“José Agustín Caballero: Iniciador de la reforma filosófica en
Cuba”
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El
presente trabajo constituye una apretada síntesis del contenido de
mi tesis doctoral homónima[1]
cuyo objetivo central fue analizar en el contexto del pensamiento filosófico
cubano, el papel desempeñado por José Agustín Caballero y Rodríguez
de la Barrera (1762-1835) y en
la cual me propuse demostrar que este pensador
constituye el iniciador de la reforma filosófica en Cuba, el
introductor de la modernidad y el precursor del iluminismo y sus
presupuestos de partida en el pensamiento filosófico cubano. Para
el logro de este objetivo resultó imprescindible rescatar su figura,
situarla en primera persona y otorgarle el papel que le corresponde por
derecho propio en la historia de nuestro pensamiento, por cuanto Caballero
ha sido, una de esas figuras que no recibió en vida grandes elogios y aún
después de muerto, no se le rindió ni se le rinde el tributo merecido.
Como bien refiriera Francisco González del Valle en su artículo póstumo
sobre Caballero[2],
sólo algunos de sus contemporáneos y discípulos reconocieron su talla
intelectual y moral, pero a pesar de todos los que, de una u otra forma
han rendido homenaje a este insigne cubano, el tributo merecido a su obra
sencilla, callada y, a la vez, profundamente revolucionaria en cuanto a
concepciones filosófico-educativas e ideario socio-cultural, espera por
nosotros como una deuda de honor impostergable. El
problema de los orígenes del pensamiento filosófico cubano constituye un
tema en nuestra historiografía
tradicional poco trabajado y en esencia, polémico. Partiendo de este
hecho, resultó riesgoso, a la vez que atractivo, asomarse al tema
propuesto. Si a ello se
suma el hecho incuestionable de que se incursiona en el significado de una
figura que ha sido reiteradamente omitida, menospreciada o subvalorada en
nuestros textos, se podrá explicar el por qué estas páginas intentan más
llamar la atención sobre el tema, que proponer valoraciones radicales
sobre el padre de nuestra filosofía. Durante
años, he leído innumerables textos que abordan la historia de las ideas,
la filosofía y la cultura cubanas y en todos ellos, diría que sin
excepción, he sentido cierto vacío sobre el período que comprende el último
cuarto del siglo XVIII, lo cual manifiesta una tendencia
- bastante generalizada - a
considerar que en el campo de la filosofía cubana, antes del siglo XIX no
hubo momentos ni figuras que marcaran el inicio de un pensamiento filosófico
propio y casi podría decirse
que resulta una constante, la alusión a la figura de Félix Varela, como
el primer filósofo cubano. Indiscutiblemente,
es Varela una figura descollante en el pensamiento cubano, fue un gigante
intelectual, en toda la extensión que implica el término. Sin embargo,
cuando se estudia a Varela, llama la atención las importantes y precisas
referencias que éste hiciera a la figura, obra y significado de la enseñanza
de su maestro de filosofía, José Agustín Caballero. De
modo similar, José de la Luz, cuyo filosofar de esencia polémica en las
inmediaciones del siglo XIX, asombra aún en nuestros días por su carácter
diáfano y su modernidad, reconoció en Caballero su padre espiritual. Salta
a la vista entonces, que algún velo ha opacado la imagen que se pudiera
tener hoy día del padre de nuestra filosofía, y he intentado incursionar
tras ese velo. No aspiro a grandes conclusiones ni a extremas o absolutas
valoraciones, pues sólo se trata de los primeros pasos en una investigación,
quizás imposible de acometer aisladamente, por la magnitud e importancia
del problema abordado. Es
sugestivo que la primera obra filosófica cubana - “Philosophia
Electiva”, escrita por Caballero en 1797 - compuesta con fines
docentes, e inconclusa, de acuerdo al proyecto expresado por su autor,
permaneciese guardada en su forma original, en distintos archivos
privados, y sólo viera la luz en su primera edición de 1944, gracias al
meritorio trabajo de quienes impulsaron las ediciones de la Biblioteca de
Autores Cubanos, dando publicidad a los clásicos de nuestra filosofía.
Casi ciento cincuenta años nos vimos los cubanos privados de poder
leer sus páginas y aquilatar su valor. Este
hecho lleva a la reflexión del por qué Caballero ha sido omitido o
subvalorado en más de una historia de la filosofía. Me inclino a creer
que ha sido Caballero víctima de una injusticia histórica, que en parte
se explica por tantos años de desconocimiento de su obra escrita. Caballero
fue ante todo el maestro de filosofía del Seminario de San Carlos,
desde 1785 hasta 1804. Aunque con posterioridad asumió la cátedra de
Teología, fue en la de Filosofía durante estos casi veinte años que
pudo sentar las bases de un nuevo método de pensar, que enseñó sobre
todo “verbalmente” a sus discípulos. Su labor diaria, paciente y
silenciosa en la cátedra de Filosofía, unida a su actividad educativa y
divulgadora como activo colaborador del “Papel Periódico de la Havana”
y como miembro de la Sociedad Patriótica, fue poco a poco moldeando
nuevas conciencias filosóficas, como la de nuestro Varela o nuestro Luz.
No fue un escritor prolífero, más bien fue un excelente orador. No dejó
múltiples escritos, y los que se deben a su pluma, muchos no han sido
encontrados, otros se han perdido como manuscritos, y los menos, han
llegado a nosotros. Puede
afirmarse que es Caballero un filósofo que ha padecido el desconocimiento
del público y del lector especializado. Ciertamente, se habla con mayor
fuerza del Caballero que fuera activo colaborador del “Papel Periódico
de la Havana” en la década de 1790, o el que ocupara un lugar destacado
en las sesiones de la Sociedad Patriótica. Mucho menos se conoce del
profesor de filosofía del Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Es totalmente explicable: Los
que le conocieron ya no existen y no pueden exaltar su figura y quienes le
sucedieron en el ámbito filosófico, desconocieron hasta mediados del
siglo XX
la existencia de su obra clásica, o si la conocieron, no tuvieron
acceso a ella. Es
esto quizás, lo que explica la omisión de Caballero en muchas de
nuestras páginas, pero no lo que la justifica. Nuestra historiografía
filosófica está en deuda con esta figura y reclama ampliar los estudios
sobre su quehacer y aunar esfuerzos en este objetivo. Existen
- aunque aisladamente - valoraciones más cercanas al importante
significado que tuvo este pensador para la filosofía cubana.
Y aquí es necesario mencionar la monografía de Roberto Agramonte
“José Agustín Caballero y los orígenes de la conciencia cubana”[3],
pero ya tiene casi medio
siglo de editada y, por otra parte es más una biografía que realza la
personalidad del presbítero, que una obra que intenta un análisis
objetivo del decursar de nuestro pensamiento filosófico. Esta obra de Agramonte, editada en 1952, constituye un
precedente casi excepcional en cuanto a valoración integral positiva de
la labor de José Agustín Caballero, en el ámbito no sólo filosófico,
sino en general, de la cultura cubana.
A Agramonte - y a
otros colaboradores suyos -
debemos la publicación por primera vez en Cuba de la obra de Caballero
“Philosophia Electiva”[4],
antecedida por un Estudio Preliminar, en el que el autor ofrece un análisis
sistemático y documentado de los factores que hicieron posible la
propuesta electiva del padre Agustín y lo que significó su pensamiento
en la importante etapa de finales del siglo XVIII para la cultura criolla
y los orígenes de la conciencia cubana.
Después de esta edición de 1944, Agramonte continuó
profundizando en el estudio de la figura y obra de Caballero y el
resultado sería la voluminosa y documentada biografía del presbítero
antes mencionada., en la cual se analizan las condicionantes histórico-sociales
que posibilitaron el surgimiento de un pensar autóctono, con matices
propios y problemática de una Isla que comenzaba a cuestionarse su propia
realidad y sus propios
caminos para alcanzar soluciones a intereses que se diferenciaban
sustancialmente de los de la metrópoli española. Si
bien es cierto que este estudio de Agramonte adolece de una visión idílica
y acrítica del presbítero, sus aciertos resultan mayores que sus
limitaciones, pues sus páginas llenaron un vacío casi total que existía
en relación con esta destacada figura del pensamiento cubano y
contribuyeron definitivamente a esbozar los antecedentes del pensamiento
de Caballero, dar a conocer y divulgar sus presupuestos histórico-sociales
y teóricos de partida, su actividad multifacética y su inserción en la
sociedad criolla finisecular del siglo XVIII. Existen
otros ejemplos en nuestra bibliografía, que hacen alusión al padre Agustín,
pero en medida alguna resultan loables.
No logran rescatar al Caballero orgánico e integral que
formó en sus aulas tantas conciencias dignas e ilustradas de nuestra
intelectualidad y que simultáneamente contribuyó por la vía de su
actividad patriótica y cultural al fortalecimiento de la conciencia
cubana en su fase de surgimiento. En
las postrimerías del siglo XVIII, mediante su actividad intelectual, el
padre Agustín contribuyó lenta, pero decisivamente a preparar sobre
bases sólidas los basamentos ideológicos de la patria y de la conciencia
cubana, tanto en sus escritos periodísticos, destinados a la divulgación
del pensamiento moderno y el ideario iluminista, como en sus vibrantes y
sabias intervenciones en las sesiones de la Sociedad Patriótica sobre las
necesidades que nos urgían como país, y en el reducido marco de su clase
de Artes, cuando dictaba sus lecciones de filosofía y proponía su opción
electiva. Caballero aboga por la reforma de la enseñanza ante la sociedad patriótica Respecto
a Caballero como reformador de la enseñanza en general y, la filosófica
en particular, merecen destacarse especialmente en el marco de su labor
iluminista, las ideas que plasmara en su conocido discurso
“Sobre la reforma de los estudios universitarios” pronunciado
ante la Sociedad Patriótica el 6 de octubre de 1795, es decir, dos años
antes de poner en práctica su curso de filosofía electiva en el
Seminario de San Carlos. En
concordancia con la propia lógica de su discurso, en primer lugar,
Caballero le otorga a la educación un rol de primer orden, por lo que la
cataloga como quizá la más ardua empresa, pero la más útil a nuestra
patria, consciente de la necesidad de preparar ideológicamente la nueva
generación que Cuba necesitaba en los albores del siglo XIX. En
segundo lugar, el padre Agustín denuncia
abiertamente la caducidad del sistema de la enseñanza pública de la época
y el estorbo que esto constituye para el desarrollo de las Artes y las
Ciencias, ubicándose perfectamente en el espíritu de la época ilustrada
europea y tratando de llevar la
Isla al nivel de los conocimientos más modernos y actualizados. En
tercer lugar, culpa decididamente al “sistema” de
enseñanza, del retardo y embarazo de las artes y las ciencias,
refiriendo la necesidad de ampliar las potestades de los maestros y la
libertad de elección de éstos sobre cómo instruir a la juventud y qué
conocimientos trasmitirles. En
cuarto lugar, su denuncia está dirigida,
particularmente en el caso de la filosofía, contra la Escolástica
y su actitud servil y acrítica hacia el aristotelismo-tomista, imperante
como método y espíritu de enseñanza, tanto en la metrópoli, como en
sus colonias. En
quinto lugar, Agustín clama por el conocimiento de la verdadera filosofía,
refiriéndose a la filosofía moderna que ha superado críticamente la
Escolástica, particularmente, la filosofía de Francis Bacon y Renato
Descartes con sus nuevas propuestas de método inductivo-experimental y
analítico-deductivo, respectivamente. En
sexto lugar, declara que mientras los estudios de la Universidad no se
reformen, no pueden reformarse los de las otras clases. Deben empezar
estas reformas por la Universidad – primera de las academias, ilustre,
regia y pontificia –a causa de la dependencia
que tienen de ellas las otras, en el orden, tiempo y materia de los
cursos. Es
por esta razón – expresará – que el cuerpo patriótico debe
solicitar al trono la necesidad de incluir la enseñanza de las matemáticas,
química y anatomía práctica, las cuales en ese momento no se enseñan
ni en una sola de la multitud de casas de enseñanza pública que hay en
La Habana. Se
infiere que para Caballero, la reforma propuesta requiere sustentarse
sobre una nueva relación Filosofía – Teología, relación por demás,
de total independencia de las ciencias y la filosofía en relación con la
religión y la teología. Lo
anteriormente apuntado, demuestra que
José Agustín Caballero, si bien por
su posición de presbítero y profesor del Seminario
no podía proclamar explícitamente en sus clases una ruptura entre
filosofía y teología, de hecho, en
sus documentos, discursos y artículos está planteando esta ruptura,
proponiendo una nueva alianza de la filosofía con el conocimiento científico-particular
a través de la filosofía electiva. Continuando
su labor reformadora, meses después, el 14 de septiembre de 1796, el
mismo Caballero elevará al trono español, en nombre de la Sociedad Patriótica
y por recomendación de ésta, la solicitud de abrir una cátedra de gramática
castellana en la Universidad de la Habana y en todos los colegios. Influencias en Caballero El
pensamiento de Caballero fue expresión de una época plagada de
acontecimientos histórico-sociales de carácter internacional, tales como
la revolución industrial inglesa; la independencia de sus trece colonias;
la revolución francesa y la revolución de Haití, entre otros. Por otra
parte, estuvo signado por las transformaciones estructurales en la Isla
hacia la década de 1790, que a raíz de la nueva política ilustrada de
España hacia sus dominios, posibilitaron que sus colonias ultramarinas
experimentaran un espíritu de renovación ideológica hacia la segunda
mitad del siglo XVIII, como expresión de las transformaciones económicas,
políticas y sociales acaecidas en la metrópoli española, a partir del
ascenso de los Borbones al trono, en especial, durante el gobierno de
Carlos III (1759 – 1788), quien promulgó medidas favorables que
brindaban una mayor flexibilidad a las relaciones económicas y
comerciales entre España y sus colonias, tales como la libertad de
comercio y la creación de nuevas instituciones económicas y
socio-culturales. Desde
el punto de vista filosófico, las influencias en el pensamiento de
Caballero son múltiples. El supo rescatar lo mejor del pensamiento
europeo e hispanoamericano de la época, para establecer una síntesis muy
propia, mediante la elección libre de aquéllas ideas que condujeran al
rompimiento de las barreras escolásticas, a través del reconocimiento
del valor de la razón, y la necesidad de admitir la importancia del
conocimiento científico-experimental. Respecto
a los presupuestos que en el orden teórico condicionan su pensamiento,
podríamos distinguir dos grandes influencias. En
primer lugar, el pensamiento moderno europeo, cuyos aciertos fueron
sintetizados magistralmente por el padre Agustín, cuando exclamaba a sus
discípulos el valor de la nueva filosofía proclamada por Galileo Galilei; Francis Bacon; Antonio
Gómez Pereira; Pierre Gassendi; Renato Descartes e Isaac Newton, entre
otros. Particularmente,
Caballero experimentó la influencia de Francois Jacquier, a través de su
obra fundamental “Instituciones de Filosofía”, muy conocida y
divulgada tanto en los Seminarios de la metrópoli, como en las colonias
de ultramar, así como la recibida del pensamiento anti-escolástico e
iluminista español y su actitud crítica, específicamente el
eclecticismo filosófico de Benito
Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676 – 1764), también conocido
como el “Bacon español”, el
cual tuvo una especial repercusión en Hispanoamérica y contribuyó
decisivamente a madurar la idea acerca de la necesidad de incorporar las
adquisiciones del pensamiento moderno europeo a la filosofía y la
urgencia de romper con el método y las concepciones imperantes de la
escolástica aristotélico-tomista. Ambas ideas, entre otras, sentarían
las bases del Iluminismo que se produciría como movimiento de espíritu
renovador en el campo de las ideas, en el continente hispanoamericano. En
segundo lugar, Caballero manifestó una especial adhesión a las ideas del
presbítero secular Juan Benito
Díaz de Gamarra y Dávalos (1745 – 1783), el cual constituye
una de las figuras más representativas
del llamado Reformismo Electivo en el pensamiento filosófico de la
América hispana, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Este sacerdote
mexicano, quien ejerció también como profesor de filosofía, fue autor
de la obra “Elementos de Filosofía Moderna”, la cual constituye un clásico
de la literatura filosófica de la época. Esta obra influiría
notablemente en el pensamiento hispanoamericano, contribuyendo por una
parte, a la divulgación del racionalismo cartesiano y, por otra, al acuñamiento
del término filosofía electiva, como expresión del nuevo espíritu
del filosofar, que invitaba a la libre elección. Si
se acepta el criterio según el cual, fue el siglo XIX, el siglo del
iluminismo, para el caso de Cuba, ha de ser sobre la base de aceptar que
fue durante el siglo XVIII, y especialmente en su última década, que en
la actividad intelectual y social de hombres como José Agustín Caballero
se manifestó un pensamiento de ruptura con los moldes de la Escolástica,
lo cual fue expresión de su postura iluminista y reformadora en la enseñanza
de la filosofía, así como en su propia concepción filosófica electiva. El
pensamiento iluminista en Cuba, hacia finales del siglo XVIII, en el ámbito
de los centros de enseñanza superior se manifestó con particular fuerza
en el Real Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cantera del
patriotismo cubano, cuna de nuestra nacionalidad, forjador de conciencias
dignas e ilustradas, taller de hombres íntegros y patriotas[5],
el cual, a pesar de haber sido fundado posteriormente a la Real y
Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, fue por muchos años
el centro principal del saber en Cuba, el más progresista e ilustrado,
tanto por la excelencia y novedad de sus enseñanzas, como por los
maestros y discípulos que en él descollaron. Esto fue posible, en gran
medida, gracias a la labor desplegada por el obispo Hechavarría y su
sello iluminista en la elaboración de los primeros Estatutos
y a la labor reformadora del padre Caballero a partir de su
proposición filosófica electiva, que contribuyó decisivamente a la
ruptura de esquemas metodológicos pedagógicos y determinó en alto grado
una nueva vertiente en la formación del pensamiento iluminista en Cuba. Hacia una revalorización del pensamiento filosófico de Caballero En
el esfuerzo de lograr una dimensión más real y menos crítica y dogmática
sobre la figura y obra de este pensador cubano se inserta este trabajo. No
pretende más que integrarse conjuntamente con otros - que se hayan
realizado o estén por realizarse - en un esfuerzo por rastrear las
verdaderas fuentes de nuestra filosofía, en la cual Caballero ocupa un
lugar de primer orden. En
mi tesis doctoral he demostrado el papel desempeñado por Caballero
como iniciador de la reforma filosófica en Cuba , lo cual
sencillamente significa destacarle el mérito que, a mi juicio, le
corresponde. Si por condicionantes epocales no pudo lograr todo cuanto se
propuso, al menos su espíritu reformador ha de ser no sólo mencionado,
sino también destacado. Los
elementos que denotan el papel desempeñado por el padre Agustín, como
iniciador de la reforma filosófica en Cuba, pueden sintetizarse de la
manera siguiente: Con evidente intención reformadora y a través de su
labor filosófico-pedagógica, Caballero incorporaba a fines del siglo
XVIII nuestra filosofía al pensamiento moderno, a la vez que inauguraba
como pionero sin precedentes en nuestro suelo, la posibilidad de “elección
filosófica”, renunciando definitivamente a aceptar el método escolástico
como el “único” y el “adecuado”
para comprender la realidad; otorgando a la educación un rol de
primer orden para la ilustración de las mentes y la transformación
de la realidad; denunciando abiertamente la caducidad del sistema de
enseñanza pública de la época y el estorbo que ello constituía
para el desarrollo de las Artes y las Ciencias; señalando la necesidad
de ampliar las potestades de los maestros y la libertad de elección de éstos
sobre cómo instruir a la juventud y qué conocimientos trasmitirles; introduciendo
en la pedagogía filosófica el conocimiento del pensamiento moderno
europeo experimentalista y racionalista con sus nuevas propuestas de método;
solicitando la inclusión de la cátedra de gramática castellana; reclamando, en fin, una reforma radical en el campo de la enseñanza,
que estuviese a la altura del Siglo de las Luces, de la Patria y la
juventud cubana. Fue
Caballero, como algunos ya han señalado, una figura de transición
y como tal hemos de verla. No sería justo pedirle a Caballero, lo
que no podía dar, por limitaciones propias de su época y formación.
Pero a pesar de estas limitaciones, supo colocar el pensamiento filosófico
cubano en la opción electiva que necesitaba. En tal sentido, su labor fue
exacta y oportunamente la que exigía su época. En
gran medida, el Seminario de San Carlos debió su esplendor intelectual de
la primera mitad del siglo XIX a su labor docente como profesor de Filosofía
y en mucho, gracias a ella, podemos enorgullecernos de contar en nuestro
legado filosófico con nombres como el de Félix Varela y José de la Luz
y Caballero. Caballero
no debe valorarse en los estrechos marcos de la Escolástica Criolla o
como un simple continuador de esta tendencia filosófica en nuestro suelo.
Fue mucho más que eso. Por su actitud filosófica electiva y su quehacer
integral y patriótico, tanto en las aulas del Seminario de San Carlos,
como en el marco del Papel Periódico y la Sociedad Patriótica de la
Habana, su pensamiento y acción cultural, que por demás contribuyó a la
divulgación de las ideas
modernas, ha de considerarse como el introductor de la modernidad y el
precursor de nuestro iluminismo. Sin
obviar las limitaciones que le impuso su propia época, este análisis
tiende a rescatar los valores de ese quehacer, en aras de situarlo en
primera persona, por lo que significó y aportó como iniciador de la
reforma filosófica en el pensamiento cubano, y no por ser simplemente el
profesor del Seminario de San Carlos, el maestro de Varela y muchos otros,
como tradicionalmente se le ha tratado. Se
aprecia una tendencia
bastante generalizada a asociar la actividad filosófica de Caballero con
el contenido de su obra filosófica clásica “Philosophia Electiva”,
lo cual limita sensiblemente la objetividad y cientificidad en el análisis. La
filosofía de Caballero no es reductible a su obra filosófica clásica,
que por demás, corresponde a una de las cuatro partes que a juicio de
Caballero integran la Filosofía (Lógica; Metafísica; Física y Ética).
Por tanto, debido a su carácter parcial e inconcluso, resulta riesgoso
extraer valoraciones concluyentes. Si
reflexionamos sobre Caballero, a partir del conjunto de sus artículos,
discursos e informes, descubriremos al Caballero integral,
portador de una concepción del mundo vinculada a las urgencias sociales
de su época, en correspondencia con su espíritu ilustrado reformista. Su
llamamiento a un trato humano
hacia los esclavos; su idea acerca de la conveniencia de dar gobierno
local a las Españas ultramarinas; su vehemente apología a la nueva física
de Newton, Descartes y Kepler, “portadora de un método que lejos de
adivinar los secretos de la naturaleza, anticipándose a ella, la
interroga por medio de la experiencia, y la estudia con observaciones
continuas y bien meditadas, con lo cual, cada nuevo descubrimiento tiene
una aplicación que redunda en provecho de la sociedad”[6]; sus propuestas de
reformas educativas ante la Sociedad Patriótica; su definición acerca de
que la Filosofía, que es amor a la sabiduría, no puede tener otra base
que la verdad, y ésta (verdad) es la que busca la Física, y el medio único
de encontrarla es ser amante de ella, y abrazarla como tal, de cualquier
parte que venga, sin preciarse de ser newtoniano o cartesiano[7],
son constancia viva de su postura ilustrada. Cierto
es que en su obra “Philosophia Electiva”, aún se advierte un cierto
apego formal a la Escolástica, pero el contenido de su actitud filosófica
electiva, de hecho rompe con ese esquema. Asimismo,
su espíritu resueltamente anti-escolástico, aparece además manifiesto
en numerosos escritos, de forma diáfana y directa. Sirvan de ejemplo
estos fragmentos: “Dominado
de inclinación a la filosofía, y más amante de la experiencia que del vulgar
escolasticismo (...) observo que el restablecimiento de la Física
Experimental es un objeto sobre el que ya debemos discurrir...”[8];
“...si examinamos sin preocupación el estado actual de los
conocimientos en Europa, es preciso convenir (...) que ha llegado la época
del buen gusto, en que se deben desterrar de la Filosofía las conjeturas
y las hipótesis, y de someter estas ciencias a las experiencias”[9].
“Yo advierto progresos (y cualquiera los advierte) en la música,
en la pintura, en la escritura, en la poesía. Pero ¿dónde están las
luces que se han debido introducir después que se desenterraron esas mal
decantadas tinieblas de Aristóteles? ¿Cuál es nuestra Química? ¿Cuál
nuestra Física Experimental? ¿Cuáles son nuestras Matemáticas? ¿Cuáles
son...? Quizá yo inquiera demasiado. Pero ¿se me querrá quitar el
anhelo de que se sepa lo que deseo?[10] Es
Caballero una figura de transición, que expresa una época
contradictoria, a través de un pensamiento contradictorio en esencia y,
por tanto, lleno de paradojas, sobre todo, a partir de su doble condición
de teólogo y filósofo. Como
filósofo, consciente de la necesidad de introducir los nuevos métodos
propuestos por la filosofía moderna europea, a partir de las vertientes
del experimentalismo baconiano y el racionalismo cartesiano, introdujo en
el pensamiento cubano el electivismo filosófico, como única posibilidad
en su momento histórico de romper los esquemas impuestos por el
pensamiento escolástico. Como
teólogo, debía mantener el respeto que su fe le indicaba, para lo cual
debió asumir una postura cautelosa ante el cambio, aunque propulsora de
éste. Sobre todo, intentó transformar el método de enseñanza de la
filosofía y trasmitir a sus discípulos el principio del electivismo como
premisa de toda búsqueda filosófica, lo cual resultó para la época, un
avance sin precedentes. Fue
esta actitud, asumida por Caballero no sólo desde el punto de vista filosófico,
sino en todos los planos de su quehacer, lo que le hizo merecedor del
afecto, respeto y agradecimiento imperecederos de sus discípulos y
contemporáneos. Muy
fuerte debió ser su personalidad como maestro de filosofía, así como
inteligente y locuaz oratoria hubo de tener, para dejar en sus alumnos y
colegas la huella imborrable que sólo suelen dejar aquellos seres humanos
que, teniendo profundo conocimiento, erudición y dotes excepcionales para
la pedagogía, unidos a una modestia sin par, son capaces de penetrar y
moldear la inteligencia de sus discípulos y formar una escuela de
pensamiento y de actitud ante la vida, en las nuevas generaciones. Al
parecer, éste fue el caso de Caballero. Y es lo que explica que a su
muerte, los discípulos más cercanos y sobresalientes, al lamentar la pérdida
irreparable de aquél, su maestro y padre espiritual, haciendo un llamado
a la conciencia del deber se plantearan como cuestión de honor, recuperar
y divulgar su obra, como muestra de honra a su memoria y de lealtad a la
patria. Es
por eso que Varela, en carta a Luz del 2 de junio de 1835, a propósito de
la muerte de Caballero, expresaba el siguiente reclamo: (...)
“Debió usted haber dicho que Caballero fue uno de los hombres de gran mérito,
con gran influencia y en constante ejercicio de ella, que han vivido 72 años
y han muerto sus enemigos. Aquí está, querido Luz, aquí está el gran
prodigio y el mayor elogio que pueda hacérsele al incomparable Caballero.
Debe agregarse que con un carácter semejante al de San Ambrosio, atacaba
sin reserva cuanto creía injusto, y tal era su dignidad, tal la idea que
todos formaban de su alma grande, que todos sus golpes, lejos de desviar,
atraían a los heridos. Jamás buscó la popularidad, antes procuró
ahuyentarla, mas ella le persiguió siempre y reclamándole como su
natural objeto. ¡Cuánto podría yo decir! “Vamos
a lo que ahora debemos hacer para que Caballero viva, no sólo en la
indeleble memoria de sus virtudes, sino en el saludable influjo de su
doctrina. Me vengaré con usted y no le escribiré ni una sola carta, si
se contenta con publicar una lista de los escritos de Caballero. Debe
hacerse una edición completa, sin dejar absolutamente nada, en la
inteligencia de que todo es oro”.[11] Igualmente
Luz, en su Elogio Fúnebre
“A la memoria del presbítero doctor Don José Agustín
Caballero”, señalaba: “Y
yo quisiera para honra nuestra y provecho de todos, más que para loor
suyo, que se publicasen sus obras inéditas y se reimprimiesen las ya
publicadas. Éste sería su mejor elogio como escritor, y el más útil
para la juventud”.[12]
Razones
muy poderosas debieron motivar estas valoraciones en sus dos discípulos más
destacados y radicales en el campo de la filosofía. Y es que ellos
percibieron de manera viva y en toda su magnitud, el significado de la
enseñanza de su maestro y el valor que adquirían sus doctrinas, como
precursoras de un nuevo espíritu en el filosofar y forjadoras de una
conciencia cubana en las postrimerías del siglo XVIII. Referencias
Bibliográficas
[1]
Buch Sánchez, Rita María - “José
Agustín Caballero, iniciador de la reforma filosófica en Cuba”
(Tesis Doctoral en Ciencias Filosóficas, defendida el 25 de junio de 1998
ante el Tribunal Permanente de la República de Cuba para el otorgamiento
del grado científico de Doctor en Ciencias Filosóficas). Obtuvo en 1999
Premio de la Academia de Ciencias de Cuba y Premio del Rector de la
Universidad de la Habana. Fue publicada por la Editorial Félix Varela. La
Habana, 2001. [2]
González del Valle, Francisco – “José Agustín
Caballero” (En: Caballero, José Agustín – “Philosophia
Electiva”. Editorial Universidad de la Habana, 1944.) [3]
Agramonte, Roberto – “José Agustín Caballero y los orígenes
de la conciencia cubana”. Biblioteca del Departamento de Intercambio
Cultural de la Universidad de la Habana, 1952. [4]
Caballero, José Agustín – “Philosophia Electiva”.
Editorial Universidad de la Habana, 1944 (Primera edición). [5]
Buch Sánchez, Rita María – “El Seminario de San Carlos
como taller de la nación cubana”. (En: “Pensar en Cuba”.
Debates Historiográficos. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1999). [6]
Caballero, José Agustín – “Discurso sobre la Física”
(En: Caballero, José A. – “Obras”. Escritos Varios. Biblioteca de
Autores Cubanos. Editorial de la Universidad de la Habana, 1956. Tomo
I, pág. 12 – 13.) [7]
Caballero, José Agustín – Ibid. Pág. 13. [8]
Caballero, José Agustín – “Pintura filosófica, histórica
y crítica de los progresos del espíritu”. (En: “Obras”.
Escritos Varios. Ed.
Cit. Tomo I, pág. 143). [9]
Caballero, José Agustín – Ibid. Pág. 144. [10]
Caballero, José Agustín – Ibid. Pág. 145 – 146. [11]
Varela, Félix – Carta a José de la Luz y Caballero, con motivo
del fallecimiento de su tío José Agustín. Nueva York, 2 de junio de
1835. (En: Revista Bimestre Cubana, La Habana, julio – diciembre de
1942.) [12]
Luz y Caballero, José de la – Artículo Necrológico referido
ala muerte de su tío, José Agustín Caballero. (Publicado en el
“Diario de la Habana”, el 20 de abril de 1835.) |
por
Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas.
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía,
de la Universidad de la Habana, Cuba
Ver, además:
Dra. Cs. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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