Rendición de cuentas al pueblo |
Vivimos en un país en el que muchos
funcionarios comienzan su gestión con grandes discursos y la terminan
huyendo, en ocasiones en un sentido literal y sin dar explicaciones de
sus conductas. Por eso quiero hacer una recapitulación de lo que
estuvimos haciendo, un balance de éxitos y fracasos y, muy
especialmente, de criterios de gestión, con la especificidad de haber
trabajado en un organismo de características inusuales por su vínculo
estrecho con la sociedad.
He enviado centenares de informes por
correo electrónico, de modo que ustedes han podido seguir casi
diariamente la gestión del equipo que me tocó conducir. Por eso no voy
a extenderme en esos detalles en este informe, sino que voy a poner
el acento en los criterios utilizados para lograr una defensa lo más
efectiva posible de los intereses del pueblo.
En última instancia, la Defensoría del
Pueblo es un organismo que siempre interviene en situaciones de
conflicto. Cualquier cuestión que se solucione con facilidad,
simplemente no llega a la Defensoría.
¿Ombudsman o Tribuno de la Plebe?
Ya señalé en otras oportunidades que las
actitudes adoptadas en esta Adjuntía se parecen más a las del duro
Tribuno de la Plebe de la antigua Roma (que se ponía al frente de
las manifestaciones y reclamos populares) que al suave Ombudsman sueco
(que sólo emite recomendaciones que nadie tiene intención de cumplir).
La función del Ombudsman es opinar sobre los problemas y la del Tribuno
de la Plebe es tratar de solucionarlos.
Esto tiene mucho que ver con su origen
histórico. El Ombudsman fue una creación del rey Carlos X de Suecia,
quien, enfrentado a la política expansionista del zar de Rusia Pedro
el Grande, tuvo que combatir el descontento de sus súbditos en esa
frontera difícil. Para eso nombró un funcionario encargado de
verificar los abusos que cometieran sus propios funcionarios reales.
Es decir que el Ombudsman estaba inicialmente al servicio del rey. En
consecuencia, le preocupaban más los abusos cometidos por los
empleados de menor cuantía que los cometidos por el propio rey.
En estos cinco años, he visto casos de
Defensores con actitudes semejantes, más preocupados por los errores
de los empleados que por las ambiciones de los poderosos.
Por el contrario, el Tribuno de la Plebe
de la Roma clásica atendía solamente los reclamos formulados por
abusos de poder. Es decir, los que se presentaban contra quienes
gobernaban.
Sabemos que (en Argentina y en el resto
del mundo), el comentario más frecuente sobre esta institución es:
"El Defensor del Pueblo se opuso pero no le hicieron caso". ¿De
qué manera revertir este destino de organismo de pantalla? ¿De qué
manera no ser cómplice de un simulacro de gestión? ¿Cómo aprovechar
experiencias exitosas, como la realizada por el escribano Cartañá en
la Ciudad de Buenos Aires?
Sin embargo, yo he ocupado el cargo de
Defensor del Pueblo Adjunto, con competencia en temas de medio ambiente
y urbanismo. Esto que significa que hubo un Defensor titular (en nuestro
caso, la Dra. Alicia Oliveira), con quien tuvimos algunas discrepancias
significativas, derivadas tal vez de cuestiones políticas, pero muy
especialmente de una manera diferente de concebir el rol de la institución.
Las discrepancias políticas tenían que
ver con el hecho de que Oliveira pertenecía al mismo partido político
que el Jefe de Gobierno al que debía controlar, lo cual, a mi entender,
le restó independencia en su accionar. En líneas generales, podríamos
decir que la gestión de Oliveira se centró en corregir las
irregularidades cometidas por funcionarios de menor cuantía, antes que
las originadas en los niveles superiores del poder.
Las diferencias de criterio tienen que ver
con que Oliveira actuó como ombudsman y yo actué como tribuno de la
plebe.
En esta actuación, y moviéndonos en un
contexto político caníbal, en ningún momento recurrí al ataque
personal hacia los funcionarios con quienes tenía discrepancias. La
expresión de puntos de vista diferentes no fue nunca motivo para
descalificar o injuriar a quienes pensaban de otro modo.
En cambio, recibí diferentes presiones
durante mi gestión:
Tengo que destacar que en ningún momento
recibí apoyo alguno por parte de la titular del organismo en el que
estuve desempeñándome. Si la Defensoría del Pueblo no defendía a uno
de sus integrantes, ¿cómo esperar que defendiera a los vecinos?
En estos cinco años, en la Adjuntía a mi cargo hemos definido un estilo de gestión que no se parece a nada de lo que habitualmente se hace en una oficina pública. Esta diferenciación ha sido lo suficientemente marcada como para que valga la pena comentar los criterios utilizados y los motivos de cada una de las decisiones tomadas.
En un momento en el que las relaciones
entre la sociedad y el Estado están en una profunda crisis y los
ciudadanos desconfían de lo que haga el sector público, creo que es
bueno reflexionar sobre ese desencuentro y las maneras de
superarlo. Tal vez lo que hemos hecho en estos años sirva para ayudar
a que otras personas piensen de un modo diferente su actitud como
funcionarios.
Un equipo profesional de excelencia:
Para llevar a la práctica este proyecto
conformamos un equipo profesional y técnico de primer nivel. No nos
servía el viejo modelo de ubicar en los organismos públicos a amigos
políticos del funcionario. Ni tampoco alcanzaba con la buena voluntad
de quienes llegaran a la función pública para aprender en ella. Por
eso seleccioné a personas con niveles de excelencia en los
temas que debíamos cubrir. Teníamos que manejar cuestiones de
muy alta complejidad técnica y era necesario que supiéramos tanto o
más que aquellos a quienes íbamos a controlar.
Esto suponía superar el modelo arcaico
del funcionario rodeado de asesores que le van dictando desde las
sombras lo que tiene que decir, para conformar un equipo profesional,
todos cuyos integrantes tienen autonomía intelectual para llevar
adelante los diversos temas que abarca la gestión.
Si en otros países y en otros contextos
políticos distintos de los nuestros el Defensor del Pueblo inspira
respeto por su figura, nosotros hemos logrado el respeto por un equipo
de trabajo.
Un funcionario que publica su teléfono
particular:
Lo primero fue trabajar sobre la creación
de un clima de confianza. Los organismos públicos gozan entre nosotros
de mala fama, tal vez merecida. "No voy porque te tratan como a un
número", "No hay un ser humano que te escuche", son los
comentarios más frecuentes que hemos recibido.
Si queríamos hacer algo distinto de lo
que la gente critica, teníamos que dar claras señales en ese sentido.
Por supuesto que las estábamos dando en la atención diaria a los
vecinos, en la que se produjeron muchas situaciones conmovedoras. La
mayor parte de las personas que acudieron a nosotros ni siquiera
esperaban que solucionáramos el problema que traían: se conformaban
con que los escucháramos y compartiéramos su dolor, lo que puede dar
una idea del enorme abismo que existe en la Administración Pública y
aquellos para quienes se supone que se gobierna.
Se dio el caso de un muchacho que se compró
un traje nuevo especialmente para ir a verme, porque pensaba que no
estaba adecuadamente ataviado para tener una audiencia con un
funcionario. ¡A casi dos siglos de la Independencia, todavía tenemos
internalizada la imagen del funcionario público como si fuera un agente
del Rey!
La calidez del trato personal fue una de
las señales, pero era claramente insuficiente porque sólo era
percibida por quienes venían a vernos. ¿Cómo transmitir el mismo
mensaje de un modo masivo?
Dimos muchas señales al respecto, pero la
que resultó más eficaz fue la divulgación por distintos medios
(inclusive en programas de televisión abierta) de mi teléfono
particular. Durante mucho tiempo, la gente llamaba a mi casa no para
comunicarse conmigo sino solamente para comprobar si era cierto. Los
funcionarios suelen ocultar sus respectivos teléfonos particulares,
pero yo estaba cumpliendo una función muy especial, que requería
la comunicación más directa posible con los vecinos de la Ciudad. En
definitiva, para los antiguos romanos, la puerta de la casa del Tribuno
de la Plebe debía estar siempre abierta. Con ese antecedente, ¿por qué
no habría de estar mi teléfono a disposición de quien quisiera
llamarme?
La apertura de temas nuevos:
Hemos puesto especial acento en llamar
la atención de la sociedad y de los legisladores e integrantes del
Ejecutivo sobre aquellos temas que eran prácticamente desconocidos,
tanto por la opinión pública, como por los mismos que debían
encargarse de ellos.
Para dar unos pocos ejemplos, fuimos los
primeros en Argentina que destacamos los riesgos de la contaminación
electromagnética provocada por antenas y por teléfonos celulares.
Medimos la contaminación electromagnética provocada por las antenas
clandestinas instaladas en el interior del subterráneo, estamos
midiendo la interferencia que este tipo de instalaciones provocan
sobre los equipos médicos de los hospìtales públicos de la Ciudad
de Buenos Aires y estamos haciendo gestiones para que se realice un
mapa de contaminación electromagnética de toda la Ciudad.
También fuimos los primeros en pedir la
prohibición del percloroetileno (el solvente de las tintorerías rápidas)
y el retiro de los transformadores con bifenilos policlorados (PCB).
Redactamos la primer propuesta de
normativa que unifica criterios para la protección simultánea del
patrimonio natural y el patrimonio cultural. Fuimos los primeros en
destacar la importancia de la contaminación lumínica y en proponer
medidas de corrección.
Nos pusimos a investigar la concesión
del Jardín Zoológico y del Aeroparque, dos temas en los cuales
siempre hubo intereses políticos para silenciar.
Reclamamos sobre el destino de los
fondos resultantes de la venta de tierras públicas por la Corporación
Antiguo Puerto Madero. Pedimos que el CEAMSE no vendiera una
parte del Parque Pereyra Iraola, que se intentaba lotear.
La continua información de todo lo que
hicimos:
En estos cinco años, hemos enviado por
correo electrónico varios centenares de informes sobre los problemas de
medio ambiente y urbanismo sobre los que estuvimos trabajando.
El criterio general es que no debe haber
ninguna información que sea exclusivamente interna, clasificada o
confidencial. El secreto en las cuestiones públicas, simplemente, no
debe existir. Por eso hemos difundido toda la información relevante que
llegó a nuestras manos, de cualquier clase que fuera. En un país
en el que cada funcionario se especializa en guardar bajo llave grandes
carpetas -creyendo tal vez que la información escondida es poder-
nosotros hicimos llegar a la mayor cantidad de gente posible toda la
información que pudimos.
Y en un país en que sólo se comunican
los resultados exitosos, hemos comunicado éxitos y fracasos, proyectos,
informes, resultados parciales y, en ocasiones, cambios de criterios
cuando nueva información contradecía la anterior.
Varios miles de personas han podido seguir
día a día la gestión del equipo de la Adjuntía a mi cargo. Esto les
ha posibilitado formarse una opinión sobre cada una de las tareas
emprendidas, sugerir cambios, apoyarlas o criticarlas. Quiero señalar
lo que significa como aprendizaje para una tarea en la función pública
el recibir todos los días las críticas de la sociedad a nuestra
actuación.
El que cualquier habitante de la Ciudad de
Buenos Aires pudiera llamarme por teléfono a mi casa -con la
informalidad de este tipo de comunicación- y señalarme que estaba
cometiendo un error nos sirvió para corregirlos antes de que se
profundizaran. O, eventualmente, para aclarar diferencias de opinión
sobre el tema en cuestión. También nos ha servido para tomar el pulso
cotidiano a la sociedad para la que estábamos trabajando, en una de las
tareas más difíciles de estos años, como lo fue fijar prioridades
para la asignación de recursos y energías.
¿Qué temas pensamos nosotros que hay que
poner en primer lugar? ¿Qué piensan de estos los vecinos de la ciudad,
los integrantes de las organizaciones no gubernamentales, los
periodistas, los analistas de los temas de interés público, los políticos,
los urbanistas? ¿De qué modo sus respuestas pueden ayudarnos a fijar
nuestros criterios? Mucho más, porque las prioridades sociales en
temas ambientales van variando al ritmo de los pulsos de la
microhistoria.
En líneas generales, diría que hoy hay
un marcado interés por los temas que vinculan ambiente con salud y, en
menor medida, por los daños que sufre el patrimonio público. También
los temas de educación ambiental despiertan un gran interés
en la agenda pública, en la medida que las personas consideran que es
necesario un cambio de mentalidad acerca del cuidado de nuestro entorno.
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Antonio Elio Brailovsky
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