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Soy un muerto para el día de ayer,
soy el muerto quien espió por la mirilla,
la noche aquella cual me pareció medio fallecer.
Soñé con unicornios descarnados
y huesos de arcángeles profanados,
desperté a media luz y
a contraluz me desangré,
no vivo, ya no respiro, sólo duermo tranquilo
en medio de esta abismal soledad.
Tengo el frío clavado entre mi vientre y la pared;
de negro se reviste el amanecer,
locura, hambre, sed y enfermedad
son jinetes que dialogan con esta insana pesadilla
con la que me ha tocado copular.
La muerte reviste el despertar del pasado,
pues el ayer está muerto y sepultado
en medio de la ironía y las lágrimas.
La muerte cabalga triunfante arrastrando un cadáver
quien llevó por nombre: vida;
se entrevera con el viento, y con él grita,
gime, sonríe acarreando su presa;
oh bendita sea la hora que la muerte
de este pútrido ser se acuerda.
La muerte viene, entra, me observa,
respira muy de cerca mi aliento...
huele paz, aunque aspira miedo al unísono,
toma mis fríos, pegajosos dedos,
roza con sus amarillentos dientes mis labios,
suelta su fétido aliento, mis pulmones se deleitan
con esta danza del arte moribundo y nauseabundo
que la vida me ha otorgado sin misericordia,
pero ya no más clemencia, ya no más piedad,
esta noche, la muerte y yo, haciéndonos el amor,
juro y perjuro que el dolor por fin ya culminó.
La muerte entra en mi alma, en mi pecho, en mi mente,
bebe muy de cerca mi saliva, devora mis pupilas,
sonriendo ahora da un beso gélido a mi frente,
sonríe una vez más…
Ya luego se marchará.
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