Empirismo
y subjetivismo: Locke y sus seguidores |
Para
comprender la esencia del idealismo subjetivo, expuesto por vez primera en
la filosofía occidental en su forma clásica, por el obispo George
Berkeley, en su Tratado de los
principios del conocimiento humano[1],
editado por vez primera vez en 1710, se hace imprescindible indagar
profundamente en la corriente del empirismo moderno, iniciado con Francis
Bacon y sistematizado por Thomas Hobbes. Como
continuadores inmediatos de esta corriente, nos encontramos en la historia
de la filosofía euroocidental a tres pensadores que, dentro del empirismo
moderno, conformarían una vertiente peculiar, conocida como “empirismo
crítico inglés”: Ellos son: John Locke (1632-1704); George
Berkeley (1685-1753) y David Hume (1711-1776). En su
trayectoria teórica se apreciará con particular nitidez, cómo el
empirismo moderno, que desde sus inicios había asumido con Francis
Bacon y Thomas Hobbes la posición inequívoca del materialismo
filosófico, a partir de Locke, mostrará una serie de inconsecuencias que
conducirán a Berkeley y a Hume por los cauces del idealismo subjetivo, el
agnosticismo y el escepticismo. En
el presente ensayo se abordará la trayectoria de ese “empirismo crítico”
y se analizarán las condiciones que posibilitaron que el mismo condujera
a la filosofía a “un callejón sin salida”. Para este análisis,
resulta de extraordinario valor y actualidad, la valoración que hiciera
Lenin, en su obra Materialismo y
Empiriocriticismo, en la cual se devela con particular nitidez, la
esencia de esta corriente y se proporcionan los principios metodológicos
esenciales para su valoración crítica. Esta
obra fue escrita a comienzos del siglo XX, cuando en Europa se producía
un resurgimiento de las concepciones idealistas subjetivas, que intentaban
demostrar la imposibilidad de conocer la realidad objetiva, y afirmaban
que el concepto de “materia” había quedado “anticuado”. Es por
ello que esta obra de Lenin, entre sus muchas virtudes, posee las de
mostrar, por una parte, que la filosofía idealista subjetiva de
principios del siglo XX, no era más que el resurgimiento de las
concepciones de los “clásicos” del idealismo subjetivo de los siglos
XVII-XVIII (Berkeley y Hume) y, por otra, porque en esta obra, Lenin
ofrece entre muchas otras, dos importantes y esenciales definiciones filosóficas:
la definición de sensación como imagen
subjetiva del mundo objetivo, y
la definición de materia, como categoría
filosófica para designar la realidad objetiva, dada al hombre en sus
sensaciones, calcada, fotografiada y reflejada por nuestras sensaciones y
existente independientemente de ellas”.[2] Cuando
en 1690 salió a la luz pública en su primera edición, el Ensayo sobre el entendimiento humano, de John Locke, había
transcurrido ya más de medio siglo desde la primera edición del Discurso
del Método (1637) y de las Meditaciones
Metafísicas (1641) de Renato Descartes, las cuales habían
elevado el racionalismo al rango de filosofía verdaderamente
revolucionaria, por cuanto en la lucha contra la Escolástica, había sido
la única capaz de someterlo todo a la duda metódica racional, a partir
de un método de conocimiento universalmente válido para la filosofía y
las ciencias, de carácter analítico-deductivo, semejante al utilizado
por los geómetras. Descartes
era reconocido (y a la vez, cuestionado y anatematizado por los defensores
de la Escolástica) como el padre del racionalismo y el pionero de la
modernidad. El triunfo del racionalismo sobre el empirismo se hacía
rotundo y los grandes sistemas metafísico-especulativos, a la manera del
cartesiano, eran recibidos en el mundo filosófico como majestuosas
representaciones teatrales incuestionables, semejantes a los “ídolos
del teatro” que señalara Francis Bacon, iniciador del empirismo
moderno, quien aún en nuestros días es definido por muchos historiadores
de la filosofía, como “el último filósofo del Renacimiento”,
definición totalmente superficial, por
cuanto obvia todo lo que este filósofo aportó y significó en la lucha
contra la Escolástica y en pro del predominio de la observación y de la
experimentación. Pero
la aparición del “Ensayo…” de Locke,
con sus cuatro voluminosos libros que lo conforman, contribuiría
definitivamente a tornar la mirada de los filósofos con gran atención al
empirismo como corriente filosófica de gran importancia y significación,
y si a ello agregamos que, por definición, la filosofía lockeana
expuesta en este tratado, partía de supuestos eminentemente sensualistas
y materialistas; negaba en principio la existencia de ideas innatas que
había afirmado Descartes; sostenía la tesis de que el entendimiento
humano era al nacer el hombre como una “tabula rasa” y señalaba como
único objeto del conocimiento a la naturaleza, como conjunto de fenómenos
y objetos materiales que permanecen en constante movimiento y que son
cognoscibles por el entendimiento humano a partir de la “experiencia”,
y todo lo que traspasa los marcos de la misma, resulta en esencia
incognoscible, no cabe la menor duda del significado de este filósofo y
de sus aportes al materialismo, en el contexto de un siglo XVII en el
parecía que en el ámbito de la filosofía sólo tendría cabida la metafísica
especulativa y el idealismo filosófico. Locke
fue el gran crítico de la metafísica tradicional, lo que señaló desde
la propia Introducción de su Ensayo,
cuando expresara: “Si
por esta investigación acerca de la naturaleza del entendimiento logro
descubrir sus potencias; hasta dónde alcanzan; respecto a qué cosas están
en algún grado en proporción, y dónde nos traicionan, presumo que será
útil para que prevalezca en la ocupada mente de los hombres la
conveniencia de ser más cauta en meterse con cosas que sobrepasan su
comprensión, de detenerse cuando ha llegado al extremo límite de su
atadura y asentarse en reposada ignorancia de aquellas cosas que,
examinadas, se revelan como estando más allá del alcance de nuestra
capacidad.
Quizá, entonces, no seamos tan
osados, presumiendo de un conocimiento universal, como para suscitar
cuestiones y para sumirnos y sumir a otros en perplejidades acerca de
cosas para las cuales nuestro entendimiento no está adecuado, y de las
cuales no podemos tener en nuestras mentes ninguna percepción clara o
distinta, o de las que (como quizá acontece con demasiada frecuencia)
carecemos completamente de noción. Si logramos averiguar hasta qué punto
puede llegar la mirada del entendimiento; hasta qué punto tiene
facultades para alcanzar la certeza, y en qué casos sólo puede juzgar y
adivinar, quizá aprendamos a conformarnos con lo que nos es asequible en
nuestro presente estado”.[3] Así
anunciaba Locke, lo que muchos años después Kant denominaría como las
“antinomias de la razón pura”, es decir, las contradicciones
insolubles que se generaban cuando nuestra razón intentaba afirmar
verdades metafísicas, sobre aquello
que traspasaba los límites de la experiencia, es decir, cuando el
entendimiento intentaba definir verdades en torno al alma humana, a Dios y
al universo, todos ellos incognoscibles por la vía de la experiencia. La
crítica demoledora a la metafísica quedaba expuesta en las primeras páginas
del “Ensayo”, y Locke abría,
dentro de la corriente general del empirismo moderno, la vertiente del
“empirismo crítico” que intentaba como objetivo fundamental
establecer el origen, valor, posibilidades y límites del conocimiento
humano, respondiendo a todo ello, con el término: la experiencia.
En el marco de esta vertiente, sus continuadores, George Berkeley y
David Hume completarían una trilogía, que en la historia del
empirismo constituyen un conjunto, en el que se devela, a partir de su
propia lógica interna de desarrollo, cómo las inconsecuencias del
empirismo sensualista-materialista de Locke, por su propia unilateralidad
ante el problema del conocimiento, incidiría en el surgimiento ulterior
del idealismo subjetivo, el escepticismo y el agnosticismo, por parte de
sus continuadores. Veamos
cómo define Locke el entendimiento: “Puesto
que el entendimiento es lo que sitúa al hombre por encima del resto de
los seres sensibles y le concede todas las ventajas y potestad que tiene
sobre ellos, es ciertamente un asunto, hasta por su dignidad, que amerita
el trabajo de ser investigado.
El entendimiento, como el ojo, en
tanto nos permite ver y percibir todas las demás cosas, no se advierte a
sí mismo, y precisa arte y esfuerzo para ponerlo a distancia y
convertirlo en su propio objeto. Pero
sean cuales fueren las dificultades que ofrezca esta investigación; sea
cual fuere lo que nos tiene tan en la oscuridad a nosotros mismos, estoy
cierto que toda la luz que podamos derramar sobre nuestras propias mentes,
todo el trato que podamos establecer con nuestro propio entendimiento, no
sólo será muy agradable, sino que nos acarreará grandes ventajas para
el gobierno de nuestro pensamiento en la búsqueda de las demás cosas”.[4] He
aquí otro aspecto en el que Locke se anticipa a Kant. Si aquél decidiría
tomar como objeto de estudio a la “Razón Pura”, aislándola para
conocer su utilidad y funciones, Locke
asume por primera vez la intención expresa de colocar el entendimiento
humano a distancia y convertirlo en objeto de su propia investigación. De
tal modo, por cuanto para Locke conocer significa pensar, y pensar
significa tener ideas, una de sus primeras preocupaciones estará
orientada a definir “lo que
mienta la palabra idea”, a lo cual Locke responderá: “Siendo
este término el que, según creo, sirve mejor para mentar lo que es el
objeto del entendimiento cuando un hombre piensa, lo he empleado para
expresar lo que se entiende por fantasma, noción, especie o aquello que sea en que se ocupa la mente cuando piensa; y no
pude evitar el uso frecuente de dicho término(…)
Nuestra primera investigación será,
pues, preguntar cómo entran las ideas en la mente.”[5] A
partir de esta definición de principio, Locke dedicará el Primer libro
del “Ensayo” a negar la existencia de ideas innatas cartesianas y ya
en el Segundo, va a establecer una suerte de “inventario” de todos los
tipos de ideas con que tiene que habérselas nuestro entendimiento, y demostrará que todas ellas se derivan de la experiencia, ya
sea de la experiencia “externa”, que origina las ideas de sensación
(referidas algunas a cualidades primarias u objetivas, y otras, a
cualidades secundarias o subjetivas), o de la experiencia “interna”,
que origina las ideas de reflexión. Todas estas ideas provenientes de la sensación
o de la reflexión, son
“simples” y constituyen para Locke el “material” primario y único
de todo nuestro conocimiento. El entendimiento no puede generar o producir
ni una sola de estas ideas; simplemente las recibe, y en la recepción de
estas ideas, la mente humana, que es al nacer el hombre como una “tabula
rasa”, se comporta de manera pasiva. “Pero
aunque es cierto que la mente es completamente pasiva en la recepción de
todas sus ideas simples, también es cierto que ejerce varios actos
propios por los cuales forma otras ideas, compuestas de sus ideas simples,
las cuales son como los materiales y fundamento de todas las demás. Los
actos de la mente por los cuales ejerce su poder sobre sus ideas simples
son principalmente estos tres: 1ro.) Combinando en una idea compuesta
varias ideas simples; es así como se hacen todas las ideas complejas.
2do.) El segundo consiste en juntar dos ideas, ya sean simples o
complejas, para ponerlas una cerca de la otra, de tal manera que pueda
verlas a la vez sin combinarlas en una; es así como la mente obtiene
todas sus ideas de relaciones. 3ro.) El tercero consiste en
separarlas de todas las demás ideas que las acompañan en su existencia
real; esta operación se llama abstracción, y es así como la
mente hace todas sus ideas generales. Todo esto muestra cuál es el
poder del hombre y que su modo de operar es más o menos el mismo en los
mundos material e intelectual. Porque en ambos casos, los materiales de
que dispone son tales, que el hombre no tiene poder sobre ellos, ni para
fabricarlos, ni para destruirlos; cuanto puede hacer el hombre, es, o bien
unirlos, o bien juntarlos, o bien separarlos completamente.”[6] De
este modo, para Locke, la mente tiene la facultad de relacionar y unir sus
ideas simples, y por tanto, tiene un gran poder en variar y en multiplicar
los objetos de sus pensamientos, infinitamente más allá de lo que le
proporcionan la sensación y la reflexión.
Pero todo esto no se sale de las ideas simples que la mente recibe de esas
dos fuentes, ideas que son en definitiva, los materiales de todas las
combinaciones que haga, por cuanto las ideas simples provienen todas de
las cosas mismas, y de esa clase de ideas, la mente no puede tener ni
más ni otras que las que le son sugeridas. No puede tener otras ideas
de las cualidades sensibles fuera de las que le llegan del exterior por
los sentidos, ni ninguna otra idea de distintas especies de
operaciones de una substancia pensante, que no sean las que encuentra en sí
misma. Obsérvese
cómo hasta aquí, Locke, siguiendo la lógica de su discurso, se adhiere
plenamente a sus presupuestos teóricos de partida, de carácter
sensualista-materialista. Posteriormente
pasará a realizar un inventario de los tipos de ideas complejas que el
entendimiento produce, a las que define como “partos o engendros” del
entendimiento humano. Concluye este acápite, distribuyendo estas ideas en
tres grandes grupos: 1) Modos, 2) Substancias y 3) Relaciones. Merece
especial atención el segundo grupo de ideas complejas mencionado por
Locke: las ideas complejas de substancias, pues aquí el pensador,
quedará atrapado por su concepción nominalista acerca de los conceptos
generales y en contradicción con sus postulados de partida
sensualista-materialistas, entrará en una serie de inconsecuencias en su
sistema, que abrirán una brecha a futuras concepciones idealistas
subjetivas en sus seguidores: Berkeley y Hume. Locke
define las ideas de substancias como
“aquellas combinaciones de ideas
simples que se supone representan distintas cosas particulares que
subsisten por sí mismas, en las cuales, la supuesta o confusa idea de
substancia, tal como es, aparece siempre como la primera y principal.”[7] A
continuación, menciona dos tipos de ideas de substancias: 1) las ideas de
substancias singulares (ej. hombre, oveja, etc.) y 2) las ideas de substancias colectivas (por ejemplo, un ejército de hombres o un rebaño de
ovejas). En
el capítulo XXIII del Libro Segundo de su Ensayo, Locke trata un problema
crucial para el empirismo, y
es el de “nuestra idea acerca de la substancia en general”, en el que
el autor, a pesar de que intenta ser fiel a sus presupuestos teórico-filosóficos
materialistas de principio, se verá atrapado en las redes de sus
concepciones nominalistas, herederas de las de Thomas Hobbes. En
el Libro Tercero del Ensayo, Locke abordará el tema sobre las palabras e
intentará demostrar que el hombre tiene disposición para formar sonidos
articulados y para hacer que esos sonidos sean signos de ideas. Por tanto,
las palabras generales se derivan en última instancia, de otras palabras
que significan ideas sensibles. Por otra parte, las palabras son signos
sensibles, necesarios para la comunicación entre los hombres y su
significación resulta arbitraria. De ahí
se infiere que,
por cuanto la mayor parte de los términos son generales, es imposible que
cada cosa particular tenga un nombre. Los hombres nunca han intentado dar
nombres a cada oveja de sus rebaños o a cada cuervo que vuela sobre sus
cabezas, dirá Locke, y mucho menos llamar a cada hoja de las plantas, a
cada grano de arena que vieran, por un nombre peculiar. Por otra parte, si
ello fuera posible, sería inútil, porque no serviría al fin del
lenguaje. De
aquí se infiere que, para Locke, las cosas que tienen nombres propios
son: las personas, los países, las ciudades, los ríos, las montañas y
otras parecidas distinciones de lugares, y eso por la misma razón, puesto
que se trata de cosas que los hombres tienen frecuente ocasión de señalar
con particularidad, y como quien dice, de presentar ante otros hombres. Locke
entonces se preguntará: Porque,
puesto que todas las cosas que existen sólo son particulares ¿cómo es
que nos hacemos de términos generales, o dónde es que encontramos esas
naturalezas generales que se supone están significadas por esos términos?
Las palabras se convierten en generales al hacerse de ellas signos de
ideas generales, y las ideas se convierten en generales cuando se les
suprimen las circunstancias de tiempo y de lugar y cualesquiera otras
ideas que puedan determinarlas a tal o cual existencia particular. Por
esta manera de abstracción se habilita a las ideas para representar a más
de un solo individuo; cada uno de los cuales, puesto que encierra
conformidad con la idea abstracta, es, según se dice, de esa clase”.[8] Ya
en el Libro Cuarto y último del Ensayo, dedicado al conocimiento, Locke asume la posición del deísmo, cuando aborda el problema de
nuestro conocimiento sobre la existencia de Dios como substancia
espiritual, y argumenta entre las pruebas que corroboran su existencia, la
idea que tenemos en nuestra mente sobre el Ser eterno, el más sapiente y
el más perfecto de todo cuanto existe. Pero
respecto a la substancia material, veamos qué expone Locke. Al referirse
a nuestras ideas complejas de
substancias, se cuestionará ¿cómo
se forman las ideas acerca de las substancias? a lo que responderá de
la manera siguiente: “La
mente estando abastecida, como ya he declarado, de una gran número de
ideas simples que le llegan por vía de nuestros sentidos, según se
encuentran en las cosas exteriores, o por vía de la reflexión sobre sus
propias operaciones, advierte, además, que un cierto número de esas
ideas, simples siempre van juntas; y que presumiéndose que pertenecen a
una sola cosa, se les designa, así unidas, por un solo nombre, ya que las
palabras se acomodan a la aprehensión
común, y su utilidad consiste en expeditar la expresión de las ideas. De
allí viene que, por inadvertencia, propendemos a hablar y a considerar lo
que en realidad constituye una complicación de ideas juntas, como si se
tratase de una idea simple. Porque, como ya he dicho, al no imaginarnos de
qué manera puedan subsistir por sí mismas esas ideas simples, nos
acostumbramos a suponer algún substratum donde subsistan y de donde
resultan; el cual, por lo tanto, llamamos substancia”.[9] Finalmente,
Locke concluye, al referirse a nuestra
idea de la substancia en general: “De
manera que si alguien se propone examinarse a sí mismo respecto a su noción
de la pura substancia en general verá que no tiene acerca de ella ninguna
otra idea, sino una mera suposición de no sabe qué soporte de
aquellas cualidades que sean capaces de producir ideas simples en nosotros;
cualidades que comúnmente se llaman accidentes (…) La idea, pues,
que tenemos, y a la cual damos el nombre general de substancia, como no es
nada sino el supuesto, pero desconocido, soporte de aquellas cualidades
que encontramos existentes, y de las cuales imaginamos que no pueden
subsistir, (…) sin alguna cosa que las sostenga, llamamos a ese soporte
substancia , la cual, de acuerdo con el verdadero sentido de la palabra,
significa en idioma llano lo que está debajo, o lo que soporta”.[10] Así
Locke, traicionando sus presupuestos de partida materialistas, cae en una
de las inconsecuencias mayores de su sistema, que darán paso a las
posiciones del idealismo subjetivo en sus seguidores Berkeley y Hume, al
declarar finalmente su agnosticismo sobre la substancia, por cuanto para
él, la idea que tenemos de la substancia material (entiéndase materia),
representa aquel “supuesto, pero desconocido sostén de las cualidades
de los objetos…”, el cual es, en esencia, incognoscible, por cuanto su
conocimiento traspasa los límites de la experiencia. El Locke que había
comenzado su Ensayo como un crítico implacable del innatismo y de la
metafísica tradicional, llega así a una concepción metafísica de la
substancia, al declarar su agnosticismo ante la misma. El
obispo George Berkeley, continuador del empirismo crítico
de Locke, en su obra Tratado de los
Principios del Conocimiento Humano (1710), parte de los siguientes
presupuestos: 1) Las “ideas” son los objetos
del conocimiento humano. Sobre esto, expresará: “Es
evidente para quienquiera que haga un examen de los objetos del
conocimiento humano que éstos son: o ideas impresas realmente en los
sentidos, o bien percibidas mediante atención a las pasiones; o
finalmente, ideas formadas con ayuda de la imaginación y de la memoria,
por composición y división o, simplemente, mediante la representación
de las ideas percibidas originariamente en las formas antes
mencionadas”. “La
vista me da idea de la luz, del color en sus diferentes grados,
variaciones y matices. Mediante el tacto percibo, por ejemplo, lo blanco y
lo duro, el calor y el frío, el movimiento y la resistencia, y de todo
esto el más y el menos, bien como cantidad o como grado. El olfato me
depara olores; el paladar, sabores; y el oído lleva a la mente los
sonidos con sus variados tonos y combinaciones”. “Y
cuando se ha observado que varias de estas ideas se presentan simultáneamente,
se viene a significar su conjunto con un nombre y ese conjunto se
considera como una cosa. Así, por ejemplo, observamos que van en
compañía un color, gusto y olor determinados junto con cierta
consistencia y figura: todo ello lo consideramos como una cosa distinta:
significada por el nombre de manzana.” [11] Como
se puede apreciar, para Berkeley, los objetos del conocimiento humano no
existen independientemente de nuestra conciencia, sino que son
“colecciones de ideas”, las cuales cuando se ha observado que se
presentan juntas, se les da un nombre y se les considera como una cosa. 2) Además de las
“ideas”, existe la Mente,
el espíritu, el alma. Al respecto, Berkeley señala: “Además
de esta innumerable variedad de ideas u objetos del conocimiento, existe
igualmente algo que las conoce o percibe y ejecuta diversas operaciones
sobre ellas, como son el querer, el imaginar, el recordar, etc. Este ser
activo que percibe es lo que llamamos mente, alma, espíritu, yo (…) la
existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida (…)
Pues, ¿qué son los objetos mencionados sino las cosas que nosotros
percibimos por nuestros sentidos, y qué otra cosa percibimos aparte de
nuestras propias ideas o sensaciones?”.[12] Berkeley
define aquí su posición idealista subjetiva, al firmar que “existir
significa ser percibido”, es decir, lo que entendemos por objetos de
nuestro conocimiento, no son más que colecciones de ideas, que
es todo cuanto existe, además de nuestra mente, espíritu o alma que las
percibe. 3) Más adelante, señala
que la causa de este prevaleciente error es la siguiente: “Examinando
a fondo esta opinión que combatimos, tal vez hallaremos que su origen es
en definitiva la doctrina de las ideas abstractas. Pues, ¿puede haber más flagrante abuso de la abstracción
que el distinguir entre la existencia de los objetos sensibles y el que
sean percibidos, concibiéndolos existentes sin ser percibidos? (…);
todos los cuerpos que componen la maravillosa estructura del universo, sólo
tienen sustancia en una mente; su ser (esse) consiste en que sean
percibidos o conocidos(…)”[13] 4) Este planteamiento da pie
a Berkeley para arremeter contra lo que él denomina la noción filosófica de sustancia corpórea (entiéndase la
materia). Sobre este aspecto, plantea: “Se
dirá que la consecuencia de todo esto es la negación de toda sustancia
corpórea. A
lo que respondo que, si la palabra sustancia se toma en el sentido vulgar,
esto es, como una combinación o reunión de cualidades sensibles, extensión,
figura, volumen, peso, etc., en ninguna manera se puede decir que hayamos
negado su existencia. Pero
tomada la palabra sustancia en sentido filosófico, como sustentáculo
de accidentes, o cualidades que existan fuera de la mente, es
indudable que la negamos, si es que se puede negar aquello que jamás ha
existido, ni aún en la imaginación”.[14] Como
bien expresa Lenin al respecto, Berkeley,
negando la existencia absoluta
de los objetos, o sea, la existencia de las cosas fuera del conocimiento
humano, expone llanamente las concepciones de sus adversarios
de manera que se comprenda que admiten la “cosa en sí”. “Las
dos líneas fundamentales de las concepciones filosóficas quedan aquí
consignadas con la rectitud, la claridad y la precisión que distinguen a
los filósofos clásicos de los modernos inventores de “nuevos”
sistemas. Materialismo es reconocer la existencia de los “objetos en sí”
o fuera de la mente; las ideas y las sensaciones son copias o reflejos de
estos objetos. La doctrina opuesta (el idealismo) afirma que los objetos
no existen “fuera de la mente”; los objetos son “combinaciones de
sensaciones”[15](…)”¡Berkeley
no niega la existencia de las cosas reales! ¡Berkeley no rompe con la
opinión de la humanidad entera! Berkeley niega “sólo” la doctrina de
los filósofos, es decir, la teoría del conocimiento que afinca seria y
resueltamente todos sus razonamientos en el reconocimiento del mundo
exterior y de su reflejo en la conciencia de los hombres. Berkeley no
niega las Ciencias Naturales, que se basaron siempre y siguen basándose
(la mayor parte de las veces inconscientemente) en esta teoría, es decir,
en la teoría materialista del conocimiento.”[16] Lenin
agrega en su análisis, cómo Berkeley, al negarse a reconocer la
existencia de las cosas fuera de la conciencia, procura encontrar un
criterio para distinguir lo real y lo ficticio. Para ello, el obispo señala
en su obra, que las “ideas” que la mente humana induce a su antojo
“son pálidas, débiles e inestables en comparación con las que
percibimos por los sentidos. Estas últimas ideas, que concebimos según
ciertas reglas o leyes de la naturaleza, hablan por sí mismas de una
mente más poderosa y sabia que la humana. De estas ideas se dice que
tienen una realidad mayor que
las primeras; esto significa que son más claras, más ordenadas y más
precisas y que no son ficciones de la mente que las percibe”(…) En
otro lugar Berkeley trata de ligar la noción de lo real con la percepción
de sensaciones idénticas por numerosas personas a la vez. Por ejemplo, cómo
decidir esta cuestión: ¿puede haber sido real una transformación de
agua en vino que, pongamos en caso, nos relatan?. Y él mismo responde: - “Si
todos los que estuvieron sentados a la mesa hubiesen visto el vino y
percibido su olor, si lo hubiesen bebido y saboreado y si hubiesen
experimentado sus efectos, la realidad de ese vino estaría para mí fuera
de toda duda”. Más
adelante, Lenin señala con acierto la cuestión del tránsito en Berkeley
del idealismo subjetivo al idealismo objetivo, cuando expresa: “De
aquí se infiere que el idealismo subjetivo de Berkeley no debe
comprenderse como si eludiera la diferencia existente entre la percepción
individual y la colectiva. Por el contrario, sobre esta diferencia intenta
levantar el criterio de la realidad. Derivando las “ideas” de la acción
de la divinidad sobre la mente humana, Berkeley llega así al idealismo
objetivo: el mundo no es lo que yo me imagino, sino el resultado de una
causa espiritual suprema, que crea tanto “las leyes de la naturaleza”
como las leyes que diferencian las ideas “más reales” de las menos
reales, etc.”[17] Continuador
de las posiciones idealistas subjetivas de Berkeley, nos encontramos con
David Hume, también analizado y valorado por Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo. En
su obra Investigaciones sobre el
entendimiento humano, Hume afirma: “Parece evidente que los hombres son
propensos, por instinto o predisposición natural, a fiarse de sus
sentidos y que, sin el menor razonamiento, o incluso antes de recurrir al
razonamiento, siempre suponemos la existencia de un mundo exterior, que no
depende de nuestra percepción y que existiría
aun cuando desapareciésemos o fuésemos destruidos nosotros y
todos los otros seres capaces de sentir (...) Pero esta opinión universal
y primaria de todos los hombres es prontamente rebatida por la más
superficial filosofía, que nos enseña que a nuestra mente no puede ser
nunca accesible nada más que la imagen o la percepción y que los
sentidos son tan sólo canales por los que estas imágenes son
transportadas, no siendo capaces de establecer ninguna relación directa
entre la mente y el objeto (...) La hipótesis de la existencia de
semejante correlación está privada de todo fundamento lógico (...) Nuestras
percepciones son nuestros únicos objetos(...)”[18] En
su obra Tratado sobre la naturaleza
humana, al hablar sobre el origen de nuestras ideas, Hume expresa: “Todas
las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos
que yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellos consiste en
los grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu
y se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones
que penetran con más fuerza y violencia llamamos impresiones, y
comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y
emociones, tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas
entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y
razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas
por el presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista
y tacto y exceptuando el placer o dolor inmediato que pueden ocasionar
“(…) “Existe
otra división de nuestras percepciones que será conveniente observar y
que se extiende a la vez sobre impresiones e ideas. Esta división es en
simples y complejas. Percepciones o impresiones e ideas simples son las
que no admiten distinción ni separación. Las complejas son lo contrario
que éstas y pueden ser divididas en partes. Aunque un color, sabor y olor
particular son cualidades unidas todas en una manzana, es fácil percibir
que no son lo mismo, sino que son al menos distinguibles las unas de las
otras “(…)[19] Como
afirma Lenin y puede apreciarse en los fragmentos citados, para Hume la
mente jamás tiene delante nada que no sean las percepciones y en modo
alguno está en condiciones de realizar experiencias, cualesquiera que
sean, referentes a la correlación entre las percepciones y los objetos.
Por lo tanto, la hipótesis de la existencia de semejante correlación está
privada de todo fundamento lógico. Recurrir a la veracidad del Ser
Supremo para demostrar la veracidad de nuestros sentidos es eludir la
cuestión de un modo completamente imprevisto…Si ponemos en duda la
existencia del mundo exterior, difícilmente podremos encontrar argumentos
para probar la existencia de tal Ser. A
continuación, Hume pasa a exponer el carácter psicologista-
asociacionista de su empirismo, a partir del siguiente argumento: “Como
todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación y pueden
ser unidas de nuevo en la forma que a ésta agrade, nada sería más
explicable que las operaciones de esta facultad si no estuviese guiada por
algunos principios universales que la hacen en alguna medida uniforme en
todos los tiempos y lugares. Si las ideas existiesen enteramente
desligadas e inconexas sólo el azar las uniría, y será, imposible que
las mismas ideas se unan regularmente en ideas complejas (como lo hacen
corrientemente) sin que exista algún lazo de unión entre ellas, alguna
cualidad que las asocie y por la que naturalmente una idea despierte a la
otra (…) Las cualidades de que surge esta asociación y por las cuales
de este modo es llevado el espíritu de una idea a otra son tres, a saber:
semejanza, contigüidad en tiempo y espacio y causa y efecto (…)” “Entre
los efectos de esta unión o asociación de ideas no existe ninguno tan
notable como las ideas complejas, que son los objetos comunes de nuestros
pensamientos y razonamientos, y que surgen generalmente de algún
principio de unión entre nuestras ideas simples. Estas ideas complejas
pueden dividirse en relaciones, modos y substancias (…)”[20] Ya
en la Sección VI, refiriéndose a los modos y substancias, Hume nuevamente retorna a la definición de Locke sobre la
substancia material y plantea: “Preguntaría
gustoso a los filósofos que fundan muchos de sus razonamientos sobre la
distinción de substancia y accidente e imaginan que tenemos ideas claras
de ello, si la idea de substancia se deriva de las impresiones de sensación
o reflexión (…) La
idea de una substancia, lo mismo que la de un modo, no es más que una
colección de ideas simples que están unidas por la imaginación y poseen
un nombre particular asignado a ellas, por el que somos capaces de
recordar para nosotros mismos
o los otros esta colección; pero la diferencia entre estas ideas consiste
en que las cualidades particulares que forman una substancia se refieren
corrientemente a un algo desconocido, al que se supone son inherentes, o,
concediendo que esta ficción no tiene lugar, se supone al menos que se
hallan enlazadas estrecha e inseparablemente por las relaciones de contigüidad
y causalidad”. Ya
en la Parte Segunda de su
obra, en la Sección VI, Hume aborda el tema acerca de las ideas de
existencia y de existencia externa.
Sobre esto, expresará: “(…)
La idea de la existencia, pues, es lo mismo que la idea que concebimos
siendo existente. El reflexionar sobre algo simplemente y el reflexionar
sobre algo como existente no son cosas diferentes. Esta idea, cuando va
unida con la idea de un objeto,, no constituye una adición para él. Todo
lo que concebimos lo concebimos como existente. Toda idea que nos plazca
formarnos es la idea de un ser, y la idea de un ser es toda idea que nos
plazca formarnos (…) (…)ya
que nada se halla siempre presente al espíritu más que las percepciones,
y ya que todas las ideas se derivan de algo que se ha hallado antes
presente a és, se sigue que es imposible para nosotros concebir o
formarnos una idea de algo específicamente diferente de las ideas e
impresiones. Fijemos nuestra atención sobre nosotros mismos tanto como
nos sea posible; dejemos caminar nuestra imaginación hasta los cielos o
hasta los últimos límites del universo; jamás daremos un paso más allá
de nosotros mismos ni jamás concebiremos un género de existencia más
que estas percepciones que han aparecido en esta estrecha esfera. Este es
el universo de la imaginación y no poseemos más ideas que las que allí
se han producido”.[21] Finalmente,
Hume, aferrado a sus postulados de partida idealistas subjetivos, no sólo
ha negado la existencia de la sustancia material, sino también la
existencia de Dios, quedando atrapado en su sensualismo extremo y en su
empirismo psicologista-asociacionista. Al respecto, señala: “Lo
más lejos que podemos ir hacia la concepción de los objetos externos,
cuando se los supone específicamente diferentes de nuestras percepciones,
es formarnos una idea relativa de ellos sin pretender comprender los
objetos con que se relacionan. Generalmente hablando, no debemos
suponerlos específicamente diferentes, sino solamente atribuirles
diferentes relaciones, conexiones y duraciones (…)”[22] Queda
claro entonces que, para Hume “nuestras percepciones son nuestros únicos
objetos”. El idealismo subjetivo, lo conduce inevitablemente hacia
el escepticismo y el agnosticismo. La
crítica al idealismo subjetivo de Berkeley y Hume, que resulta válida
igualmente para Kant, nos conduce a rescatar las tres importantes
conclusiones gnoseológicas que Lenin expone en “Materialismo y
Empiriocriticismo”[23]: 1) Existen cosas
independientemente de nuestra conciencia, independientemnente de nuestra
sensación, fuera de nosotros (…) 2) No existe, ni puede existir
absolutamente, ninguna diferencia de principio entre el fenómeno y la
cosa en sí. Existe simplemente diferencia entre lo que es conocido y lo
que aún no es conocido. En cuanto a las invenciones filosóficas acerca
de la existencia de límites especiales entre lo uno y lo otro, acerca de
que la cosa en sí está situada en el “trasmundo” de los fenómenos (Kant),
o que se puede levantar una barrera filosófica entre nosotros y el
problema del mundo ignoto aún en tal o cual aspecto, pero existente fuera
de nosotros (Hume), todo eso son meras sandeces(…) 3) En la teoría del
conocimiento, como en todos los otros dominios de la ciencia, hay que
razonar con dialéctica, o sea, no suponer jamás que nuestro conocimiento
es acabado e inmutable, sino indagar de qué manera el conocimiento nace de la ignorancia,
de qué manera el conocimiento incompleto e inexacto llega a ser más
completo y más exacto. Respecto
al problema de la verdad, Lenin advierte: “El
problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad
objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la
práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la
realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio
sobre la realidad o la irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica
es un problema puramente escolástico”[24] La
clave para comprender la diferencia entre el sensualismo materialista y el
sensualismo idealista (o idealismo subjetivo) la ofrece Lenin en este magnífico
libro que, a casi un siglo de haber sido escrito, mantiene singular
vigencia. A modo de colofón del presente ensayo, pueden ser retomadas sus
palabras: “Partiendo
de las sensaciones se puede ir por la línea del subjetivismo, que lleva
al solipsismo (“los cuerpos son complejos o combinaciones de
sensaciones”), y se puede ir por la línea del objetivismo, que lleva al
materialismo (las sensaciones son imágenes de los cuerpos, del mundo
exterior). Para el primer punto de vista – el del agnosticismo – no
puede haber verdad objetiva. Para el segundo punto de vista, es decir, el
del materialismo, es esencial el reconocimiento de la verdad objetiva”
(…)[25] “Los
partidarios de la línea de Kant y Hume (…) nos tratan a los
materialistas de “metafísicos” porque reconocemos la realidad
objetiva que nos es dada en la experiencia, porque reconocemos el origen
objetivo, independiente del hombre, de nuestras sensaciones. Nosotros, los
materialistas, siguiendo a Engels, calificamos a los kantianos y a los
humistas de agnósticos porque niegan la realidad objetiva como origen de
nuestras sensaciones.”[26]
Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez |
Notas: [1] George Berkeley: Treatise
Concerning the Principles of Human Knowledge (Tratado de los
principios del conocimiento humano), vol. 1 de sus Obras, ed. Por
A. Fraser, Oxford, 1871. [2] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo. Edit. Progreso. Moscó, s/f, p.131. [3] John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano. Fondo de Cultura Económica. México, 1956, pp.18-19. (En lo adelante “Ensayo”). [4] John Locke:
“Ensayo”, p.17. [5]
John Locke: “Ensayo”, p.21. [6]
John Locke: “Ensayo”, p.143. [7]
John Locke: “Ensayo”, p.145. [8]
John Locke: “Ensayo”, p.400. [9]
John Locke: “Ensayo”,
pp.275-276. [10]
John Locke: “Ensayo”, p.276. [11] George Berkeley: Principios del conocimiento humano. (Edición Digitalizada). [12] George Berkeley: Principios del conocimiento humano. (Edición Digitalizada). [13] George Berkeley: Principios del conocimiento humano. (Edición Digitalizada). [14] George Berkeley: Principios del conocimiento humano. (Edición Digitalizada). [15] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p.21. [16] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, pp. 24-25. [17] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 27. [18] Citado por V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 29-30. [19] David Hume - Tratado
sobre la Naturaleza Humana. Edición Electrónica. Servicio de
Publicaciones. Diputación de Albacete, España, 2001. (Traducción de
Vicente Viqueira). [20] David Hume - Tratado sobre la Naturaleza Humana. Edición Electrónica. Servicio de Publicaciones. Diputación de Albacete, España, 2001. (Traducción de Vicente Viqueira). [21] David Hume - Tratado sobre la Naturaleza Humana. Edición Electrónica. Servicio de Publicaciones. Diputación de Albacete, España, 2001. (Traducción de Vicente Viqueira). [22] David Hume - Tratado sobre la Naturaleza Humana. Edición Electrónica. Servicio de Publicaciones. Diputación de Albacete, España, 2001. (Traducción de Vicente Viqueira). [23] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 102. [24] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 103. [25] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 127. [26] V.I.Lenin: Materialismo y Empiriocriticismo, p. 129.. |
por
Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas.
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía,
de la Universidad de la Habana, Cuba
Ver, además:
Dra. Cs. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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