofía como cosmovisión Integradora en José Martí (1853 – 1895)
Autora: |
José
Martí nació en Cuba el 28 de enero de 1853, en una humilde casa de la
Habana, en la calle de Paula. Fue el primer hijo de un matrimonio pobre de
españoles inmigrantes, compuesto por Mariano Martí y Leonor Pérez. Era
solo un precoz adolescente, cuando comienza a asistir al colegio de Rafael
María de Mendive, recibiendo allí su primera formación, en total
correspondencia con lo mejor de las tradiciones del pensamiento cubano[1], particularmente Heredia, Varela y Luz. Ya
en la segunda mitad del siglo XIX estaban bien definidas las corrientes
fundamentales que disputaban en el campo de la política dentro de la
Isla: independentismo, reformismo y anexionismo. Levantamientos de
esclavos, conspiraciones políticas y alzamientos, denotaban un ambiente
general de agitación insurreccional, al tiempo que en el campo del
pensamiento se había formado, sobre todo al calor de las enseñanzas de
José de la Luz y Caballero, una generación de hombres que asumirían la
tarea de la independencia de Cuba, respecto al yugo colonial de la metrópoli
española. Hacia
1865 había fracasado el anexionismo, tras culminar la Guerra de Secesión
de los Estados Unidos, con la victoria del Norte sobre los estados
esclavistas del Sur, los cuales habían fomentado la anexión. Por su
parte, ganaba terreno el
reformismo, aunque sus representantes, a pesar de sus gestiones con el
capitán general de la Isla, no lograban las reformas anheladas, entre
ellas, la reforma arancelaria, el cese de la trata negrera y la
representación política de Cuba en las Cortes. Paralelamente, un hecho
histórico sin precedentes, marcaría como símbolo el inicio de nuestras
luchas independentistas, cuando el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de
Céspedes en su finca La Demajagua, en acto patriótico abolicionista,
otorgaba la libertad a sus esclavos. En lo adelante, el independentismo se
definiría como la única alternativa posible para liberar a Cuba
definitivamente del yugo colonial de España. En
este contexto, transcurren los primeros quince años de la vida de Martí,
primero los de su niñez y luego los correspondientes a su etapa inicial
de formación educativa y revolucionaria. Entre 1865 y 1869 recibe
directamente las enseñanzas del poeta y gran pedagogo Rafael María de
Mendive, quien supo moldear la talentosa personalidad del joven discípulo
en lo filosófico, artístico-cultural y político-social. En gran medida,
gracias a la formación de su maestro y mentor, Martí se identificó
desde muy temprano con los ideales independentistas. Muy joven aún,
escribe textos subversivos[2] a la vez que participa en sucesos
insurreccionales. Por sus actividades, pronto sería acusado de infidente
y condenado a seis años de presidio político el 4 de abril de 1870. Allí
sufrirá en carne propia las injusticias y crueldades del sistema
colonial, hecho que marcaría para siempre su vida, tal y como los
trabajos forzados y las cadenas, marcaron su cuerpo en las canteras de San
Lázaro. Esto definiría para siempre su opción por los pobres y
oprimidos de la tierra, su patriotismo, así como su posición
independentista y anticolonialista. En octubre del propio año, sería
trasladado por indulto a la Isla de Pinos y el 15 de enero de 1871, cuando
apenas contaba con 18 años de edad, sale deportado a España. Allá
en la metrópoli, transcurre el segundo período importante de su vida, de
1871 a 1874, durante el cual culmina el
bachillerato y adquiere en la Universidad de Zaragoza una formación
humanística. Se gradúa en Filosofía y Letras y en Derecho. Culminados
sus estudios, realiza un breve viaje a París y posteriormente pasará por
Inglaterra para dirigirse a México, adonde llegará, luego de una
estancia de 13 días en Nueva York, en febrero de 1875. Un
tercer período en la vida de Martí se relaciona con sus viajes y
estancias en países de América Latina. Entre 1875 y 1879 estará en México,
Guatemala y Cuba. Esto le
permitió conocer los problemas comunes que aquejaban a los pueblos de América
Latina, la situación de pobreza y explotación de la gran masa indígena,
el estado de miseria como consecuencia del dominio colonial, y el atraso
económico, político y social de esos pueblos. Durante
estos años, se reafirmó su decisión juvenil de echar su suerte con los
pobres de la tierra, como expresara en los versos sencillos. Allí también
comprendió lo común de nuestros pueblos y la necesidad de su unión en
la lucha por la liberación definitiva del yugo colonial. Durante
su estancia en México, Martí
estuvo en contacto con lo mejor de su intelectualidad. Colaboró en la
elaboración de la Revista Universal,
publicando la sección “Boletines” que firmaba bajo el seudónimo de Orestes. Además se dio a conocer como conferencista y como autor
dramático. Fue allí donde
conoció al que llegaría a ser su gran amigo y confidente, Manuel A.
Mercado y a la que sería su esposa, Carmen Zayas Bazán[3]. Identificado
con el régimen liberal de Sebastián Lerdo de Tejada, su derrocamiento
por el general Porfirio Díaz hace que Martí decida partir, desde Veracruz rumbo a Cuba, bajo el nombre de Julián Pérez.
En abril de 1877 se instala en Guatemala; vuelve a México para contraer
matrimonio y regresa con su esposa. En Guatemala,
desplegará una intensa actividad literaria y docente, como catedrático
de la Escuela Normal. Sin embargo, dos factores le harán cambiar el giro
a su vida; por una parte, la deposición injusta del cubano José María
Izaguirre, director de la Escuela Normal, lo obliga a renunciar a su cargo
por una cuestión de honor; por otra parte, en Cuba, el 10 de febrero de
1878 se había firmado el Pacto del Zanjón, lo que oficialmente
significaba el fin de la guerra de los diez años, aunque Antonio Maceo y
otros jefes, resistieron aun varios meses. El Pacto promulgaba una amplia
amnistía para aquellos que hubieran tomado parte en el movimiento
revolucionario, y Martí decide regresar a la patria con su esposa, en
agosto de 1878. En Cuba, nacerá su primer y único hijo. A los pocos
meses de llegar a la tierra natal, comienza a conspirar activamente con
Juan Gualberto Gómez, quien estaba en contacto con el Comité
Revolucionario de Nueva York. El 26 de agosto de 1879 se produce el
alzamiento de José Maceo, Guillermo Moncada y Quintín Banderas, en
Santiago de Cuba. Días después, el 17 de septiembre, Martí es detenido,
y deportado por segunda vez a España. A los pocos meses de su deportación,
partirá para Nueva York. En
enero de 1880, comienza su prolongada estancia en los Estados Unidos de
Norteamérica, por espacio de casi 15 años (hasta 1895), y una efímera
etapa de pocos meses en Venezuela, durante la cual residió en Caracas y
se familiarizó aún más con los ideales de Bolívar y con la cultura indígena,
retornando nuevamente a Nueva York. Fue
en este cuarto y largo período de su vida, que se produce la madurez y
radicalización de su pensamiento. A
lo largo de tantos años en los Estados Unidos de Norteamérica, pudo
palpar su acelerado desarrollo económico, que paralelamente generaría su
detrimento moral y espiritual, y desde allí advirtió sobre el peligro
que representaba esa fuerza descomunal para los pueblos americanos y en
especial para Cuba y las Antillas. En sus “Escenas Norteamericanas”,
supo brindar un cuadro particularmente rico y fiel, tanto desde el punto
de vista económico, como de las costumbres y el modo de vida de aquella
sociedad, que constituyen aún
en nuestros días un inmenso legado y una muestra excepcional de su
agudeza de pensamiento, el cual le permitió captar con profundidad aquel
presente, y vislumbrar cual profeta, el futuro del coloso del norte. Fue
en los Estados Unidos que fundó el Partido Revolucionario Cubano, apoyado
por los obreros tabaqueros cubanos emigrados en Tampa y Cayo Hueso, cuya
misión fundamental sería preparar y orientar la lucha definitiva por la
independencia de Cuba, y fue allí donde organizó la guerra que llamó
“necesaria”, contra el dominio colonial hispánico, nacida el 24 de
febrero de 1895. Meses después, en Dos Ríos, el 19 de mayo del mismo año,
moría el Apóstol en combate y con su muerte, “sobrevino
una de las adversidades más costosas de cuantas ha sufrido nuestro pueblo
en toda su historia. El azar, propio de toda lucha, nos privó del más
extraordinario conductor, cuando se decidía el ser o el no ser de una
nación independiente”. [4] Cuatro
años antes, en 1891, en su ensayo “Nuestra América” había advertido
a nuestros pueblos: “¡Los
árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete
leguas! Es hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en
cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. “La
universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de
América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se
enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la
Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales
han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas
el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el
pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más
orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”. “Con
los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y
criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte
de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos
tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los
indios”. “Cuando
la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo
en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes
yerros - de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de
los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas
ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen -, por la
virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha
contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en
cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los
ojos”(…) “¡Porque
ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el
camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo
a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las
naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la
semilla de la América nueva!”[5] Quizás
una de las aristas menos estudiadas y divulgadas de la extensa, dispersa y
prolífica obra de Martí, sea la relacionada con la filosofía. Numerosos
investigadores y especialistas han debido hurgar y rastrear su
pensamiento, en un abundante material conformado fundamentalmente por
cartas, discursos, apuntes, crónicas y artículos, en los que su pluma de
escritor sin par, indaga en todos los campos relacionados con el hombre,
la naturaleza y la sociedad. Con
toda razón afirma Cintio Vitier: “Aunque
los problemas eternos de la filosofía le interesaron, especialmente en su
juventud de estudiante en España, Martí nunca fue un pensador abstracto.
Su condición esencial de revolucionario, es decir, de transformador de la
realidad, se revela ya en el hecho de que la experiencia, las
circunstancias vitales, el contexto histórico y biográfico, fueron
siempre decisivos para su interpretación del mundo y la dirección de su
conducta (…) Como bases innatas o apriorísticas de su carácter, tenía
el sentido absoluto de la eticidad, la pasión por la belleza y la vocación
redentora. A partir de estos principios asimilaba y encauzaba, a la vez
libre y necesariamente, los datos de la realidad múltiple y sucesiva.” [6] Causa
asombro cuánto escribió Martí en su corta vida de 42 años y cuánta
profundidad y proyección futura se advierte en sus escritos, plagados de
metáforas y simbolismos, no fáciles de comprender para cualquier lector.
Con
excepción de su obra en verso, más ordenada por el propio autor, su obra
en prosa fluyó como un
manantial inagotable, capaz de llenar numerosos y extensos volúmenes.
Pero si bien abordó los más variados temas, al punto de no quedarle prácticamente
excluida ni una sola arista sin cultivar en el campo de los saberes, no lo
hizo de manera sistemática, a través de uno o varios tratados. De tal
modo, tanto en su prosa como en su verso, aparecen imbricadas sus más
variadas preocupaciones en el campo de la ética, la política, la
sociedad, la pedagogía, la moral cívica, la cuentística infantil, el
patriotismo, el medioambiente, la discriminación social, además de
cuestiones propiamente filosóficas, en los campos de la axiología,
ontología, epistemología, estética, historia de la filosofía, y muchas
otras disciplinas, vinculadas todas ellas a su concepción del mundo
eminentemente humanista e iluminista, que sintetiza y hereda por una parte
lo mejor del pensamiento clásico universal y por otra, la línea trazada
por los más grandes exponentes del pensamiento filosófico cubano
electivo: Caballero, Varela y Luz. Si
bien Martí llamó a Caballero, “padre
de los pobres y de nuestra filosofía,”[7] y
sugestivamente, llegó al mundo el mismo año en que muere el inolvidable
padre Varela, se reconoció especialmente como heredero de las enseñanzas
de Luz, cuando lo identificó como el fundador de la conciencia
independentista en la generación de patriotas que conducirían a la Isla
de Cuba hacia su total independencia. Sobre
Luz escribió: “Él, el padre; el silencioso fundador (…), y se sofocó el corazón
(…) para dar tiempo a que se criase de él la juventud con quien habría
de ganar la libertad (…); él que es uno de nuestras almas … ha
cundido por toda nuestra tierra, y la inunda aún con el fuego de su
rebeldía (…), y consagró la vida entera (…) a crear hombres rebeldes
y cordiales que sacaran a tiempo la patria interrumpida de la nación que
la ahoga y corrompe…”[8] Me
atrevería a afirmar que en Cuba, no ha habido un gran escritor más
estudiado e investigado por otros grandes escritores, que nuestro José
Martí. Las más destacadas personalidades, en nuestro ámbito
intelectual, han hecho de su vida y obra, objeto especial de su atención.
Así, desde Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Medardo Vitier, Emilio
Roig de Leuchsenring y Gonzalo de Quesada, hasta Julio Antonio Mella, Raúl
Roa, Blas Roca, Juan Marinello, Armando Hart, José Antonio Portuondo,
Cintio Vitier, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, Julio Le Riverend
y Roberto Fernández Retamar, entre otros, han ido enriqueciendo con
magistral pluma el conocimiento inagotable de la obra de nuestro Apóstol.
En
aproximación constante, ellos y muchos otros investigadores en nuestros días,
han contribuido a valorar su pensamiento, delimitar etapas en su vida y
obra, profundizar en los elementos fundamentales de su ideario, y en fin,
dibujar su imagen de la manera más completa. Pero aún así, el
pensamiento martiano sigue siendo inagotable. Es por esto que el destacado
poeta cubano José Lezama Lima, fundador del grupo Orígenes,
expresó que “Martí es un
misterio que nos acompaña”, y que de él
“creemos saber lo necesario, hasta que luego intuimos que apenas
ignoramos lo suficiente.”[9] Como
revela en bello perfil del Apóstol, nuestro destacado intelectual
revolucionario Armando Hart Dávalos, “Martí
se define en primer lugar por su inmensa capacidad y entrega a la causa
humana; éste fue el sentido de su vida. Lo que lo hace excepcional es que
unidos a una vocación total de sacrificio van su extraordinaria
inteligencia, su talento superior y su vasta cultura, y también su
capacidad de organizar, reunir hombres y sus extraordinarias dotes para la
acción. Alcanzó en un grado superior virtudes que podemos representar en
tres ideas: amor, inteligencia y capacidad de acción. Todo ello forjado
por una indoblegable voluntad creadora y humanista.” “Este hombre fue
José Martí y Pérez, quien si no es más conocido e identificado en el
mundo, en toda su grandeza, se debe a esas inmensas lagunas que hay en el
civilizado siglo XX sobre la gigantesca riqueza cultural y espiritual de
los pueblos de nuestra América.”[10] Como
expresa Cintio Vitier en su bello, profundo y enjundioso estudio sobre el
Apóstol: “Pasamos
sin sentirlo de su prosa a su verso, de su palabra a la acción, de su
vida pública a su intimidad; podemos estudiar su doctrina política,
filosófica, educativa, poética, crítica y aún estilística, como un
todo continuo. Cuando nos habla de la sociedad nos dice las mismas cosas
que cuando nos habla del poema. No hallamos en él fisura, y no acabamos
nunca de ver todos los aspectos de su rostro, que sin embargo
nos mira desnuda y sencillamente a los ojos”.[11]
He
aquí la esencia de la universalidad del pensamiento martiano. Y es por
esto que Martí no es sólo nuestro, es decir, de los cubanos, sino un
pensador de nuestra América, que a la vez que supo divertir a nuestros niños
y educarlos en los más puros valores humanistas, pudo advertir a tiempo
el peligro que se cernía sobre nuestros pueblos, a medida que el gigante
se convertía en imperio. A
pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Martí, la arista filosófica de
su pensamiento no ha sido agotada. Sobre
este hecho, el Dr. Rigoberto Pupo, profesor e investigador de nuestra
cultura, advierte que “el ideario
filosófico de Martí ha sido insuficientemente investigado y existen
pocos trabajos al respecto. Esto se debe en gran medida a que Martí, en
tanto tal, no fue un filósofo profesional, no existe en su obra una
filosofía sistematizada a manera de los tratados filosóficos
tradicionales. Por otra parte, la existencia de determinados prejuicios y
esquemas en cuanto a la determinación de la filiación filosófica del
Maestro ha contribuido también a que se soslaye tan importante perfil de
su pensamiento”. De tal modo, continúa: “Un análisis acucioso y profundo del pensamiento de José Martí, revela
la existencia de una filosofía, o un ideario filosófico que adquiere
determinaciones concretas en la política, la economía, la ética, la estética
y el arte, la cultura, la historia, la pedagogía.”[12] Desde su punto de vista, “en
el caso del pensamiento socio-filosófico de José Martí, la subjetividad
humana ocupa un significativo lugar, y la axiología, su núcleo central,
en torno al cual despliega gran parte de su pensamiento y su obra.”[13] Efectivamente,
en Martí la filosofía permanece como un entramado invisible – aunque
perceptible - en toda su obra escrita, tanto en verso como en prosa. Hay
tanta filosofía en su exquisito ensayo “Nuestra América”, como en su
conmovedor poema “Los zapaticos de Rosa”. Sin
agotar el contenido filosófico de su pensamiento, se intentará una
aproximación que sintetice los presupuestos teórico-filosóficos de
partida del pensamiento martiano. En sus apuntes y anotaciones sobre Filosofía, Martí asume entre otros, los siguientes principios metodológicos: 1)
La naturaleza observable es la única fuente filosófica. 2)
El hombre observador es el único agente de la Filosofía. 3) Hay dos clases de seres: los que se tocan y los que no se pueden tocar…Lo que puede tocarse se llama tangible, y lo que
puede probarse por la vista, evidente. Lo que no se puede tocar ni ver es
invisible e intangible. 4)
Hay en nosotros mismos una parte de naturaleza tangible, como el
brazo, y una intangible; como la simpatía. 5)
Al estudio del mundo tangible, se le llama Física; y al
estudio del mundo intangible, Metafísica. 6)
Filosofía es ciencia de las causas. 7)
Las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de las
cosas propiamente. 8)
No debemos afirmar lo que no podemos probar. 9)
Los elementos para ser filósofo son la observación y la reflexión. Asimismo
advierte que Aristóteles dio el medio científico que ha elevado tanto,
dos veces ya en la gran historia del mundo, a la
escuela física; mientras que Platón y el divino Jesús, tuvieron el
purísimo espíritu y fe en otra vida que hacen tan poética y durable, la
escuela metafísica[14]. De
este modo, devela el problema fundamental de la filosofía, como hilo
conductor en su historia, cuando afirma que todas las escuelas filosóficas
pueden concretarse en dos: el materialismo (que es para él la exageración
de la Física) y el espiritualismo (que es por su parte, la exageración
de la Metafísica). Y concluye: Las
dos unidas son la verdad: cada una aislada es sólo una parte de la
verdad, que cae cuando no se ayuda de la otra.[15]
El
error de la Física, a juicio de Martí, radica en que en sus extravagancias, ha llegado a negar todo fenómeno espiritual.[16]
Obviamente, se está refiriendo aquí al materialismo mecanicista de corte
iluminista, propio del siglo XVIII. Por
otra parte, advierte, que el
error de la Metafísica estriba en querer
brindar leyes para el mundo real y palpable, a partir de las intuiciones
del individuo[17],
olvidando que las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de
las mismas. Martí,
retomando la definición clásica aristotélica de Filosofía, como
ciencia de las primeras causas, afirma que conocer
las causas posibles y usar los medios libres y correctos para investigar
las no conocidas, es ser filósofo. Del mismo modo, pensar constantemente con elementos de ciencia, nacidos de la observación,
en todo lo que cae bajo el dominio de nuestra razón, constituye lo
que pudiéramos definir como los elementos para ser filósofo, los cuales
no son más que la observación y la
reflexión[18].
Cualquier
otro elemento ayuda a averiguar, pero no constituye una base firme sobre
la cual pueda sustentarse la filosofía. Como ejemplo, cita la intuición,
la cual se presenta como un auxilio, muchas veces poderoso, pero no
resulta una vía científica e indudable para llegar al conocimiento. Cierto
es que no podemos conocer las causas de las cosas en sí mismas,
por cuanto ellas no se nos revelan directamente, sino a través de
la obra de la Creación. Pero a Dios no podremos preguntarle –enfatiza
el Maestro- porque
nos han enseñado a creer en un Dios que no es el verdadero[19]. Para
Martí, el verdadero Dios impone el
trabajo como medio de llegar al reposo, la investigación como medio de
llegar a la verdad, la honradez como medio de llegar a la pureza. ¡Qué
alegre muere un mártir! ¡Qué satisfecho vive un sabio! Cumple con su
deber, lo cual, si no es el fin, es el medio[20],
exclamará. Tampoco
podremos preguntar a la fe
–expresa- por cuanto en su nombre se ha mentido mucho. Se debe tener fe en la
existencia superior, conforme a nuestras soberbias agitaciones internas;
en el inmenso poder creador, que consuela; en el amor, que salva y une; en
la vida que empieza con la muerte. (…) Pero la fe mística, en la
palabra cósmica de los Brahmanes, en la palabra exclusivista de los
Magos, en la palabra tradicional, metafísica e inmóvil de los
Sacerdotes; la fe, que frente al movimiento de la Tierra dice que se mueve
de otra manera; la fe, que condena por brujos a Bacon y a Galileo; la fe,
que niega primero lo que luego se ha visto obligada a aceptar; esa fe no
es un medio para llegar a la verdad, sino para oscurecerla y detenerla; no
ayuda al hombre, sino que lo detiene; no le responde, sino que lo castiga;
no le satisface, sino que lo irrita. Es por todos estos elementos, que
Martí concluye: Los hombres libres
tenemos ya una fe diversa. Su fe es la eterna sabiduría. Pero su medio es
la prueba[21]. Se
trata de lo que Martí llama la “fe científica”, y con ella, subraya,
se puede ser un excelente
cristiano, un deísta amante, un perfecto espiritualista. Es por esto que
afirma: Para creer en el cielo, que nuestra alma necesita, no es necesario
creer en el infierno, que nuestra razón reprueba. [22] ¿A
quién debemos preguntar entonces? -
A la Naturaleza. Y, ¿Qué es la Naturaleza? – El pino agreste, el viejo
roble, el bravo mar, los ríos que van al mar como a la Eternidad vamos
los hombres: la Naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se
hace arco iris; el espíritu humano que se acerca y eleva con las nubes
del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en
toda forma, espíritus y cuerpos; corrientes esclavas en su cauce; raíces
esclavas en la tierra; pies, esclavos como las raíces; almas, menos
esclavas que los pies. El
misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es, deforme
o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso o
terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres
es Naturaleza[23]. De
manera semejante, Martí define el método filosófico correcto, como
aquel que, al juzgar al hombre, lo toma en todas las manifestaciones de su
ser, y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que,
siendo tal vez por su confusa y difícil esencia primaria, no le es dado fácilmente
observar. En
el mismo sentido, advierte que el hombre debe tomar la Filosofía no
como el cristal frío que refleja las imágenes que cruzan ante él; sino,
como el animado seno en que palpita, como objeto inmediato y presente, la
posible acomodación de lo real en lo que el alma guarda como ideal
anterior, posterior y perpetuo[24]. Gran
importancia otorga Martí a la Historia de la Filosofía y a la función
crítico-valorativa que ella debe ejercer, cuando expresa que ésta, en su
sentido moderno, es el examen crítico
del origen, estados distintos y estados transitorios que ha tenido, así
como el análisis de por qué ha llegado la Filosofía a su estado actual[25].
Refiere y compara, que si antes ésta prevalecía como colección de
hechos y narraciones, sin nexos ni vínculos internos, ahora, en su
sentido moderno se enlazan y se funden elementos, y se engranan y explican
los sucesos. Se
trata de una concepción moderna, totalmente acorde con el desarrollo de
los conocimientos científicos de su época y con el propio desarrollo de
la filosofía como cosmovisión integral de la realidad. Es por esto que señala
la importancia de la crítica, no como censura, sino en su acepción
formal y etimológica, como ejercicio del criterio[26].
Así,
para Martí, la Historia de la Filosofía no ha de ser exposición fría y
acrítica de los diversos sistemas filosóficos a lo largo de la historia
de la humanidad, sino examen crítico-valorativo que enlace corrientes y
sepa destacar aciertos y señalar limitaciones. En
ésta, como en muchas otras vertientes de su polifacético pensamiento,
que se asemeja a un poliedro de infinitas aristas, sus ideas se anticipan
a su tiempo, brillan y emanan luz inagotable, cual brillante salido de la
tierra y tallado por la mano del hombre, que ve pasar el tiempo y cada día
brilla más, y con luz
propia. Como
expresa Armando Hart, “su eticidad,
su sensibilidad artística y su valor político van muy unidos a su vocación
pedagógica y capacidad de periodista y expositor de hechos e ideas. Quien
haya leído “Los zapaticos de rosa” o los versos inmortales “A mis
hermanos muertos el 27 de noviembre” y lo relacione con su infatigable
curiosidad por las conductas de las personas más sencillas en su
recorrido de Playitas a Dos Ríos, podrá percatarse que no hay un Martí
poeta, un Martí maestro, un Martí combatiente, sólo hay un Martí: Martí
hombre. Él enalteció a una escala distinta y superior el más alto grado
de humanismo que el Renacimiento europeo había levantado como un
ideal.”[27] Martí
está hoy más que nunca entre nosotros. En las masas indígenas de América
Latina, en los niños que leen y disfrutan “La Edad de Oro”, en el
amor al prójimo, en la solidaridad entre nuestros pueblos, en el ideal de
perfeccionamiento humano, en el arte, en la poesía, en nuestra filosofía,
en las ciencias, en la fe, en el Dios de los oprimidos y desposeídos, en
la educación, en la religión, en el ideal de justicia, en la lucha por
el bien común... Como él mismo sentenciara con sólo 18 años de edad,
cuando fuera acusado de infidente por las autoridades españolas y
condenado al presidio político en Cuba por sus actividades patrióticas,
Martí descubre a Dios en el sufrimiento humano, cuando expresa cual
visionario en uno de sus escritos juveniles: “El
orgullo con que agito estas cadenas, valdrá más que todas mis glorias
futuras; que el que sufre por su patria y vive para Dios, en éste u otros
mundos tiene verdadera gloria”.[28]
(…)“El martirio por la Patria es Dios mismo”.[29]
(…)
Como
expresara magistralmente Cintio Vitier en su “Vida y Obra del Apóstol
José Martí”, a la pregunta ¿Quién
era, en suma, este hombre al que Gabriela Mistral[30]
llamó “el hombre más puro de nuestra raza”, y a quien pudiéramos
también llamar, el más completo?, se pudiera responder: (…)
“Lo vemos en el blancor infernal
de las canteras de San Lázaro, aherrojado con la cadena y el grillete que
sólo pudo arrancarse de veras en sus últimos días, transfigurados por
el cumplimiento del destino, en el seno de la naturaleza patria.
(…) Lo vemos en la tribuna de la emigración, en medio de la
“magia infiel” del hielo, rodeado del arrobo de sus pobres, fulgurando
en la noche la palabra sagrada que es el único hogar de espíritu que han
tenido los cubanos. (…) Lo
vemos, en fin, en el terrible y radiante mediodía, lanzándose en su
caballo blanco, para firmar con sangre, todas sus palabras. Ninguna imagen
puede agotar su imagen…”![31] Notas: [1] Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Centro de Estudios Martianos, La Habana, Cuba, 2006. (Se recomienda consultar el Capítulo 1 para conocer sobre la formación de Martí y el contexto histórico en que nace y se desarrolla su personalidad). [2] Escribe el Soneto “¡10 de Octubre!”, publica el Editorial de El Diablo Cojuelo y el poema dramático “Abdala” en La Patria Libre (enero de 1869). [3] Para consultar sobre datos biográficos de Martí se recomienda el texto de Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Edición citada. [4] Armando Hart Dávalos, “José Martí (1853-1895). Apóstol de nuestra América, En: “Perfiles”, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2008, pp. 103-104. [5] José Martí, “Nuestra América”, publicado en El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. En O.C., Ed. Cit. t. 6, p.p. 18-19. [6] Cintio Vitier, Ed. Cit. Vida y obra del Apóstol José Martí. Ed. Cit., p.p. 13-14. [7] José Martí, Obras Completas, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, 28 v., t.5, p. 145. En lo sucesivo: O.C. [8] José Martí, “José de la Luz y Caballero”, en Patria, 17 de noviembre, 1894. Reproducido en Aforismos, Editorial de la Universidad de la Habana, 1962, pp. XIII-XV. [9] Cintio Vitier, “Martí en Lezama” (Compilación), Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000. [10] Armando Hart Dávalos, “José Martí (1853-1895). Apóstol de nuestra América”, En: “Perfiles”, Editorial Pueblo y Educación, 2008, p.106. [11]Cintio Vitier, “Vida y Obra del Apóstol José Martí”, Ed. Citada, p. 23. [12] Rigoberto Pupo, “Identidad y subjetividad humana en José Martí”, Edit. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004, pp. 27-28 [13] Ibid, p. 183. [14] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 361. [15] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.19, p. 361. [16] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 362. [17] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 361. [18] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 362. [19] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 363. [20] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 363. [21] José Martí. O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 363. [22] José Martí, O.C., Ed. Cit. t. 19, p. 363. [23] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.19, p.364. [24] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.19, p.365. [25] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.19, p.365. [26] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.19, p.365. [27] Armando Hart Dávalos, José Martí (1853-1895). Apóstol de América, En: Perfiles. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2008, p.122. [28] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.1 p.54. [29] José Martí, O.C., Ed. Cit. t.1 p.61. [30] Gabriela Mistral, Prólogo a José Martí. Versos Sencillos, La Habana, Secretaría de Educación, 1939, p.34. [31] Cintio Vitier, Obra Citada, Ed. Cit., p. 23 |
Dra.
Cs. Rita M. Buch Sánchez
Profesora
Titular de la Universidad de la Habana, Cuba.
19 de mayo de 2011 (En homenaje a la muerte en combate del apóstol, en “Dos Ríos”, el 19 de mayo de 1895).
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas.
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía,
de la Universidad de la Habana, Cuba
Ver, además:
Dra. Cs. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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