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Héroe por una noche
del libro "El vuelo de la mariposa"
de Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu

 
 
 

Tatica era un muchacho como todos los demás. La gran diferencia entre él y los otros del barrio era que Tatica es un ferviente soñador. A veces piensa que todo cuanto reina en su imaginación puede ser real. Otras veces cree que  sus sueños se convertirán en realidad cuando él menos  lo espere.

 

Tatica inventaba historias con mucha facilidad. Para muchos; los que no conocían sus propósitos, era un muchacho mentiroso; pero él aseguraba que iba  a ser un gran escritor y entonces ejercitaba constantemente su imaginación como el deportista sus músculos con las pesas.

 

En su cuarto tenía varios  cuadernos repletos de narraciones donde los personajes principales eran Reyes, Princesas, Muñecas  vivas, Gatos y Perros con habilidades inconcebibles, Niños Héroes, Mariposas que hablan y cantan, Manzanas mágicas,  etc. Nunca había permitido que alguien los leyera. El los escribía y los guardaba para cuando fuera más adulto entonces hacer varios libros. Pensaba que muchos grandes escritores hicieron eso; y él aseguraba que iba a ser un gran escritor. "Con esos libros ganaré mucho dinero y podré ayudar más a mi mamá y a mis amigos pobres del barrio" - pensaba.

 

Una noche se acostó pensando en algo que le sucedió frente a una vitrina de cristal donde se exhibían juguetes para niñas y niños de diferentes formas y colores; mecánicos y eléctricos, plásticos o metálicos y muñecas y muñecos de varios tamaños. Dentro de aquella vitrina había un mundo de ensueños y fantasías a las que él no podía aspirar.

 

Tatica muy pobre y todas las mañanas, en vez de cargar con libros y cuadernos para ir a la escuela, llevaba colgado en sus  hombros el cajón de limpiabotas con el que se ganaba unos centavos para poder ayudar a su madre; viuda y enferma.

 

Su mamá sabía leer y escribir. Lo había aprendido de sus padres, los abuelos de Tatica, que eran nativos de Islas Canarias. El no los conoció, pero su hermana mayor de veinticinco años, si. Su hermana Flavia había conocido a un mago de un circo que estuvo en el pueblo y se fue con él. El mago era mucho mayor que ella, pero le prometió que si lo aceptaba,  sería su esposa y su ayudante en los números que este hacía y entonces viviría mucho mejor. Debido a la pobre vida que llevaba, Flavia no lo pensó dos veces y cuando el circo se marchó a otros pueblos ella se fue con el mago Runco. Tatica entonces tenía cinco años. Ahora tenía catorce. El y su mamá se quedaron muy tristes cuando ella se fue.

 

Dos años después el circo retornó al pueblo y ni ella ni el mago volvieron. El dueño del circo de dos palos les dijo a ellos que Flavia y el mago andaban en otro circo y que no los habían vuelto a ver jamás.

 

La Navidades habían pasado y se acercaba el Día de Reyes. Como muchos hacían, Tatica  en su andar en busca de alguien que lustrara sus zapatos, se detuvo frente a una vitrina bien surtida de juguetes.

 

Su pelo castaño caído sobre su frente  y sus ojos claros se pegaron al cristal como queriendo traspasarlo; y con sus manos manchadas de negro por la acción del betún y las tintas,  jugar con ellos aunque fuera por unos instantes.

 

Miraba los juguetes y soñaba. Se veía jugando a los vaqueros con sus amiguitos del barrio, pobres como él, con unos revólveres grandes y muy brillantes que se exhibían en una lujosa funda negra con adornos plateados.

 

Se veía jugando al béisbol con uno de los  mascotines allí exhibidos y unas pelotas muy blancas con costuras en rojo y un bate de madera pulida  con muchas etiquetas, quizás bateando el jonrón que le daba la victoria a su equipo en el últimos inning.

 

Sus ojos se deslizaban de un lado a otro de la vitrina. Miraba y soñaba. De súbito algo extraño le llamó su atención. Sobre un estante había en exhibición una muñeca rubia, con ojos azules, pelo lacio, y labios rosaditos. La muñeca tenía puesto un vestidito azul claro y calzaba unos zapaticos blancos y estaban adornados con una pequeñita hebilla plateada.

 

El notó que si se apartaba a la derecha, los ojos de la muñeca lo seguían mirando. Si lo hacía a la izquierda sucedía lo mismo. Si se agachaba, ella lo miraba fijo a los ojos; si se ponía de pie, sucedía lo mismo.

 

A él le habían sucedido muchas cosas, pero como aquella, ninguna. Se quedó petrificado cuando vio que la muñeca movía una de sus manos saludándolo. El, impresionado y con tremendo nudo en la garganta, le contestó el saludo con su mano derecha. "¡Está viva!", "!Esta muñeca está viva!" - pensó.

 

Luego sucedió algo más increíble. De los ojos de la muñeca salieron dos hilos de lágrimas que rodaron  por su carita rosada y humedecieron su vestido. Tatica entornó sus ojos y frunció el ceño. Estaba perplejo.

 

Las lágrimas aumentaron. Después vino lo peor. Tatica sintió en sus oídos la voz de la muñeca.

 

-"!Ayúdame! ¡Sácame de aquí! ¡Quiero ser libre como tú, Tatica!"

 

Entonces Tatica monologó:

 

-¡Sabe mi nombre! ¡Me estaré volviendo loco!

 

De nuevo la voz de la muñeca:

 

-"!Te lo suplico, no me dejes aquí!" "¡Llévame contigo!"

 

Tatica decidió responderle:

 

-No puede hacerlo. Si rompo el cristal y te llevo me carga la policía y me tildan de ladrón.

 

Apenas había terminado de decirlo cuando un Señor alto, trigueño, de bigote a lo Charles Chaplín, bien vestido y al  parecer de mucho dinero, entró en la tienda y momentos después una de las dependientas sacó la muñeca de la vitrina y se la mostró al supuesto cliente que se decidió a comprarla.

 

Tatica estaba ansioso. No sabía qué hacer. Esperó en la acera. Al cabo de unos instantes el hombre salió con la muñeca en sus manos. A pesar de que la misma iba en una caja, envuelta con  papel de regalos, él escuchaba la voz de la muñeca suplicándole que la ayudara, que se la arrebatara a aquel Señor que a lo mejor la llevaba muy lejos.

 

Tatica pensó y pensó y decidió seguir al individuo para saber su destino. El comprador de la muñeca vivía a unas tres cuadras de la tienda. El hombre caminaba y Tatica detrás de él escuchando las súplicas de la muñeca. Vio cuando éste entró a su casa y se él se detuvo frente a la entrada de la misma.

 

-¿Qué hacer? ¿Cómo rescatarle?- pensaba una y otra vez.

 

Las horas fueron pasando. A media tarde se sorprendió cuando vio a una señora de unos cincuenta años sacando de la casa a una niña en una silla de ruedas para pasearla por la acera. La niña; de unos ocho años,  vestida de blanco,  de pelo negro ensortijado, ojos verdosos y mirada triste llevaba la muñeca entre sus brazos.

 

La señora que empujaba la silla de ruedas tropezó cayó al suelo dejando libre la silla  y esta  rodó por la acera rumbo a la esquina por donde el tránsito era constante.

 

La niña muy asustada pedía auxilio. Tatica soltó el cajón de limpiabotas y salió corriendo. En el mismo instante que la silla de rueda alcanzó la calle él la sujetó y salvó a la niña que lloraba muy asustada. La muñeca había caído al suelo y él la recogió. La señora que conducía a la niña llegó al lugar corriendo y muy asustada. Afortunadamente la acción de Tatica había hecho posible que no sucediera lo peor.

 

Como la niña y la señora estaban tan asustadas, retornaron a la casa sin percatarse de que habían dejado abandonada la muñeca.

 

Tatica la tenía en sus manos. La miraba y la miraba y lo único que veía en su boquita roja era una ligera sonrisa. Sin pensarlo dos veces salió corriendo y logró alcanzar a ambas. Cuando estaba junto a ellas les entregó la muñeca, que al parecer no le suplicó nada más porque estaba donde tenía que estar.

 

Una sacudida de su mamá que lo escuchaba hablando dormido por la acción del sueño,  lo despertó. Aun medio adormitado buscó  el cuaderno y un lápiz y se puso a escribir lo que sería un nuevo cuento.

 

Fin

Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu
del libro "El vuelo de la mariposa"

 

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