De Caballero a Martí.
Trayectoria de la filosofía cubana electiva en el siglo XIX

por Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez

Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas. 
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía, 
de la Universidad de la Habana, Cuba

rita@ffh.uh.cu 


 

José Martí es heredero de la más pura tradición filosófica cubana electiva, plasmada en la línea que parte de José Agustín Caballero y continúa en Félix Varela y en José de la Luz.

Nuestro Apóstol supo captar en toda su magnitud, la esencia y el significado de la enseñanza del padre Caballero en la cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuando en 1889, a propósito de rememorar la figura de Antonio Bachiller y Morales expresó:

“Estudió en el Colegio de San Carlos, no cuando aún daba con la puerta en la frente a los que no venían de cristianos viejos “limpios de toda mala raza”, o trajeran sangre de negro, aunque muy escondida, o fuesen hijos de penitenciado de la Inquisición, u hombre de empleo vil, hereje converso o artesano; sino cuando el sublime Caballero, padre de los pobres y de nuestra filosofía, había declarado, más por consejo de su mente que por el ejemplo de los enciclopedistas, campo propio y cimiento de la ciencia del mundo el estudio de las leyes naturales; cuando salidos de sus manos, fuertes para fundar, descubría Varela, tundía Saco y la Luz arrebataba; cuando, hallando la sátira más útil a la libertad que el idilio, con ella y con sus discursos bregaba Hechavarría por sustituir en las aulas el derecho castizo a la Instituta, y el estudio de lo presente a la ciencia de la momia, que anda ahora resucitando la tiranía en las Repúblicas americanas, so capa de literatura y academias; cuando los discípulos del alavés Justo Vélez, que en español enseñaba a los españoles su derecho y no en latín, andaban por plazas y cortinas disputando a favor  de la novedad, con sus cuadernos bajo el brazo, con el fuego y orgullo con que se juntaban en los cerros de París los jóvenes abelardinos (…)”[1] 

Heredero además, de la tradición filosófica universal y de los aportes de sus figuras paradigmáticas, entre las cuales destaca en sus apuntes filosóficos a Heráclito, Empédocles, Sócrates, Platón, Aristóteles, Bacon, Descartes, Leibniz, Condillac, Kant, Hegel y muchos otros, supo beber en la obra de los filósofos clásicos y asimilar con criterio propio y espíritu electivista sus más destacados aportes, a la vez que supo señalar sus limitaciones fundamentales.

En la segunda mitad del siglo XIX, cuando en Cuba y en América Latina, la filosofía positivista con su crítica a la Metafísica resultaba lo suficientemente atractiva y novedosa como para imperar casi por completo en nuestro continente, Martí asume y reivindica el electivismo cubano, enarbolándolo frente a la filosofía de Comte y Spencer, y advirtiendo sobre los peligros que éste entrañaba como postura filosófica preponderante en América. 

1- CABALLERO: Fundador de la filosofía electiva e iniciador de la reforma filosófica en Cuba.

La primera obra filosófica cubana,  “Philosophia Electiva”, fue escrita en 1797, en latín, por el presbítero José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera (1762-1835), para el curso de Filosofía que comenzaría a impartir el 14 de septiembre de ese año, en el Real y Conciliar Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Compuesta con fines docentes, e inconclusa, de acuerdo al proyecto inicial de su autor[2], esta joya de la literatura filosófica cubana, permaneció guardada en su forma original, en distintos archivos privados, y sólo vio la luz en su primera edición de 1944, gracias al meritorio trabajo de quienes impulsaron las ediciones de la Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de la Habana[3], dando a conocer, por esta vía, la obra de los clásicos de la filosofía cubana.  Casi ciento cincuenta años nos vimos los cubanos privados de poder leer sus páginas y aquilatar su valor. Este hecho conduce a la reflexión de por qué Caballero ha sido omitido o subvalorado en más de una de nuestras historias de la filosofía Me inclino a creer que ha sido Caballero víctima de una injusticia histórica, que en parte se explica por tantos años de desconocimiento de su obra escrita. Caballero fue ante todo el maestro de filosofía del Seminario de San Carlos. Quince años antes de que culminara el siglo XVIII, el padre José Agustín ocupaba la cátedra de Filosofía en esta destacada institución, la que desempeñaría ininterrumpidamente desde 1785 hasta 1805. Aunque con posterioridad asumió la cátedra de Teología, fue en la de Filosofía durante estos veinte años, que pudo sentar las bases de un nuevo método de pensar, que enseñó sobre todo “verbalmente” a sus discípulos. Su labor diaria, paciente y silenciosa en dicha cátedra, unida a su ejemplo personal y a su actividad educativa y divulgadora como destacado colaborador del Papel Periódico de la Havana y como activo miembro de la Sociedad Patriótica, fue poco a poco moldeando nuevas conciencias filosóficas y patrióticas, como la de nuestro Varela y nuestro Luz. No fue un escritor prolífero, más bien fue un excelente orador. No dejó múltiples escritos, y los que se deben a su pluma, muchos no han sido encontrados, otros se han perdido como manuscritos, y los menos, han llegado hasta nosotros. Por eso, puede afirmarse que es Caballero ante todo un filósofo que ha padecido el desconocimiento del público y del lector especializado.

Ciertamente, se habla con mayor fuerza del Caballero que fuera activo colaborador del Papel Periódico de la Havana en la década de 1790, o el que ocupara un lugar destacado en las sesiones de la Sociedad Patriótica, promoviendo la reforma de la enseñanza. Mucho menos se conoce del profesor de filosofía del Colegio-Seminario.

Es totalmente explicable. Los que le conocieron ya no existen y no pueden exaltar su figura, y quienes le sucedieron en el ámbito filosófico desconocieron hasta mediados del siglo XX la existencia de su obra clásica, o si la conocieron, no tuvieron acceso a ella.

Es esto quizás, lo que explica la omisión de Caballero en muchas de nuestras páginas, pero no lo que la justifica. Nuestra historiografía filosófica está en deuda con esta figura.

A aquellos que impulsaron en la década de 1940 las publicaciones de los clásicos de nuestra filosofía,  debemos la edición por primera vez en Cuba de la obra de Caballero “Philosophia Electiva” (1797), antecedida por un Estudio Preliminar[4],   en el que el se ofrece un análisis sistemático y documentado de los factores que hicieron posible la propuesta electiva del padre Agustín en su lucha contra la Escolástica, y lo que significó su pensamiento en la importante etapa de finales del siglo XVIII para la cultura criolla y los orígenes de la conciencia cubana.  Del mismo modo, este autor analiza las condicionantes histórico-sociales que posibilitaron el surgimiento de un pensar autóctono, con matices propios y problemática de una Isla que comenzaba a cuestionarse su propia realidad  y a buscar sus propios caminos para alcanzar soluciones a intereses que se diferenciaban sustancialmente de los de la metrópoli española.

En esta línea de pensamiento se inserta José Agustín Caballero como el padre de nuestra filosofía, como lo denominara el propio Martí. Sin embargo, paradójicamente, casi podría decirse que resulta una constante, la alusión a la figura de Félix Varela,  como el primer filósofo cubano, quien por demás, según se alega, fue el primero que nos enseñó a pensar[5].

Indiscutiblemente, es Varela una figura descollante en el pensamiento cubano, fue un gigante intelectual, en toda la extensión que implica el término. Sin embargo, cuando se estudia a Varela, llaman la atención las insistentes y constantes alusiones que éste hiciera a la figura y obra de su maestro de filosofía, José Agustín Caballero. En su magnífica carta dirigida a José de la Luz desde Nueva York, a propósito de la muerte del padre Caballero, Varela  expresaba:         

“Ya tenía yo en mi Scrap book la noticia necrológica sobre el que usted llama muy bien sin igual Caballero, y ya por algunas expresiones había conocido al autor. Sin lisonja, digo a usted que ha escrito muy bien, pero se le escapó muchísimo que ha debido entrar en el ligero bosquejo que usted ha formado.  La dirección del Colegio estuvo tres veces en sus manos, si lo hubiera querido, pues Mendoza no hubiera hecho oposición, si Caballero hubiera consentido en ser Director.  Tampoco dijo usted que el señor Espada, que a nadie chiqueaba, siempre que vacó alguna canongía, le hizo hablar o habló directamente para que aceptase, hasta que se convenció que era inútil proponerle dignidad alguna. Debió usted haber dicho que Caballero fue uno de los hombres de gran mérito, con gran influencia y en constante ejercicio de ella, que han vivido 72 años y han muerto sus enemigos. Aquí está, querido Luz, aquí está el gran prodigio y el mayor elogio que pueda hacérsele al incomparable Caballero. Debe agregarse que con un carácter semejante al de San Ambrosio, atacaba sin reserva cuanto creía injusto, y tal era su dignidad, tal la idea que todos formaban de su alma grande, que todos sus golpes, lejos de desviar, atraían a los heridos. Jamás buscó la popularidad, antes procuró ahuyentarla, mas ella le persiguió siempre y reclamándole como su natural objeto.  ¡Cuánto podría yo decir¡

Vamos a lo que ahora debemos hacer para que Caballero viva, no sólo en la endeleble memoria de sus virtudes, sino en el saludable influjo de su doctrina. Me vengaré con usted y no le escribiré ni una sola carta, si se contenta con publicar una lista de los escritos de Caballero. Debe hacerse una edición completa, sin dejar absolutamente nada, en la inteligencia de que todo es oro. Costará trabajo entender algunos manuscritos, mas no por eso deben desecharse, sino hacer una junta de sus discípulos para descifrarlos. A la verdad es difícil encontrar mejor escrito y peor escribiente”.    Félix Varela[6].

De modo similar, José de la Luz, cuyo filosofar de esencia polémica en las inmediaciones del siglo XIX, asombra aún en nuestros días por su carácter diáfano y su modernidad, reconoció en Caballero a su padre espiritual. Esto se explica porque tanto Varela como Luz, reconocieron en Caballero al maestro de espíritu reformador, que supo asestar los primeros golpes al Escolasticismo, y transmitir a sus discípulos un nuevo método de pensar y hacer la Filosofía en y desde Cuba, el electivismo[7], que permitía elegir de entre todos los sistemas, lo mejor y adaptarlo a las necesidades que reclamaba nuestra Isla.

Debe establecerse con total precisión, la diferencia entre “electivismo” y “eclecticismo” en la filosofía cubana. El electivismo se refiere al nuevo método de pensar y hacer  filosofía cubana, cuyo pionero sin precedentes fue José Agustín Caballero, a partir de las Lecciones de Filosofía Electiva, que impartió a sus discípulos del Seminario de San Carlos y San Ambrosio a partir del curso inaugurado el 14 de septiembre de 1797. En su Filosofía Electiva, Caballero insistía en que esa era la actitud que mejor se ajustaba a su afán de escoger lo mejor de todos los sistemas, sin adscribirse a ninguno de ellos, lo que en su lucha contra el método escolástico,  de corte aristotélico-tomista, condujo al primer filósofo cubano a escoger lo mejor del pensamiento moderno europeo, que resultó ser por una parte, la idea de Francis Bacon sobre la necesidad de la experimentación para el avance de la ciencia y el dominio de la naturaleza, y por otra, la duda y el método cartesianos, como arma indiscutible contra la Escolástica. Esta línea de pensamiento fundada por Caballero, iniciaría una tradición electiva en la filosofía cubana, que se extendería a lo largo del desarrollo de las ideas en Cuba, encontrando sus más altos exponentes durante el siglo XIX en Varela, Luz y Martí, como se apreciará más adelante.

Por su parte, el “eclecticismo” en la filosofía cubana, además de aparecer desde el punto de vista cronológico, posteriormente al electivismo fundado por Caballero, está asociado a la influencia recibida de Europa, de una escuela de pensamiento francés, conocida también como Eclecticismo Espiritualista, cuyo máximo exponente fue Víctor Cousin (1792 – (1867). Los presupuestos teórico-filosóficos de esta corriente de pensamiento, distan sustancialmente de los del electivismo cubano.

La filosofía de Cousin significó un intento de revivir la especulación, en detrimento del avance que había alcanzado el pensamiento sensualista-materialista al calor del progreso científico experimentado en Europa entre los siglos XV y XVII, por cuanto Cousin partía de los llamados “hechos de conciencia” por sí solos, sin considerar su base objetiva. Así, bajo el nombre de Eclecticismo, el pensador francés proponía un tratado de paz a todos los sistemas, a los que quiere conciliar, reteniendo lo más valioso de todos ellos. Del mismo modo, se advierte en su obra intitulada Fragmentos de Filosofía Moderna, un convencimiento de que en filosofía se han producido todos los sistemas posibles, por lo que no queda otro camino que renunciar a toda filosofía o, según sus propias palabras, “agitarse en el círculo de sistemas gastados recíprocamente, en cuyo caso hay que extraer lo que hay de verdadero en cada uno de los sistemas y componer una filosofía superior a todos los sistemas, y que gobierne a todos, dominándolos a todos”.

Como se puede apreciar, el espíritu que orienta al pensador francés, está bien lejos del electivismo fundado por José Agustín Caballero.

Cuando los escritos de Cousin comienzan a circular por Europa hacia 1815, ya hacía tres décadas que nuestro presbítero había ocupado la cátedra de Filosofía del Seminario habanero. La fama de Cousin, sólo llegó a la Habana hacia 1830-40 y encontró unos pocos adeptos, fundamentalmente en la Universidad de la Habana, entre los que cabe mencionar a los hermanos Manuel y José Zacarías González del Valle. Contra el Eclecticismo Espiritualista de Víctor Cousin, en esta época  se pronunciaría por escrito, impugnándolo con particular fuerza y sentido polémico, José de la Luz y Caballero, en una de las obras más críticas y audaces que haya conocido la bibliografía latinoamericana del siglo XIX.

Ya acotado este aspecto, resulta necesario aclarar otro no menos importante, que está relacionado con el destino histórico del manuscrito de Caballero “Philosophia Electiva” y el hecho cierto de que en la bibliografía cubana tradicional de los siglos XIX y XX se haya hecho referencia indistintamente a los términos “filosofía electiva” y “filosofía ecléctica”, como si se tratara de una misma filosofía.

Recordemos que este escrito de Caballero fue redactado en latín por el padre Agustín, en 1797 y no fue publicado hasta 1944, es decir, estuvo perdido entre archivos personales durante 147 años, casi medio siglo…

¿Qué ocurrió durante estos años?

Al rastrear el origen de esta confusión, nos encontramos con que en el transcurso de casi medio siglo, estudiosos del pensamiento cubano hicieron algunas referencias a Caballero y a su obra, por noticias que tenían sobre la  existencia de la misma, mas sin tenerla a mano para consultarla, y este hecho, como se verá más adelante, está íntimamente relacionado con el origen de la transformación gradual que sufrió el título original de la obra “Filosofía Electiva”, por el de “Filosofía Ecléctica”.

En esta indagación, ha sido fundamental la lectura de un material incluido en la primera edición de la primera obra filosófica cubana, en 1944, debido a la pluma de Jenaro Artiles, quien realizó la traducción de la misma, del latín al castellano. Se trata del artículo “Vicisitudes del Cuaderno”, en el que el autor relata en detalle, los pormenores que acontecieron en relación al mismo, durante los 147 años en que permaneció inédita esta joya de la literatura filosófica cubana, hasta que llegó a sus manos, para su traducción y posterior edición. En esa fecha, el único manuscrito de Philosophia Electiva que existía se conservaba inédito, en manos del Dr. Francisco de Paula Coronado, por entonces Director de la Biblioteca Nacional de Cuba. Gracias a su cooperación se pudo elaborar la primera edición de la obra, bajo la asesoría técnica del Comité Editorial de la Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de la Habana. Hasta esa fecha, el manuscrito de Caballero había permanecido en distintas bibliotecas personales.

Poco después de la muerte de Caballero en 1835, se conoce que el manuscrito, por voluntad del presbítero, quedó en poder de Manuel González del Valle, profesor de Sicología y Moral en la Universidad de la Habana, aunque cesante entre 1830-40. Incluso el manuscrito original aparece dedicado a él por la propia mano de Caballero, aunque con letra posterior a haber sido elaborado.

Se sabe también, que estando en poder de Manuel, su hermano José Zacarías, catedrático suplente de Texto Aristotélico en la Universidad de la Habana, lo utilizó para preparar un estudio que hizo sobre la filosofía de Caballero, el cual fue publicado en La Cartera Cubana, bajo el título de La filosofía en la Habana. De ese tiempo datan también las notas finales al texto de Caballero, escritas por el propio José Zacarías, las cuales aparecerían en la primera edición de la obra.

Se supone que Manuel González del Valle, donara el cuaderno manuscrito a la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue Secretario de Educación, ya que por esos años perteneció a esa Biblioteca, como lo indica el sello estampado en el folio 1 del mismo.

De ahí en adelante, el destino del manuscrito sólo ha podido inferirse, pues resulta difícil de demostrar.

Se sabe que estuvo en poder del erudito matancero José Augusto Escoto, entre cuyos libros y papeles quedó después de su muerte, y de manos de sus herederos, pasó por donación finalmente a manos del Dr. Francisco de Paula Coronado, a quien llegó bastante deteriorado por la humedad. Sobre este material, el traductor refiere que en el transcurso de casi medio siglo, estudiosos del pensamiento cubano hicieron algunas referencias a Caballero y a su obra, por noticias que tenían sobre la  existencia de la misma, mas sin tenerla a mano para consultarla y este hecho, como veremos más adelante, está íntimamente relacionado con el origen de la transformación gradual que sufrió el título original de la obra “Filosofía Electiva”, por el de “Filosofía Ecléctica”.

El propio traductor del texto, Jenaro Artiles, manifiesta que la palabra electiva tuvo vida y uso frecuente en el bajo latín y en el medieval, de donde pasó al escolástico.

No se puede precisar con certeza por qué, tras la muerte de Caballero se hizo referencia al título de la obra como Filosofía Ecléctica.

Las referencias históricas parecen coincidir en que el primero en utilizar este nombre – ajeno al que le puso Caballero originalmente a su obra – fue José Zacarías González del Valle, en su estudio La filosofía en la Habana de 1839, referido anteriormente, en el cual, caracterizando la obra, se expresó en los siguientes términos: “Está escrita en un latín elegante y conciso; pertenece al dogma de Aristóteles, aunque se titula Filosofía Ecléctica”.

Deseo llamar la atención sobre esta primera referencia histórica a la obra de Caballero, que contribuiría definitivamente en lo adelante a desvirtuar el título original y constituiría el punto de partida sobre futuras malinterpretaciones y/o imprecisiones entre electivismo y eclecticismo en Caballero. Es de suponer – y las referencias históricas así lo demuestran – que al haber sido traducido el título original con poca exactitud por José Zacarías, en lo adelante fue asumido el título de Filosofía Ecléctica, sin reservas.

En 1859, Antonio Bachiller y Morales, también se refiere a la filosofía ecléctica de Caballero, en sus Apuntes para la historia de las letras y la instrucción en la Isla de Cuba.

Posteriormente, José Manuel Mestre menciona la obra de Caballero con el título de Filosofía Ecléctica, en el discurso que pronunciara en 1861, en ocasión de inaugurarse el curso académico de la Real Universidad Literaria de la Habana.

La misma referencia hará Francisco Calcagno, en el Diccionario Bibliográfico Cubano, impreso en 1878.

Por su parte, Alfredo Zayas en 1891 escribe la biografía intitulada El Presbítero Caballero: Su vida y sus Obras, publicada en la Revista Cubana de 1891 y se refiere al cuaderno con las siguientes palabras:

Y a la verdad que hasta el mismo tratado de Lógica, que ya con el título de Filosofía Ecléctica demuestra el propósito de no inspirarse exclusivamente en un sistema, se descubren huellas de la escuela sensualista por una parte, y de la influencia de Cartesius por otra”.

Ya en el siglo XX, en 1927 Trelles y Govín, en su Bibliografía Cubana de los siglos XVII y XVIII, también se refiere al título de la obra como el de Filosofía Ecléctica.

Otro tanto ocurre con las referencias que hacen en 1935, Emilio Roig de Leuchsenring y Francisco González del Valle, en el Homenaje al Ilustre Habanero Pbro. Don José Agustín Caballero, en el centenario de su muerte.

Por último, en 1943 – un año antes de la primera edición de Filosofía Electiva, Medardo Vitier en su conferencia sobre Caballero, pronunciada en la Universidad de la Habana, hace alusión al cuaderno de Filosofía Ecléctica de Caballero, ocasión en que él mismo se pregunta: ¿Quién lo posee actualmente en la Habana…?

Hasta aquí, las referencias históricas que se querían precisar sobre el  texto escrito por Caballero.

Retornando al punto de partida de este análisis, se hace necesario acotar algunos elementos importantes.

Caballero proyectó escribir un Tratado de Filosofía, que originalmente diseñó en cuatro partes. De ellas, sólo llegó hasta nosotros la primera, referida a la Lógica, bajo el título de Filosofía Electiva. Es decir, su obra filosófica nos ha llegado parcialmente.

Nuestro primer filósofo, conscientemente no utilizó para su Tratado el título Filosofía Ecléctica, aunque conocía muy bien y admiraba la Filosofía Ecléctica de los clásicos antiguos. De hecho, la refiere en su tratado. Baste leer el acápite introductorio de su obra, cuyo título es: “Aparato o Propedéutica Filosófica”, en el que haciendo alusión a las distintas escuelas en el contexto de la historia de la filosofía, expresa:

El más importante de los filósofos de la escuela ecléctica, fue Potamón de Alejandría, a quienes siguieron Amonio, Hierón, Porfirio, Orígenes, Gregorio Taumaturgo y, sobre todo, Clemente de Alejandría. Estos filósofos, sosteniendo que la verdad no está adscrita a determinada escuela, la buscaban en todas ellas”.

Este hecho demuestra que si el propósito de Caballero hubiera sido titular a su obra Filosofía Ecléctica, lo hubiera hecho sin reparos. Sin embargo, la tituló Filosofía Electiva. Por alguna razón específica, ése fue el título que eligió.

Posiblemente ello obedecería a varios factores confluyentes, entre los cuales pudieran estar los siguientes:  

- En 1797, regía en la diócesis habanera el obispo Trespalacios, quien se caracterizó por mostrar gran hostilidad hacia la Sociedad Patriótica y específicamente hacia Caballero. Hubiera sido quizás retador, en su calidad de teólogo, anunciar desde el propio título su no adhesión a una escuela filosófica (entiéndase escolástica).

- Si bien es cierto que hasta principios del siglo XIX , antes de la irrupción del eclecticismo espiritualista del filósofo francés Victor Cousin en Cuba, podía aceptarse el término filosofía ecléctica como sinónimo del propuesto por Caballero, y hasta sus discípulos directos (Varela y Luz), en ocasiones lo utilizaron indistintamente, el término filosofía electiva, acuñado por el padre Agustín resulta exacto e inequívoco, pues le permitía por una parte, distinguirse del eclecticismo antiguo, y por otra, por cuanto su tratado fue escrito con fines docentes, para trazar pautas en el aprendizaje de la filosofía, se ajustaba más a la actitud de pensar y escoger libre y creadoramente, y no imitativamente, lo mejor de todos los sistemas (es decir, de lo más significativo y  notable del pensamiento moderno) sin adscribirse a ninguno de ellos.

- Si se respeta la actitud filosófica de Caballero, debe comenzarse por aceptar y utilizar el título original de su obra para denominar el espíritu de su método y de su pedagogía filosófica, no sólo por un problema estrictamente semántico, sino por  cuanto, además de lo ya anotado, se evitaría la penosa necesidad de que se confunda su actitud libre de escoger, con el eclecticismo de los antiguos (aunque no sean incompatibles), y por otra parte, ello excluiría de facto, la posibilidad siquiera de confundir su “eclecticismo electivo” , con el eclecticismo espiritualista de Cousin y sus seguidores, incompatible con la actitud de Caballero.

Una definición que expresa de modo excepcional, la actitud ecléctica de Caballero, en el sentido de electiva, se puede encontrar en la primera obra filosófica de su discípulo más cercano y continuador de su filosofía electiva. Se trata de un trabajo escrito por Félix Varela  en 1812 e impreso en un pliego suelto, titulado Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños. En él se expresa:

En la filosofía ecléctica no seguimos a ningún maestro, si por esto se entiende que no juramos sobre la palabra de nadie; lo que no quiere decir que la filosofía ecléctica no proceda sin norma ni guía, y que de nadie aprendamos. Lo que la filosofía ecléctica quiere, es que tengas por norma la razón y la experiencia, y que aprendas de todos, pero que no te adhieras con pertinacia a nadie[8].

Otro eminente discípulo y continuador de la filosofía electiva de Caballero, José de la Luz, define al verdadero eclecticismo (electivo) como “la libertad filosófica de pensar, muy diferente de la escuela ecléctica francesa y sus adeptos (…)[9], a los que definió como “pseudo-eclécticos”.

Por otra parte, habría que agregar que no resulta improbable que José Zacarías González del Valle, defensor en la Habana hacia la década de 1830 del Eclecticismo Espiritualista de Cousin, quien fue además el primero tras la muerte de Caballero en referirse a la obra inédita del venerable presbítero – como ya se ha anotado antes – lo hubiera hecho con la intención expresa de encontrar en el primer filósofo cubano una autoridad indiscutible, en apoyo a sus ideas.

Si a ello se agrega el hecho bien conocido en la historia del pensamiento filosófico cubano, de que a finales de la década referida, fue precisamente Luz y Caballero, discípulo y sobrino del padre Agustín, quien asumió públicamente en su Polémica Filosófica, la Impugnación del Eclecticismo Espiritualista cousiniano, cobraría explicación el por qué de la sustitución o conversión del término “filosofía electiva” por “filosofía ecléctica”.

Es en este sentido que considero impreciso, mas no incorrecto, valorar a Caballero como un filósofo ecléctico, siempre y cuando se distinga muy bien de la escuela ecléctica francesa de principios del siglo XIX, y difundida en Cuba años después de haber sido elaborada la primera obra filosófica cubana. Vale decir, siempre y cuando se respete la actitud original de Caballero, expuesta en su obra capital, donde expresa:

“Es más conveniente al filósofo, incluso al cristiano, seguir varias escuelas a voluntad, que elegir una sola a que adscribirse[10].

Fue indiscutiblemente Caballero el iniciador de la reforma filosófica en Cuba[11]. Y su labor reformadora está indisolublemente ligada a su carácter de fundador de la corriente electiva en el pensamiento filosófico cubano.

Con evidente intención reformadora y a través de su labor filosófico-pedagógica, Caballero incorporaba a fines del siglo XVIII nuestra filosofía al pensamiento moderno, a la vez que inauguraba como pionero sin precedentes, la posibilidad de “elección filosófica”, renunciando definitivamente a aceptar el método escolástico como el “único” y el “adecuado”  para comprender la realidad; otorgando a la educación un rol de primer orden para la ilustración de las mentes y la transformación de la realidad; denunciando abiertamente la caducidad del sistema de la enseñanza pública de la época y el estorbo que ello constituía para el desarrollo de las Artes y las Ciencias; señalando la necesidad de ampliar las potestades de los maestros y la libertad de elección de éstos sobre cómo instruir a la juventud y qué conocimientos trasmitirles; introduciendo en la pedagogía filosófica el conocimiento del pensamiento moderno europeo experimentalista y racionalista con sus nuevas propuestas de método; solicitando la inclusión de la cátedra de gramática castellana; reclamando, en fin, una reforma radical en el campo de la enseñanza, que estuviese a la altura del Siglo de las Luces, de la Patria y la juventud cubana. 

Fue Caballero, como algunos ya han señalado, una figura de transición  y como tal hemos de verla. No sería justo pedirle a Caballero, lo que no podía dar, por limitaciones propias de su época y formación. Pero a pesar de estas limitaciones, supo colocar el pensamiento filosófico cubano en la opción electiva que necesitaba la filosofía en Cuba. En gran medida, el Seminario de San Carlos debió su esplendor intelectual de la primera mitad del siglo XIX a su labor docente como profesor de Filosofía y en mucho, gracias a ella, podemos enorgullecernos de contar en nuestro legado filosófico con nombres como el de Félix Varela, José de la Luz y José Martí.                             

2.-VARELA: El continuador de la reforma filosófica en Cuba y de la filosofía electiva fundada por Caballero.

Mucho se ha escrito y divulgado sobre la labor desplegada por el sacerdote cubano Félix Varela y Morales (1788-1853), forjador de nuestra nacionalidad y padre de nuestro independentismo, pero mucho queda aún por decir sobre quien fuera el más destacado discípulo y continuador de la reforma filosófica en Cuba, iniciada a finales del siglo XVIII por el presbítero José Agustín en el Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cantera del patriotismo cubano, cuna de nuestra nacionalidad, forjador de conciencias dignas e ilustradas, taller de hombres íntegros y patriotas.

Desde su fundación a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, en las aulas del Seminario se formaron hombres, entre los que muchos resultarían con el paso del tiempo, cubanos ilustres en todos los campos: filósofos, economistas, médicos, abogados, publicistas, escritores, pedagogos, historiadores, poetas; en fin, lo más representativo de nuestra tradición decimonona, entre cuyos nombres figuran los de: Francisco de Arango y Parreño; Tomás Romay; José Agustín Caballero; Félix Varela; José Agustín Govantes; Nicolás M. de Escobedo; José Antonio Saco; José de la Luz y Caballero; Domingo Delmonte; Cirilo Villaverde; José V. Betancourt; Carlos Manuel de Céspedes; Rafael María de Mendive, y muchos otros[12].

El Seminario de San Carlos y San Ambrosio fue fundado en 1773 bajo el sello inconfundible de la Ilustración, gracias en primer lugar, a la política del despotismo ilustrado que aplicara España a sus colonias ultramarinas, en la segunda mitad del siglo XVIII[13], y en segundo lugar, a la labor desplegada por el obispo Hechavarría y su sello iluminista en la elaboración de los primeros estatutos[14].

En el último cuarto del siglo XVIII, la Isla de Cuba experimentaba importantes cambios económicos y sociales, debido a factores de la más diversa índole, tanto desde el punto de vista externo como interno.

Desde el punto de vista externo, la Revolución Industrial Inglesa había repercutido en un incremento vertiginoso de la producción de mercancías, por lo cual Inglaterra se veía forzada a abolir en sus colonias, primero la trata y después la esclavitud. Por otra parte,  la independencia de las Trece Colonias inglesas había demostrado a la América colonizada, la posibilidad de llevar a la práctica lo que en teoría se habían encargado de esbozar los filósofos ilustrados. Por su parte, la Revolución Francesa de 1789, representaba el alzamiento de la burguesía contra la nobleza feudal y el clero, y expresaba los ideales de la burguesía, con sus aciertos y limitaciones. Nuevos conceptos reclamaban la atención de la intelectualidad: ciudadano, derecho, estado, nación. La lucha contra el inmenso poder de la Iglesia y las nuevas ideas que la fundamentaban, tanto desde el punto de vista económico, como político, social, ideológico y cultural, se abrían paso. Por último, la Revolución de Haití, culminó en un movimiento de masas que en 1791 declaraba la independencia, establecía un gobierno dirigido por los propios haitianos, y traía importantes consecuencias directas para la Isla, por cuanto la economía cubana habría de sustituir en el mercado los productos que aquel país ya no podría aportar, principalmente el azúcar y el café, lo cual llevaría a la introducción de mano de obra esclava a gran escala.

En el orden interno, el 9 de julio de 1790 asumía el mando político de la Isla de Cuba, Don Luis de Las Casas y Aragorri, reconocido como el gobernante de mayor ilustración y de más rectas intenciones que España enviara a sus colonias ultramarinas. Con su apoyo, en esa década fueron creadas importantes instituciones que darían gran impulso a la cultura cubana, tales como el Papel Periódico de la Havana y la Sociedad Patriótica. Los temas propios y acuciantes de la sociedad criolla desde el punto de vista económico, social, político y cultural – y no ya los de la metrópoli – eran elevados a un primer plano y resultaban objeto de discusiones y debates ideológicos.

Desde el punto de vista filosófico, la lucha contra la Escolástica resultaba tarea emergente. En las páginas del Papel Periódico de la Havana aparecían artículos críticos de toda índole, como expresión de denuncia social y de las aspiraciones de avance de la intelectualidad criolla. El Discurso sobre la Física (1791); el artículo En Defensa del esclavo (1791) y el Discurso Filosófico (1798), aparecidos bajo seudónimo y atribuidos a la pluma de José Agustín Caballero, abogaban por un mejoramiento social y dejaban conocer las nuevas concepciones científicas y filosóficas que imperaban en Europa, sobre todo, la física de Isaac Newton; el experimentalismo de Francis Bacon y el racionalismo cartesiano.

Por su parte, el Seminario de San Carlos y San Ambrosio era abanderado de las nuevas ideas. Las enseñanzas filosóficas de José Agustín Caballero en la cátedra de Filosofía, abrían nuevos horizontes a sus discípulos, impulsaban de modo definitivo la lucha contra la Escolástica y señalaban la necesidad de reformar y renovar la enseñanza. Ellas influirían de manera notable en sus discípulos y, específicamente en el joven Varela, de por sí inquieto y de espíritu renovador.

Fue José Agustín Caballero, como ya se ha señalado, el maestro de filosofía del Seminario de San Carlos, desde 1785 hasta 1805 y durante estos años enseñó a sus discípulos un nuevo método de pensar, que sustentado  en el electivismo filosófico, asestó rudos golpes a la Escolástica.

Recordemos que en 1797, Caballero escribía en latín, con fines docentes, la primera obra filosófica cubana, Philosophia Electiva, aunque su primera edición no aparecería hasta 1944. Este texto constituye una obra capital para la historia de la enseñanza de la filosofía en Cuba y para la propia historia de la filosofía cubana. Sobre todo, porque la aparición del mismo, le otorga el lugar que a Caballero le corresponde como pionero de la filosofía cubana y primer reformador de la enseñanza filosófica en nuestro país.

Dos años antes, el 6 de octubre de 1795, había pronunciado Caballero ante la Sociedad Patriótica su famoso discurso en protesta contra el sistema de enseñanza por entonces vigente, en su calidad de miembro de la Sección de Artes y Ciencias y de la Universidad Pontificia de la Habana. En este discurso, le otorgaba a la educación un rol de primer orden, catalogándola como la más ardua empresa  y la más útil a la patria.

Fue Caballero el encargado por la Sociedad Patriótica, de elevar al trono español la propuesta de reforma en la enseñanza. Poco después, en septiembre de 1796, nuevamente en nombre de dicha institución, redacta la solicitud de abrir una cátedra de gramática castellana en la Universidad de la Habana y en todos los colegios.

Valorada por las instituciones de enseñanza antes de ser sometida a la consideración real, esta propuesta fue solamente rechazada por el Seminario de San Carlos, al considerar superfluo el estudio de la lengua nativa. Otras la aceptaron como necesaria, sin atreverse a ponerla en práctica sin autorización real. Sólo la Universidad y el Convento de San Agustín se atrevieron a implantarla sin previa autorización, dedicando a partir de entonces un día a la semana, a la enseñanza de la gramática castellana.

Caballero remitió al trono su exposición, acompañada de la respuesta negativa del director del Seminario. Dicha negativa pudo tener como explicación, entre otros factores, un elemento de índole personal: la oposición del entonces obispo Felipe José de Trespalacios y Verdeja, hacia el capitán general de la Isla, Don Luis de Las Casas y a todo cuanto proponía la Sociedad Patriótica presidida por éste último. Por entonces era conocida la indiscutible preferencia y respeto que experimentaba el general Las Casas por la labor del padre José Agustín, lo cual le ocasionó al presbítero varios incidentes con el obispo. Este elemento, que según comentarios de la época, se hizo evidente desde el inicio del poder de ambos, obedecía a celos de jurisdicción.

Dos meses después, en noviembre del propio año, Las Casas cesaría en sus funciones, pero aún para Caballero no había transcurrido el tiempo prudencial para introducir en su pedagogía las reformas propuestas y elevadas al trono. Es éste quizás el hecho que explica, que José Agustín Caballero tuviera que esperar todo un año, para poder acometer por propia iniciativa su peculiar, creativa y trascendental reforma en la cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, cuando el 14 de septiembre de 1797 comenzó a dictar a sus discípulos sus “Lecciones sobre Filosofía Electiva”[15], amparado por los Estatutos del Seminario, que habían sido redactados en 1769 por el obispo Hechavarría, en cuya Sección Octava Del Estudio de la Filosofía se dictaminaba en el epígrafe 5: “En esta clase (Filosofía) dictará el maestro sus lecciones diarias, procurando hacer un curso perfecto, trazado por estas reglas, por considerarse así muy saludable para la enseñanza de la juventud…”

En sus Lecciones sobre Filosofía Electiva, Caballero sentenciaba: “Es más conveniente al filósofo, incluso al cristiano, seguir varias escuelas a voluntad, que elegir una sola a que adscribirse[16] Esta apertura a la elección, sugería concretamente la necesidad en el campo filosófico de abandonar definitivamente el aristotelismo-tomista de la Escolástica, para beber en las nuevas fuentes de la filosofía moderna.  Sobre esto, expresaba:

“ La realidad es que el método del raciocinio mecánico ha sido aceptado en toda Europa con tal interés y adhesión, que nadie considera dignos de ser tenidos por filósofos a quienes siguen otro camino en la explicación de los fenómenos físicos”.

“Son innumerables los hombres esclarecidos que han adoptado tal método  y gracias a sus experimentos, ha sido enormemente ilustrada la Filosofía…”[17]

Años más tarde, en los comienzos del siglo XIX, su discípulo y continuador, Félix Varela, se encargaría de convertir la enseñanza de la filosofía en la cátedra correspondiente del Seminario de San Carlos, en un taller forjador de las nuevas generaciones. Siguiendo la tradición de su predecesor y maestro, advertiría a sus discípulos:

“…un maestro debe hablar muy poco, pero muy bien, sin la vanidad de ostentar elocuencia, y sin el descuido que sacrifica la precisión. Esta es indispensable para que el discípulo pueda observarlo todo, y no sea un mero elogiador de los brillantes discursos de su maestro, sin dar razón de ello. La gloria de un maestro es hablar por la boca de sus discípulos”[18]

Esta expresión encerraba de modo concentrado, el valor y significación de la tarea asumida por el maestro de filosofía: formar hombres nuevos, capaces de interpretar creadoramente las adquisiciones del pensamiento moderno y contribuir de este modo a la transformación de la realidad. En otras palabras: se trataba de transmitir un nuevo método de pensar, cargado de sentido humanista, que coadyuvara paulatinamente a la supresión del método escolástico, mediante la objeción del principio de autoridad; la inclusión gradual del saber científico-particular en el marco de la enseñanza superior; la difusión del pensamiento filosófico moderno, desde el cartesianismo hasta el iluminismo; la sustitución del latín por el español; el amor a la justicia y al derecho constitucional; así como el carácter polémico que debía matizar con un nuevo sentido a la filosofía.

 Así, en este espíritu renovador insuflado a sus discípulos por el maestro Caballero, se fundamentarán las enseñanzas del padre Félix Varela, las cuales  expresarán, también en las aulas del Seminario, la continuidad de la labor reformadora iniciada por el padre José Agustín.

Pero cabría preguntarse: ¿Quién fue el padre Félix Varela? ¿Por qué fue el más destacado discípulo y continuador de la reforma filosófica iniciada por Caballero? ¿Cuáles son los fundamentos que permiten plantear que fue Varela un crítico demoledor de la Escolástica y un innovador en el campo de la pedagogía filosófica?

Trataré de responder de modo sucinto a estas interrogantes.

En 1788, un año antes de la Toma de la Bastilla y coincidiendo con el mismo en que muere en España el rey Carlos III, nace el 20 de noviembre, en la calle Obispo No. 91, entre Villegas y Aguacate, en la ciudad de la Habana, Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales. Fueron sus padres, Don Francisco Varela y Pérez, militar que ocupaba el cargo de Teniente en el Regimiento de Fijos en la Habana, natural de Tordesillas, Castilla La Vieja, España y María Josefa Morales y Medina, natural de Santiago de Cuba. Al igual que su padre, su abuelo materno, Bartolomé Morales, era militar y en 1791 fue nombrado Gobernador de San Agustín de la Florida,  trasladándose ambos a esa ciudad con su familia. Muerta su madre y posteriormente su padre, la educación del pequeño Félix quedaría en manos de su abuelo materno y de sus tías. Fue matriculado tempranamente en la escuela que dirigía el sacerdote irlandés Miguel O’Reilly, hombre culto, católico ortodoxo, amante de la música, de ideas liberales y cultivador de principios humanistas y patrióticos, de quien Varela recibió sus primeras lecciones y con quien cursó sus primeros estudios de latín, lengua que llegaría a dominar a la perfección. Así fue creciendo el niño Félix y en ese ambiente se fue formando su personalidad. Ya cercano a los trece años, manifestaba criterio propio y firmeza de carácter, al punto que su abuelo llegó a renunciar a las expectativas de convertirlo en un militar de carrera para que siguiera honrando la trayectoria familiar. Convencido de las dotes intelectuales de su nieto, respetuoso de los deseos del adolescente y persuadido por el maestro O’Reilly, el abuelo accedió a que estudiara Teología y Humanidades, para lo cual regresarían a Cuba, lo que ocurrió en 1801. Poco después ingresaba en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, como alumno externo, recibiendo sus primeras clases de filosofía de José Agustín Caballero. Culmina allí sus estudios de Teología en 1808. Tres años después, en 1811 es ordenado presbítero con dispensas de la edad canónica y es nombrado por el obispo Espada, maestro de Filosofía en el propio Seminario. El 25 de julio de 1812, pronuncia exhortaciones en la iglesia parroquial del Santo Cristo del Buen Viaje, en La Habana, con motivo de haberse jurado ese día la constitución política de la monarquía española; en ese mismo año publica en pliego suelto, en latín, su primer trabajo filosófico Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños y los dos primeros tomos de Instituciones de Filosofía Ecléctica, también en latín. En 1813, publica, en español, el tercer tomo de esa obra y el cuarto en 1814, también en el idioma patrio, lo que constituyó toda una novedad en el campo de la enseñanza de la filosofía en Cuba.

En 1817 solicita su ingreso en la Real Sociedad Económica de Amigos del País; a finales de enero de ese año es propuesto como miembro y admitido por unanimidad.

En 1818 publica los dos primeros tomos de sus Lecciones de Filosofía, en español y en 1819 los dos últimos de esa obra, así como Miscelánea Filosófica.

En 1821, a propuesta del obispo Espada, asume la recién creada cátedra de Constitución en el Seminario de San Carlos y publica sus Observaciones sobre la Constitución política de la monarquía española, que sería la última obra  publicada por él en La Habana. Ese mismo año fue electo Diputado a Cortes y embarca hacia Madrid el 28 de abril, adonde llega el 12 de julio, aunque no pudo tomar asiento en las mismas, por haber sido invalidada la elección.

En 1822 es nuevamente electo a Cortes y el 3 de octubre presta juramento en el Parlamento español. Participa en las discusiones de las Cortes y presenta los proyectos sobre el gobierno de ultramar y sobre la independencia de América; al mismo tiempo, elabora el proyecto y memoria para la abolición de la esclavitud en Cuba.

El 11 de junio de 1823, firma junto con otros diputados la invalidación del Rey. A la caída del régimen constitucional en España se refugia en Gibraltar con otros diputados cubanos que junto a él habían sido condenados a muerte por el nuevo régimen absolutista. Varela había cumplido 35 años de edad, cuando el 15 de diciembre llega a Nueva York. En 1824 se traslada a Filadelfia y allí comienza a publicar el periódico independentista El Habanero. Retorna a Nueva York para desempeñar el ministerio sacerdotal y allí se reúne con José Antonio Saco y otros discípulos que compartían sus ideas liberales y antiabsolutistas. Continúan las ediciones del periódico fundado. Hacia 1826 es nombrado Teniente cura en la parroquia de San Pedro y más tarde, pastor de la Iglesia de Cristo, en Nueva York, donde funda en 1828 una escuela para niños; junto a Saco, comienza a editar El Mensajero Semanal. Al año siguiente es nombrado Vicario General de esa ciudad. Hacia 1832 desarrolla su polémica con los protestantes norteamericanos. El clima y el exceso de trabajo lesionan su salud y agravan sus ataques de asma. En 1833 rechaza el perdón de la corona española que le permitía regresar a Cuba, por considerar que no había nada criminal en su acción constitucional.

En 1835 publica el primer tomo de sus Cartas a Elpidio y en 1838 el segundo, dirigidas a la juventud cubana, de franco contenido ético y patriótico.

Hacia 1840 participa con tres cartas en la polémica filosófica que se efectuaba por entonces en la Habana. Hacia 1847 su salud es frágil; por ello se traslada a San Agustín de la Florida, donde había transcurrido su niñez, en busca de un mejor clima. Hacia 1852 su salud estaba totalmente resquebrajada y su persona en la más absoluta miseria. Muere el 25 de febrero de 1853 y sus restos fueron sepultados en el cementerio de la ciudad que le vio crecer. El 6 de noviembre llegaban los restos del padre Varela a La Habana, su ciudad natal y serían colocados en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, en un cenotafio de mármol blanco, donde se pueden leer, grabadas en latín, las siguientes palabras: “Aquí descansa Félix Varela. Sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana quien viviendo honró a la Patria, y a quien muerto sus conciudadanos honran en esta Alma Universitaria en el día 19 de noviembre de 1911. – La Juventud Estudiantil en memoria de tan gran hombre[19]. 

Como se puede apreciar, Varela ocupó por espacio de diez años, a partir de 1811, la cátedra de Filosofía en el Colegio-Seminario de San Carlos y San Ambrosio; en 1821, gana por oposición la cátedra de Derecho Político o Constitución. En ambas, dejaría una estela brillante y de incalculable valor en la formación de la conciencia cubana.

De igual modo, su obra escrita constituye un legado filosófico y patriótico de primera importancia. Sus obras: "Instituciones de Filosofía Ecléctica"(1812); "Lecciones de Filosofía"(1818); "Miscelánea Filosófica"(1819); "Cartas a Elpidio"(1835-38); así como sus escritos políticos, elencos, elogios, sermones, artículos periodísticos y traducciones, aún en nuestros días asombran por su originalidad y contenido radical.

Pero si su legado escrito es de máxima significación, la huella que dejó de forma directa sobre sus discípulos del Seminario, quienes tuvieron oportunidad de escuchar de viva voz su prédica filosófica y patriótica, labró con firmes cimientos toda una generación de cubanos que contribuiría decisivamente a la preparación ideológica de nuestra independencia, respecto al yugo colonial.

Este sapiente y sencillo sacerdote, como es comúnmente definido, continuó en el campo de la enseñanza filosófica la tarea acometida por su maestro Caballero. Su reforma en la enseñanza de la filosofía, comprende esencialmente cuatro aspectos: supresión del método escolástico, deductivo, silogístico, y sobre todo, sumiso a la autoridad; empleo del español en la cátedra y en los textos; introducción de la filosofía europea moderna, de Descartes a Condillac; e implantación de la enseñanza científica, con los cursos de física y química[20], todo ello, a partir de la impugnación de la falta de doctrina y el método verbalista de la Escolástica y aplicando en la enseñanza el método explicativo, como se puede apreciar en sus siguientes palabras:

“(…)en los últimos años en que enseñé Filosofía en el Colegio de San Carlos de La Habana, donde escribí y expliqué estas lecciones, seguí un plan, que consistía en llamar la atención de mis discípulos, ofreciéndoles no mortificarlos con largos discursos, e indicándoles que por otra parte yo conocería muy pronto si había merecido su atención. Explicábales en seguida la materia que me proponía que aprendiesen, poniendo mucho cuidado en no divagar, y en ser claro y preciso, y después eligiendo uno de ellos le exigía que me considerase como su discípulo y que me enseñase aquella lección. Yo procuraba hacer mi papel preguntando si no estaba muy clara la explicación, y cuando me encontraba enseñado por mi discípulo, quedaba satisfecho. De este modo conseguía mayor fruto con menos trabajo, pues la experiencia prueba que mientras un profesor hace una dilatada explicación de su doctrina, están sus discípulos, unos casi dormidos, otros haciendo reír a sus compañeros con alguna travesura, y otros que tienen deseos de aprender se hallan sumamente disgustados, porque acaso no entendieron una parte de la explicación y pierden la esperanza de entenderla, porque el maestro sigue divagando, como es indispensable que suceda cuando se quiere hablar mucho sobre un punto cuya explicación exige muy pocas palabras” [21] .

Inspirado en las tradición electiva de su maestro y apelando como presupuesto filosófico de partida, entre otros, al movimiento de la Ideología francesa y su principal representante, Desttut de Tracy, cuya obra Elementos de Ideología (1804) circuló en Cuba por aquellos años entre los estudiosos de la filosofía, Varela contribuyó definitivamente a divulgar las ideas de este movimiento y por esta vía, el sensualismo de Locke y Condillac, que constituía su fuente fundamental.

Como movimiento filosófico, la Ideología sucedió a la Ilustración, y además de trabajar fundamentalmente desde el punto de vista filosófico sobre el origen de las ideas, incluía además en su problemática, aspectos fundamentales de la lógica, la ética y la política, propugnando el liberalismo, la enseñanza laica y la separación de lo civil y lo canónico en el campo del Derecho, entre otras cuestiones.

La labor desplegada por Varela, al traducir y extractar en español las ideas de los ideólogos, contribuyó a poner en contacto nuestro pensamiento con determinadas corrientes filosóficas europeas, que generalmente tardaban en llegar a América.

Aunque caracterizado por una religiosidad ortodoxa, consecuente con su vocación de sacerdote, Varela desde el punto de vista filosófico tuvo una amplia y sólida formación científica.

Muy al tanto de los conocimientos científico-particulares de la época en que vivió, enseñó elementos de Física (o Filosofía Natural) y escribió textos sobre esa materia, contribuyendo a la difusión de esos conocimientos entre sus discípulos, en cuya compañía leía libros y revistas que recibía de Europa.

Esto contribuyó sin lugar a dudas, a perfilar radicalmente el concepto vareliano de enseñar.[22] Así, su gran legado filosófico, fue ante todo enseñar un método para pensar, lo cual minaba los basamentos ideológicos del colonialismo español, y señalaba el camino por el cual podían conducirse los ideales independentistas.

Sus obras filosóficas, constituyen la mejor muestra de lo que en originalidad y modernidad logró la filosofía cubana a principios del siglo XIX. En el campo de la pedagogía filosófica, Varela supo segregar definitivamente la filosofía de la teología, la razón de la fe, colocando la investigación filosófica en un plano de total independencia y autoridad racional, al demoler definitivamente los fundamentos de la Escolástica, a partir de una actitud crítica hacia la misma. Sobre esto, expresaba:

“¿Qué son las disputas escolásticas, y qué deberían ser? Ellas son el teatro de las pasiones más desordenadas, el cuadro de las sutilezas y capciosidades más reprensibles, el trastorno de toda la Ideología, el campo en que peligra el honor, y a veces la virtud, el estadio donde resuenan las voces de los competidores, mezcladas con un ruido sordo, que forman los aplausos ligeros, y las críticas injustas, ahuyentando a la amable y pacífica verdad, que permanece en el seno de la naturaleza, por no sufrir los desprecios de una turba descompasada, que con el nombre de filosóficos, dirige las ciencias, cuando sólo está a la cabeza de las quimeras más ridículas. La razón reclama contra estas prácticas; la experiencia enseña que no han producido un solo conocimiento exacto, y sí muchos trastornos. Sin embargo, ellas subsisten y unidos los intereses individuales con los científicos, éstos fueron sacrificados a favor de aquéllos.”[23]

Apoyado felizmente por el ilustrado obispo Espada, Varela prosiguió consecuente y definitivamente la labor reformadora de su maestro José Agustín Caballero, destruyendo virtualmente el principio de autoridad de la Escolástica, reclamando y logrando el lugar que debía ocupar nuestra lengua nativa, introduciendo los elementos del pensamiento moderno europeo en las aulas del Seminario (Descartes, Locke, Condillac), mostrando a sus discípulos el valor e importancia de la Física y la Química, y labrando  los   principios de la libertad y el derecho ciudadano en las conciencias más jóvenes y brillantes que escucharon o conocieron su prédica política en la cátedra de Derecho Político, bautizada por él mismo como "la cátedra de libertad, de los derechos del hombre".

Después de partir hacia España por segunda vez para ejercer el cargo de Diputado en las Cortes de Cádiz (1822-23), las cuales después serían disueltas por Fernando VII, quien condenó a muerte a los diputados que votaron la incapacidad del rey, Varela tendría que refugiarse en los Estados Unidos, desde donde continuaría su prédica revolucionaria y forjadora de la conciencia patriótica a través de las páginas de "El Habanero".

Radicalizada su posición independentista y anticolonialista, y obligado a permanecer en el exilio, donde murió, Varela continuaría mostrando el camino de la libertad ciudadana y la libertad de pensar, consecuente hasta sus últimas horas con su actitud y esencia pedagógica inigualables.

Muchos serían los ejemplos que pudieran referirse, sobre el valor y la significación histórico-social de su ideario político, ético y patriótico, expuesto fundamentalmente en las páginas de El Habanero y otros escritos políticos, así como en sus Cartas a Elpidio, las cuales constituyen un legado a nuestra juventud, que mantiene una vigencia extraordinaria en muchos de sus planteamientos. Sirvan los siguientes pensamientos, como una pequeña muestra de su prédica patriótica e independentista:

Si usted llama revolucionario a todo el que trabaja por alterar un orden de cosas contrario al bien de un pueblo, yo me glorío de contarme entre esos revolucionarios…[24]

Efectivamente, por la naturaleza todos los hombres tienen iguales derechos y libertad; pero reunidos en grandes sociedades, diversificados por sus intereses y pasiones, necesitan una dirección, y lo que es más, una autoridad que los conserve en sus mutuos derechos, no permitiendo que la sociedad se disuelva, ni que se perjudiquen mutuamente sus miembros[25]

“…toda soberanía está esencialmente en la sociedad, porque ella produce con el objeto de su engrandecimiento, incompatible con su esclavitud, y jamás renuncia el derecho de procurar su bien y su libertad, cuando se viere defraudada de tan apreciables dones…”[26]

Los pueblos pierden su libertad, o por la opresión de un tirano, o por la malicia y ambición de algunos individuos, que se valen del mismo pueblo para esclavizarlo, al paso que le proclaman su soberanía” (…) “Si el ejercicio de la soberanía del pueblo no conoce límites, sus representantes, que se consideran con toda ella, podrán erigirse en unos déspotas, y a veces el interés rastrero de un partido, formaría la desgracia de la nación” (…) “…el hombre tiene derechos imprescriptibles de que no puede privarle la nación, sin ser tan inicua como el tirano más horrible. Mas ¿cuál es esta libertad?...Montesquieu la había definido: el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten…”[27]

El gobierno ejerce funciones de soberanía; no las posee, ni puede decirse dueño de ellas. El hombre libre que vive en una sociedad justa, no obedece sino a la ley; mandarle invocando otro nombre, es valerse de los muchos prestigios de la tiranía, que sólo producen su efecto en almas débiles. El hombre no manda a otro hombre; la ley los manda a todos”.[28]

Hay tres especies de igualdad: la natural, que consiste en la identidad de especie en la naturaleza, pues todos los hombres tienen los mismos principios y les convienen o repugnan generalmente unas mismas cosas. La social, que consiste en la igual participación de los bienes sociales, debidos al influjo igual de todos los individuos; y la legal, que consiste en la atribución de los derechos e imposición de premios y penas, sin acepción de personas”.[29]

Si fuera posible cambiar las cosas, esto es, hacer de la América la Metrópoli y de España una colonia, es indudable que tendrían los peninsulares los mismos sentimientos que ahora tienen los americanos y que serían los primeros insurgentes, expresión que sólo significa: hombre amante de su Patria y enemigo de sus opresores…”[30].

El tema político, ético y social fue una constante en la obra de Varela, así como lo fue el tema de la educación y el patriotismo. Es casi imposible deslindarlos entre sí, por cuanto su labor pedagógica en la formación de los ideales patrios estuvo presente en todo su ideario político, mostrándose en total cohesión. Lo mismo desde su cátedra de Filosofía, que en la de Constitución, en el Seminario de San Carlos, como en sus trabajos aparecidos en El Habanero y en sus Cartas a Elpidio, enseñar fue para él la palabra clave y, especialmente inculcar el amor a la patria. Sobre el patriotismo en Varela, resultan significativas las siguientes palabras, casi premonitorias :

“No es patriota el que no sabe hacer sacrificios a favor de su patria, o el que pide por éstos una paga, que acaso cuesta mayor sacrificio que el que se ha hecho para obtenerla, cuando no para merecerla. El deseo de conseguir el aura popular es el móvil de muchos que se tienen por patriotas, y efectivamente no hay placer para un verdadero hijo de la patria, como el de hacerse acreedor a la consideración de sus conciudadanos por sus servicios a la sociedad; más cuando el bien de ésta exige la pérdida de esa aura popular, he aquí el sacrificio más noble, y más digno de un hombre de bien, y he aquí el que desgraciadamente es muy raro. Pocos hay que sufran perder el nombre de patriotas en obsequio de la misma patria, y a veces una chusma indecente logra con sus ridículos aplausos convertir en asesinos de la patria los que podrían ser sus más fuertes apoyos. ¡Honor eterno a las almas grandes que saben hacerse superiores al vano temor y a la ridícula alabanza![31].

3.-LUZ: El electivismo y la polémica filosófica.

Otra de las figuras cimeras en el campo de la pedagogía filosófica cubana, heredera del espíritu electivo y reformador del padre Agustín, fue la de José de la Luz y Caballero (1800-1862).

Su personalidad constituye una de las más controvertidas e interesantes de nuestra historia de la filosofía. Controvertida, por cuanto ha recibido los más excelsos elogios, así como las más agudas críticas.  Interesante,  en  tanto constituye ejemplo cimero de un pensador cubano, que supo colocar en su época nuestra filosofía al nivel de las adquisiciones y discusiones del pensamiento filosófico universal. Esto hace de Luz, no sólo una figura ilustre y clásica de la filosofía cubana, sino también del  pensamiento filosófico hispanoamericano.

Luz y Caballero nace con el siglo XIX, centuria plagada de contradicciones sociales e inquietudes espirituales e ideológicas. Son los albores de la primera guerra de independencia de 1868, su etapa preparatoria y de conformación de una auténtica conciencia cubana, lo cual se produce a través de múltiples contradicciones sociales internas y se manifiesta hacia el exterior en la polarización cada vez más definible entre los intereses de la colonia y los de la metrópoli.

Particularmente en la primera mitad del siglo XIX se producen los procesos independentistas en la mayoría de los territorios latinoamericanos, lo cual constituiría la manifestación más palpable de la posibilidad de liberación del yugo colonial y encendería la llama de la lucha independentista.

Ello generó, sin lugar a dudas, una radicalización en el pensamiento cubano, desplegado en todos los órdenes. Específicamente en el campo de la filosofía, repercutiría en una intensificación de la temática socio-política y moral, con un énfasis peculiar en la ejercitación de un nuevo método, que rompiera definitivamente con la tradición escolástica heredada de España, contribuyera a formar las nuevas generaciones abiertas a la polémica filosófica, y que en la práctica social estuviera dispuesta y preparada a la lucha por la independencia y a la proyección de un nuevo modelo de sociedad.

Es por ello que en la primera mitad del siglo XIX se refuerza extraordinariamente el papel del maestro de filosofía, cuya misión primordial se centra no tanto en transmitir a los jóvenes conocimiento, como sí un nuevo modo de pensar. En Don José de la Luz, la misión de ese “nuevo maestro” fue cumplida a cabalidad. Discípulo de Caballero desde su niñez, por ser su sobrino e hijo espiritual, llegó a destacarse como profesor de Filosofía en varias instituciones docentes, entre ellas, el Seminario de San Carlos (a partir de 1824,  en sustitución de Saco), especialmente por la aplicación del método explicativo que había fomentado Varela en esas aulas. Más tarde, en 1834 se haría cargo de la dirección del Colegio de Carraguao, inaugurando en éste un curso de Filosofía.

Posteriormente, en 1838, obtuvo autorización para fundar una cátedra de Filosofía en la Universidad, la cual desempeñará hasta 1843.  En 1848 establece el Colegio “El Salvador”, en la barriada del Cerro, en el que desarrolló una destacadísima labor; allí permaneció hasta sus últimos días, dignificando la labor diaria del pedagogo, logrando una reputación sin par como profesor de Filosofía, por el matiz polémico de su enseñanza y su apertura al conocimiento científico.

En el caso de Luz, estos elementos notorios de su pedagogía,  están presentes también en toda su obra escrita:   En sus aforismos; elencos y discursos académicos; escritos educativos, sociales, científicos y literarios; en su famosa polémica filosófica e incluso en los escritos referidos a su vida íntima, es decir, sus epistolarios y diarios.

Sirvan de ejemplo estas palabras suyas:

"Nos proponemos fundar una escuela filosófica en nuestro país, un plantel de ideas y sentimientos, y de métodos. Escuela de virtudes, de pensamientos y de acciones; no de expectantes ni eruditos, sino de activos y pensadores"[32].                     

Por supuesto que esta intención de Luz y Caballero se inserta plenamente en la tarea que ya desde fines del siglo XVIII se había propuesto en el campo de la enseñanza filosófica el Padre José Agustín Caballero, en el contexto , propicio por entonces, del Seminario de San Carlos y San Ambrosio. Con sus " Lecciones de Filosofía Electiva", Caballero proponía a sus discípulos del Seminario un "nuevo método de pensar", que implicaba de hecho un enfrentamiento al método de enseñanza de la escolástica tradicional, que hasta entonces había permanecido como canon gnoseológico de la enseñanza filosófica.

Es necesario destacar el hecho de que José de la Luz, además de poseer desde muy joven aptitudes extraordinarias para el conocimiento de la filosofía, viajó a los Estados Unidos y a Europa, lo cual afianzó su vasta cultura intelectual, y además, le permitió entrar en contacto con diferentes personalidades del mundo moderno, tales como Cuvier; Goethe; Walter Scott; Gay-Lussac y Alejandro de Humbolt. Conocedor profundo de las tendencias filosóficas fundamentales europeas en boga, supo seleccionar de manera electiva y creadora las principales adquisiciones del pensamiento científico-filosófico en los campos más variados: Matemática; Física; Química; Fisiología; Psicología; Historia; Jurisprudencia; Moral, y otros.  

Esta integración de conocimientos propició en Luz, la definición de lo que constituiría el objetivo fundamental de su conocida polémica filosófica[33].

 Esta polémica tuvo, entre otras, la característica de ser plasmada en numerosos artículos sucesivos, en contrapunteo abierto, cuyos autores firmaban bajo seudónimos, como correspondía a la época, en su intento por despersonalizar los puntos de vista acerca de las cuestiones debatidas, en aras de destacar las cuestiones mismas y no  las figuras polemizantes.

En ella participaron, además de Luz (Filolezes o amante de la verdad); Bachiller y Morales (El crítico parlero); Manuel Aguirre y Alentado (El Adicto)  -quien fue discípulo de Luz en el Seminario de San Carlos hacia 1824, cuando Luz explicara la clase de Filosofía;  Manuel Castellanos Mojarrieta, por entonces Secretario del Excelentísimo. Ayuntamiento de Puerto Príncipe (Rumilio) y Miguel Storch (El Dómine), de origen catalán, quien fuera director del Liceo Calasancio de Puerto Príncipe.

Esta gigantesca obra polémica de Luz, recopilada posteriormente  en cinco tomos, bajo el nombre de "La Polémica Filosófica", abarcó cinco aristas bien definidas, según la apreciación de algunos estudiosos de nuestra filosofía.

La primera tiene lugar entre mayo de 1838 y octubre de 1839, como controversia en relación al problema medular de la filosofía y la ciencia experimental, planteado por Francis Bacon: la cuestión del método. Se desarrolla fundamentalmente en La Habana y Puerto Príncipe.

La segunda se produce entre agosto y septiembre de 1838 y tiene como tema central la Ideología en su temática medular: el problema del origen de las ideas, fundamentalmente en su vertiente francesa. Se desarrolla en La Habana.

La tercera, ocurre entre noviembre y diciembre de 1838, en La Habana y Matanzas, debatiendo el tema de la moral religiosa y la autenticidad del espiritualismo puro.

La cuarta, entre julio y octubre de 1839, en relación con la moral utilitaria, cuya sede es La Habana.

Por último, la quinta y más importante de estas líneas polémicas, que de hecho incluiría las anteriores, se inicia a partir de septiembre de 1939, en lucha abierta contra el eclecticismo espiritualista, la cual culmina con la inconclusa obra de Luz "Impugnación a las doctrinas filosóficas de Víctor Cousin”, obra sin precedentes en la filosofía de la América hispana, en la que se refuta su análisis del “Ensayo sobre el entendimiento humano” de John Locke.  

En el marco de esta polémica, el primero y quinto momentos constituirían temas de vital importancia en el contexto filosófico cubano; el primero, por cuanto en Cuba, la

enseñanza de la filosofía se iniciaba aún por el estudio de la lógica y la metafísica y Luz proponía su inversión; el quinto, por cuanto el eclecticismo espiritualista de Víctor Cousin, había adquirido relativamente una amplia difusión hacia las décadas de 1830 y 40, no sólo en Francia y Europa, sino también en los territorios de la América hispana, incluida Cuba, propugnando una  franca oposición al sensualismo materialista y a las ideas de la Ilustración.

A lo largo de toda la polémica, Luz expone su crítica a la ontología metafísica tradicional, basado en su propuesta del método inductivo-experimental, en estrecho vínculo con su teoría sensualista-racionalista del conocimiento, a través de la cual fluyen interesantes concepciones relativas al hombre, la moral y la religión natural, todo ello en consecuente correspondencia con su concepción del mundo eminentemente naturalista y electivista.

Esta polémica, requería ante todo de un amplísimo conocimiento de la filosofía universal, de lo cual Luz hace gala a lo largo de toda su obra, colmada de citas y valoraciones del pensamiento universal en todos los tiempos, sorprendentes, si se tiene en cuenta el contexto de la Cuba colonial. Es necesario destacar además, que Luz aún no había arribado a los 40 años de edad, lo cual constituye sin lugar a dudas, la expresión más palpable de su capacidad de síntesis y su vasto saber enciclopédico.

Se trataba de demostrar, ante todo, que el estudio de las ciencias físico-naturales debía preceder al estudio de la filosofía; lógica; psicología; ética, y las restantes ciencias  del espíritu.

Esta polémica, que de hecho no sólo centró su atención en dicha cuestión de método, fue  llevada a cabo entre mayo de 1838 y octubre de 1840, a través de las principales publicaciones periódicas de la Isla, como el "Diario de La Habana" y la "Gaceta de Puerto Príncipe". Fue una gran discusión filosófica, en la cual Luz colocó en el escenario intelectual cubano, los temas más candentes de la filosofía moderna de su época. El papel de vanguardia asumido por Luz en el centro de esta polémica, lo convirtió, de hecho, en la figura cimera de nuestro iluminismo filosófico y su actuar repercutió notablemente en los grandes focos territoriales de nuestra cultura durante la primera mitad del siglo XIX: Matanzas; Trinidad; Puerto Príncipe y La Habana.

De este modo, tanto Luz como Varela - entre muchos otros - fueron dignos continuadores del maestro Caballero y supieron plasmar en su obra, de modo ejemplar, la orientación electivista, reformadora y renovadora que el presbítero José Agustín había iniciado en las postrimerías del siglo XVIII, desbrozando el camino hacia el pensamiento moderno y el iluminismo, al proclamar y asumir como iniciador, la actitud electiva en el pensamiento filosófico cubano.

4- MARTÍ: Integrador y heredero de la tradición filosófica electiva cubana.

Como figura culminante de la tradición electiva en la filosofía cubana decimonona, emerge ante nosotros la gigantesca personalidad del Apóstol de Cuba y de nuestra América. Él sintetizará en su cosmovisión integradora lo mejor y más autóctono de nuestra filosofía y de nuestras letras.

Con él termina el siglo más importante de nuestra  cultura y de nuestra filosofía, en el que Martí representa alfa y omega, por cuanto su cosmovisión del mundo representará la cúspide que cierra de manera brillante el desarrollo alcanzado por el pensamiento cubano del siglo XIX, al tiempo que dejará abiertos nuevos cauces por donde fluyan los manantiales que conduzcan al enriquecimiento de nuestro legado intelectual más precioso. 

José Martí Pérez (1853-1895) nació el 28 de enero en una humilde casa de la Habana, en la calle de Paula. Fue el primer hijo de un matrimonio pobre de españoles inmigrantes, compuesto por Mariano Martí y Leonor Pérez. Era solo un precoz adolescente, cuando comienza a asistir al colegio de Rafael María de Mendive, recibiendo allí su primera formación, en total correspondencia con lo mejor de las tradiciones del pensamiento cubano[34], particularmente Heredia, Varela y Luz.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX estaban bien definidas las corrientes fundamentales que disputaban en el campo de la política dentro de la Isla: independentismo, reformismo y anexionismo. Levantamientos de esclavos, conspiraciones políticas y alzamientos, denotaban un ambiente general de agitación insurreccional, al tiempo que en el campo del pensamiento se había formado, sobre todo al calor de las enseñanzas de Luz, una generación de hombres que asumirían la tarea de la independencia de Cuba, respecto al yugo colonial de la metrópoli española.

Hacia 1865 había fracasado el anexionismo, tras culminar la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, con la victoria del Norte sobre los estados esclavistas del Sur, que habían fomentado la anexión. Por su parte,  ganaba terreno el reformismo, aunque sus representantes, a pesar de sus gestiones con el capitán general de la Isla, no lograban las reformas anheladas, entre ellas, la reforma arancelaria, el cese de la trata negrera y la representación política de Cuba en las Cortes. Paralelamente, un hecho histórico sin precedentes, marcaría como símbolo el inicio de nuestras luchas independentistas, cuando el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes en su finca La Demajagua, en acto patriótico abolicionista, otorgaba la libertad a sus esclavos. En lo adelante, el independentismo se definiría como la única alternativa posible para librar a Cuba definitivamente del yugo de la metrópoli española.

En este contexto, transcurren los primeros quince años de la vida de Martí, primero los de su niñez y luego los correspondientes a su etapa inicial de formación educativa y revolucionaria. Entre 1865 y 1869 recibe directamente las enseñanzas del poeta y gran pedagogo Rafael María de Mendive, quien supo moldear la talentosa personalidad del joven discípulo en lo filosófico, artístico-cultural y político-social. En gran parte, gracias a la formación de su maestro y mentor, Martí se identificó desde muy temprano con los ideales independentistas. Muy joven aún, escribe textos subversivos[35] a la vez que participa en sucesos insurreccionales. Por sus actividades, pronto sería acusado de infidente y condenado a seis años de presidio político el 4 de abril de 1870. Allí sufrirá en carne propia las injusticias y crueldades del sistema colonial, hecho que marcaría para siempre su vida, tal y como los trabajos forzados y las cadenas marcaron su cuerpo en las canteras de San Lázaro. Esto definiría para siempre su opción por los pobres y oprimidos de la tierra, su patriotismo, su posición  independentista y anticolonialista. En octubre del propio año, sería trasladado por indulto a la Isla de Pinos y el 15 de enero de 1871, cuando apenas contaba con 18 años de edad, sale deportado a España.

Allí, en la metrópoli, transcurre el segundo período importante de su vida, de 1871 a 1874, durante el cual culmina el  bachillerato y adquiere en las Universidades de Madrid y Zaragoza una formación humanística. Se gradúa en Filosofía y Letras y en Derecho Civil y Canónico.

Un tercer período en la vida de Martí se relaciona con sus viajes y estancias en países de América Latina. Entre 1875 y 1879 estará en México, Guatemala y Cuba.  Esto le permitió conocer los problemas comunes que aquejaban a los pueblos de nuestra América, la situación de pobreza y explotación de la gran masa indígena, el estado de miseria como consecuencia del dominio colonial, y el atraso económico, político y social de esos pueblos.

Durante estos años, se reafirmó su decisión juvenil de echar su suerte con los pobres de la tierra, como expresara en sus versos sencillos. Allí también comprendió lo común de nuestros pueblos y la necesidad de su unión en la lucha por la liberación definitiva del yugo colonial.

Posteriormente se produce su prolongada estancia en los Estados Unidos de Norteamérica, por espacio de casi 15 años (de 1800 a 1895), y una breve estancia en Venezuela, período que suele definirse como la cuarta etapa de su vida, de madurez y radicalización de su pensamiento.  Allí pudo palpar el acelerado desarrollo económico del coloso del norte, y el peligro que representaba su fuerza imperial para los pueblos americanos y en especial para Cuba.

Al respecto, en su ensayo “Nuestra América” expresará:

“¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

“La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.

“Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república, en hombros de los indios”.

“Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros - de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen,- por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia. El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos”.

“Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”.

“No hay odio de razas, porque no hay razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pero en el amasijo de los pueblos se condensan, en la cercanía de otros pueblos diversos, caracteres peculiares y activos, de ideas y de hábitos, de ensanche y adquisición, de vanidad y de avaricia, que del estado latente de preocupaciones nacionales pudieran, en un período de desorden interno o de precipitación del carácter acumulado del país, trocarse en amenaza grave para las tierras vecinas, aisladas y débiles, que el país fuerte declara perecederas e inferiores. Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras; ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la Historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas; ni se han de esconder los datos patentes del problema que puede resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental”.

“¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”[36]

Quizás una de las aristas menos estudiadas y divulgadas de la extensa, dispersa y prolífica obra de Martí, sea la relacionada con la filosofía. Numerosos investigadores y especialistas han debido hurgar y rastrear su pensamiento, en un abundante material conformado fundamentalmente por cartas, discursos, apuntes, crónicas y artículos, en los que su pluma de escritor sin par, indaga en todos los campos relacionados con el hombre, la naturaleza y la sociedad.

Con razón afirma Cintio Vitier: “Aunque los problemas eternos de la filosofía le interesaron, especialmente en su juventud de estudiante en España, Martí nunca fue un pensador abstracto. Su condición esencial de revolucionario, es decir, de transformador de la realidad, se revela ya en el hecho de que la experiencia, las circunstancias vitales, el contexto histórico y biográfico, fueron siempre decisivos para su interpretación del mundo y la dirección de su conducta (…) Como bases innatas o apriorísticas de su carácter, tenía el sentido absoluto de la eticidad, la pasión por la belleza y la vocación redentora. A partir de estos principios asimilaba y encauzaba, a la vez libre y necesariamente, los datos de la realidad múltiple y sucesiva.” [37]

Causa asombro cuánto escribió Martí en su corta vida de 42 años y cuánta profundidad y proyección futura se advierte en sus escritos, plagados de metáforas y simbolismos, no fáciles de comprender para cualquier lector.

Con excepción de su obra en verso, más ordenada por el propio autor, su obra en prosa  fluyó como un manantial inagotable, capaz de llenar numerosos y extensos volúmenes. Pero si bien abordó los más variados temas, al punto de no quedarle prácticamente excluida ni una sola arista sin cultivar en el campo de los saberes, no lo hizo de manera sistemática, a través de uno o varios tratados. De tal modo, tanto en su prosa como en su verso, aparecen imbricadas sus más variadas preocupaciones en el campo de la ética, la política, la sociedad, la pedagogía, la moral cívica, la cuentística infantil, el patriotismo, el medioambiente, la discriminación social, además de cuestiones propiamente filosóficas, en los campos de la axiología, ontología, epistemología, estética, etc. vinculadas todas ellas a su concepción del mundo eminentemente humanista e iluminista, que sintetiza y hereda por una parte lo mejor del pensamiento clásico universal y por otra, la línea trazada por los más grandes exponentes del pensamiento filosófico cubano electivo: Caballero, Varela y Luz.

Si bien Martí llamó a Caballero, “padre de los pobres y de nuestra filosofía,” no obstante se reconoció especialmente como heredero de las enseñanzas de Luz, cuando lo identificó como el fundador de la conciencia independentista en la generación de patriotas que conducirían a la Isla de Cuba hacia su total independencia. Sobre Luz escribió:

 Él, el padre; el silencioso fundador (…), y se sofocó el corazón (…) para dar tiempo a que se criase de él la juventud con quien habría de ganar la libertad (…); él que es uno de nuestras almas … ha cundido por toda nuestra tierra, y la inunda aún con el fuego de su rebeldía (…), y consagró la vida entera (…) a crear hombres rebeldes y cordiales que sacaran a tiempo la patria interrumpida de la nación que la ahoga y corrompe…”[38]

Me atrevería a afirmar que en Cuba, no ha habido un gran escritor más estudiado e investigado por otros grandes escritores, que nuestro José Martí. Las más destacadas personalidades, en nuestro ámbito intelectual, han hecho de su vida y obra, objeto especial de su atención. Así, desde Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Medardo Vitier, Emilio Roig de Leuchsenring y Gonzalo de Quesada, hasta Julio Antonio Mella, Raúl Roa, Blas Roca, Juan Marinello, José Antonio Portuondo, Cintio Vitier, Armando Hart, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, Julio Le Riverend y Roberto Fernández Retamar, entre otros, han ido enriqueciendo con magistral pluma el conocimiento inagotable de la obra de nuestro Apóstol.

En aproximación constante, ellos y muchos otros investigadores en nuestros días, han contribuido a valorar su pensamiento, delimitar etapas en su vida y obra, profundizar en los elementos fundamentales de su ideario, y en fin, dibujar su imagen de la manera más completa. Pero aún así, el pensamiento martiano sigue siendo inagotable.

Como expresa Cintio Vitier en su bello, profundo y enjundioso estudio sobre el Apóstol:

Pasamos sin sentirlo de su prosa a su verso, de su palabra a la acción, de su vida pública a su intimidad; podemos estudiar su doctrina política, filosófica, educativa, poética, crítica y aún estilística, como un todo continuo. Cuando nos habla de la sociedad nos dice las mismas cosas que cuando nos habla del poema. No hallamos en él fisura, y no acabamos  nunca de ver todos los aspectos de su rostro, que sin embargo nos mira desnuda y sencillamente a los ojos.”[39]  

He aquí la esencia de la universalidad del pensamiento martiano. Y es por esto que Martí no es sólo nuestro, es decir, de los cubanos, sino un pensador de nuestra América, que a la vez que supo divertir a nuestros niños y educarlos en los más puros valores humanistas, supo advertir a tiempo el peligro que se cernía sobre nuestros pueblos, a medida que el gigante se convertía en imperio.

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre Martí, la arista filosófica de su pensamiento no ha sido agotada.

Sobre este hecho, el Dr. Rigoberto Pupo, profesor e investigador de nuestra cultura, advierte que “el ideario filosófico de Martí ha sido insuficientemente investigado y existen pocos trabajos al respecto. Esto se debe en gran medida a que Martí, en tanto tal, no fue un filósofo profesional, no existe en su obra una filosofía sistematizada a manera de los tratados filosóficos tradicionales. Por otra parte, la existencia de determinados prejuicios y esquemas en cuanto a la determinación de la filiación filosófica del Maestro ha contribuido también a que se soslaye tan importante perfil de su pensamiento”. De tal modo, continúa: “Un análisis acucioso y profundo del pensamiento de José Martí, revela la existencia de una filosofía, o un ideario filosófico que adquiere determinaciones concretas en la política, la economía, la ética, la estética y el arte, la cultura, la historia, la pedagogía[40]”.

Efectivamente, en Martí la filosofía permanece como un entramado invisible – aunque perceptible - en toda su obra escrita, tanto en verso como en prosa. Hay tanta filosofía en su exquisito ensayo “Nuestra América”, como en su conmovedor poema “Los zapaticos de Rosa”.

Sin agotar el contenido filosófico de su pensamiento, se intentará una aproximación que sintetice los presupuestos teórico-filosóficos de partida del pensamiento martiano.

En sus apuntes y anotaciones sobre Filosofía, Martí asume entre otros, los siguientes principios metodológicos:  

- La naturaleza observable es la única fuente filosófica.

- El hombre observador es el único agente de la Filosofía.

- Hay dos clases de seres: los que se tocan y los que no se pueden tocar…Lo que puede tocarse se llama tangible, y lo que puede probarse por la vista, evidente. Lo que no se puede tocar ni ver es invisible e intangible.

- Hay en nosotros mismos una parte de naturaleza tangible, como el brazo, y una intangible; como la simpatía.

- Al estudio del mundo tangible, se le llama Física; y al estudio del mundo intangible, Metafísica.

- Filosofía es ciencia de las causas.

- Las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de las cosas propiamente.

- No debemos afirmar lo que no podemos probar.

- Los elementos para ser filósofo son la observación y la reflexión.

Asimismo advierte que Aristóteles dio el medio científico que ha elevado tanto, dos veces ya en la gran historia del mundo, a la escuela física; mientras que Platón y el divino Jesús, tuvieron el purísimo espíritu y fe en otra vida que hacen tan poética y durable, la escuela metafísica[41].

De este modo, devela el problema fundamental de la filosofía, como hilo conductor de su historia, cuando afirma que todas las escuelas filosóficas pueden concretarse en dos: el materialismo (que es para él la exageración de la Física) y el espiritualismo (que es por su parte, la exageración de la Metafísica). Y concluye:

Las dos unidas son la verdad: cada una aislada es sólo una parte de la verdad, que cae cuando no se ayuda de la otra.[42]

He aquí la más auténtica expresión del carácter electivo de su filosofía.

El error de la Física, a juicio de Martí, radica en que en sus extravagancias, ha llegado a negar todo fenómeno espiritual.[43] (Obviamente, se está refiriendo aquí al materialismo vulgar, es decir, mecanicista).

Por otra parte, advierte, el error de la Metafísica estriba en querer brindar leyes para el mundo real y palpable, a partir de las intuiciones del individuo[44], olvidando que las leyes de las cosas deben deducirse de la observación de las mismas.

Martí, retomando la definición clásica aristotélica de Filosofía, como ciencia de las primeras causas, afirma que conocer las causas posibles y usar los medios libres y correctos para investigar las no conocidas, es ser filósofo. Del mismo modo, pensar constantemente con elementos de ciencia, nacidos de la observación, en todo lo que cae bajo el dominio de nuestra razón, constituye lo que pudiéramos definir como los elementos para ser filósofo, los cuales no son más que la observación y la reflexión[45].

Cualquier otro elemento ayuda a averiguar, pero no constituye una base firme sobre la cual pueda sustentarse la filosofía. Como ejemplo, cita la intuición, la cual se presenta como un auxilio, muchas veces poderoso, pero no resulta una vía científica e indudable para llegar al conocimiento.

Cierto es que no podemos conocer las causas de las cosas en sí mismas, por cuanto ellas no se nos revelan directamente, sino a través de la obra de la Creación. Pero a Dios no podremos preguntarle, porque nos han enseñado a creer en un Dios que no es el verdadero[46].

Para Martí, el verdadero Dios impone el trabajo como medio de llegar al reposo, la investigación como medio de llegar a la verdad, la honradez como medio de llegar a la pureza. ¡Qué alegre muere un mártir! ¡Qué satisfecho vive un sabio! Cumple con su deber, lo cual, si no es el fin, es el medio[47].

Tampoco podremos preguntar a la fe, por cuanto en su nombre se ha mentido mucho. Se debe tener fe en la existencia superior, conforme a nuestras soberbias agitaciones internas; en el inmenso poder creador, que consuela; en el amor, que salva y une; en la vida que empieza con la muerte (…) Pero la fe mística, en la palabra cósmica de los Brahmanes, en la palabra exclusivista de los Magos, en la palabra tradicional, metafísica e inmóvil de los Sacerdotes; la fe, que frente al movimiento de la Tierra dice que se mueve de otra manera; la fe, que condena por brujos a Bacon y a Galileo; la fe, que niega primero lo que luego se ha visto obligada a aceptar; esa fe no es un medio para llegar a la verdad, sino para oscurecerla y detenerla; no ayuda al hombre, sino que lo detiene; no le responde, sino que lo castiga; no le satisface, sino que lo irrita. Es por todos estos elementos, que Martí concluye: Los hombres libres tenemos ya una fe diversa. Su fe es la eterna sabiduría. Pero su medio es la prueba[48].

Se trata de la fe científica, y con ella se puede ser un excelente cristiano, un deísta amante, un perfecto espiritualista. Es por esto que afirma: Para creer en el cielo, que nuestra alma necesita, no es necesario creer en el infierno, que nuestra razón reprueba.[49]

¿A quién debemos preguntar entonces?  - A la Naturaleza. Y, ¿Qué es la Naturaleza? – El pino agreste, el viejo roble, el bravo mar, los ríos que van al mar como a la Eternidad vamos los hombres: la Naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se hace arco iris; el espíritu humano que se acerca y eleva con las nubes del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, espíritus y cuerpos; corrientes esclavas en su cauce; raíces esclavas en la tierra; pies, esclavos como las raíces; almas, menos esclavas que los pies. El misterioso mundo íntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es, deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquítico, licuoso o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres es Naturaleza[50].

De manera semejante, Martí define el método filosófico correcto, como aquel que, al juzgar al hombre, lo toma en todas las manifestaciones de su ser, y no deja en la observación por secundario y desdeñable lo que, siendo tal vez por su confusa y difícil esencia primaria, no le es dado fácilmente observar.

En el mismo sentido, advierte que el hombre debe tomar la Filosofía no como el cristal frío que refleja las imágenes que cruzan ante él; sino, como el animado seno en que palpita, como objeto inmediato y presente, la posible acomodación de lo real en lo que el alma guarda como ideal anterior, posterior y perpetuo[51].

Gran importancia otorga Martí a la Historia de la Filosofía y a la función crítico-valorativa que ella debe ejercer, cuando expresa que ésta, en su sentido moderno, es el examen crítico del origen, estados distintos y estados transitorios que ha tenido, así como el análisis de por qué ha llegado la Filosofía a su estado actual[52]. Refiere y compara, que si antes ésta prevalecía como colección de hechos y narraciones, sin nexos ni vínculos internos, ahora, en su sentido moderno se enlazan y se funden elementos, y se engranan y explican los sucesos.

Se trata de una concepción moderna, totalmente acorde con el desarrollo de los conocimientos científicos de su época y con el propio desarrollo de la filosofía como cosmovisión integral de la realidad. Es por esto que señala la importancia de la crítica, no como censura, sino en su acepción formal y etimológica, como ejercicio del criterio[53].

Así, para Martí, la Historia de la Filosofía no ha de ser exposición fría y acrítica de los diversos sistemas filosóficos a lo largo de la historia de la humanidad, sino examen crítico-valorativo que enlace corrientes y sepa destacar aciertos y señalar limitaciones.

En esta, como en muchas otras vertientes de su polifacético pensamiento, que se asemeja a un poliedro de infinitas aristas, sus ideas se anticipan a su tiempo, brillan y emanan luz inagotable, cual brillante salido de la tierra y tallado por la mano del hombre, que ve pasar el tiempo y cada día brilla más,  y con luz propia.

Martí está hoy más que nunca entre nosotros. En las masas indígenas de América Latina, en los niños que leen y disfrutan “La Edad de Oro”, en el amor al prójimo, en la solidaridad entre nuestros pueblos, en el ideal de perfeccionamiento humano, en el arte, en la poesía, en nuestra filosofía, en las ciencias, en la fe, en el Dios de los oprimidos y los desposeídos, en la educación, en la religión, en el ideal de justicia, en la lucha por el bien común... Como él mismo sentenciara con sólo 18 años de edad, cuando fuera acusado de infidente por las autoridades españolas y condenado al presidio político en Cuba por sus actividades patrióticas, Martí descubre a Dios en el sufrimiento humano, cuando expresa cual visionario en uno de sus escritos juveniles: “El orgullo con que agito estas cadenas, valdrá más que todas mis glorias futuras; que el que sufre por su patria y vive para Dios, en éste u otros mundos tiene verdadera gloria”.[54] (…) “El martirio por la Patria es Dios mismo”.[55] (…)                                             

Como expresara magistralmente Cintio Vitier en su “Vida y Obra del Apóstol José Martí”, a la pregunta ¿Quién era, en suma, este hombre al que Gabriela Mistral[56] llamó “el hombre más puro de nuestra raza”, y a quien pudiéramos también llamar, el más completo?, se pudiera responder, junto al estudioso de nuestro Apóstol:

(…) “Lo vemos en el blancor infernal de las canteras de San Lázaro, aherrojado con la cadena y el grillete que sólo pudo arrancarse de veras en sus últimos días, transfigurados por el cumplimiento del destino, en el seno de la naturaleza patria.  (…) Lo vemos en la tribuna de la emigración, en medio de la “magia infiel” del hielo, rodeado del arrobo de sus pobres, fulgurando en la noche la palabra sagrada que es el único hogar de espíritu que han tenido los cubanos. (…)  Lo vemos, en fin, en el terrible y radiante mediodía, lanzándose en su caballo blanco, para firmar con sangre, todas sus palabras. Ninguna imagen puede agotar su imagen…”![57]

 

Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez


Notas:

[1] José Martí: “Antonio Bachiller y Morales”. EL AVISADOR AMERICANO. Nueva York, 24 de enero de 1889. En: José Martí: Obras Completas. Tomo 5. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 1975, pp. 143 – 153. 

[2] La primera obra filosófica cubana fue la “Philosophia Electiva”, escrita en latín por José Agustín Caballero en 1797 con fines docentes. Fue proyectada por su autor en 4 partes: Lógica, Metafísica, Física y Ética. Sólo llegó a nosotros la primera parte como manuscrito con el título referido. Su primera edición fue realizada 1944, en la Editorial de la Universidad de la Habana.

[3] Me refiero a Elías Entralgo y Roberto Agramonte, entre otros.

[4] Roberto Agramonte: Estudio Preliminar. En: Philosophia Electiva. Editorial de la U-H. La Habana, 1944.

[5] La historiografía ha registrado una frase de Luz sobre Varela en la que se expresa que fue “el primero que nos enseñó a pensar”, cuando en realidad, Luz se refirió a Varela como “el que nos enseñó primero en pensar”, refiriéndose a la primacía del pensamiento sobre la acción. Este lamentable error, explica en gran medida el por qué la tradición ha reconocido a Varela cronológicamente como el primero que enseñó a pensar a los cubanos, obviando o subvalorando el papel desempeñado por José Agustín Caballero, maestro de Varela, Luz y muchos otros destacados exponentes de nuestra filosofía decimonona.

[6] Carta de Félix Varela a José de la Luz y Caballero. Nueva York, 2 de junio de 1835.  En: Revista Bimestre Cubana. La Habana, julio-diciembre de 1942.  El subrayado es de la autora.        

[7] No debe confundirse el término electivismo con el de eclecticismo. Su uso indistinto en la bibliografía tradicional sobre el tema, ha generado confusiones e incluso, errores conceptuales, como se analizará más adelante.

[8] Félix Varela: Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños. En – José Ignacio Rodríguez: Vida del presbítero Félix Varela. La Habana, 1944, p.11.

[9] Tomado de: José Ignacio Rodríguez: Vida del presbítero Félix Varela. La Habana, 1944, p.253. (Artículo de Luz sobre las doctrinas filosóficas del padre Varela.

[10] José Agustín Caballero: Philosophia Electiva. Artículo Séptimo de la Disertación Primera: Sobre la Filosofía en general.

[11] Rita M. Buch Sánchez: José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Editorial Félix Varela. La Habana, 2001.

[12] Sobre el papel desempeñado por esta institución como taller de la nación cubana, consultar: Buch Sánchez, Rita M.- El Seminario de San Carlos y San Ambrosio como taller de la nación cubana. (En: “Pensar en Cuba”. Debates Historiográficos. Colección de Ensayos. Edit. Ciencias Sociales, La Habana, 1999).

[13] El Despotismo Ilustrado propició que las colonias ultramarinas experimentaran un espíritu de renovación ideológica hacia la segunda mitad del siglo XVIII, como expresión de las transformaciones económicas, políticas y sociales acaecidas en la metrópoli española, a partir del ascenso de los Borbones al trono, en especial, durante el gobierno de Carlos III (1759-1788), quien promulgó ciertas medidas favorables, tendentes a brindar mayor flexibilidad a las relaciones económicas y comerciales entre España y sus colonias.

[14] Los primeros Estatutos del Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio, redactados en el año de 1769 por Santiago José de Hechavarría y Elguezúa, entonces obispo de Cuba, Jamaica y Provincias de la Florida, fueron impresos en Nueva York, en 1835. El archivo del Seminario conserva un ejemplar de esta edición. Ver: Institutos del Real Seminario de San Carlos. Imprenta de don Guillermo Newell, Nueva York, Calle de Nassau No. 162, 1835. En su Introducción se hace referencia a la necesidad absoluta que por entonces tenía la Isla de Cuba de fundar una institución destinada a la educación y la enseñanza de la juventud, a partir de estudios bien reglamentados, independientemente de los que se practicaban en otras instituciones ya existentes, tales como el Seminario Conciliar de Santiago de Cuba, la Real Universidad de San Jerónimo de la Habana y otros centros de enseñanza ubicados en los conventos a lo largo de la isla. Asimismo, en ella se enfatiza que el designio principal del Seminario “ha sido formar un taller, en que se labren hombres verdaderamente útiles a la Iglesia  y al estado; hombres que por su probidad y literatura, sean capaces de cualquier ministerio sagrado o profano, de hacer el servicio de ambas Majestades, y contribuir a la felicidad de los pueblos…

[15] Para valorar el significado histórico-filosófico de la propuesta electiva de Caballero, puede consultarse: Buch Sánchez, Rita M.- José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Edit. Félix Varela. La Habana, 2001. ( Este libro constituye el resultado de mi tesis doctoral en Ciencias Filosóficas defendida el 28 de junio de 1998 ante el Tribunal Permanente de Filosofía en la Universidad de la Habana. En mi tesis he demostrado de manera documentada, el papel desempeñado por el presbítero José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera (1762 – 1835) como pionero de la filosofía cubana e iniciador de la reforma filosófica en Cuba, quien fuera el maestro de Filosofía de Varela y de muchos otros jóvenes discípulos del Seminario de San Carlos y San Ambrosio en los últimos años del siglo XVIII, autor además de nuestra primera obra filosófica Philosophia Electiva (1797), cuya labor pedagógica influyó decisivamente en la formación de una generación de cubanos que preparó ideológicamente el camino hacia nuestra independencia). 

[16] Caballero, José Agustín – Philosophia Electiva. Disertación Primera: La Filosofía en General. Artículo Séptimo. (En: Buch Sánchez, Rita M. – José Agustín Caballero. Iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Anexos. Ed. Cit. p.189). 

[17] Caballero, José Agustín – Philosophia Electiva. Aparato o Propedéutica Filosófica.(En: Ibid. p. 188).

[18] Varela, Félix – Lecciones de Filosofía. Introducción. (En: Varela, Félix – Obras. Edit. Imagen Contemporánea, La Habana, 1977. Tomo I. p.138.

[19] Varela, Félix – Obras. Tomo I. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1977. (Ver: “Cronología”)

[20] Esta es la opinión de Cintio Vitier en su obra Las ideas y la filosofía en Cuba.

[21] Varela, Félix –  Lecciones de Filosofía. En: Varela, Félix - Obras. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1997. p.138.

[22] Se trataba, ante todo, de enseñar, mostrando el método del pensamiento científico, fundamentalmente, el método inductivo-experimental. Pero además, enseñarlo en el idioma patrio.

[23] Varela, Félix – Miscelánea Filosófica. Parte V: “Observaciones sobre el escolasticismo”. Observación III. (En: Varela, Félix – Obras. Edit. Imagen Contemporánea. La Habana, 1997. p.430).

[24] Varela, Félix – Observaciones sobre la constitución política de la Monarquía Española. (En: Varela, Félix – Escritos Políticos. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 1977. p.80.

[25] Ibid.  p.80.

[26] Ibid. p.34.

[27] Ibid. p.38.

[28] Ibid. p.40.

[29] Ibid. p.40-41.

[30] Varela, Félix – Amor de los americanos a la independencia. (En: Varela, Félix – Escritos Políticos. Ed. Cit. p.152).

[31] Varela, Félix – Patriotismo. (En: Varela, Félix – Obras. Tomo I. Edit. Cit. p.436).

[32] Morales y Morales, Vidal  -   "Iniciadores y primeros mártires de la Revolución Cubana". Edit. La Moderna Poesía. La Habana, 1931.

[33] Luz y Caballero, José de la -“La Polémica Filosófica - Edit. de la Universidad de la Habana 1946

[34] Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Centro de Estudios Martianos, La Habana, Cuba, 2006. (Se recomienda consultar el Capítulo 1 para conocer sobre la formación de Martí y el contexto histórico en que nace y se desarrolla su personalidad).

[35] Escribe el Soneto “¡10 de Octubre”!, publica el Editorial de El Diablo Cojuelo y el poema dramático “Abdala en La Patria Libre (enero de 1869).

[36] José Martí, “Nuestra América”, publicado en El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. En: José Martí. Obras Completas. La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, 28 v., t. 6, p. 19. (En lo adelante: O.C.)

[37]  Cintio Vitier, “Vida y obra del Apóstol José Martí”, Ed. Cit., pp. 13-14.

[38] José Martí, “José de la Luz y Caballero”, en Patria, 17 de noviembre, 1894. Reproducido en Aforismos, Editorial de la Universidad de la Habana, 1962, pp. XIII-XV.

[39]Cintio Vitier, Ob. Cit., ed. Cit. p. 23. 

[40] Rigoberto Pupo, “Identidad y subjetividad humana en José Martí”, Edit. Universidad Popular de la Chontalpa, Tabasco, México, 2004, pp. 27-28.

[41] José Martí, O.C., t. 19, p. 361.

[42] José Martí, O.C., t. 19, p. 361.

[43] José Martí, O.C., t. 19, p. 362.

[44] José Martí, O.C. Tomo 19, p. 361.

[45] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 362.

[46] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363.

[47] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363.

[48] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363.

[49] José Martí: O.C. Tomo 19, p. 363.

[50] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 364.

[51] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365.

[52] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365.

[53] José Martí, O.C., Tomo 19, p. 365.

[54] José Martí, O.C., Tomo 1, p.54.

[55] José Martí, O.C., Tomo 1, p.61.

[56] Gabriela Mistral, Prólogo a José Martí. Versos Sencillos, La Habana, Secretaría de Educación, 1939, p.34.    

[57] Cintio Vitier, obra citada, p. 23.

 

por Dra. Cs. Rita M. Buch Sánchez
Doctora en Ciencias. Doctora en Ciencias Filosóficas. 
Profesora Titular y Principal de Historia de la Filosofía, 
de la Universidad de la Habana, Cuba
rita@ffh.uh.cu

 

Ver, además:

 

 

                      Dra. Cs. Rita María Buch Sánchez en Letras Uruguay

 

 

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