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El vuelo de la Mariposa
del libro "El vuelo de la mariposa"
de Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu

 
 
 

Gabriela  vivía con sus padres en una casona de madera muy vieja. Tenía un hermano menor de quince años. Su hermano Ernesto estudiaba, y en los ratos libres ayudaba a su padre en las labores del campo. Ernesto era un muchacho alegre y le gustaba montar a caballo y pasear con Gabriela. Su padre, Andrés, hombre fuerte como un roble, labraba la tierra y ganaba mucho dinero con las cosechas. Su madre, Ana, atendía los quehaceres del hogar y leía libros en sus tiempos libres.

 

Vivían cerca de un caudaloso río cuyas aguas cristalinas se perdían por entre las rocas que tenían el aspecto de un túnel o una gran cueva. Su papá tenía una pequeña barca para pescar y pasear por sus aguas mansas en compañía de Gabriela, que recién había cumplido los dieciséis años. A la entrada del túnel había una piedra inmensa de un color verdoso muy brillante y cristalina semejante a una gran esmeralda.

 

Frente a la casa de Gabriela había un hermoso jardín repleto de flores de muchas variedades, muy bellas, cuya amalgama de perfumes alegraba el ambiente del lugar. Había Margaritas, Azucenas, Rosas rojas, Amapolas, Mariposas, Jazmines, Orquídeas  y muchas más.  Aquel jardín que era el paraíso de Gabriela. El lugar donde se pasaba horas y más horas.

 

Todas las mañanas iba para allí a contemplar las flores; hablaba con ellas, aspiraba su perfume y cuidaba de las mismas. El jardín era su lugar predilecto.

 

Una mañana, estando Gabriela en el jardín, volaba por entre las flores y muy cerca de ella una mariposa singular. Esta se posó en una hermosa flor y entonces los ojos aceitunados de Gabriela pudieron examinarla con detenimiento.

 

Sus alas eran transparentes y muy brillantes. Cuando le daba el sol se podían ver en sus alas los colores del arco iris. El borde de las mismas era dorado como el oro. Sus antenitas eran plateadas, y su cuerpo parecía que estaba aterciopelado en rojo. Sobre el mismo había unos puntitos brillantes que parecían gotas de rocío. Sus ojitos muy negros la miraban atentamente. Movía sus alas y de una flor volaba para otra hasta acercarse aún más a Gabriela que atenta y expectante la observaba con deseos de cogerla.

 

La mariposa contemplaba su pelo castaño claro y largo que el viento zarandeaba  y su bello rostro hermoso, como tallado en marfil, donde había una boca bien delineada con labios rojizos muy atractivos.

 

La soñadora y alegre Gabriela,  con su vestido blanco bordado en el cuello y las mangas parecía un ángel caído del cielo, miraba fijamente a los ojos de la mariposa y ésta los suyos. La mariposa movió sus alas y comenzó a volar en derredor suyo  y Gabriela movió su cabeza y dirigió su mirada hacia ella. Algo extraño le sucedía le sucedió a Gabriela. Tuvo la sensación de que la mariposa poseía un magnetismo que la dominaba.

 

Volando despacio salió del jardín hasta el camino y Gabriela siguió detrás. La mariposa tomó por un trillo hasta la orilla del río y Gabriela,  sin pensarlo mucho, fue tras ella.

 

El animalito de alas transparentes muy brillantes se posó en uno de los remos de la barca y ella subió a la misma con mucho cuidado para no perder el equilibrio y caer al agua. Gabriela intentó cogerla, pero la mariposa movió sus alas y se posó en la proa.

 

Se quedó unos instantes contemplándola y sin proponérselo; como si la hubieran hecho pensar, surgió en su mente una idea que iba en contra de los consejos de su padre. "La pasearé por el río", "Mi papá me lo tiene prohibido, pero complaceré a esta mariposa que quiere ser mi amiga".

 

Pensaba y accionaba. Desató la cuerda que ataba la barca a un poste clavado en la orilla del río, tomó los remos y comenzó a moverlos poniendo en movimiento la misma. Como el curso de las aguas cristalinas era en sentido a la entrada de lo que parecía un túnel o una cueva, la barca navegó en esa dirección.

 

Dentro del túnel todo estaba oscuro. Apenas podía ver a la mariposa.  Dejó de remar pero la barca continuó su curso. Se inclinó para ver a la mariposa pero se asustó porque ésta no estaba posada en la proa. Miraba a un lado y otro con mucho miedo y deseos de verla, pero fue imposible. Entonces Gabriela comenzó a sentir arrepentimiento por haber desobedecido a su papá.

 

A lo lejos pudo ver algo muy brillante. Pensó que fueran los rayos del sol que alumbraban la salida del túnel. Entornó sus ojos y fijó la mirada, pero se estremeció cuando vio que se trataba de una figura humana que resplandecía quizás porque sus vestimentas fueran de oro o plata. Gabriela temblaba de miedo. Invocaba a Dios y pedía su ayuda y rogaba porque aquella barca navegara en sentido contrario.

Monologó:

 

-¿Dónde estará la mariposa? ¿Será un ángel? ¿Se habrá convertido en esa figura que veo a lo lejos en este túnel tan misterioso?

 

Pensando y pensando no se percataba que la pequeña embarcación seguía su curso acercándose a la figura resplandeciente que ya tenía delante.

 

La barca se detuvo. Gabriela tenía sus ojos cerrados y los labios le temblaban. Su mente se desordenó y entre un pensamiento convulso y otro, tuvo la idea de que aquel personaje le haría mucho daño, pero no fue así.

 

Una suave y melodiosa voz  llegó a sus oídos:

 

-Abre tus lindos ojos, Gabriela.

 

Ella se asombró porque el misterioso personaje sabía su nombre. Poco a poco sus párpados se fueron separando hasta que pudo ver, en todo su esplendor, la figura  que tenía delante.

 

Su traje brillaba de tal forma que destellaba rayos luminosos.

 

-No tengas miedo, no te haré daño alguno. Bájate de la barca.

 

Ella, ayudada por él, salió de la misma y se paró frente al joven de unos diecisiete años y contempló su hermosa figura. Parecía imposible, pero Gabriela había perdido el miedo.

 

Era de estatura  mediana. Su tez de color blanco; sus cabellos eran rubios, largos y sedosos y de un rubio tan dorado que parecían finísimos hilos de oro puro. Sus ojos eran grandes, elegantes, brillantes y tenía una expresión dulce en su mirada. Sus pestañas eran largas y rizadas en sus puntas. Gabriela, alelada, miraba su rostro donde había una nariz fina y recta y labios aterciopelados. Su cuello era largo y musculoso como su pecho y sus brazos.

 

El la tomó por una de sus manos y con andar firme y gracioso la bajó de la piedra y le dijo:

 

-Ahora, iremos al lugar donde siempre estoy. Al  Reino de las Sombras Vivas donde todo es distinto al lugar de donde vienes. Allí es donde único existe la verdadera paz, el amor y la felicidad.

 

-¿Eres acaso un mago, un hechicero, o un fantasma con poderes?_le preguntó Gabriela y una ligera sonrisa se dibujó en su boca pequeña y bermeja dejando al descubierto sus dientes blancos y bien enfilados.

 

El se deleitó  contemplando la belleza de la recién llegada.  Su estatura era mediana como la suya. Su frente  bella, redonda y pequeña. Sus cejas largas y espesas. Su pelo era largo y sedoso como el suyo, pero de color castaño claro.  Su cuerpo estaba muy bien formado y era seductor.  Gabriela era la Venus que él había soñado alguna vez. No había otra igual en su "Paraíso".

 

-Respóndeme la pregunta que te hice. ¿Eres algo de eso?

 

-No. No soy nada de eso.

 

-Entonces … eres un ángel- aseveró Gabriela.

 

-Es mejor que pienses así y no lo que habías pensado.

 

Ella percibió en la dulzura de su voz que era un individuo admirable, piadoso, y alegre; capaz de encantar  a cualquier muchacha. "Posee el don del encantamiento", pensó.

 

Entonces Gabriela se dio cuenta que aquel joven era el  prototipo de hombre soñado por ella para compartir su amor algún día. Pero nunca se imaginó que dónde único lo encontraría fuera en aquel extraño lugar.

 

-No te asustes. Ahora haremos un breve viaje. Cerrarás  tus lindos ojos y apretarás bien mi mano.

 

-¿Cómo será?- preguntó Gabriela intrigada. Ya no sentía miedo alguno en su compañía.

 

El la tomó por la barbilla y ella sintió el grato calor y la suavidad de su mano muy blanca.

 

-Levitaremos.

 

-¿Cómo…?

 

-Nuestros cuerpos flotarán primero  y luego volaremos.

 

-Ahhhh. Entonces me convertiré en una de esas brujas que vuelan en una escoba que he visto en los libros y las películas- dijo ella ingenuamente. Luego sonrió.

 

-No. No mientes las brujas. No me gusta- dijo él, ladeó su cabeza y sonrió.

 

-Perdóname.

 

El apretó fuertemente su mano derecha.

 

-Nos vamos. Cierra tus ojos.

 

Al instante Gabriela, con los ojos cerrados, tuvo la sensación de que su cuerpo hermoso se levantaba del suelo y flotaba. Luego sintió que su cuerpo y el del extraño y hermoso muchacho  adoptaban la posición horizontal. Una vez que lograron la total horizontalidad comenzaron a desplazarse lentamente, pero sólo fue por un breve instante, porque los cuerpos comenzaron a aumentar la velocidad y entonces sintió un ligero frío en su vientre que la invadió toda. El poco aire que había en el túnel oscuro hacía flotar su pelo. En un lapso de tiempo difícil de calcular para Gabriela el vuelo terminó y entonces, ya de pie y quién sabe dónde, él le dijo:

 

-Abre tus ojos.

 

Gabriela no tuvo que abrir sus ojos para comprobar que el lugar a donde había llegado era paradisíaco.

 

Una brisa fresca acariciaba su rostro y jugaba suavemente con sus largos cabellos. Era una de esas agradables brisas que tranquilizan y amansan el espíritu y producen el dulce sueño, que ella no sintió. 

 

Cuando Gabriela abrió sus ojos se quedó perpleja ante tanta belleza y armonía. Su alma se llenó de gozo y en sus oídos eran escuchados cánticos maravillosos que salían desde un lugar cercano cantados por varias muchachas vestidas con túnicas blancas.

 

Los árboles estaban repletos de frutas maravillosas. Algunas, como las manzanas, eran de un color rojo muy vivo y su olor agradable invadía el ambiente amalgamado por los olores de otras exquisitas frutas cuyos árboles tenían hojas de un verde muy brillante.

 

Aquel lugar al que había llegado era el reino de las flores. Flores de todas las especies, tamaños y colores abundaban por todas partes. Sus pétalos de colores muy vivos exhalaban un perfume muy agradable nunca olfateado por Gabriela. Las flores de su jardín no se podían comparar con las vistas en aquel lugar. El perfume de las mismas cuando ella lo aspiraba le proporcionaba gozo, alegría, bienestar espiritual y paz.

 

-Aquí no te llamarás Gabriela. Esos nombres sólo se usan donde estabas. Acá todo es diferente.

 

-¿Entonces, cómo me llamo aquí?

 

-Te llamarás Cabello de Ángel. Ese nombre te viene muy bien. ¿Te gusta?

 

Ella sonrió y asintiendo con su cabeza le respondió:

 

-Si, me gusta. Es muy bonito. ¿Y tú, cómo te llamas?

 

-Me llamo Rayo de Sol. ¿Te gusta mi nombre?

 

-Si. Es muy interesante.

 

Gabriela o Cabello de Ángel miró al suelo y vio un cofre metálico de regular tamaño. A ella le parecieron los cofres en que los piratas enteraban las monedas de oro o los motines adquiridos en los saqueos a las villas donde atacaban.

 

-¿Qué hay ahí dentro?_le preguntó a Rayo de Sol indicándole con el índice derecho.

 

-Muchas joyas. Ahora verás.

 

El se acercó al cofre y con una rarísima llave que traía en su brillante traje lo abrió. Cabello de Ángel  se quedó deslumbrada. Las joyas que había dentro del mismo eran tan bellas y brillantes que a ella le pareció que eran un montón de estrellas robadas al cielo. Bellísimas joyas con piedras preciosas de incalculable valor resplandecían de tal forma que no se podían mirar fijamente mucho tiempo.

 

Cabello de Ángel  dijo asombrada:

 

-!Qué belleza! ¡Estas joyas deben tener mucho valor, Rayo de Sol!

 

El sonrió.

 

-No tienen ningún valor material en este lugar. Lo material no significa nada. Las virtudes, el amor y el desinterés valen mucho más. Esas virtudes que brillan en nuestra alma tienen mucho valor en este reino. Esas que están en el cofre son simples adornos y nada más.

 

-Pero es que su valor en…

 

-Es que, Cabello de Ángel, de donde vienes todo lo valoran en monedas de varios tipos y valores. Aquí no existe el dinero. No se necesita.

 

-Ya veo. Por eso allá hay tanta maldad, egoísmo, ambición  y envidia. Por el dinero que tú mencionas, de donde vengo, roban y matan.

 

-Esas bajas pasiones aquí no existen porque las cosas que las generan tampoco existen.  

 

-¿Y cómo se alimentan?

 

-El amor es el mejor de todos los alimentos. Pero también comemos frutas llenas de una espiritualidad de gran sabor. Nuestros cuerpos, incluyendo el tuyo desde hoy, se alimentan de esas  cosas maravillosas. Lo material se alimenta de lo material y no somos de la materia que tú conoces. Todo eso lo aprenderás.

 

-¿Acaso este el reino de la imaginación?

 

-No. Aquí todo es realidad. Lo que allá donde vivías era un sueño, aquí es una realidad.

 

Cabello de Ángel  se sentía extraña en aquel lugar, pero le gustaba.  Además la belleza angelical de Rayo de Sol la había cautivado.

 

-Pronto te acostumbrarás a todo esto. Demos un paseo.

 

-¿Dónde vamos?

 

-A muchos lugares.

 

De la mano, Rayo de Sol la llevó por diferentes lugares. El día era hermoso. El sol, enseñoreado en el centro del cielo, alumbraba con sus rayos  luminosos los prados cubiertos de flores, las montañas enverdecidas y las edificaciones de paredes muy pulidas y adornadas con estatuas de Ángeles. Esas edificaciones tenían el aspecto de grandes templos o palacios encantados. Las altas paredes parecían hechon como de mármol o cuarzo pulido.

 

Rayo de Sol y Cabello de Angel caminaron de un lado para otro. Reían, cantaban, danzaban y disfrutaban de sus compañías. En su andar vieron grupos de niños con vestimentas blancas o azul cielo cantando y jugando cogidos de las manos sobre la hierba. Parejas de jóvenes como ellos paseando de las manos sonrientes y felices.

 

Caminando y caminando llegaron a una laguna de agua cristalina  rodeada de mucha vegetación.  En la orilla había varios hombrecitos;  ancianos de más o menos un metro y medio de estatura, unos niños y varias mujeres muy bellas que charlaban y reían. Todos vestían con ropas de muchos colores y sandalias  y sandalias blancas. Algunos de aquellos  hombrecitos usaban chalecos de cuero oscuro y camisas de mangas lardas. Las mujeres;  vestidos largos de colores muy vivos. Sus pelos largos sedosos estaban trenzados y en sus cabelleras portaban una flor roja o blanca. Ellas traían bellos collares y usaban sortijas de oro y plata con piedras preciosas muy lindas.

 

Había entre ellos uno cuya barba blanca le llegaba a las rodillas. Este anciano abrió  un hueco en el fango. Manipuló el barro y este adoptó la forma de un pozo. Luego destapó un recipiente que traía y vertió agua sagrada en el pozo. Mientras lo hacía rumiaba una plegaria muy linda dedicada a su Dios.

 

Una vez que este anciano vertió toda el agua en el pozo, todos se lavaron sus manos y sus caras.  Entonces Cabello de Angel le preguntó a Rayo de Sol:

 

-¿Por qué lo hacen?

 

El le respondió:

 

-Son gitanos recién llegados y hacen esos ritos que aprendieron donde  nacieron y crecieron. Aquí eso es innecesario.

 

Cabello de Ángel escuchó cuando uno de los ancianos les dijo al grupo:

 

-!Busquemos el manto mágico de la verdad y el poder! Ese manto mágico -decía de frente al grupo- es amarillo y brillante adornado con piedras de ónice, y  el que se cubra con ese manto, obtiene mucha sabiduría y conocimientos milagrosos.

 

El anciano continuó con su rito y Cabello de Ángel  y Rayo de Sol continuaron la marcha. Después que pasearon y pasearon, cansados retornaron al lugar de donde habían partido.

 

Cabello de Ángel de percató que el tiempo no había transcurrido y extrañada indagó con su compañero aquel detalle.

 

-Hemos paseado bastante y no llega la noche. ¿Es que aquí…?

 

-Aquí los días son diferentes. No tienen nombres. Solo decimos antes, ahora o después. Siempre es de día. Si hubiera noches y días entonces mediríamos el tiempo como lo hacías tú donde vivías.

 

-¿Entonces nadie se pone viejo?

 

-Conservas la edad que traes. Si el que llega es viejo, viejo se queda. Si el que llega es niño, niño se queda.

 

Ella entonces muy alegre pensó  "Seré siempre así y nunca llegaré a vieja"  "!Que bueno!"

 

Los dos fueron hasta un naranjo y se sentaron bajo su sombra. Allí comieron manzanas, uvas y albaricoques muy ricos y espirituosos. Esas frutas en aquel lugar no las comen para saciar el hambre sino para fortalecer el espíritu.

 

Ya Gabriela o Cabello de Ángel había perdido la noción del tiempo que ella conocía.                  

 

                                                                            Fin

Ernest Brandy
co8jc@frcuba.co.cu
del libro "El vuelo de la mariposa"

 

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