De
Caballero a Martí.
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas.
|
José
Martí es heredero de la más pura tradición filosófica cubana electiva,
plasmada en la línea que parte de José Agustín Caballero y continúa en
Félix Varela y en José de la Luz. Nuestro
Apóstol supo captar en toda su magnitud, la esencia y el significado de
la enseñanza del padre Caballero en la cátedra de Filosofía del
Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuando en 1889, a propósito de
rememorar la figura de Antonio Bachiller y Morales expresó:
“Estudió en el Colegio de San Carlos, no cuando aún
daba con la puerta en la frente a los que no venían de cristianos viejos
“limpios de toda mala raza”, o trajeran sangre de negro, aunque muy
escondida, o fuesen hijos de penitenciado de la Inquisición, u hombre de
empleo vil, hereje converso o artesano; sino cuando
el sublime Caballero, padre de los pobres y de nuestra filosofía, había
declarado, más por consejo de su mente que por el ejemplo de los
enciclopedistas, campo propio y cimiento de la ciencia del mundo el
estudio de las leyes naturales; cuando salidos de sus manos, fuertes para
fundar, descubría Varela, tundía Saco y la Luz arrebataba; cuando,
hallando la sátira más útil a la libertad que el idilio, con ella y con
sus discursos bregaba Hechavarría por sustituir en las aulas el derecho
castizo a la Instituta, y el estudio de lo presente a la ciencia de la
momia, que anda ahora resucitando la tiranía en las Repúblicas
americanas, so capa de literatura y academias; cuando los discípulos del
alavés Justo Vélez, que en español enseñaba a los españoles su
derecho y no en latín, andaban por plazas y cortinas disputando a favor
de la novedad, con sus cuadernos bajo el brazo, con el fuego y
orgullo con que se juntaban en los cerros de París los jóvenes
abelardinos (…)”[1]
Heredero
además, de la tradición filosófica universal y de los aportes de sus
figuras paradigmáticas, entre las cuales destaca en sus apuntes filosóficos
a Heráclito, Empédocles, Sócrates, Platón, Aristóteles, Bacon,
Descartes, Leibniz, Condillac, Kant, Hegel y muchos otros, supo beber en
la obra de los filósofos clásicos y asimilar con criterio propio y espíritu
electivista sus más destacados aportes, a la vez que supo señalar sus
limitaciones fundamentales. En
la segunda mitad del siglo XIX, cuando en Cuba y en América Latina, la
filosofía positivista con su crítica a la Metafísica resultaba lo
suficientemente atractiva y novedosa como para imperar casi por completo
en nuestro continente, Martí asume y reivindica el electivismo cubano,
enarbolándolo frente a la filosofía de Comte y Spencer, y advirtiendo
sobre los peligros que éste entrañaba como postura filosófica
preponderante en América. 1-
CABALLERO: Fundador de la filosofía electiva e iniciador de la
reforma filosófica en Cuba. La
primera obra filosófica cubana, “Philosophia
Electiva”, fue escrita en 1797, en latín, por el presbítero José
Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera (1762-1835), para el
curso de Filosofía que comenzaría a impartir el 14 de septiembre de ese
año, en el Real y Conciliar Colegio-Seminario de San Carlos y San
Ambrosio. Compuesta con fines docentes, e inconclusa, de acuerdo al
proyecto inicial de su autor[2],
esta joya de la literatura filosófica cubana, permaneció guardada en su
forma original, en distintos archivos privados, y sólo vio la luz en su
primera edición de 1944, gracias al meritorio trabajo de quienes
impulsaron las ediciones de la Biblioteca de Autores Cubanos de la
Universidad de la Habana[3],
dando a conocer, por esta vía, la obra de los clásicos de la filosofía
cubana. Casi ciento cincuenta
años nos vimos los cubanos privados de poder leer sus páginas y
aquilatar su valor. Este hecho conduce a la reflexión de por qué
Caballero ha sido omitido o subvalorado en más de una de nuestras
historias de la filosofía Me inclino a creer que ha sido Caballero víctima
de una injusticia histórica, que en parte se explica por tantos años de
desconocimiento de su obra escrita. Caballero fue ante todo el maestro
de filosofía del Seminario de San Carlos. Quince años antes de que
culminara el siglo XVIII, el padre José Agustín ocupaba la cátedra de
Filosofía en esta destacada institución, la que desempeñaría
ininterrumpidamente desde 1785 hasta 1805. Aunque con posterioridad asumió
la cátedra de Teología, fue en la de Filosofía durante estos veinte años,
que pudo sentar las bases de un nuevo método de pensar, que enseñó
sobre todo “verbalmente” a sus discípulos. Su labor diaria, paciente
y silenciosa en dicha cátedra, unida a su ejemplo personal y a su
actividad educativa y divulgadora como destacado colaborador del Papel
Periódico de la Havana y como activo miembro de la Sociedad
Patriótica, fue poco a poco moldeando nuevas conciencias filosóficas
y patrióticas, como la de nuestro Varela y nuestro Luz. No fue un
escritor prolífero, más bien fue un excelente orador. No dejó múltiples
escritos, y los que se deben a su pluma, muchos no han sido encontrados,
otros se han perdido como manuscritos, y los menos, han llegado hasta
nosotros. Por eso, puede afirmarse que es Caballero ante todo un filósofo
que ha padecido el desconocimiento del público y del lector
especializado. Ciertamente,
se habla con mayor fuerza del Caballero que fuera activo colaborador del Papel
Periódico de la Havana en la década de 1790, o el que ocupara un
lugar destacado en las sesiones de la Sociedad
Patriótica, promoviendo la reforma de la enseñanza. Mucho menos se
conoce del profesor de filosofía del Colegio-Seminario. Es
totalmente explicable. Los que le conocieron ya no existen y no pueden
exaltar su figura, y quienes le sucedieron en el ámbito filosófico
desconocieron hasta mediados del siglo XX la existencia de su obra clásica,
o si la conocieron, no tuvieron acceso a ella. Es
esto quizás, lo que explica la omisión de Caballero en muchas de
nuestras páginas, pero no lo que la justifica. Nuestra historiografía
filosófica está en deuda con esta figura. A
aquellos que impulsaron en la década de 1940 las publicaciones de los clásicos
de nuestra filosofía, debemos
la edición por primera vez en Cuba de la obra de Caballero “Philosophia Electiva” (1797), antecedida por un Estudio Preliminar[4],
en el que el se ofrece un análisis sistemático y documentado de
los factores que hicieron posible la propuesta electiva del padre Agustín
en su lucha contra la Escolástica, y lo que significó su pensamiento en
la importante etapa de finales del siglo XVIII para la cultura criolla y
los orígenes de la conciencia cubana.
Del mismo modo, este autor analiza las condicionantes histórico-sociales
que posibilitaron el surgimiento de un pensar autóctono, con matices
propios y problemática de una Isla que comenzaba a cuestionarse su propia
realidad y a buscar sus
propios caminos para alcanzar soluciones a intereses que se diferenciaban
sustancialmente de los de la metrópoli española. En
esta línea de pensamiento se inserta José Agustín Caballero como el padre
de nuestra filosofía, como lo denominara el propio Martí. Sin
embargo, paradójicamente, casi podría decirse que resulta una constante,
la alusión a la figura de Félix Varela,
como el primer filósofo cubano, quien por demás, según se alega,
fue el primero que nos enseñó a pensar[5].
Indiscutiblemente,
es Varela una figura descollante en el pensamiento cubano, fue un gigante
intelectual, en toda la extensión que implica el término. Sin embargo,
cuando se estudia a Varela, llaman la atención las insistentes y
constantes alusiones que éste hiciera a la figura y obra de su maestro de
filosofía, José Agustín Caballero. En su magnífica carta dirigida a José de la Luz desde Nueva York, a propósito
de la muerte del padre Caballero, Varela
expresaba:
“Ya
tenía yo en mi Scrap book la noticia necrológica sobre el que usted
llama muy bien sin igual Caballero, y ya por algunas expresiones había
conocido al autor. Sin lisonja, digo a usted que ha escrito muy bien, pero
se le escapó muchísimo que ha debido entrar en el ligero bosquejo que
usted ha formado. La dirección
del Colegio estuvo tres veces en sus manos, si lo hubiera querido, pues
Mendoza no hubiera hecho oposición, si Caballero hubiera consentido en
ser Director. Tampoco dijo usted que el señor Espada, que a nadie
chiqueaba, siempre que vacó alguna canongía, le hizo hablar o habló
directamente para que aceptase, hasta que se convenció que era inútil
proponerle dignidad alguna. Debió
usted haber dicho que Caballero fue uno de los hombres de gran mérito,
con gran influencia y en constante ejercicio de ella, que han vivido 72 años
y han muerto sus enemigos. Aquí
está, querido Luz, aquí está el gran prodigio y el mayor elogio que
pueda hacérsele al incomparable Caballero. Debe agregarse que con un
carácter semejante al de San Ambrosio, atacaba sin reserva cuanto creía
injusto, y tal era su dignidad, tal la idea que todos formaban de su alma
grande, que todos sus golpes, lejos de desviar, atraían a los heridos.
Jamás buscó la popularidad, antes procuró ahuyentarla, mas ella le
persiguió siempre y reclamándole como su natural objeto.
¡Cuánto podría yo decir¡ Vamos a lo que ahora debemos hacer para
que Caballero viva, no sólo en la endeleble memoria de sus virtudes, sino
en el saludable influjo de su doctrina.
Me vengaré con usted y no le escribiré ni una sola carta, si se contenta
con publicar una lista de los escritos de Caballero. Debe
hacerse una edición completa, sin dejar absolutamente nada, en la
inteligencia de que todo es oro. Costará trabajo entender algunos
manuscritos, mas no por eso deben desecharse, sino hacer una junta de sus
discípulos para descifrarlos. A la verdad es difícil encontrar mejor
escrito y peor escribiente”.
Félix Varela[6]. De
modo similar, José de la Luz, cuyo filosofar de esencia polémica en las
inmediaciones del siglo XIX, asombra aún en nuestros días por su carácter
diáfano y su modernidad, reconoció en Caballero a su padre espiritual.
Esto se explica porque tanto Varela como Luz, reconocieron en Caballero al
maestro de espíritu reformador, que supo asestar los primeros golpes al
Escolasticismo, y transmitir a sus discípulos un nuevo método de pensar
y hacer la Filosofía en y desde Cuba, el
electivismo[7],
que permitía elegir de entre todos los sistemas, lo mejor y adaptarlo a
las necesidades que reclamaba nuestra Isla. Debe
establecerse con total precisión, la diferencia entre “electivismo” y
“eclecticismo” en la filosofía cubana. El electivismo se
refiere al nuevo método de pensar y hacer
filosofía cubana, cuyo pionero sin precedentes fue José Agustín
Caballero, a partir de las Lecciones
de Filosofía Electiva, que impartió a sus discípulos del Seminario
de San Carlos y San Ambrosio a partir del curso inaugurado el 14 de
septiembre de 1797. En su Filosofía Electiva, Caballero insistía en que
esa era la actitud que mejor se ajustaba a su afán de escoger
lo mejor de todos los sistemas, sin adscribirse a ninguno de ellos, lo
que en su lucha contra el método escolástico,
de corte aristotélico-tomista, condujo al primer filósofo cubano
a escoger lo mejor del pensamiento moderno europeo, que resultó ser por
una parte, la idea de Francis Bacon sobre la necesidad de la experimentación
para el avance de la ciencia y el dominio de la naturaleza, y por otra, la
duda y el método cartesianos, como arma indiscutible contra la Escolástica.
Esta línea de pensamiento fundada por Caballero, iniciaría una tradición
electiva en la filosofía cubana, que se extendería a lo largo del
desarrollo de las ideas en Cuba, encontrando sus más altos exponentes
durante el siglo XIX en Varela, Luz y Martí, como se apreciará más
adelante. Por
su parte, el “eclecticismo” en la filosofía cubana, además de
aparecer desde el punto de vista cronológico, posteriormente al
electivismo fundado por Caballero, está asociado a la influencia recibida
de Europa, de una escuela de pensamiento francés, conocida también como
Eclecticismo Espiritualista, cuyo máximo exponente fue Víctor Cousin
(1792 – (1867). Los presupuestos teórico-filosóficos de esta corriente
de pensamiento, distan sustancialmente de los del electivismo cubano. La
filosofía de Cousin significó un intento de revivir la especulación, en
detrimento del avance que había alcanzado el pensamiento
sensualista-materialista al calor del progreso científico experimentado
en Europa entre los siglos XV y XVII, por cuanto Cousin partía de los
llamados “hechos de conciencia” por sí solos, sin considerar su base
objetiva. Así, bajo el nombre de Eclecticismo, el pensador francés
proponía un tratado de paz a todos los sistemas, a los que quiere
conciliar, reteniendo lo más valioso de todos ellos. Del mismo modo, se
advierte en su obra intitulada Fragmentos
de Filosofía Moderna, un convencimiento de que en filosofía se han
producido todos los sistemas posibles, por lo que no queda otro camino que
renunciar a toda filosofía o, según sus propias palabras, “agitarse
en el círculo de sistemas gastados recíprocamente, en cuyo caso hay que
extraer lo que hay de verdadero en cada uno de los sistemas y componer una
filosofía superior a todos los sistemas, y que gobierne a todos, dominándolos
a todos”. Como
se puede apreciar, el espíritu que orienta al pensador francés, está
bien lejos del electivismo fundado por José Agustín Caballero. Cuando
los escritos de Cousin comienzan a circular por Europa hacia 1815, ya hacía
tres décadas que nuestro presbítero había ocupado la cátedra de
Filosofía del Seminario habanero. La fama de Cousin, sólo llegó a la
Habana hacia 1830-40 y encontró unos pocos adeptos, fundamentalmente en
la Universidad de la Habana, entre los que cabe mencionar a los hermanos
Manuel y José Zacarías González del Valle. Contra el Eclecticismo
Espiritualista de Víctor Cousin, en esta época
se pronunciaría por escrito, impugnándolo con particular fuerza y
sentido polémico, José de la Luz y Caballero, en una de las obras más
críticas y audaces que haya conocido la bibliografía latinoamericana del
siglo XIX. Ya
acotado este aspecto, resulta necesario aclarar otro no menos importante,
que está relacionado con el destino histórico del manuscrito de
Caballero “Philosophia Electiva”
y el hecho cierto de que en la bibliografía cubana tradicional de los
siglos XIX y XX se haya hecho referencia indistintamente a los términos
“filosofía electiva” y “filosofía ecléctica”, como si se
tratara de una misma filosofía. Recordemos
que este escrito de Caballero fue redactado en latín por el padre Agustín,
en 1797 y no fue publicado hasta 1944, es decir, estuvo perdido entre
archivos personales durante 147 años, casi medio siglo… ¿Qué
ocurrió durante estos años? Al
rastrear el origen de esta confusión, nos encontramos con que en el
transcurso de casi medio siglo, estudiosos del pensamiento cubano hicieron
algunas referencias a Caballero y a su obra, por noticias que tenían
sobre la existencia de la
misma, mas sin tenerla a mano para consultarla, y este hecho, como se verá
más adelante, está íntimamente relacionado con el origen de la
transformación gradual que sufrió el título original de la obra
“Filosofía Electiva”, por el de “Filosofía Ecléctica”. En
esta indagación, ha sido fundamental la lectura de un material incluido
en la primera edición de la primera obra filosófica cubana, en 1944,
debido a la pluma de Jenaro Artiles, quien realizó la traducción de la
misma, del latín al castellano. Se trata del artículo “Vicisitudes
del Cuaderno”, en el que el autor relata en detalle, los pormenores
que acontecieron en relación al mismo, durante los 147 años en que
permaneció inédita esta joya de la literatura filosófica cubana, hasta
que llegó a sus manos, para su traducción y posterior edición. En esa
fecha, el único manuscrito de Philosophia
Electiva que existía se conservaba inédito, en manos del Dr.
Francisco de Paula Coronado, por entonces Director de la Biblioteca
Nacional de Cuba. Gracias a su cooperación se pudo elaborar la primera
edición de la obra, bajo la asesoría técnica del Comité Editorial de
la Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de la Habana. Hasta esa
fecha, el manuscrito de Caballero había permanecido en distintas
bibliotecas personales. Poco
después de la muerte de Caballero en 1835, se conoce que el manuscrito,
por voluntad del presbítero, quedó en poder de Manuel González del
Valle, profesor de Sicología y Moral en la Universidad de la Habana,
aunque cesante entre 1830-40. Incluso el manuscrito original aparece
dedicado a él por la propia mano de Caballero, aunque con letra posterior
a haber sido elaborado. Se
sabe también, que estando en poder de Manuel, su hermano José Zacarías,
catedrático suplente de Texto Aristotélico en la Universidad de la
Habana, lo utilizó para preparar un estudio que hizo sobre la filosofía
de Caballero, el cual fue publicado en La
Cartera Cubana, bajo el título de La filosofía en la Habana.
De ese tiempo datan también las notas finales al texto de Caballero,
escritas por el propio José Zacarías, las cuales aparecerían en la
primera edición de la obra. Se
supone que Manuel González del Valle, donara el cuaderno manuscrito a la
Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue Secretario de
Educación, ya que por esos años perteneció a esa Biblioteca, como lo
indica el sello estampado en el folio 1 del mismo. De
ahí en adelante, el destino del manuscrito sólo ha podido inferirse,
pues resulta difícil de demostrar. Se
sabe que estuvo en poder del erudito matancero José Augusto Escoto, entre
cuyos libros y papeles quedó después de su muerte, y de manos de sus
herederos, pasó por donación finalmente a manos del Dr. Francisco de
Paula Coronado, a quien llegó bastante deteriorado por la humedad. Sobre
este material, el traductor refiere que en el transcurso de casi medio
siglo, estudiosos del pensamiento cubano hicieron algunas referencias a
Caballero y a su obra, por noticias que tenían sobre la
existencia de la misma, mas sin tenerla a mano para consultarla y
este hecho, como veremos más adelante, está íntimamente relacionado con
el origen de la transformación gradual que sufrió el título original de
la obra “Filosofía Electiva”, por el de “Filosofía Ecléctica”. El
propio traductor del texto, Jenaro Artiles, manifiesta que la palabra electiva
tuvo vida y uso frecuente en el bajo latín y en el medieval, de donde pasó
al escolástico. No
se puede precisar con certeza por qué, tras la muerte de Caballero se
hizo referencia al título de la obra como Filosofía
Ecléctica. Las
referencias históricas parecen coincidir en que el primero en utilizar
este nombre – ajeno al que le puso Caballero originalmente a su obra –
fue José Zacarías González del Valle, en su estudio La
filosofía en la Habana de 1839, referido anteriormente, en el cual,
caracterizando la obra, se expresó en los siguientes términos: “Está
escrita en un latín elegante y conciso; pertenece al dogma de Aristóteles,
aunque se titula Filosofía Ecléctica”. Deseo
llamar la atención sobre esta primera referencia histórica a la obra de
Caballero, que contribuiría definitivamente en lo adelante a desvirtuar
el título original y constituiría el punto de partida sobre futuras
malinterpretaciones y/o imprecisiones entre electivismo y eclecticismo
en Caballero. Es de suponer – y las referencias históricas así lo
demuestran – que al haber sido traducido el título original con poca
exactitud por José Zacarías, en lo adelante fue asumido el título de Filosofía Ecléctica, sin reservas. En
1859, Antonio Bachiller y Morales, también se refiere a la filosofía ecléctica de Caballero, en sus Apuntes para la historia de las letras y la instrucción en la Isla de
Cuba. Posteriormente,
José Manuel Mestre menciona la obra de Caballero con el título de Filosofía
Ecléctica, en el discurso que pronunciara en 1861, en ocasión de
inaugurarse el curso académico de la Real Universidad Literaria de la
Habana. La
misma referencia hará Francisco Calcagno, en el Diccionario Bibliográfico Cubano, impreso en 1878. Por
su parte, Alfredo Zayas en 1891 escribe la biografía intitulada El
Presbítero Caballero: Su vida y sus Obras, publicada en la Revista
Cubana de 1891 y se refiere al cuaderno con las siguientes palabras: “Y
a la verdad que hasta el mismo tratado de Lógica, que ya con el título
de Filosofía Ecléctica demuestra el propósito de no inspirarse
exclusivamente en un sistema, se descubren huellas de la escuela
sensualista por una parte, y de la influencia de Cartesius por otra”. Ya
en el siglo XX, en 1927 Trelles y Govín, en su Bibliografía Cubana de los siglos XVII y XVIII, también se refiere
al título de la obra como el de Filosofía Ecléctica. Otro
tanto ocurre con las referencias que hacen en 1935, Emilio Roig de
Leuchsenring y Francisco González del Valle, en el Homenaje
al Ilustre Habanero Pbro. Don José Agustín Caballero, en el
centenario de su muerte. Por
último, en 1943 – un año antes de la primera edición de Filosofía Electiva, Medardo Vitier en su conferencia sobre
Caballero, pronunciada en la Universidad de la Habana, hace alusión al
cuaderno de Filosofía Ecléctica
de Caballero, ocasión en que él mismo se pregunta: ¿Quién lo posee
actualmente en la Habana…? Hasta
aquí, las referencias históricas que se querían precisar sobre el
texto escrito por Caballero. Retornando
al punto de partida de este análisis, se hace necesario acotar algunos
elementos importantes. Caballero
proyectó escribir un Tratado de Filosofía, que originalmente diseñó en
cuatro partes. De ellas, sólo llegó hasta nosotros la primera, referida
a la Lógica, bajo el título de Filosofía
Electiva. Es decir, su obra filosófica nos ha llegado parcialmente. Nuestro
primer filósofo, conscientemente no utilizó para su Tratado el título Filosofía
Ecléctica, aunque conocía muy bien y admiraba la Filosofía Ecléctica
de los clásicos antiguos. De hecho, la refiere en su tratado. Baste leer
el acápite introductorio de su obra, cuyo título es: “Aparato
o Propedéutica Filosófica”, en el que haciendo alusión a las
distintas escuelas en el contexto de la historia de la filosofía,
expresa: “El
más importante de los filósofos de la escuela ecléctica, fue Potamón
de Alejandría, a quienes siguieron Amonio, Hierón, Porfirio, Orígenes,
Gregorio Taumaturgo y, sobre todo, Clemente de Alejandría. Estos filósofos,
sosteniendo que la verdad no está adscrita a determinada escuela, la
buscaban en todas ellas”. Este
hecho demuestra que si el propósito de Caballero hubiera sido titular a
su obra Filosofía Ecléctica,
lo hubiera hecho sin reparos. Sin embargo, la tituló Filosofía
Electiva. Por alguna razón específica, ése fue el título que eligió.
Posiblemente
ello obedecería a varios factores confluyentes, entre los cuales pudieran
estar los siguientes:
-
En 1797, regía en la diócesis habanera el obispo Trespalacios,
quien se caracterizó por mostrar gran hostilidad hacia la Sociedad Patriótica
y específicamente hacia Caballero. Hubiera sido quizás retador, en su
calidad de teólogo, anunciar desde el propio título su no adhesión a
una escuela filosófica (entiéndase escolástica).
-
Si bien es cierto que hasta principios del siglo XIX , antes de la
irrupción del eclecticismo espiritualista del filósofo francés Victor
Cousin en Cuba, podía aceptarse el término filosofía ecléctica como
sinónimo del propuesto por Caballero, y hasta sus discípulos directos
(Varela y Luz), en ocasiones lo utilizaron indistintamente, el término filosofía
electiva, acuñado por el padre Agustín resulta exacto e inequívoco,
pues le permitía por una parte,
distinguirse del eclecticismo antiguo, y por otra, por cuanto su tratado
fue escrito con fines docentes, para trazar pautas en el aprendizaje de la
filosofía, se ajustaba más a la actitud
de pensar y escoger libre y creadoramente, y no imitativamente, lo
mejor de todos los sistemas (es decir, de lo más significativo y
notable del pensamiento moderno) sin adscribirse a ninguno de
ellos.
-
Si se respeta la actitud filosófica de Caballero, debe comenzarse
por aceptar y utilizar el título original de su obra para denominar el
espíritu de su método y de su pedagogía filosófica, no sólo por un
problema estrictamente semántico, sino por
cuanto, además de lo ya anotado, se evitaría la penosa necesidad
de que se confunda su actitud libre de escoger, con el eclecticismo de los
antiguos (aunque no sean incompatibles), y por otra parte, ello excluiría
de facto, la posibilidad siquiera de confundir su “eclecticismo
electivo” , con el eclecticismo espiritualista de Cousin y sus
seguidores, incompatible con la actitud de Caballero. Una
definición que expresa de modo excepcional, la actitud ecléctica de
Caballero, en el sentido de electiva, se puede encontrar en la primera
obra filosófica de su discípulo más cercano y continuador de su filosofía
electiva. Se trata de un trabajo escrito por Félix Varela
en 1812 e impreso en un pliego suelto, titulado Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños. En él se
expresa: “En
la filosofía ecléctica no seguimos a ningún maestro, si por esto se
entiende que no juramos sobre la palabra de nadie; lo que no quiere decir
que la filosofía ecléctica no proceda sin norma ni guía, y que de nadie
aprendamos. Lo que la filosofía ecléctica quiere, es que tengas por
norma la razón y la experiencia, y que aprendas de todos, pero que no te
adhieras con pertinacia a nadie”[8].
Otro
eminente discípulo y continuador de la filosofía electiva de Caballero,
José de la Luz, define al verdadero eclecticismo (electivo) como “la libertad filosófica de pensar, muy diferente de la escuela
ecléctica francesa y sus adeptos (…)”[9],
a los que definió como “pseudo-eclécticos”. Por
otra parte, habría que agregar que no resulta improbable que José Zacarías
González del Valle, defensor en la Habana hacia la década de 1830 del
Eclecticismo Espiritualista de Cousin, quien fue además el primero tras
la muerte de Caballero en referirse a la obra inédita del venerable presbítero
– como ya se ha anotado antes – lo hubiera hecho con la intención
expresa de encontrar en el primer filósofo cubano una autoridad
indiscutible, en apoyo a sus ideas. Si
a ello se agrega el hecho bien conocido en la historia del pensamiento
filosófico cubano, de que a finales de la década referida, fue
precisamente Luz y Caballero, discípulo y sobrino del padre Agustín,
quien asumió públicamente en su Polémica Filosófica, la Impugnación
del Eclecticismo Espiritualista cousiniano, cobraría explicación el por
qué de la sustitución o conversión del término “filosofía
electiva” por “filosofía
ecléctica”. Es
en este sentido que considero impreciso, mas no incorrecto, valorar a
Caballero como un filósofo ecléctico, siempre y cuando se distinga muy
bien de la escuela ecléctica francesa de principios del siglo XIX, y
difundida en Cuba años después de haber sido elaborada la primera obra
filosófica cubana. Vale decir, siempre y cuando se respete la actitud
original de Caballero, expuesta en su obra capital, donde expresa:
“Es más
conveniente al filósofo, incluso al cristiano, seguir varias escuelas a
voluntad, que elegir una sola a que adscribirse”[10].
Fue
indiscutiblemente Caballero el iniciador de la reforma filosófica en Cuba[11].
Y su labor reformadora está indisolublemente ligada a su carácter de
fundador de la corriente electiva en el pensamiento filosófico cubano. Con
evidente intención reformadora y a través de su labor filosófico-pedagógica,
Caballero incorporaba a fines del siglo XVIII nuestra filosofía al
pensamiento moderno, a la vez que inauguraba como pionero sin precedentes,
la posibilidad de “elección filosófica”, renunciando definitivamente
a aceptar el método escolástico como el “único” y el “adecuado”
para comprender la realidad; otorgando a la educación un rol de
primer orden para la ilustración de las mentes y la transformación de la
realidad; denunciando abiertamente la caducidad del sistema de la enseñanza
pública de la época y el estorbo que ello constituía para el desarrollo
de las Artes y las Ciencias; señalando la
necesidad de ampliar las potestades de los maestros y la libertad de
elección de éstos sobre cómo instruir a la juventud y qué
conocimientos trasmitirles; introduciendo en la pedagogía filosófica el
conocimiento del pensamiento moderno europeo experimentalista y
racionalista con sus nuevas propuestas de método; solicitando la inclusión
de la cátedra de gramática castellana; reclamando, en fin, una reforma
radical en el campo de la enseñanza, que estuviese a la altura del Siglo
de las Luces, de la Patria y la juventud cubana.
Fue
Caballero, como algunos ya han señalado, una figura de transición
y como tal hemos de verla. No sería justo pedirle a Caballero, lo
que no podía dar, por limitaciones propias de su época y formación.
Pero a pesar de estas limitaciones, supo colocar el pensamiento filosófico
cubano en la opción electiva que necesitaba la filosofía en Cuba. En
gran medida, el Seminario de San Carlos debió su esplendor intelectual de
la primera mitad del siglo XIX a su labor docente como profesor de Filosofía
y en mucho, gracias a ella, podemos enorgullecernos de contar en nuestro
legado filosófico con nombres como el de Félix Varela, José de la Luz y
José Martí.
2.-VARELA:
El continuador de la reforma filosófica en Cuba y de la filosofía
electiva fundada por Caballero. Mucho
se ha escrito y divulgado sobre la labor desplegada por el sacerdote
cubano Félix Varela y Morales (1788-1853), forjador de nuestra
nacionalidad y padre de nuestro independentismo, pero mucho queda aún por
decir sobre quien fuera el más destacado discípulo y continuador de la
reforma filosófica en Cuba, iniciada a finales del siglo XVIII por el
presbítero José Agustín en el Colegio-Seminario de San Carlos y San
Ambrosio, cantera del patriotismo cubano, cuna de nuestra nacionalidad,
forjador de conciencias dignas e ilustradas, taller de hombres íntegros y
patriotas. Desde
su fundación a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, en las
aulas del Seminario se formaron hombres, entre los que muchos resultarían
con el paso del tiempo, cubanos ilustres en todos los campos: filósofos,
economistas, médicos, abogados, publicistas, escritores, pedagogos,
historiadores, poetas; en fin, lo más representativo de nuestra tradición
decimonona, entre cuyos nombres figuran los de: Francisco de Arango y
Parreño; Tomás Romay; José Agustín Caballero; Félix Varela; José
Agustín Govantes; Nicolás M. de Escobedo; José Antonio Saco; José de
la Luz y Caballero; Domingo Delmonte; Cirilo Villaverde; José V.
Betancourt; Carlos Manuel de Céspedes; Rafael María de Mendive, y muchos
otros[12].
El
Seminario de San Carlos y San Ambrosio fue fundado en 1773 bajo el sello
inconfundible de la Ilustración, gracias en primer lugar, a la política
del despotismo ilustrado que aplicara España a sus colonias ultramarinas,
en la segunda mitad del siglo XVIII[13],
y en segundo lugar, a la labor desplegada por el obispo Hechavarría y su
sello iluminista en la elaboración de los primeros estatutos[14]. En
el último cuarto del siglo XVIII, la Isla de Cuba experimentaba
importantes cambios económicos y sociales, debido a factores de la más
diversa índole, tanto desde el punto de vista externo como interno. Desde
el punto de vista externo, la Revolución Industrial Inglesa había
repercutido en un incremento vertiginoso de la producción de mercancías,
por lo cual Inglaterra se veía forzada a abolir en sus colonias, primero
la trata y después la esclavitud. Por otra parte,
la independencia de las Trece Colonias inglesas había demostrado a
la América colonizada, la posibilidad de llevar a la práctica lo que en
teoría se habían encargado de esbozar los filósofos ilustrados. Por su
parte, la Revolución Francesa de 1789, representaba el alzamiento de la
burguesía contra la nobleza feudal y el clero, y expresaba los ideales de
la burguesía, con sus aciertos y limitaciones. Nuevos conceptos
reclamaban la atención de la intelectualidad: ciudadano,
derecho, estado, nación. La lucha contra el inmenso poder de la
Iglesia y las nuevas ideas que la fundamentaban, tanto desde el punto de
vista económico, como político, social, ideológico y cultural, se abrían
paso. Por último, la Revolución de Haití, culminó en un movimiento de
masas que en 1791 declaraba la independencia, establecía un gobierno
dirigido por los propios haitianos, y traía importantes consecuencias
directas para la Isla, por cuanto la economía cubana habría de sustituir
en el mercado los productos que aquel país ya no podría aportar,
principalmente el azúcar y el café, lo cual llevaría a la introducción
de mano de obra esclava a gran escala. En
el orden interno, el 9 de julio de 1790 asumía el mando político de la
Isla de Cuba, Don Luis de Las Casas y Aragorri, reconocido como el
gobernante de mayor ilustración y de más rectas intenciones que España
enviara a sus colonias ultramarinas. Con su apoyo, en esa década fueron
creadas importantes instituciones que darían gran impulso a la cultura
cubana, tales como el Papel Periódico
de la Havana y la Sociedad Patriótica.
Los temas propios y acuciantes de la sociedad criolla desde el punto de
vista económico, social, político y cultural – y no ya los de la metrópoli
– eran elevados a un primer plano y resultaban objeto de discusiones y
debates ideológicos. Desde
el punto de vista filosófico, la lucha contra la Escolástica resultaba
tarea emergente. En las páginas del Papel
Periódico de la Havana aparecían artículos críticos de toda índole,
como expresión de denuncia social y de las aspiraciones de avance de la
intelectualidad criolla. El Discurso
sobre la Física (1791); el artículo En
Defensa del esclavo (1791) y el Discurso
Filosófico (1798), aparecidos bajo seudónimo y atribuidos a la pluma
de José Agustín Caballero, abogaban por un mejoramiento social y dejaban
conocer las nuevas concepciones científicas y filosóficas que imperaban
en Europa, sobre todo, la física de Isaac Newton; el experimentalismo de
Francis Bacon y el racionalismo cartesiano. Por
su parte, el Seminario de San Carlos y San Ambrosio era abanderado de las
nuevas ideas. Las enseñanzas filosóficas de José Agustín Caballero en
la cátedra de Filosofía, abrían nuevos horizontes a sus discípulos,
impulsaban de modo definitivo la lucha contra la Escolástica y señalaban
la necesidad de reformar y renovar la enseñanza. Ellas influirían de
manera notable en sus discípulos y, específicamente en el joven Varela,
de por sí inquieto y de espíritu renovador. Fue
José Agustín Caballero, como ya se ha señalado, el maestro de filosofía del Seminario de San Carlos, desde 1785 hasta
1805 y durante estos años enseñó a sus discípulos un nuevo método de pensar, que sustentado en el electivismo filosófico, asestó rudos golpes a la
Escolástica. Recordemos
que en 1797, Caballero escribía en latín, con fines docentes, la primera
obra filosófica cubana, Philosophia Electiva, aunque su primera
edición no aparecería hasta 1944. Este texto constituye una obra capital
para la historia de la enseñanza de la filosofía en Cuba y para la
propia historia de la filosofía cubana. Sobre todo, porque la aparición
del mismo, le otorga el lugar que a Caballero le corresponde como pionero
de la filosofía cubana y primer reformador de la enseñanza filosófica
en nuestro país. Dos
años antes, el 6 de octubre de 1795, había pronunciado Caballero ante la
Sociedad Patriótica su famoso
discurso en protesta contra el sistema de enseñanza por entonces vigente,
en su calidad de miembro de la Sección de Artes y Ciencias y de la
Universidad Pontificia de la Habana. En este discurso, le otorgaba a la
educación un rol de primer orden, catalogándola como la más ardua
empresa y la más útil a la
patria. Fue
Caballero el encargado por la Sociedad
Patriótica, de elevar al trono español la propuesta de reforma en la
enseñanza. Poco después, en septiembre de 1796, nuevamente en nombre de
dicha institución, redacta la solicitud de abrir una cátedra de gramática
castellana en la Universidad de la Habana y en todos los colegios. Valorada
por las instituciones de enseñanza antes de ser sometida a la consideración
real, esta propuesta fue solamente rechazada por el Seminario de San
Carlos, al considerar superfluo el estudio de la lengua nativa. Otras la
aceptaron como necesaria, sin atreverse a ponerla en práctica sin
autorización real. Sólo la Universidad y el Convento de San Agustín se
atrevieron a implantarla sin previa autorización, dedicando a partir de
entonces un día a la semana, a la enseñanza de la gramática castellana. Caballero
remitió al trono su exposición, acompañada de la respuesta negativa del
director del Seminario. Dicha negativa pudo tener como explicación, entre
otros factores, un elemento de índole personal: la oposición del
entonces obispo Felipe José de Trespalacios y Verdeja, hacia el capitán
general de la Isla, Don Luis de Las Casas y a todo cuanto proponía la Sociedad Patriótica presidida por éste último. Por entonces era
conocida la indiscutible preferencia y respeto que experimentaba el
general Las Casas por la labor del padre José Agustín, lo cual le
ocasionó al presbítero varios incidentes con el obispo. Este elemento,
que según comentarios de la época, se hizo evidente desde el inicio del
poder de ambos, obedecía a celos de jurisdicción. Dos
meses después, en noviembre del propio año, Las Casas cesaría en sus
funciones, pero aún para Caballero no había transcurrido el tiempo
prudencial para introducir en su pedagogía las reformas propuestas y
elevadas al trono. Es éste quizás el hecho que explica, que José Agustín
Caballero tuviera que esperar todo un año, para poder acometer por propia
iniciativa su peculiar, creativa y trascendental reforma en la cátedra de
Filosofía del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuando el 14 de
septiembre de 1797 comenzó a dictar a sus discípulos sus “Lecciones
sobre Filosofía Electiva”[15], amparado por los Estatutos del Seminario, que
habían sido redactados en 1769 por el obispo Hechavarría, en cuya Sección
Octava Del Estudio de la Filosofía se dictaminaba en el epígrafe
5: “En esta clase (Filosofía)
dictará el maestro sus lecciones diarias, procurando hacer un curso
perfecto, trazado por estas reglas, por considerarse así muy saludable
para la enseñanza de la juventud…” En
sus Lecciones sobre Filosofía Electiva, Caballero sentenciaba: “Es
más conveniente al filósofo, incluso al cristiano, seguir varias
escuelas a voluntad, que elegir una sola a que adscribirse”[16]
Esta apertura a la elección, sugería concretamente la necesidad en
el campo filosófico de abandonar definitivamente el aristotelismo-tomista
de la Escolástica, para beber en las nuevas fuentes de la filosofía
moderna. Sobre esto,
expresaba: “ La realidad es que el método del
raciocinio mecánico ha sido aceptado en toda Europa con tal interés y
adhesión, que nadie considera dignos de ser tenidos por filósofos a
quienes siguen otro camino en la explicación de los fenómenos físicos”.
“Son innumerables los hombres esclarecidos que han
adoptado tal método y
gracias a sus experimentos, ha sido enormemente ilustrada la Filosofía…”[17] Años
más tarde, en los comienzos del siglo XIX, su discípulo y continuador, Félix
Varela, se encargaría de convertir la enseñanza de la filosofía en la cátedra
correspondiente del Seminario de San Carlos, en un taller forjador de las
nuevas generaciones. Siguiendo la tradición de su predecesor y maestro,
advertiría a sus discípulos: “…un
maestro debe hablar muy poco, pero muy bien, sin la vanidad de ostentar
elocuencia, y sin el descuido que sacrifica la precisión. Esta es
indispensable para que el discípulo pueda observarlo todo, y no sea un
mero elogiador de los brillantes discursos de su maestro, sin dar razón
de ello. La gloria de un maestro es hablar por la boca de sus discípulos”[18] Esta
expresión encerraba de modo concentrado, el valor y significación de la
tarea asumida por el maestro de filosofía: formar hombres nuevos, capaces
de interpretar creadoramente las adquisiciones del pensamiento moderno y
contribuir de este modo a la transformación de la realidad. En otras
palabras: se trataba de transmitir un nuevo método de pensar,
cargado de sentido humanista, que coadyuvara paulatinamente a la supresión
del método escolástico, mediante la objeción del principio de
autoridad; la inclusión gradual del saber científico-particular en el
marco de la enseñanza superior; la difusión del pensamiento filosófico
moderno, desde el cartesianismo hasta el iluminismo; la sustitución del
latín por el español; el amor a la justicia y al derecho constitucional;
así como el carácter polémico que debía matizar con un nuevo sentido a
la filosofía.
Así,
en este espíritu renovador insuflado a sus discípulos por el maestro
Caballero, se fundamentarán las enseñanzas del padre Félix Varela, las
cuales expresarán, también
en las aulas del Seminario, la continuidad de la labor reformadora
iniciada por el padre José Agustín. Pero
cabría preguntarse: ¿Quién fue el padre Félix Varela? ¿Por qué fue
el más destacado discípulo y continuador de la reforma filosófica
iniciada por Caballero? ¿Cuáles son los fundamentos que permiten
plantear que fue Varela un crítico demoledor de la Escolástica y un
innovador en el campo de la pedagogía filosófica? Trataré
de responder de modo sucinto a estas interrogantes. En
1788, un año antes de la Toma de la Bastilla y coincidiendo con el mismo
en que muere en España el rey Carlos III, nace el 20 de noviembre, en la
calle Obispo No. 91, entre Villegas y Aguacate, en la ciudad de la Habana,
Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales.
Fueron sus padres, Don Francisco Varela y Pérez, militar que ocupaba el
cargo de Teniente en el Regimiento de Fijos en la Habana, natural de
Tordesillas, Castilla La Vieja, España y María Josefa Morales y Medina,
natural de Santiago de Cuba. Al igual que su padre, su abuelo materno,
Bartolomé Morales, era militar y en 1791 fue nombrado Gobernador de San
Agustín de la Florida, trasladándose ambos a esa ciudad con su familia. Muerta su
madre y posteriormente su padre, la educación del pequeño Félix quedaría
en manos de su abuelo materno y de sus tías. Fue matriculado
tempranamente en la escuela que dirigía el sacerdote irlandés Miguel
O’Reilly, hombre culto, católico ortodoxo, amante de la música, de
ideas liberales y cultivador de principios humanistas y patrióticos, de
quien Varela recibió sus primeras lecciones y con quien cursó sus
primeros estudios de latín, lengua que llegaría a dominar a la perfección.
Así fue creciendo el niño Félix y en ese ambiente se fue formando su
personalidad. Ya cercano a los trece años, manifestaba criterio propio y
firmeza de carácter, al punto que su abuelo llegó a renunciar a las
expectativas de convertirlo en un militar de carrera para que siguiera
honrando la trayectoria familiar. Convencido de las dotes intelectuales de
su nieto, respetuoso de los deseos del adolescente y persuadido por el
maestro O’Reilly, el abuelo accedió a que estudiara Teología y
Humanidades, para lo cual regresarían a Cuba, lo que ocurrió en 1801.
Poco después ingresaba en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, como
alumno externo, recibiendo sus primeras clases de filosofía de José
Agustín Caballero. Culmina allí sus estudios de Teología en 1808. Tres
años después, en 1811 es ordenado presbítero con dispensas de la edad
canónica y es nombrado por el obispo Espada, maestro
de Filosofía en el propio Seminario. El 25 de julio de 1812, pronuncia
exhortaciones en la iglesia parroquial del Santo Cristo del Buen Viaje, en
La Habana, con motivo de haberse jurado ese día la constitución política
de la monarquía española; en ese mismo año publica en pliego suelto, en
latín, su primer trabajo filosófico Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños y los dos
primeros tomos de Instituciones de
Filosofía Ecléctica, también en latín. En 1813, publica, en español,
el tercer tomo de esa obra y el cuarto en 1814, también en el idioma
patrio, lo que constituyó toda una novedad en el campo de la enseñanza
de la filosofía en Cuba. En
1817 solicita su ingreso en la Real Sociedad Económica de Amigos del País;
a finales de enero de ese año es propuesto como miembro y admitido por
unanimidad. En
1818 publica los dos primeros tomos de sus Lecciones
de Filosofía, en español y en 1819 los dos últimos de esa obra, así
como Miscelánea Filosófica. En
1821, a propuesta del obispo Espada, asume la recién creada cátedra de
Constitución en el Seminario de San Carlos y publica sus Observaciones sobre la Constitución política de la monarquía española,
que sería la última obra publicada
por él en La Habana. Ese mismo año fue electo Diputado a Cortes y
embarca hacia Madrid el 28 de abril, adonde llega el 12 de julio, aunque
no pudo tomar asiento en las mismas, por haber sido invalidada la elección. En
1822 es nuevamente electo a Cortes y el 3 de octubre presta juramento en
el Parlamento español. Participa en las discusiones de las Cortes y
presenta los proyectos sobre el gobierno de ultramar y sobre la
independencia de América; al mismo tiempo, elabora el proyecto y memoria
para la abolición de la esclavitud en Cuba. El
11 de junio de 1823, firma junto con otros diputados la invalidación del
Rey. A la caída del régimen constitucional en España se refugia en
Gibraltar con otros diputados cubanos que junto a él habían sido
condenados a muerte por el nuevo régimen absolutista. Varela había
cumplido 35 años de edad, cuando el 15 de diciembre llega a Nueva York.
En 1824 se traslada a Filadelfia y allí comienza a publicar el periódico
independentista El Habanero.
Retorna a Nueva York para desempeñar el ministerio sacerdotal y allí se
reúne con José Antonio Saco y otros discípulos que compartían sus
ideas liberales y antiabsolutistas. Continúan las ediciones del periódico
fundado. Hacia 1826 es nombrado Teniente cura en la parroquia de San Pedro
y más tarde, pastor de la Iglesia de Cristo, en Nueva York, donde funda
en 1828 una escuela para niños; junto a Saco, comienza a editar El
Mensajero Semanal. Al año siguiente es nombrado Vicario General de
esa ciudad. Hacia 1832 desarrolla su polémica con los protestantes
norteamericanos. El clima y el exceso de trabajo lesionan su salud y
agravan sus ataques de asma. En 1833 rechaza el perdón de la corona española
que le permitía regresar a Cuba, por considerar que no había nada
criminal en su acción constitucional. En
1835 publica el primer tomo de sus Cartas
a Elpidio y en 1838 el segundo, dirigidas a la juventud cubana, de
franco contenido ético y patriótico. Hacia
1840 participa con tres cartas en la polémica filosófica que se
efectuaba por entonces en la Habana. Hacia 1847 su salud es frágil; por
ello se traslada a San Agustín de la Florida, donde había transcurrido
su niñez, en busca de un mejor clima. Hacia 1852 su salud estaba
totalmente resquebrajada y su persona en la más absoluta miseria. Muere
el 25 de febrero de 1853 y sus restos fueron sepultados en el cementerio
de la ciudad que le vio crecer. El 6 de noviembre llegaban los restos del
padre Varela a La Habana, su ciudad natal y serían colocados en el Aula
Magna de la Universidad de la Habana, en un cenotafio de mármol blanco,
donde se pueden leer, grabadas en latín, las siguientes palabras: “Aquí
descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio
educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana quien
viviendo honró a la Patria, y a quien muerto sus conciudadanos honran en
esta Alma Universitaria en el día 19 de noviembre de 1911. – La
Juventud Estudiantil en memoria de tan gran hombre”[19].
Como
se puede apreciar, Varela ocupó por espacio de diez años, a partir de
1811, la cátedra de Filosofía en el Colegio-Seminario de San Carlos y
San Ambrosio; en 1821, gana por oposición la cátedra de Derecho Político
o Constitución. En ambas, dejaría una estela brillante y de incalculable
valor en la formación de la conciencia cubana. De
igual modo, su obra escrita constituye un legado filosófico y patriótico
de primera importancia. Sus obras: "Instituciones
de Filosofía Ecléctica"(1812); "Lecciones
de Filosofía"(1818); "Miscelánea
Filosófica"(1819); "Cartas
a Elpidio"(1835-38); así como sus escritos políticos, elencos,
elogios, sermones, artículos periodísticos y traducciones, aún en
nuestros días asombran por su originalidad y contenido radical. Pero
si su legado escrito es de máxima significación, la huella que dejó de
forma directa sobre sus discípulos del Seminario, quienes tuvieron
oportunidad de escuchar de viva voz su prédica filosófica y patriótica,
labró con firmes cimientos toda una generación de cubanos que contribuiría
decisivamente a la preparación ideológica de nuestra independencia,
respecto al yugo colonial. Este
sapiente y sencillo sacerdote, como es comúnmente definido, continuó en
el campo de la enseñanza filosófica la tarea acometida por su maestro
Caballero. Su reforma en la enseñanza de la filosofía, comprende
esencialmente cuatro aspectos: supresión del método escolástico,
deductivo, silogístico, y sobre todo, sumiso a la autoridad; empleo del
español en la cátedra y en los textos; introducción de la filosofía
europea moderna, de Descartes a Condillac; e implantación de la enseñanza
científica, con los cursos de física y química[20],
todo ello, a partir de la impugnación de la falta de doctrina y el método
verbalista de la Escolástica y aplicando en la enseñanza el método
explicativo, como se puede apreciar en sus siguientes palabras: “(…)en los últimos años en que enseñé
Filosofía en el Colegio de San Carlos de La Habana, donde escribí y
expliqué estas lecciones, seguí un plan, que consistía en llamar la
atención de mis discípulos, ofreciéndoles no mortificarlos con largos
discursos, e indicándoles que por otra parte yo conocería muy pronto si
había merecido su atención. Explicábales en seguida la materia que me
proponía que aprendiesen, poniendo mucho cuidado en no divagar, y en ser
claro y preciso, y después eligiendo uno de ellos le exigía que me
considerase como su discípulo y que me enseñase
aquella lección. Yo procuraba hacer mi papel preguntando si no estaba muy
clara la explicación, y cuando me encontraba enseñado
por mi discípulo, quedaba satisfecho. De este modo conseguía mayor fruto
con menos trabajo, pues la experiencia prueba que mientras un profesor
hace una dilatada explicación de su doctrina, están sus discípulos,
unos casi dormidos, otros haciendo reír a sus compañeros con alguna
travesura, y otros que tienen deseos de aprender se hallan sumamente
disgustados, porque acaso no entendieron una parte de la explicación y
pierden la esperanza de entenderla, porque el maestro sigue divagando,
como es indispensable que suceda cuando se quiere hablar mucho sobre un
punto cuya explicación exige muy pocas palabras” [21] . Inspirado
en las tradición electiva de su maestro y apelando como presupuesto filosófico
de partida, entre otros, al movimiento de la Ideología francesa y su
principal representante, Desttut de Tracy, cuya obra Elementos
de Ideología (1804) circuló en Cuba por aquellos años entre los
estudiosos de la filosofía, Varela contribuyó definitivamente a divulgar
las ideas de este movimiento y por esta vía, el sensualismo de Locke y
Condillac, que constituía su fuente fundamental. Como
movimiento filosófico, la Ideología sucedió a la Ilustración, y además
de trabajar fundamentalmente desde el punto de vista filosófico sobre el
origen de las ideas, incluía además en su problemática, aspectos
fundamentales de la lógica, la ética y la política, propugnando el
liberalismo, la enseñanza laica y la separación de lo civil y lo canónico
en el campo del Derecho, entre otras cuestiones. La
labor desplegada por Varela, al traducir y extractar en español las ideas
de los ideólogos, contribuyó a poner en contacto nuestro pensamiento con
determinadas corrientes filosóficas europeas, que generalmente tardaban
en llegar a América. Aunque
caracterizado por una religiosidad ortodoxa, consecuente con su vocación
de sacerdote, Varela desde el punto de vista filosófico tuvo una amplia y
sólida formación científica. Muy
al tanto de los conocimientos científico-particulares de la época en que
vivió, enseñó elementos de Física (o Filosofía Natural) y escribió
textos sobre esa materia, contribuyendo a la difusión de esos
conocimientos entre sus discípulos, en cuya compañía leía libros y
revistas que recibía de Europa. Esto
contribuyó sin lugar a dudas, a perfilar radicalmente el concepto
vareliano de enseñar.[22] Así, su gran legado filosófico, fue ante todo enseñar
un método para pensar, lo cual minaba los basamentos ideológicos
del colonialismo español, y señalaba el camino por el cual podían
conducirse los ideales independentistas. Sus
obras filosóficas, constituyen la mejor muestra de lo que en originalidad
y modernidad logró la filosofía cubana a principios del siglo XIX. En el
campo de la pedagogía filosófica, Varela supo segregar definitivamente
la filosofía de la teología, la razón de la fe, colocando la
investigación filosófica en un plano de total independencia y autoridad
racional, al demoler definitivamente los fundamentos de la Escolástica, a
partir de una actitud crítica hacia la misma. Sobre esto, expresaba:
“¿Qué son las disputas escolásticas, y qué deberían
ser? Ellas son el teatro de las pasiones más desordenadas, el cuadro de
las sutilezas y capciosidades más reprensibles, el trastorno de toda la
Ideología, el campo en que peligra el honor, y a veces la virtud, el
estadio donde resuenan las voces de los competidores, mezcladas con un
ruido sordo, que forman los aplausos ligeros, y las críticas injustas,
ahuyentando a la amable y pacífica verdad, que permanece en el seno de la
naturaleza, por no sufrir los desprecios de una turba descompasada, que
con el nombre de filosóficos, dirige las ciencias, cuando sólo está a
la cabeza de las quimeras más ridículas. La razón reclama contra estas
prácticas; la experiencia enseña que no han producido un solo
conocimiento exacto, y sí muchos trastornos. Sin embargo, ellas subsisten
y unidos los intereses individuales con los científicos, éstos fueron
sacrificados a favor de aquéllos.”[23] Apoyado
felizmente por el ilustrado obispo Espada, Varela prosiguió consecuente y
definitivamente la labor reformadora de su maestro José Agustín
Caballero, destruyendo virtualmente el principio de autoridad de la Escolástica,
reclamando y logrando el lugar que debía ocupar nuestra lengua nativa,
introduciendo los elementos del pensamiento moderno europeo en las aulas
del Seminario (Descartes, Locke, Condillac), mostrando a sus discípulos
el valor e importancia de la Física y la Química, y labrando los principios
de la libertad y el derecho ciudadano en las conciencias más jóvenes y
brillantes que escucharon o conocieron su prédica política en la cátedra
de Derecho Político, bautizada por él mismo como "la
cátedra de libertad, de los derechos del hombre". Después
de partir hacia España por segunda vez para ejercer el cargo de Diputado
en las Cortes de Cádiz (1822-23), las cuales después serían disueltas
por Fernando VII, quien condenó a muerte a los diputados que votaron la
incapacidad del rey, Varela tendría que refugiarse en los Estados Unidos,
desde donde continuaría su prédica revolucionaria y forjadora de la
conciencia patriótica a través de las páginas de "El
Habanero". Radicalizada
su posición independentista y anticolonialista, y obligado a permanecer
en el exilio, donde murió, Varela continuaría mostrando el camino de la
libertad ciudadana y la libertad de pensar, consecuente hasta sus últimas
horas con su actitud y esencia pedagógica inigualables. Muchos
serían los ejemplos que pudieran referirse, sobre el valor y la
significación histórico-social de su ideario político, ético y patriótico,
expuesto fundamentalmente en las páginas de El
Habanero y otros escritos políticos, así como en sus Cartas a Elpidio, las cuales constituyen un legado a nuestra
juventud, que mantiene una vigencia extraordinaria en muchos de sus
planteamientos. Sirvan los siguientes pensamientos, como una pequeña
muestra de su prédica patriótica e independentista: “Si
usted llama revolucionario a todo el que trabaja por alterar un orden de
cosas contrario al bien de un pueblo, yo me glorío de contarme entre esos
revolucionarios…”[24] “Efectivamente,
por la naturaleza todos los hombres tienen iguales derechos y libertad;
pero reunidos en grandes sociedades, diversificados por sus intereses y
pasiones, necesitan una dirección, y lo que es más, una autoridad que
los conserve en sus mutuos derechos, no permitiendo que la sociedad se
disuelva, ni que se perjudiquen mutuamente sus miembros”[25] “…toda
soberanía está esencialmente en la sociedad, porque ella produce con el
objeto de su engrandecimiento, incompatible con su esclavitud, y jamás
renuncia el derecho de procurar su bien y su libertad, cuando se viere
defraudada de tan apreciables dones…”[26] “
Los pueblos pierden su libertad, o
por la opresión de un tirano, o por la malicia y ambición de algunos
individuos, que se valen del mismo pueblo para esclavizarlo, al paso que
le proclaman su soberanía” (…) “Si el ejercicio de la soberanía
del pueblo no conoce límites, sus representantes, que se consideran con
toda ella, podrán erigirse en unos déspotas, y a veces el interés
rastrero de un partido, formaría la desgracia de la nación” (…)
“…el hombre tiene derechos imprescriptibles de que no puede privarle
la nación, sin ser tan inicua como el tirano más horrible. Mas ¿cuál
es esta libertad?...Montesquieu la había definido: el derecho de hacer
todo lo que las leyes permiten…”[27]
“El
gobierno ejerce funciones de soberanía; no las posee, ni puede decirse
dueño de ellas. El hombre libre que vive en una sociedad justa, no
obedece sino a la ley; mandarle invocando otro nombre, es valerse de los
muchos prestigios de la tiranía, que sólo producen su efecto en almas débiles.
El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos”.[28] “Hay
tres especies de igualdad: la natural, que consiste en la identidad de
especie en la naturaleza, pues todos los hombres tienen los mismos
principios y les convienen o repugnan generalmente unas mismas cosas. La
social, que consiste en la igual participación de los bienes sociales,
debidos al influjo igual de todos los individuos; y la legal, que consiste
en la atribución de los derechos e imposición de premios y penas, sin
acepción de personas”.[29] “
Si fuera posible cambiar las cosas,
esto es, hacer de la América la Metrópoli y de España una colonia, es
indudable que tendrían los peninsulares los mismos sentimientos que ahora
tienen los americanos y que serían los primeros insurgentes,
expresión que sólo significa: hombre
amante de su Patria y enemigo de sus opresores…”[30].
El
tema político, ético y social fue una constante en la obra de Varela, así
como lo fue el tema de la educación y el patriotismo. Es casi imposible
deslindarlos entre sí, por cuanto su labor pedagógica en la formación
de los ideales patrios estuvo presente en todo su ideario político, mostrándose
en total cohesión. Lo mismo desde su cátedra de Filosofía, que en la de
Constitución, en el Seminario de San Carlos, como en sus trabajos
aparecidos en El Habanero y en sus Cartas a
Elpidio, enseñar fue para él la palabra clave y, especialmente inculcar
el amor a la patria. Sobre el patriotismo en Varela, resultan
significativas las siguientes palabras, casi premonitorias :
“No es patriota el que no sabe hacer sacrificios a
favor de su patria, o el que pide por éstos una paga, que acaso cuesta
mayor sacrificio que el que se ha hecho para obtenerla, cuando no para
merecerla. El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos
que se tienen por patriotas, y efectivamente no hay placer para un
verdadero hijo de la patria, como el de hacerse acreedor a la consideración
de sus conciudadanos por sus servicios a la sociedad; más cuando el bien
de ésta exige la pérdida de esa aura popular, he aquí el sacrificio más
noble, y más digno de un hombre de bien, y he aquí el que
desgraciadamente es muy raro. Pocos hay que sufran perder el nombre de
patriotas en obsequio de la misma patria, y a veces una chusma indecente
logra con sus ridículos aplausos convertir en asesinos de la patria los
que podrían ser sus más fuertes apoyos. ¡Honor eterno a las almas
grandes que saben hacerse superiores al vano temor y a la ridícula
alabanza!”[31]. 3.-LUZ:
El electivismo y la polémica filosófica. Otra
de las figuras cimeras en el campo de la pedagogía filosófica cubana,
heredera del espíritu electivo y reformador del padre Agustín, fue la de
José de la Luz y Caballero (1800-1862). Su
personalidad constituye una de las más controvertidas e interesantes de
nuestra historia de la filosofía. Controvertida, por cuanto ha recibido
los más excelsos elogios, así como las más agudas críticas. Interesante, en
tanto constituye ejemplo cimero de un pensador cubano, que supo
colocar en su época nuestra filosofía al nivel de las adquisiciones y
discusiones del pensamiento filosófico universal. Esto hace de Luz, no sólo
una figura ilustre y clásica de la filosofía cubana, sino también del
pensamiento filosófico hispanoamericano. Luz
y Caballero nace con el siglo XIX, centuria plagada de contradicciones
sociales e inquietudes espirituales e ideológicas. Son los albores de la
primera guerra de independencia de 1868, su etapa preparatoria y de
conformación de una auténtica conciencia cubana, lo cual se produce a
través de múltiples contradicciones sociales internas y se manifiesta
hacia el exterior en la polarización cada vez más definible entre los
intereses de la colonia y los de la metrópoli. Particularmente
en la primera mitad del siglo XIX se producen los procesos
independentistas en la mayoría de los territorios latinoamericanos, lo
cual constituiría la manifestación más palpable de la posibilidad de
liberación del yugo colonial y encendería la llama de la lucha
independentista. Ello
generó, sin lugar a dudas, una radicalización en el pensamiento cubano,
desplegado en todos los órdenes. Específicamente en el campo de la
filosofía, repercutiría en una intensificación de la temática
socio-política y moral, con un énfasis peculiar en la ejercitación de
un nuevo método, que rompiera definitivamente con la tradición escolástica
heredada de España, contribuyera a formar las nuevas generaciones
abiertas a la polémica filosófica, y que en la práctica social
estuviera dispuesta y preparada a la lucha por la independencia y a la
proyección de un nuevo modelo de sociedad. Es
por ello que en la primera mitad del siglo XIX se refuerza
extraordinariamente el papel del maestro de filosofía, cuya misión
primordial se centra no tanto en transmitir a los jóvenes conocimiento,
como sí un nuevo modo de pensar. En Don José de la Luz, la misión de
ese “nuevo maestro” fue cumplida a cabalidad. Discípulo de Caballero
desde su niñez, por ser su sobrino e hijo espiritual, llegó a destacarse
como profesor de Filosofía en varias instituciones docentes, entre ellas,
el Seminario de San Carlos (a partir de 1824,
en sustitución de Saco), especialmente por la aplicación del método
explicativo que había fomentado Varela en esas aulas. Más tarde, en 1834
se haría cargo de la dirección del Colegio de Carraguao, inaugurando en
éste un curso de Filosofía. Posteriormente,
en 1838, obtuvo autorización para fundar una cátedra de Filosofía en la
Universidad, la cual desempeñará hasta 1843.
En 1848 establece el Colegio “El Salvador”, en la barriada del
Cerro, en el que desarrolló una destacadísima labor; allí permaneció
hasta sus últimos días, dignificando la labor diaria del pedagogo,
logrando una reputación sin par como profesor de Filosofía, por el matiz
polémico de su enseñanza y su apertura al conocimiento científico. En
el caso de Luz, estos elementos notorios de su pedagogía,
están presentes también en toda su obra escrita:
En sus aforismos; elencos y discursos académicos; escritos
educativos, sociales, científicos y literarios; en su famosa polémica
filosófica e incluso en los escritos referidos a su vida íntima, es
decir, sus epistolarios y diarios. Sirvan
de ejemplo estas palabras suyas: "Nos proponemos fundar una escuela filosófica en
nuestro país, un plantel de ideas y sentimientos, y de métodos. Escuela
de virtudes, de pensamientos y de acciones; no de expectantes ni eruditos,
sino de activos y pensadores"[32].
Por
supuesto que esta intención de Luz y Caballero se inserta plenamente en
la tarea que ya desde fines del siglo XVIII se había propuesto en el
campo de la enseñanza filosófica el Padre José Agustín Caballero, en
el contexto , propicio por entonces, del Seminario de San Carlos y San
Ambrosio. Con sus " Lecciones de Filosofía Electiva", Caballero
proponía a sus discípulos del Seminario un "nuevo método de
pensar", que implicaba de hecho un enfrentamiento al método de enseñanza
de la escolástica tradicional, que hasta entonces había permanecido como
canon gnoseológico de la enseñanza filosófica. Es
necesario destacar el hecho de que José de la Luz, además de poseer
desde muy joven aptitudes extraordinarias para el conocimiento de la
filosofía, viajó a los Estados Unidos y a Europa, lo cual afianzó su
vasta cultura intelectual, y además, le permitió entrar en contacto con
diferentes personalidades del mundo moderno, tales como Cuvier; Goethe;
Walter Scott; Gay-Lussac y Alejandro de Humbolt. Conocedor profundo de las
tendencias filosóficas fundamentales europeas en boga, supo seleccionar
de manera electiva y creadora las principales adquisiciones del
pensamiento científico-filosófico en los campos más variados: Matemática;
Física; Química; Fisiología; Psicología; Historia; Jurisprudencia;
Moral, y otros. Esta
integración de conocimientos propició en Luz, la definición de lo que
constituiría el objetivo fundamental de su conocida polémica filosófica[33].
Esta
polémica tuvo, entre otras, la característica de ser plasmada en
numerosos artículos sucesivos, en contrapunteo abierto, cuyos autores
firmaban bajo seudónimos, como correspondía a la época, en su intento
por despersonalizar los puntos de vista acerca de las cuestiones
debatidas, en aras de destacar las cuestiones mismas y no
las figuras polemizantes. En
ella participaron, además de Luz (Filolezes o amante de la verdad);
Bachiller y Morales (El crítico parlero); Manuel Aguirre y Alentado (El
Adicto) -quien fue discípulo
de Luz en el Seminario de San Carlos hacia 1824, cuando Luz explicara la
clase de Filosofía; Manuel
Castellanos Mojarrieta, por entonces Secretario del Excelentísimo.
Ayuntamiento de Puerto Príncipe (Rumilio) y Miguel Storch (El Dómine),
de origen catalán, quien fuera director del Liceo Calasancio de Puerto Príncipe.
Esta
gigantesca obra polémica de Luz, recopilada posteriormente
en cinco tomos, bajo el nombre de "La Polémica Filosófica",
abarcó cinco aristas bien definidas, según la apreciación de algunos
estudiosos de nuestra filosofía. La
primera tiene lugar entre mayo de 1838 y octubre de 1839, como
controversia en relación al problema medular de la filosofía y la
ciencia experimental, planteado por Francis Bacon: la cuestión del método.
Se desarrolla fundamentalmente en La Habana y Puerto Príncipe. La
segunda se produce entre agosto y septiembre de 1838 y tiene como tema
central la Ideología en su temática medular: el problema del origen de
las ideas, fundamentalmente en su vertiente francesa. Se desarrolla en La
Habana. La
tercera, ocurre entre noviembre y diciembre de 1838, en La Habana y
Matanzas, debatiendo el tema de la moral religiosa y la autenticidad del
espiritualismo puro. La
cuarta, entre julio y octubre de 1839, en relación con la moral
utilitaria, cuya sede es La Habana. Por
último, la quinta y más importante de estas líneas polémicas, que de
hecho incluiría las anteriores, se inicia a partir de septiembre de 1939,
en lucha abierta contra el eclecticismo espiritualista, la cual culmina
con la inconclusa obra de Luz "Impugnación a las doctrinas filosóficas
de Víctor Cousin”, obra sin precedentes en la filosofía de la América
hispana, en la que se refuta su análisis del “Ensayo sobre el
entendimiento humano” de John Locke. En
el marco de esta polémica, el primero y quinto momentos constituirían
temas de vital importancia en el contexto filosófico cubano; el primero,
por cuanto en Cuba, la enseñanza
de la filosofía se iniciaba aún por el estudio de la lógica y la metafísica
y Luz proponía su inversión; el quinto, por cuanto el eclecticismo
espiritualista de Víctor Cousin, había adquirido relativamente una
amplia difusión hacia las décadas de 1830 y 40, no sólo en Francia y
Europa, sino también en los territorios de la América hispana, incluida
Cuba, propugnando una franca
oposición al sensualismo materialista y a las ideas de la Ilustración. A
lo largo de toda la polémica, Luz expone su crítica a la ontología
metafísica tradicional, basado en su propuesta del método
inductivo-experimental, en estrecho vínculo con su teoría
sensualista-racionalista del conocimiento, a través de la cual fluyen
interesantes concepciones relativas al hombre, la moral y la religión
natural, todo ello en consecuente correspondencia con su concepción del
mundo eminentemente naturalista y electivista. Esta
polémica, requería ante todo de un amplísimo conocimiento de la filosofía
universal, de lo cual Luz hace gala a lo largo de toda su obra, colmada de
citas y valoraciones del pensamiento universal en todos los tiempos,
sorprendentes, si se tiene en cuenta el contexto de la Cuba colonial. Es
necesario destacar además, que Luz aún no había arribado a los 40 años
de edad, lo cual constituye sin lugar a dudas, la expresión más palpable
de su capacidad de síntesis y su vasto saber enciclopédico. Se
trataba de demostrar, ante todo, que el estudio de las ciencias físico-naturales
debía preceder al estudio de la filosofía; lógica; psicología; ética,
y las restantes ciencias del
espíritu. Esta
polémica, que de hecho no sólo centró su atención en dicha cuestión
de método, fue llevada a
cabo entre mayo de 1838 y octubre de 1840, a través de las principales
publicaciones periódicas de la Isla, como el "Diario
de La Habana" y la "Gaceta
de Puerto Príncipe". Fue una gran discusión filosófica, en la
cual Luz colocó en el escenario intelectual cubano, los temas más
candentes de la filosofía moderna de su época. El papel de vanguardia
asumido por Luz en el centro de esta polémica, lo convirtió, de hecho,
en la figura cimera de nuestro iluminismo filosófico y su actuar
repercutió notablemente en los grandes focos territoriales de nuestra
cultura durante la primera mitad del siglo XIX: Matanzas; Trinidad; Puerto
Príncipe y La Habana. De
este modo, tanto Luz como Varela - entre muchos otros - fueron dignos
continuadores del maestro Caballero y supieron plasmar en su obra, de modo
ejemplar, la orientación electivista, reformadora y renovadora que el
presbítero José Agustín había iniciado en las postrimerías del siglo
XVIII, desbrozando el camino hacia el pensamiento moderno y el iluminismo,
al proclamar y asumir como iniciador, la actitud electiva en el
pensamiento filosófico cubano.
4-
MARTÍ: Integrador y heredero de la tradición filosófica electiva
cubana. Como
figura culminante de la tradición electiva en la filosofía cubana
decimonona, emerge ante nosotros la gigantesca personalidad del Apóstol
de Cuba y de nuestra América. Él sintetizará en su cosmovisión
integradora lo mejor y más autóctono de nuestra filosofía y de nuestras
letras. Con
él termina el siglo más importante de nuestra
cultura y de nuestra filosofía, en el que Martí representa alfa y omega, por cuanto su cosmovisión del mundo
representará la cúspide que cierra de manera brillante el desarrollo
alcanzado por el pensamiento cubano del siglo XIX, al tiempo que dejará
abiertos nuevos cauces por donde fluyan los manantiales que conduzcan al
enriquecimiento de nuestro legado intelectual más precioso.
José
Martí Pérez
(1853-1895) nació el 28 de enero en una humilde casa de la Habana, en la
calle de Paula. Fue el primer hijo de un matrimonio pobre de españoles
inmigrantes, compuesto por Mariano Martí y Leonor Pérez. Era solo un
precoz adolescente, cuando comienza a asistir al colegio de Rafael María
de Mendive, recibiendo allí su primera formación, en total
correspondencia con lo mejor de las tradiciones del pensamiento cubano[34], particularmente Heredia, Varela y Luz. Ya
en la segunda mitad del siglo XIX estaban bien definidas las corrientes
fundamentales que disputaban en el campo de la política dentro de la
Isla: independentismo, reformismo y anexionismo. Levantamientos de
esclavos, conspiraciones políticas y alzamientos, denotaban un ambiente
general de agitación insurreccional, al tiempo que en el campo del
pensamiento se había formado, sobre todo al calor de las enseñanzas de
Luz, una generación de hombres que asumirían la tarea de la
independencia de Cuba, respecto al yugo colonial de la metrópoli española. Hacia
1865 había fracasado el anexionismo, tras culminar la Guerra de Secesión
de los Estados Unidos, con la victoria del Norte sobre los estados
esclavistas del Sur, que habían fomentado la anexión. Por su parte, ganaba terreno el reformismo, aunque sus representantes, a
pesar de sus gestiones con el capitán general de la Isla, no lograban las
reformas anheladas, entre ellas, la reforma arancelaria, el cese de la
trata negrera y la representación política de Cuba en las Cortes.
Paralelamente, un hecho histórico sin precedentes, marcaría como símbolo
el inicio de nuestras luchas independentistas, cuando el 10 de octubre de
1868, Carlos Manuel de Céspedes en su finca La Demajagua, en acto
patriótico abolicionista, otorgaba la libertad a sus esclavos. En lo
adelante, el independentismo se definiría como la única alternativa
posible para librar a Cuba definitivamente del yugo de la metrópoli española. En
este contexto, transcurren los primeros quince años de la vida de Martí,
primero los de su niñez y luego los correspondientes a su etapa inicial
de formación educativa y revolucionaria. Entre 1865 y 1869 recibe
directamente las enseñanzas del poeta y gran pedagogo Rafael María de
Mendive, quien supo moldear la talentosa personalidad del joven discípulo
en lo filosófico, artístico-cultural y político-social. En gran parte,
gracias a la formación de su maestro y mentor, Martí se identificó
desde muy temprano con los ideales independentistas. Muy joven aún,
escribe textos subversivos[35] a la vez que participa en sucesos
insurreccionales. Por sus actividades, pronto sería acusado de infidente
y condenado a seis años de presidio político el 4 de abril de 1870. Allí
sufrirá en carne propia las injusticias y crueldades del sistema
colonial, hecho que marcaría para siempre su vida, tal y como los
trabajos forzados y las cadenas marcaron su cuerpo en las canteras de San
Lázaro. Esto definiría para siempre su opción por los pobres y
oprimidos de la tierra, su patriotismo, su posición
independentista y anticolonialista. En octubre del propio año, sería
trasladado por indulto a la Isla de Pinos y el 15 de enero de 1871, cuando
apenas contaba con 18 años de edad, sale deportado a España. Allí,
en la metrópoli, transcurre el segundo período importante de su vida, de
1871 a 1874, durante el cual culmina el
bachillerato y adquiere en las Universidades de Madrid y Zaragoza
una formación humanística. Se gradúa en Filosofía y Letras y en
Derecho Civil y Canónico. Un
tercer período en la vida de Martí se relaciona con sus viajes y
estancias en países de América Latina. Entre 1875 y 1879 estará en México,
Guatemala y Cuba. Esto le
permitió conocer los problemas comunes que aquejaban a los pueblos de
nuestra América, la situación de pobreza y explotación de la gran masa
indígena, el estado de miseria como consecuencia del dominio colonial, y
el atraso económico, político y social de esos pueblos. Durante
estos años, se reafirmó su decisión juvenil de echar su suerte con los
pobres de la tierra, como expresara en sus versos sencillos. Allí también
comprendió lo común de nuestros pueblos y la necesidad de su unión en
la lucha por la liberación definitiva del yugo colonial. Posteriormente
se produce su prolongada estancia en los Estados Unidos de Norteamérica,
por espacio de casi 15 años (de 1800 a 1895), y una breve estancia en
Venezuela, período que suele definirse como la cuarta etapa de su vida,
de madurez y radicalización de su pensamiento.
Allí pudo palpar el acelerado desarrollo económico del coloso del
norte, y el peligro que representaba su fuerza imperial para los pueblos
americanos y en especial para Cuba. Al
respecto, en su ensayo “Nuestra América” expresará: “¡Los árboles se han de poner en fila,
para que no pase el gigante de las siete leguas! Es hora del recuento y de
la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las
raíces de los Andes”. “La universidad europea ha de ceder a la
universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de
enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia.
Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más
necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos.
Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el
de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en
que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas
americanas”. “Con los pies en el rosario, la cabeza
blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo
de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de
la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México
la república, en hombros de los indios”. “Cuando la presa despierta, tiene al
tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América
se está salvando de sus grandes yerros - de la soberbia de las ciudades
capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la
importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo
e impolítico de la raza aborigen,- por la virtud superior, abonada con
sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre
espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con
las zarpas al aire, echando llamas por los ojos”. “Se ha de tener fe en lo mejor del
hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor
para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece.
Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles;
y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”. “No hay odio de razas, porque no hay
razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y
recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador
cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en
el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del
hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y
en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición
y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en
la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos,
de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de
avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en
un período de desorden interno o de precipitación del carácter
acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas,
aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores.
Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad
ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro
idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus
lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a
los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia
aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos
heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos
patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con
el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental”.
“¡Porque ya suena el himno unánime; la
generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres
sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el
lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del
continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América
nueva!”[36] Quizás
una de las aristas menos estudiadas y divulgadas de la extensa, dispersa y
prolífica obra de Martí, sea la relacionada con la filosofía. Numerosos
investigadores y especialistas han debido hurgar y rastrear su
pensamiento, en un abundante material conformado fundamentalmente por
cartas, discursos, apuntes, crónicas y artículos, en los que su pluma de
escritor sin par, indaga en todos los campos relacionados con el hombre,
la naturaleza y la sociedad. Con
razón afirma Cintio Vitier: “Aunque
los problemas eternos de la filosofía le interesaron, especialmente en su
juventud de estudiante en España, Martí nunca fue un pensador abstracto.
Su condición esencial de revolucionario, es decir, de transformador de la
realidad, se revela ya en el hecho de que la experiencia, las
circunstancias vitales, el contexto histórico y biográfico, fueron
siempre decisivos para su interpretación del mundo y la dirección de su
conducta (…) Como bases innatas o apriorísticas de su carácter, tenía
el sentido absoluto de la eticidad, la pasión por la belleza y la vocación
redentora. A partir de estos principios asimilaba y encauzaba, a la vez
libre y necesariamente, los datos de la realidad múltiple y sucesiva.” [37] Causa
asombro cuánto escribió Martí en su corta vida de 42 años y cuánta
profundidad y proyección futura se advierte en sus escritos, plagados de
metáforas y simbolismos, no fáciles de comprender para cualquier lector.
Con
excepción de su obra en verso, más ordenada por el propio autor, su obra
en prosa fluyó como un
manantial inagotable, capaz de llenar numerosos y extensos volúmenes.
Pero si bien abordó los más variados temas, al punto de no quedarle prácticamente
excluida ni una sola arista sin cultivar en el campo de los saberes, no lo
hizo de manera sistemática, a través de uno o varios tratados. De tal
modo, tanto en su prosa como en su verso, aparecen imbricadas sus más
variadas preocupaciones en el campo de la ética, la política, la
sociedad, la pedagogía, la moral cívica, la cuentística infantil, el
patriotismo, el medioambiente, la discriminación social, además de
cuestiones propiamente filosóficas, en los campos de la axiología,
ontología, epistemología, estética, etc. vinculadas todas ellas a su
concepción del mundo eminentemente humanista e iluminista, que sintetiza
y hereda por una parte lo mejor del pensamiento clásico universal y por
otra, la línea trazada por los más grandes exponentes del pensamiento
filosófico cubano electivo: Caballero, Varela y Luz. Si
bien Martí llamó a Caballero, “padre
de los pobres y de nuestra filosofía,” no obstante se reconoció
especialmente como heredero de las enseñanzas de Luz, cuando lo identificó
como el fundador de la conciencia independentista en la generación de
patriotas que conducirían a la Isla de Cuba hacia su total independencia.
Sobre Luz escribió:
“Él,
el padre; el silencioso fundador
(…), y se sofocó el corazón (…) para dar tiempo a que se criase de
él la juventud con quien habría de ganar la libertad (…); él que es
uno de nuestras almas … ha cundido por toda nuestra tierra, y la inunda
aún con el fuego de su rebeldía (…), y consagró la vida entera (…)
a crear hombres rebeldes y cordiales que sacaran a tiempo la patria
interrumpida de la nación que la ahoga y corrompe…”[38] Me
atrevería a afirmar que en Cuba, no ha habido un gran escritor más
estudiado e investigado por otros grandes escritores, que nuestro José
Martí. Las más destacadas personalidades, en nuestro ámbito
intelectual, han hecho de su vida y obra, objeto especial de su atención.
Así, desde Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Medardo Vitier, Emilio
Roig de Leuchsenring y Gonzalo de Quesada, hasta Julio Antonio Mella, Raúl
Roa, Blas Roca, Juan Marinello, José Antonio Portuondo, Cintio Vitier,
Armando Hart, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, Julio Le Riverend y
Roberto Fernández Retamar, entre otros, han ido enriqueciendo con
magistral pluma el conocimiento inagotable de la obra de nuestro Apóstol.
En
aproximación constante, ellos y muchos otros investigadores en nuestros días,
han contribuido a valorar su pensamiento, delimitar etapas en su vida y
obra, profundizar en los elementos fundamentales de su ideario, y en fin,
dibujar su imagen de la manera más completa. Pero aún así, el
pensamiento martiano sigue siendo inagotable. Como
expresa Cintio Vitier en su bello, profundo y enjundioso estudio sobre el
Apóstol: “Pasamos
sin sentirlo de su prosa a su verso, de su palabra a la acción, de su
vida pública a su intimidad; podemos estudiar su doctrina política,
filosófica, educativa, poética, crítica y aún estilística, como un
todo continuo. Cuando nos habla de la sociedad nos dice las mismas cosas
que cuando nos habla del poema. No hallamos en él fisura, y no acabamos
nunca de ver todos los aspectos de su rostro, que sin embargo
nos mira desnuda y sencillamente a los ojos.”[39]
He
aquí la esencia de la universalidad del pensamiento martiano. Y es por
esto que Martí no es sólo nuestro, es decir, de los cubanos, sino un
pensador de nuestra América, que a la vez que supo divertir a nuestros niños
y educarlos en los más puros valores humanistas, supo advertir a tiempo
el peligro que se cernía sobre nuestros pueblos, a medida que el gigante
se convertía en imperio. A
pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Martí, la arista filosófica de
su pensamiento no ha sido agotada. Sobre
este hecho, el Dr. Rigoberto Pupo, profesor e investigador de nuestra
cultura, advierte que “el ideario
filosófico de Martí ha sido insuficientemente investigado y existen
pocos trabajos al respecto. Esto se debe en gran medida a que Martí, en
tanto tal, no fue un filósofo profesional, no existe en su obra una
filosofía sistematizada a manera de los tratados filosóficos
tradicionales. Por otra parte, la existencia de determinados prejuicios y
esquemas en cuanto a la determinación de la filiación filosófica del
Maestro ha contribuido también a que se soslaye tan importante perfil de
su pensamiento”. De tal modo, continúa: “Un análisis acucioso y profundo del pensamiento de José Martí, revela
la existencia de una filosofía, o un ideario filosófico que adquiere
determinaciones concretas en la política, la economía, la ética, la estética
y el arte, la cultura, la historia, la pedagogía[40]”. Efectivamente,
en Martí la filosofía permanece como un entramado invisible – aunque
perceptible - en toda su obra escrita, tanto en verso como en prosa. Hay
tanta filosofía en su exquisito ensayo “Nuestra América”, como en su
conmovedor poema “Los zapaticos de Rosa”. Sin
agotar el contenido filosófico de su pensamiento, se intentará una
aproximación que sintetice los presupuestos teórico-filosóficos de
partida del pensamiento martiano. En sus apuntes y anotaciones sobre Filosofía, Martí asume entre otros, los siguientes principios metodológicos:
-
La naturaleza observable es la única fuente filosófica.
-
El hombre observador es el único agente de la Filosofía.
-
Hay dos clases de seres: los que se tocan y los que no se pueden
tocar…Lo que puede tocarse se llama tangible, y lo que puede probarse
por la vista, evidente. Lo que no se puede tocar ni ver es invisible e
intangible.
-
Hay en nosotros mismos una parte de naturaleza tangible, como el
brazo, y una intangible; como la simpatía.
-
Al estudio del mundo tangible, se le llama Física; y al
estudio del mundo intangible, Metafísica.
-
Filosofía es ciencia de las causas.
-
Las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de las
cosas propiamente.
-
No debemos afirmar lo que no podemos probar.
-
Los elementos para ser filósofo son la observación y la reflexión. Asimismo
advierte que Aristóteles dio el medio científico que ha elevado tanto,
dos veces ya en la gran historia del mundo, a la
escuela física; mientras que Platón y el divino Jesús, tuvieron el
purísimo espíritu y fe en otra vida que hacen tan poética y durable, la
escuela metafísica[41]. De
este modo, devela el problema fundamental de la filosofía, como hilo
conductor de su historia, cuando afirma que todas las escuelas filosóficas
pueden concretarse en dos: el materialismo (que es para él la exageración
de la Física) y el espiritualismo (que es por su parte, la exageración
de la Metafísica). Y concluye:
Las dos unidas son la verdad: cada una aislada es sólo
una parte de la verdad, que cae cuando no se ayuda de la otra.[42]
He
aquí la más auténtica expresión del carácter electivo de su filosofía. El
error de la Física, a juicio de Martí, radica en que en sus extravagancias, ha llegado a negar todo fenómeno espiritual.[43]
(Obviamente, se está refiriendo aquí al materialismo vulgar, es decir,
mecanicista). Por
otra parte, advierte, el error de la Metafísica estriba en querer brindar leyes para el mundo real y palpable, a partir de las
intuiciones del individuo[44],
olvidando que las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de
las mismas. Martí,
retomando la definición clásica aristotélica de Filosofía, como
ciencia de las primeras causas, afirma que conocer
las causas posibles y usar los medios libres y correctos para investigar
las no conocidas, es ser filósofo. Del mismo modo, pensar constantemente con elementos de ciencia, nacidos de la
observación, en todo lo que cae bajo el dominio de nuestra razón,
constituye lo que pudiéramos definir como los elementos para ser filósofo,
los cuales no son más que la
observación y la reflexión[45].
Cualquier
otro elemento ayuda a averiguar, pero no constituye una base firme sobre
la cual pueda sustentarse la filosofía. Como ejemplo, cita la intuición,
la cual se presenta como un auxilio, muchas veces poderoso, pero no
resulta una vía científica e indudable para llegar al conocimiento. Cierto
es que no podemos conocer las causas de las cosas en sí mismas, por
cuanto ellas no se nos revelan directamente, sino a través de la obra de
la Creación. Pero a Dios no podremos preguntarle, porque
nos han enseñado a creer en un Dios que no es el verdadero[46]. Para
Martí, el verdadero Dios impone el
trabajo como medio de llegar al reposo, la investigación como medio de
llegar a la verdad, la honradez como medio de llegar a la pureza. ¡Qué
alegre muere un mártir! ¡Qué satisfecho vive un sabio! Cumple con su
deber, lo cual, si no es el fin, es el medio[47].
Tampoco podremos preguntar a la fe, por cuanto en su
nombre se ha mentido mucho. Se debe tener fe en la existencia superior,
conforme a nuestras soberbias agitaciones internas; en el inmenso poder
creador, que consuela; en el amor, que salva y une; en la vida que empieza
con la muerte (…) Pero la fe mística, en la palabra cósmica de los
Brahmanes, en la palabra exclusivista de los Magos, en la palabra tradicional, metafísica
e inmóvil de los Sacerdotes; la fe, que frente al movimiento de la Tierra
dice que se mueve de otra manera; la fe, que condena por brujos a Bacon y
a Galileo; la fe, que niega primero lo que luego se ha visto obligada a
aceptar; esa fe no es un medio para llegar a la verdad, sino para
oscurecerla y detenerla; no ayuda al hombre, sino que lo detiene; no le
responde, sino que lo castiga; no le satisface, sino que lo irrita. Es por
todos estos elementos, que Martí concluye: Los hombres libres tenemos ya
una fe diversa. Su fe es la eterna sabiduría. Pero su medio es la prueba[48]. Se
trata de la fe científica, y
con ella se puede ser un excelente
cristiano, un deísta amante, un perfecto espiritualista. Es por esto que
afirma: Para creer en el cielo, que nuestra alma necesita, no es necesario
creer en el infierno, que nuestra razón reprueba.[49] ¿A
quién debemos preguntar entonces? -
A la Naturaleza. Y, ¿Qué es la Naturaleza? – El
pino agreste, el viejo roble, el bravo mar, los ríos que van al mar como
a la Eternidad vamos los hombres: la Naturaleza es el rayo de luz que
penetra las nubes y se hace arco iris; el espíritu humano que se acerca y
eleva con las nubes del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es
todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos; corrientes
esclavas en su cauce; raíces esclavas en la tierra; pies, esclavos como
las raíces; almas, menos esclavas que los pies.
El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es,
deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso
o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los
hombres es Naturaleza[50]. De
manera semejante, Martí define el método filosófico correcto, como
aquel que, al juzgar al hombre, lo toma en todas las manifestaciones de su
ser, y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que,
siendo tal vez por su confusa y difícil esencia primaria, no le es dado fácilmente
observar. En
el mismo sentido, advierte que el hombre debe tomar la Filosofía no
como el cristal frío que refleja las imágenes que cruzan ante él; sino,
como el animado seno en que palpita, como objeto inmediato y presente, la
posible acomodación de lo real en lo que el alma guarda como ideal
anterior, posterior y perpetuo[51]. Gran
importancia otorga Martí a la Historia de la Filosofía y a la función
crítico-valorativa que ella debe ejercer, cuando expresa que ésta, en su
sentido moderno, es el examen crítico
del origen, estados distintos y estados transitorios que ha tenido, así
como el análisis de por qué ha llegado la Filosofía a su estado actual[52].
Refiere y compara, que si antes ésta prevalecía como colección de
hechos y narraciones, sin nexos ni vínculos internos, ahora, en su
sentido moderno se enlazan y se funden elementos, y se engranan y explican
los sucesos. Se
trata de una concepción moderna, totalmente acorde con el desarrollo de
los conocimientos científicos de su época y con el propio desarrollo de
la filosofía como cosmovisión integral de la realidad. Es por esto que
señala la importancia de la crítica,
no como censura, sino en su acepción formal y etimológica, como
ejercicio del criterio[53].
Así,
para Martí, la Historia de la Filosofía no ha de ser exposición fría y
acrítica de los diversos sistemas filosóficos a lo largo de la historia
de la humanidad, sino examen crítico-valorativo que enlace corrientes y
sepa destacar aciertos y señalar limitaciones. En
esta, como en muchas otras vertientes de su polifacético pensamiento, que
se asemeja a un poliedro de infinitas aristas, sus ideas se anticipan a su
tiempo, brillan y emanan luz inagotable, cual brillante salido de la
tierra y tallado por la mano del hombre, que ve pasar el tiempo y cada día
brilla más, y con luz
propia. Martí
está hoy más que nunca entre nosotros. En las masas indígenas de América
Latina, en los niños que leen y disfrutan “La Edad de Oro”, en el
amor al prójimo, en la solidaridad entre nuestros pueblos, en el ideal de
perfeccionamiento humano, en el arte, en la poesía, en nuestra filosofía,
en las ciencias, en la fe, en el Dios de los oprimidos y los desposeídos,
en la educación, en la religión, en el ideal de justicia, en la lucha
por el bien común... Como él mismo sentenciara con sólo 18 años de
edad, cuando fuera acusado de infidente por las autoridades españolas y
condenado al presidio político en Cuba por sus actividades patrióticas,
Martí descubre a Dios en el sufrimiento humano, cuando expresa cual
visionario en uno de sus escritos juveniles: “El
orgullo con que agito estas cadenas, valdrá más que todas mis glorias
futuras; que el que sufre por su patria y vive para Dios, en éste u otros
mundos tiene verdadera gloria”.[54]
(…) “El martirio por la Patria
es Dios mismo”.[55]
(…)
Como
expresara magistralmente Cintio Vitier en su “Vida y Obra del Apóstol
José Martí”, a la pregunta ¿Quién
era, en suma, este hombre al que Gabriela Mistral[56] llamó “el hombre más puro de nuestra
raza”, y a quien pudiéramos también llamar, el más completo?, se
pudiera responder, junto al estudioso de nuestro Apóstol: (…)
“Lo vemos en el blancor infernal
de las canteras de San Lázaro, aherrojado con la cadena y el grillete que
sólo pudo arrancarse de veras en sus últimos días, transfigurados por
el cumplimiento del destino, en el seno de la naturaleza patria.
(…) Lo vemos en la tribuna de la emigración, en medio de la
“magia infiel” del hielo, rodeado del arrobo de sus pobres, fulgurando
en la noche la palabra sagrada que es el único hogar de espíritu que han
tenido los cubanos. (…) Lo
vemos, en fin, en el terrible y radiante
mediodía, lanzándose en su caballo blanco, para firmar con sangre, todas
sus palabras. Ninguna imagen puede agotar su imagen…”![57]
Dra.
Cs. Rita M. Buch Sánchez
[1]
José Martí: “Antonio
Bachiller y Morales”. EL AVISADOR AMERICANO. Nueva York, 24 de
enero de 1889. En: José Martí: Obras
Completas. Tomo 5. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1975,
pp. 143 – 153. [2] La primera obra filosófica cubana fue la “Philosophia Electiva”, escrita en latín por José Agustín Caballero en 1797 con fines docentes. Fue proyectada por su autor en 4 partes: Lógica, Metafísica, Física y Ética. Sólo llegó a nosotros la primera parte como manuscrito con el título referido. Su primera edición fue realizada 1944, en la Editorial de la Universidad de la Habana. [3] Me refiero a Elías Entralgo y Roberto Agramonte, entre otros. [4] Roberto Agramonte: Estudio Preliminar. En: Philosophia Electiva. Editorial de la U-H. La Habana, 1944. [5] La historiografía ha registrado una frase de Luz sobre Varela en la que se expresa que fue “el primero que nos enseñó a pensar”, cuando en realidad, Luz se refirió a Varela como “el que nos enseñó primero en pensar”, refiriéndose a la primacía del pensamiento sobre la acción. Este lamentable error, explica en gran medida el por qué la tradición ha reconocido a Varela cronológicamente como el primero que enseñó a pensar a los cubanos, obviando o subvalorando el papel desempeñado por José Agustín Caballero, maestro de Varela, Luz y muchos otros destacados exponentes de nuestra filosofía decimonona. [6] Carta de Félix Varela a José de la Luz y Caballero. Nueva York, 2 de junio de 1835. En: Revista Bimestre Cubana. La Habana, julio-diciembre de 1942. El subrayado es de la autora. [7] No debe confundirse el término electivismo con el de eclecticismo. Su uso indistinto en la bibliografía tradicional sobre el tema, ha generado confusiones e incluso, errores conceptuales, como se analizará más adelante. [8] Félix Varela: Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños. En – José Ignacio Rodríguez: Vida del presbítero Félix Varela. La Habana, 1944, p.11. [9] Tomado de: José Ignacio Rodríguez: Vida del presbítero Félix Varela. La Habana, 1944, p.253. (Artículo de Luz sobre las doctrinas filosóficas del padre Varela. [10] José Agustín Caballero: Philosophia Electiva. Artículo Séptimo de la Disertación Primera: Sobre la Filosofía en general. [11] Rita M. Buch Sánchez: José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Editorial Félix Varela. La Habana, 2001. [12] Sobre el papel desempeñado por esta institución como taller de la nación cubana, consultar: Buch Sánchez, Rita M.- El Seminario de San Carlos y San Ambrosio como taller de la nación cubana. (En: “Pensar en Cuba”. Debates Historiográficos. Colección de Ensayos. Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 1999). [13] El Despotismo Ilustrado propició que las colonias ultramarinas experimentaran un espíritu de renovación ideológica hacia la segunda mitad del siglo XVIII, como expresión de las transformaciones económicas, políticas y sociales acaecidas en la metrópoli española, a partir del ascenso de los Borbones al trono, en especial, durante el gobierno de Carlos III (1759-1788), quien promulgó ciertas medidas favorables, tendentes a brindar mayor flexibilidad a las relaciones económicas y comerciales entre España y sus colonias. [14] Los primeros Estatutos del Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, redactados en el año de 1769 por Santiago José de Hechavarría y Elguezúa, entonces obispo de Cuba, Jamaica y Provincias de la Florida, fueron impresos en Nueva York, en 1835. El archivo del Seminario conserva un ejemplar de esta edición. Ver: Institutos del Real Seminario de San Carlos. Imprenta de don Guillermo Newell, Nueva York, Calle de Nassau No. 162, 1835. En su Introducción se hace referencia a la necesidad absoluta que por entonces tenía la Isla de Cuba de fundar una institución destinada a la educación y la enseñanza de la juventud, a partir de estudios bien reglamentados, independientemente de los que se practicaban en otras instituciones ya existentes, tales como el Seminario Conciliar de Santiago de Cuba, la Real Universidad de San Jerónimo de la Habana y otros centros de enseñanza ubicados en los conventos a lo largo de la isla. Asimismo, en ella se enfatiza que el designio principal del Seminario “ha sido formar un taller, en que se labren hombres verdaderamente útiles a la Iglesia y al estado; hombres que por su probidad y literatura, sean capaces de cualquier ministerio sagrado o profano, de hacer el servicio de ambas Majestades, y contribuir a la felicidad de los pueblos…” [15] Para valorar el significado histórico-filosófico de la propuesta electiva de Caballero, puede consultarse: Buch Sánchez, Rita M.- José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Edit. Félix Varela. La Habana, 2001. ( Este libro constituye el resultado de mi tesis doctoral en Ciencias Filosóficas defendida el 28 de junio de 1998 ante el Tribunal Permanente de Filosofía en la Universidad de la Habana. En mi tesis he demostrado de manera documentada, el papel desempeñado por el presbítero José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera (1762 – 1835) como pionero de la filosofía cubana e iniciador de la reforma filosófica en Cuba, quien fuera el maestro de Filosofía de Varela y de muchos otros jóvenes discípulos del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en los últimos años del siglo XVIII, autor además de nuestra primera obra filosófica Philosophia Electiva (1797), cuya labor pedagógica influyó decisivamente en la formación de una generación de cubanos que preparó ideológicamente el camino hacia nuestra independencia). [16] Caballero, José Agustín – Philosophia Electiva. Disertación Primera: La Filosofía en General. Artículo Séptimo. (En: Buch Sánchez, Rita M. – José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Anexos. Ed. Cit. p.189). [17] Caballero, José Agustín – Philosophia Electiva. Aparato o Propedéutica Filosófica.(En: Ibid. p. 188). [18] Varela, Félix – Lecciones de Filosofía. Introducción. (En: Varela, Félix – Obras. Edit. Imagen Contemporánea, La Habana, 1977. Tomo I. p.138. [19] Varela, Félix – Obras. Tomo I. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1977. (Ver: “Cronología”) [20] Esta es la opinión de Cintio Vitier en su obra Las ideas y la filosofía en Cuba. [21] Varela, Félix – Lecciones de Filosofía. En: Varela, Félix - Obras. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1997. p.138. [22] Se trataba, ante todo, de enseñar, mostrando el método del pensamiento científico, fundamentalmente, el método inductivo-experimental. Pero además, enseñarlo en el idioma patrio. [23] Varela, Félix – Miscelánea Filosófica. Parte V: “Observaciones sobre el escolasticismo”. Observación III. (En: Varela, Félix – Obras. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1997. p.430). [24] Varela, Félix – Observaciones sobre la constitución política de la Monarquía Española. (En: Varela, Félix – Escritos Políticos. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 1977. p.80.
[25]
Ibid. p.80.
[26]
Ibid. p.34.
[27]
Ibid. p.38. [28] Ibid. p.40. [29] Ibid. p.40-41.
[30]
Varela, Félix – Amor de los americanos a la independencia.
(En: Varela, Félix – Escritos Políticos. Ed.
Cit. p.152). [31] Varela, Félix – Patriotismo. (En: Varela, Félix – Obras. Tomo I. Edit. Cit. p.436). [32] Morales y Morales, Vidal - "Iniciadores y primeros mártires de la Revolución Cubana". Edit. La Moderna Poesía. La Habana, 1931. [33] Luz y Caballero, José de la -“La Polémica Filosófica - Edit. de la Universidad de la Habana 1946 [34] Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Centro de Estudios Martianos, La Habana, Cuba, 2006. (Se recomienda consultar el Capítulo 1 para conocer sobre la formación de Martí y el contexto histórico en que nace y se desarrolla su personalidad). [35] Escribe el Soneto “¡10 de Octubre”!, publica el Editorial de El Diablo Cojuelo y el poema dramático “Abdala en La Patria Libre (enero de 1869). [36] José Martí, “Nuestra América”, publicado en El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. En: José Martí. Obras Completas. La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, 28 v., t. 6, p. 19. (En lo adelante: O.C.) [37] Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Ed. Cit., pp. 13-14. [38] José Martí, “José de la Luz y Caballero”, en Patria, 17 de noviembre, 1894. Reproducido en Aforismos, Editorial de la Universidad de la Habana, 1962, pp. XIII-XV. [39]Cintio Vitier, Ob. Cit., ed. Cit. p. 23. [40] Rigoberto Pupo, “Identidad y subjetividad humana en José Martí”, Edit. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004, pp. 27-28. [41] José Martí, O.C., t. 19, p. 361. [42] José Martí, O.C., t. 19, p. 361. [43] José Martí, O.C., t. 19, p. 362. [44] José Martí, O.C. Tomo 19, p. 361. [45] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 362. [46] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363. [47] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363. [48] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363. [49] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363. [50] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 364. [51] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365. [52] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365. [53] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365. [54] José Martí, O.C., Tomo 1, p.54.
[55]
José Martí, O.C., Tomo 1, p.61. [56] Gabriela Mistral, Prólogo a José Martí. Versos Sencillos, La Habana, Secretaría de Educación, 1939, p.34. [57] Cintio Vitier, obra citada, p. 23. |
por
Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas.
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía,
de la Universidad de la Habana, Cuba
Ver, además:
Dra. Cs. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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